Dice un gran lector, Alberto Manguel:
«Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta. No hay una unánime historia de la lectura, sino tantas historias como lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres y formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos de la misma manera, no hacemos el amor de la misma manera, tampoco leemos de la misma manera. Los libros que atraviesan nuestras vidas son, para cada uno de nosotros, maravillosamente diversos».
La lectura no sólo es un acto singular, sino necesariamente solitario. Al leer, te encierras en un mundo aparte, donde únicamente estás tú y los seres de ficción en cuya historia te encuentras sumergido. No existe, para un lector, felicidad comparable a la de poder participar por unas horas de esos universos que para él son tan (o más) reales que la vida. Maravilloso. Sin embargo, en el mundo que queda fuera de las páginas de los libros -me resisto a llamarlo "el mundo real", porque hay mundos ficticios que son mucho más verdaderos que ese caos que nos rodea-, los grandes lectores, los enfermos de la lectura, gentes que antes dejaríamos de comer que de leer, que nos sentimos desnudos si no tenemos un libro cerca, nos sentimos a menudo raros.
La cosa empieza casi en la infancia, cuando se manifiestan los primeros síntomas de nuestra manía lectora. Cuando resulta evidente que prefieres pasar la tarde enfrascada en las aventuras de Tintín que jugando al escondite, empiezas a advertir -porque los lectores, contrariamente a lo que algunos suponen, solemos ser grandes observadores, otra cosa es que nos guste lo que vemos- que tus coetáneos te miran con cierta desconfianza. Una actitud que no hace más que agravarse a medida que pasan los años y tú pasas más y más horas devorando libros en cualquier biblioteca. Pero a nadie le gusta sentirse un bicho raro, de modo que haces lo posible por ser como los demás. Ahí, inevitablemente, comienza una vida de fingimiento. No dejas de leer, claro, eso sería impensable, pero procuras que no se note. O no tanto. Si alguno de tus compañeros de clase menciona que durante las vacaciones ha leído "un" libro, te abstienes de hacer comparaciones con los diez que has leído tú y te interesas por saber qué le ha parecido (lo más probable es que sea una birria que tú ya leíste hace tiempo y no te gustó, pero también te abstienes de decirlo). Disimulas. Como disimulas en la adolescencia cuando te gusta un chico: evitas cuidadosamente sacar el tema de la lectura. Sospechas, estás casi segura, que tu faceta lectora te restaría muchos puntos de atractivo. Claro que para entonces ya has leído Madame Bovary, Cien años de soledad y bastantes novelas más que te han enseñado sobre las relaciones entre hombres y mujeres cosas que esos chicos "normales", tan amantes del deporte y de las motos, probablemente ignoran. Juegas con ventaja, pero tampoco eso puedes decirlo en público.
Alguna vez, muy de tanto en tanto, te parece encontrar a alguno de tu especie. Si es así, bastan pocas palabras para reconocerse; como si de contraseñas se tratara, intercambiáis algunos nombres clave. Lo mismo que si fueseis exploradores que atraviesan territorio hostil, sentís un inmenso alivio al poder compartir experiencias. Quizás os sentáis durante un par de horas junto a una fogata y repasáis rutas y caminos, dónde se puede encontrar agua fresca, dónde comida, qué zonas más vale no pisar... Todo esto en sentido figurado, claro. En la vida real, lo más cerca de un tigre que has estado es leyendo a Kipling. Pero estos momentos de compañerismo, aunque placenteros, son escasos. El mundo, hay que reconocerlo, no está hecho para los lectores.
"Doctor Livingstone, supongo." |
Tampoco los lectores estamos hechos para este mundo. Porque el nuestro, ese que hemos construido a partir de los miles de otros universos que hemos pisado a lo largo de tantos años de lecturas, es mucho más rico, con más colores, más matices. Hemos pisado todo los continentes y hemos visto lo mejor y lo peor. Aunque parezca que nos aislamos, no estamos solos: nos acompaña una multitud. Leyendo, no vivimos una vida, sino muchas.
Qué identificado se siente uno al leer este artículo... y qué extraordinario momento es ese en el cual descubres a alguien parecido a ti (y os escribís...) Gracias por tan magnífico artículo. Me ha encantado. Un saludo.
ResponderEliminarGracias a ti. Los lectores somos pocos y estamos cada uno en nuestra isla, de la que no queremos que nos rescaten, pero de vez en cuando agradecemos un poco de compañía.
EliminarEl arte no reproduce lo visible, hace visible.
ResponderEliminarAmén, Barbusse.
EliminarYo fui la niña rara de una familia en la que nadie leía, pero tuve la suerte de conocer a otros lectores desde bien pequeña, así que pude compartir esos momentos gloriosos y esos ojos enfebrecidos por el descubrimiento de una nueva historia. ¡Siempre he sido una lectora afortunada!
ResponderEliminar¡Dichosa tú!
EliminarPreciosa entrada,, Elena. Sin embargo, mi experiencia es en parte un poquito distinta; supongo que por mi edad, ay, tan dilatada, y quizá por mi sexo. En los años 70, cuando iba a la universidad, leer era una seña de distinción. Llevar un libro bajo el brazo, junto al cuaderno de apuntes, era como portar una pancarta con el lema "SOY UN INTELECTUAL". Tanto es así, que muchos llevaban el libro, pero no lo leían. Claro que eso era en la época de los progres...
ResponderEliminarDurante mi forzada estancia en la mili (en 1980), lo que hacía básicamente era aburrirme como un muerto, así que leía, leía y leía sin parar. Mis compañeros, la mayoría de los cuales no habían tocado un libro en sus vidas, solían decirme cosas como "Uno de mi pueblo leía mucho y se volvió loco". Una vez un tío me preguntó que por qué estudiaba tanto. Cuando le aclaré que no estudiaba, sino que leía por diversión, el pobre sencillamente no lo podía entender. Pero bueno, era la mili.
En cuanto a las mujeres lectoras, no creo que hoy lo oculten. Cuando voy en metro, o en autobús, el 99 % de las personas que van leyendo un libro son mujeres. Aunque puede que en el caso de las chicas jóvenes sea distinto. Supongo que una chica lectora le pone los pelos de punta a los machitos iletrados.
Respecto al mundo... no diré "real".. el mundo físico y el literario, ¿de verdad hay diferencias entre los dos? Al menos en mi caso se superponen. Cuando estuve en la Laponia finlandesa, o frente al volcán Arenal en Costa Rica, lo veía todo a través del filtro de Julio Verne. Y cuando estuve en la Colombia rural, todo era García Márquez. Incluso me sucede con mis propias obras. Cada vez que paso por la calle San Bernardo de Madrid, me traslado a finales del XIX y a mi novela "La mansión Dax" (cuyo final transcurre en esa calle).
El mundo físico, la vida, está lleno de maravillas y portentos. Lo que hace la literatura es reforzarlos, intensificarlos aún más. En cierto modo, la literatura es los efectos especiales de la vida.
Me ha encantado esa idea de que la literatura es los efectos especiales de la vida. Yo tampoco soy capaz de ver diferencias entre el mundo físico y el literario. Francamente, creo que no las hay.
EliminarRespecto a tu experiencia como lector, te diré que siempre tendí a desconfiar de esos llevaban un libro bajo el brazo. La experiencia me hizo comprender rápidamente que la mayoría no eran "verdaderos lectores" (no de mi especie, al menos), sino que era el equivalente en universitario del gallito de barrio que va metiendo ruido con la moto. Ganas de llamar la atención.
En cuanto a lo que piensan los hombres de las mujeres lectoras, de nuevo recurro a lo que he podido comprobar en persona. Cuando un hombre dice "a mi novia/mujer le gusta mucho leer" en un porcentaje muy alto de veces se trata de alguien cuyos intereses lectores no van más allá de "El tiempo entre costuras" o el último Stieg Larsson. (Espero que no se malinterprete este comentario: no es que me parezca mal, cada cual que lea lo que le guste, pero este tipo de lectora lee para entretenerse en sus ratos de ocio, no para vivir.)
Los lectores, pienso, nos reconocemos por la calle.
ResponderEliminarTe confesaré que tengo una enfermedad muy compleja. Cuando veo a alguien leyendo un libro no descaso hasta ver el título de lo que está leyendo. Y posteriormente y de forma inconsciente lo clasifico por su lectura.
Elena, ¿me pregunto si te gustaría formar parte del jurado de un premio literario?
Saludos
¡Eso de mirar los títulos de los libros ajenos es una enfermedad compartida!
EliminarSobre lo del premio. escríbeme por favor a mi dirección de correo: riuselearrobahotmail.com y lo comentamos.
A mi también me gusta fisgar en libros ajenos para saber el título. El uso del libro electrónico dificulta en extremo esta costumbre pero si consigo deducir el título por un párrafo o el nombre de un personaje, entonces se dibuja una gran sonrisa de satisfacción en mi cara lectora.
ResponderEliminarMJ
MJ, hace tiempo escribí un post en el que hablaba de este irresistible impulso de fisgar en las lecturas ajenas. Verás que incluso hay quien lo hace de modo sistemático: http://notasparalectorescuriosos.blogspot.com.es/2011/09/gente-leyendo.html
EliminarYo lo hago de manera sistemática :D Participo en un foro y tenemos un hilo específico para contar los resultados de nuestro trabajo como espías. En estos momentos tengo fichado a un chico en el tren que lleva El temor de un hombre sabio y que no avanza porque cotorrea demasiado :D
EliminarY sobre el post, magnífico :)
Ohhh! Sabiendo eso, iré con mucho cuidado cada vez que coja un libro para leer en el metro. No sea que me convierta en la comidilla de vuestro foro :)
ResponderEliminarNo te preocupes, Elena, son espionajes amistosos :D Y de vez en cuando también contamos los que sufrimos nosotros :)
EliminarTotal! me quedo en este otro mundo!
ResponderEliminarleyendo este articulo, me identifico a plenitud, tengo dos amigas inseparables, la escritura y la lectura, desde muy temprana edad, con ellas sueno, vuelo, levito es esa magia que muchos llaman Fe
ResponderEliminarMe ha encantado lo que has escrito. Me sentí totalmente identificado. Crecer en una casa donde la lectura es casi tan criticada como la homosexualidad, es difícil, pero afortunadamente he aprendido a sobrevivir a ambos prejuicios. Los lectores necesitamos oxígeno del mundo de las letras. Muy en lo personal, siento que me oxido si no leo, como si me sintiera fuera de mi propio mundo. Afortunadamente he encontrado a un grupo de personas similares a mi, que aman la lectura igual o más que yo. De igual forma, me siento afortunado de; que aunque en mi casa ocultaba o simplemente trataba de pasar desapercibido, fuera de ella, en la escuela, me devoraba los libros con total deleite, y nunca fui alguien marginado por ello. Prefería ir a la biblioteca antes de ir con cualquier persona y, aunque me miraban extraño, no fui precisamente alguien "marginado" en su totalidad. Pero bueno, ese es otro asunto. Me ha encantado tu artículo.
ResponderEliminarexelente nota nos identifica realmente
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