Charles Darwin |
Charles Dickens. Cuesta creer que los genes de ese coloso de las letras no produjesen alguna cosecha literaria. En realidad sí lo hicieron, aunque no muy florida. De sus hijos, dos escribieron alguna cosa, sin demasiado relieve; sólo un par de generaciones más allá tenemos a su biznieta, Monica Dickens (1915-1993), autora de numerosas novelas.
Harriet Beecher Stowe. La autora de la popularísima La cabaña del tío Tom cuenta entre su descendencia con otra escritora famosa, aunque en un género muy distinto: Patricia Cornwell, autora de exitosas novelas del género policiaco-forense.
Lev Tolstoi. La de los Tolstoi siempre fue una familia bastante aficionada a las letras. De los trece hijos del conde, sin embargo, ninguno salió novelista, aunque la vena literaria perduró en otras ramas de la familia, concretamente en la de Alexei Nikolaievich Tolstoi (1883-1945), que fue un popular autor de relatos de ciencia-ficción y otras novelas. Y, ya en nuestros días, está su biznieta Tatiana Tolstaya, una notable cuentista y escritora.
John Cheever: en este caso hay línea directa, pues sus dos hijos Benjamin y Susan Cheever, son escritores. El primero, periodista de renombre, ha publicado varias novelas. Susan es autora, además de novelas y memorias, de una biografía de su padre.
Alexandre Dumas. No podía faltar aquí este hermoso ejemplo de talento familiar. Me temo que el hecho de que padre e hijo llevasen el mismo nombre hace quie mucha gente confuanda al autor de El conde de Montecristo (el padre) con el de La dama de las camelias (el hijo).
Susan Cheever |
Pero, sin necesidad de desplazarnos a otras latitudes, en nuestro país también tenemos alguna familia con pedigrí literario:
De entre los once hijos, de dos matrimonios, de Gonzalo Torrente Ballester hay un novelista, Gonzalo Torrente Malvido, y un historiador, Juan Pablo Torrente Sánchez-Guisande. Y, una generación más allá, el autor de Los gozos y las sombras puede jactarse de tener otro novelista en la familia, Marcos Giralt Torrente.
Carmen Laforet, una novelista que lamentablemente escribió muy poco, tiene una hija también novelista, Cristina Cerezales. Y, last but not least, Enric González -el periodista y autor de las imprescindibles Historias de Roma, de Londres y de Nueva York- es hijo de Francisco González Ledesma, el gran autor de novela negra.
No mucho, como ven. Parecería más bien que el talento literario -que de todos modos es un bien escaso- no tiene una raíz genética. Aunque, dado que la vida del escritor no siempre es fácil -a veces tampoco lo es la convivencia con él- es posible que tener un escritor en casa no invite precisamente a sus vástagos a seguir sus pasos.
No mucho, como ven. Parecería más bien que el talento literario -que de todos modos es un bien escaso- no tiene una raíz genética. Aunque, dado que la vida del escritor no siempre es fácil -a veces tampoco lo es la convivencia con él- es posible que tener un escritor en casa no invite precisamente a sus vástagos a seguir sus pasos.
En este tiempo de opiniones inmutables, querida Elena, me atrevería a decir que probablemente hay vías múltiples para destinos variopintos. A la buena literatura se llega con 19 o con 60 años, con muchos estudios y con pura intuición, con familia acomodada y pasando hambre, con parentela intelectual y con padres ignorantes, siendo filólogo y siendo pastor, con grandes bibliotecas familiares y con estanterías vacías... Sí, seguramente es así: hay muchos caminos que conducen a Roma, aunque hay que reconocer que algunos caminos son más cómodos que otros...
ResponderEliminarSaludos!!!
Desde luego, tener una familia literata no presupone que uno haya de amar las letras, ni que sirva para eso. Sienta las bases, sin duda, pero estoy de acuerdo en que la inclinación y el esfuerzo de cada cual es lo que cuenta, más que la historia familiar.
EliminarMis padres son lingüistas y yo estudié Medicina. En mi casa la decoración de las paredes eran estanterías llenas de libros entre los que escoger, eso cuando no era mi padre el que escogía por mí, con más o menos acierto. Necesito leer y escribir. Por las mañanas veo pacientes y disfruto cuando les opero, pero por las tardes saco siempre un rato para los libros. Siempre he pensado que existe un componente genético en mi afición. Me ha encantado tu post.
ResponderEliminarGracias, Elarien. La afición por la literatura, sea innata o no (yo como ves no lo tengo claro), es una gran fuente de satisfacciones. Bienvenida a esta comunidad de bibliómanos irreductibles.
EliminarA mi se me ocurre alguno más, pero en este caso, ascendientes y descendientes están al mismo nivel o incluso más alto el de los descendientes:
ResponderEliminarKingsley Amis padre de Martin Amis.
Leopoldo Panero padre de Leopoldo María Panero y Juan Luis Panero y hermano de Juan Panero.
¡Buena aportación, mujer Quijote! Tienes razón, en estos casos se diría que los descendientes han superado a su progenitor.
EliminarYo siempre he pensado que escritores, pintores, etc. están por ahí, y que lógicamente en una familia donde desde pequeñitos viven la creatividad de los adultos debe ser más fácil acercarse a estas artes. No creo que sea una cuestión de genes, creo que muchas veces es una cuestión de oportunidades.
ResponderEliminar¿Cuantos escritores no habremos conocido por que no nacieron en el lugar más adecuado? Hay ejemplos de escritores crecidos en ambientes terribles, donde las letras no tenían importancia, a parte de muchas otras limitaciones, como es el caso de Gorky, pero no todos las personas son capaces de superar sus situaciones.
Se que me he salido un poco de tema, pero creo que es más el ambiente que la familia.
Un saludo.
Ahí está el gran debate, Mariuca, ¿genes u oportunidades? No hay una conclusión clara, parece. Las facilidades ayudan, pero sin duda el talento acaba por emerger a nada que tenga algún resquicio por donde hacerlo.
EliminarCarmen Laforet tuvo otro hijo escritor: Agustín Cerezales.
ResponderEliminarOtro caso es el de la familia Kipling. Todos sus miembros escribían. El publicó a medias con su madre su primer libro de poemas, "Echoes".
Además, su madre llevaba la página de Ecos de Sociedad más importante de la India, publicada en varios periódicos, donde según ella "se pesaban las palabras con platillos de precisión".
Su hermana Beatrix ( Trix) versificaba. Y su padre - que tanto tuvo que ver con la sabiduría que hay en "Kim"- escribía relatos.
Los cuatro publicaron un libro de cuentos conjunto titulado "Quartette", donde aparecen tres relatos de Kipling recogidos más tarde.
Kipling decía que, mientras vivieron, escribió para ellos, que su opinión era la más importante para él y que su madre era su más feroz crítica. Cuando comenzó "Kim" le dijo algo así como:
-Conmigo no te parapetes detrás de Cervantes.
Ah, aprovecho para decirte que "KIM" es tal vez mi novela favorita, y que conozco estos datos porque la prologué para Ediciones del Viento.
Se me quedó en el tintero otro dato de "las excelentes cartas" que le cupo en suerte jugar a Kipling: una de las hermanas de su madre se casó con Sir Edward Burne-Jones. En casa de éste, donde acudía Kipling en sus vacaciones, ya que sus padres vivían en la India, William Morris hacía vida de pariente apócrifo ( Tío Topsi ) y también andaba por allí sentado en un sillón un ancianito llamado Browning, el único que no se prestaba a jugar con él y con su hermana Trix.
ResponderEliminarSegún él, si no hubiera sido por su padre, y por las largas veladas fumando en pipa en que trazaban la historia, Kim no sería tal como es.
Me ha encantado esa historia sobre Kipling y su familia. Veo que tendré que hacerme con alguna biografía que explique más cosas al respecto, porque se me ha abierto el apetito. "Kim", ¡qué gran novela!
EliminarMaravillosa la del propio Kipling, "Algo de mí mismo".
ResponderEliminarHubo cierta controversia con los malos tratos que sufrió, que cuenta en ella. Algunos biógrafos las minimizaron y lo trataron casi de embustero. Incluído Marías, que en "Vidas escritas" echa además a sus padres a los perros por no haberlas evitado, aunque él no se las cree. Con gran frivolidad, por cierto, como me encargué de aclarar en mi prólogo de nueve páginas, que tardé seis meses en preparar. Qué menos. A tal señor, tal honor. Y por mi desvelo, fuí premiada con una gran medalla literaria: ¡¡¡estoy en la portada a tres centímetros de Kipling.!!