John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

domingo, 28 de abril de 2024

LIBROS QUE PERMANECEN

Ilustración de Jonathan Wolstenholme

A menudo me han preguntado si no me gustaría montar mi propia editorial, una pregunta que probablemente nos han hecho a la mayoría de las personas que hemos pasado nuestra vida profesional entre libros. La respuesta siempre ha sido un no rotundo; conozco demasiado bien lo que implica tener una editorial, que va mucho más allá de esa visión idílica de "así podrías publicar lo que quieras": bregar constantemente con distribuidores, imprentas, calendarios, devoluciones, preparar ferias, ocuparse de la promoción, contentar a autores y colaboradores... Si encima eres la propietaria,  tienes que ocuparte de la cuenta de resultados, de negociar con los bancos y de pagar las facturas. Una pesadilla. Se acaba haciendo casi de todo menos disfrutar de la lectura, que es a lo que en realidad aspira una. 
De hecho, pensándolo bien, casi lo único que me ilusionaría es montar una revista como la británica Slightly Foxed, una publicación trimestral (una periodicidad muy civilizada) que se ocupa casi exclusivamente de hablar de libros más o menos olvidados, o simplemente pasados de moda, que -a juicio de sus editores, y de sus colaboradores- merecen ser (más) leídos. La revista me gusta por muchos motivos: por su agradable papel de color ahuesado, su tipo de letra clásico y sus folios elzevirianos; por su formato manejable, similar al de un libro; por las ilustraciones de cubierta, encargadas a diferentes artistas, que suelen contener un guiño al título (más sobre esto a continuación); por sus colaboradores, que no son articulistas conocidos, sino lectores entusiastas (que, además, por supuesto, son capaces de escribir bien y transmitir su entusiasmo); y, sobre todo, por el eclecticismo de su selección, que abarca todos los siglos y todos los géneros. Tanto pueden recomendar El Paraíso perdido de John Milton como una novela detectivesca olvidada de los años cincuenta; un libro de viajes por Oriente de los años treinta como la correspondencia de un poeta inglés del romanticismo; un manual de economía doméstica de los años cincuenta como los diarios de un secretario de Churchill. 
Los propios editores definen su publicación como "poco pretenciosa y un tanto excéntrica". Lo mejor es que entre sus páginas lo mismo se pueden encontrar artículos sobre obras clásicas archiconocidas (pero, ay, no siempre todo lo leídas que deberían), como Jane Eyre o el gran ciclo novelístico de Proust, que un artículo sobre los placeres de leer un atlas, o sobre una obra para niños de esas que son igualmente placenteras para el lector adulto (y, créanme, la mayoría de los buenos libros infantiles lo son). En suma, una revista para lectores sin manías, para lectores todoterreno, capaces de interesarse por cualquier tema, siempre que esté bien plasmado. 
El título en sí ya es un especie de broma para iniciados: slightly foxed es el término que quienes tratan con libros de segunda mano emplean para indicar que el ejemplar presenta un papel un poco decolorado, con esas manchitas rojizas que proporcionan la humedad y el tiempo. O sea, que entender el título presupone que uno está acostumbrado a trastear entre libros viejos. Pero, como fox es zorro en inglés, los editores llevan la broma más allá y suelen incluir alguno de estos animalillos, más o menos disimulado, en la cubierta. Vean algunos ejemplos:




Otra cosa que me encanta de esta revista dedicada a recuperar viejos libros para nuevos lectores es que sus números atrasados pueden seguir adquiriéndose durante muchos tiempo; años, de hecho. Los libros no tienen fecha de caducidad; la revista, tampoco. Predican con el ejemplo. De vez en cuando, buceo en su web y me hago con unos cuantos ejemplares, de años y estaciones diversos. A veces, porque alguna de las obras que reseñan me llama la atención; otras, simplemente porque me gusta la cubierta. En cualquier caso, estoy segura de que el contenido será interesante. Ignoro si la revista es un buen negocio. Sin duda no debe de haber sido tarea fácil mantenerla a flote durante tanto tiempo (lleva más de veinte años en la brecha), por lo que complementan sus actividades con la edición, bellamente encuadernada en tela, de algunas de las obras que recuperan en sus páginas, sobre todo memorias. Y, conscientes de que muchos de los libros que ensalzan no están en el mercado, se brindan a conseguir ejemplares de segunda mano al lector que lo desee. Últimamente -porque, aunque hablan de libros viejos, están al día- han inaugurado un podcast, tan simpático e inteligente como la revista.

Así de bonitos lucen los libros de Slightly Foxed

¿Sería posible una publicación así en nuestro país? Si hay que juzgar por la celeridad con que los libros recién publicados desaparecen de las librerías -para ser sustituidos por otras novedades igualmente efímeras, en una rueda infernal e imparable- y por la escasísima atención que los editores suelen prestar a su fondo, diría que no. Hacerse con un ejemplar de cualquier libro de ventas discretas que tenga más de dos o tres años de antigüedad es a menudo misión imposible. 
¿Qué libros me gustaría resucitar, en el hipotético e improbable caso de que existiese algo así en nuestras latitudes? Ah, como diría Kipling, eso es otra historia. 


domingo, 17 de marzo de 2024

DICKENS, PERIODISTA

 

Sospecho que buena parte de los lectores españoles de Dickens se ha formado una idea totalmente errónea acerca de este gran escritor inglés. Es verdad que, durante bastante tiempo, las obras de Dickens tuvieron una presencia escasa en las librerías de nuestro país, limitada en su mayoría a ediciones abreviadas dirigidas al público infantil y juvenil. Tal vez por obra y gracia de algunas adaptaciones cinematográficas, que tienen tendencia a subrayar los aspectos más sentimentales de sus novelas, existía la convicción de que Dickens se especializaba en narraciones lacrimógenas donde básicamente había niños desgraciados que sufrían muchísimo. Me temo que hay gente que aún lo cree. Por supuesto, es muy probable que estas personas no hayan leído ninguna de sus obras, pues todas -incluso las más dramáticas- están impregnadas de un fino sentido del humor. Como otros grandes autores -Cervantes, sin ir más lejos: El Quijote es una de las obras más divertidas que se han escrito-, Dickens posee la habilidad de insertar rasgos de comicidad incluso en los pasajes en apariencia más serios.


El dibujante Phiz, que colaboró estrechamente con Dickens,
supo reflejar muy bien la faceta cómica de sus personajes


En fin, no es de extrañar tanto desconocimiento, ya que solo desde hace más o menos un par de décadas se ha comenzado a tratar su obra con el respeto que merece. 

Ciertamente, la producción de Dickens fue prodigiosa. Sabemos que era un maníaco del trabajo y un insomne crónico, pero aun así cuesta comprender cómo encontró tiempo para hacer todo lo que hizo. Consiguió ser a la vez novelista, dramaturgo, periodista y conferenciante, facetas todas que cultivó además con gran éxito. En los ratos en que no escribía, fue asimismo filántropo, reformista político, infatigable andarín, mago aficionado, director de escena y un montón de cosas más que me dejo. (Solo la magnitud de su correspondencia es mareante: se conservan más de 14.000 cartas suyas, y sin duda no son todas.) Con tantos frentes abiertos, no siempre es fácil seguirle la pista. 

A pesar de que la situación ha mejorado por lo que respecta a sus novelas,  (no puedo por menos que mencionar aquí las excelentes versiones que ha publicado Alba Editorial de algunas de ellas, como David Copperfield) hay facetas fundamentales de este escritor que siguen siendo muy desconocidas. 

Como su ingente labor periodística: Dickens empezó su carrera escribiendo artículos para el Morning Chronicle (que firmaba con el seudónimo de Boz) y siguió practicando el periodismo durante toda su vida, llegando a ser editor, sucesivamente, de dos semanarios, en los que siempre se incluía algún texto suyo. Miles de artículos, en conjunto -ya hemos dicho que Dickens lo hacía todo a lo grande-, dispersos en publicaciones diversas, que los lectores que dominen la lengua de Shakespeare pueden consultar en la plataforma digital Dickens Journals Online (DOJ). (Hablé de ella hace un tiempo en este blog.) Lamentablemente, esta vertiente del escritor inglés que no estaba, hasta ahora, al alcance del lector español. 

Por ello, saludamos con alborozo la publicación del libro Pasiones públicas, emociones privadas, que reúne una acertadísima selección de sus escritos periodísticos. La edición y traducción corre a cargo Dolores Payás, quien no solo ha impuesto un orden temático a los textos, sino que proporciona una  introducción a cada uno de los apartados. Y lo hace además, con la misma pasión y la misma vitalidad que el propio Dickens muestra en sus artículos, en perfecta sintonía con ellos. Ha conseguido, asimismo, verter estos textos al castellano -todo un reto- con una prosa tan fresca y fluida que nos parece como si se hubiesen escrito ayer. Algo muy pertinente, dado que muchas de las lacras sociales que Dickens denuncia son sospechosamente parecidas a las que aún hoy padecemos. 

Leyendo esta espléndida edición, sentimos que Dolores Payás ha sido en cierto modo abducida por Dickens (difícil resistirse a su encanto). Como ella misma confiesa en su epílogo: 

"Mis largas sesiones con Dickens han estado presididas por una pasión y una intensidad fuera de lo común. Cualquier intento de mantener una distancia de seguridad ha resultado vano. Dickens es uno de esos autores que se te mete bajo la piel, y luego no hay modo de hacerlo salir de ahí. Un claro fenómeno de posesión (demoníaca, angelical)."



Si todo lo dicho anteriormente no bastase para recomendar vivamente este libro, sepan que Dolores Payás ha sido también traductora de otro autor muy querido en este blog, Patrick Leigh Fermor. Por si fuera poco, lo conoció personalmente e incluso vivió una temporada en su casa de Mani; a partir de esta experiencia, ha escrito un librito donde traza un delicioso retrato de este autor, Drink Time! Una celebración de la vida, de la amistad, de la literatura. 


viernes, 9 de febrero de 2024

DINOSAURIOS Y OTRAS CURIOSIDADES

Como le ha ocurrido a tanta gente, hubo una época en que viví fascinada por los dinosaurios. No sé bien si oí hablar de ellos por vez primera en la serie Los Picapiedra, con sus simpáticos dinosaurios domesticados -recuerdo bien uno que hacía las veces de aspirador- o si ya antes estos seres de fábula habían hecho irrupción en mi vida, quizás a través de enciclopedias o de algunas de aquellas series de cromos que aspiraban a convertirnos a todos los niños en coleccionistas. 


En cualquier caso, eran unos seres míticos: tan extraños, tan grandes y, sobre todo, tan extintos. Unas características que les conferían, al menos en mi imaginario, un aura casi mágica. Hasta llegué a aprenderme muchos de sus complicados nombres científicos, que eran ya de por sí evocadores: Triceratops, Iguanodonte, Diplodocus, Arqueopteryx, Tiranosaurios. Sigo acordándome de estos y muchos más.  

Aunque mi interés infantil por estos animales se fue desvaneciendo, de vez en cuando estas criaturas  iban reapareciendo en mi radar. Ray Bradbury me regaló un cuento maravilloso, El ruido de un trueno, en el que un safari en el tiempo acaba francamente mal por culpa de un tiranosaurio (el cuento se publicó originalmente en 1952, aunque yo lo leí bastante más tarde en castellano). Después de eso, Jurassic Park me pareció bastante decepcionante. 

Luego, gracias a la novela de Tracy Chevalier Las huellas de la vida  supe de  la existencia de dos mujeres apasionadas por los fósiles que a principios del siglo XIX y descubrieron uno de los primeros ejemplares de ictiosaurio (esto era antes de Darwin, por lo que el mundo científico se inclinó a dudar de que un animal así hubiese existido). Por cierto que los victorianos -precursores en tantas cosas- sintieron una singular atracción por estos "grandes lagartos fósiles" y con motivo de la primera Exposición Universal, celebrada en Londres en 1851, construyeron unas enormes réplicas de dinosaurios, tan grandes que incluso se podía entrar en ellas y tomar el té dentro. Insuperable. 

      El Crystal Palace, sede de la Exposición, al fondo,
 y los gigantescos dinosaurios en primer plano. Toma parque temático.

Pero, aparte de estos atisbos de esas "criaturas extraordinarias" (así se titula en inglés la novela de Tracy Chevalier, Remarkable Creatures) yo seguía anclada en mis recuerdos de infancia sobre ellas e ignorante de los últimos avances de la paleontología. Por eso puedo decir que una de las cosas más extraordinarias que me han ocurrido últimamente es enterarme de que los pájaros son dinosaurios. Al principio, pensé que se referían a que las aves descienden de los dinosaurios. Al fin y al cabo, en esta larga cadena de la evolución, todos descendemos de casi todos. Error. Como he podido saber gracias a un interesante y para mí esclarecedor ciclo de conferencias de la Fundación Juan March, las aves son dinosaurios, los únicos de su especie que no se extinguieron y siguen presentes desde aquellas lejanas eras geológicas. Recomiendo encarecidamente que las vean si sienten algún interés por el tema.

Me gustan los pájaros, disfruto de sus trinos, de su vuelo, de su colorido. Pero reconozco que hay a veces algo inquietante en ellos (Daphne du Maurier y Hitchcock supieron traducirlo muy bien). A partir de ahora, creo que miraré a las palomas con otros ojos. ¡Dinosaurios!




lunes, 8 de enero de 2024

POR QUÉ HAY QUE LEER A WILKIE COLLINS


Durante buena parte de mi vida lectora ignoré que existía un autor llamado Wilkie Collins. En mi infancia y juventud había oído hablar de Dickens, primero (circulaban por ahí adaptaciones para niños de algunas de sus novela, y por supuesto la película musical de Oliver Twist me impresionó debidamente); más adelante, asomaron las Brontë en mi panorama lector (aunque solo las dos mayores; de Anne, ni rastro por entonces). 

Pero pasaron muchos años hasta que llegué a saber que había otro autor victoriano llamado Wilkie Collins. Seguramente, en mi fase de aficionada a la novela policiaca, me toparía con alguna mención a La piedra lunar como una de las primeras novelas detectivescas. Ni aún así me decidí a leerlo. Tenía la impresión  -sin duda causada por la etiqueta de "sensacionalista" con que aparecía en algunas críticas- de que sería un autor menor. Cuando por fin lo hice, mucho tiempo después, me di cuenta de que, una vez más, me había dejado llevar por los prejuicios. 

Créanme, igual que uno no debe juzgar un libro por su cubierta -es verdad que a todos nos gustan las cubiertas bonitas, pero no todas dan lo que prometen-, no deberíamos juzgar a un autor por lo que dicen de él. Ni siquiera los críticos. O, tal vez, sobre todo no los críticos. (Hago un breve excurso para recordar que, durante mucho tiempo, estos mismos críticos consideraron las novelas de Jane Austen "literatura para señoritas"; y es bien sabido que la crítica acogió la publicación de Cumbres borrascosas con horror, tachándola de impía, escandalosa y muchas cosas más. Solo son un par de ejemplos entre los más notorios. Si quisiera reflejar aquí todas las veces en que las críticas, ya sean positivas o negativas, de un libro me han llevado a engaño, no acabaría nunca.) 

Pero volvamos a Wilkie Collins. Lo que (casi) nadie dice de él es que es enormemente divertido. Bueno, tampoco lo dicen de Dickens y todas sus novelas están llenas de pasajes de una extraordinaria comicidad. Por algún motivo, se diría que ser capaz de hacer sonreír -o, directamente, soltar la carcajada- al lector es algo malo, cuando es un arte extremadamente difícil, que pocos consiguen dominar con soltura. Tomemos por ejemplo La piedra lunar, una obra con una intriga ingeniosa y una estructura narrativa admirable (cómo maneja Collins la sucesión de diferentes narradores es toda una lección del arte novelístico). No contento con eso, logra crear uno de los personajes más divertidos de la literatura moderna, en la figura del mayordomo, el señor Betteredge, absolutamente memorable. 

La longitud de la mayoría de sus obras fue otro de los factores que me hizo aplazar la lectura de este autor. Otro error. Es cierto, son largos, pero son tan amenos y pasan siempre tantas cosas que uno no lo nota. Tampoco resulta, como se podría pensar, trasnochado, ni "antiguo". De hecho, Collins era en muchos aspectos un avanzado a su época, y sus personajes femeninos tienen una personalidad, un vigor y una iniciativa que ya quisieran para sí muchas de las mujeres de Dickens. 

Por si aún no se han convencido de que deben leerlo, un par de cosas más: hoy, 8 de enero, se cumple el 200 aniversario de su nacimiento. ¿Qué mejor homenaje que empezar una de sus novelas? Si no saben por dónde empezar, este artículo del Guardian, escrito por Elly Griffiths (léanla a ella también), proporciona algunas pistas. Y, finalmente, Alba Editorial anuncia la publicación de La mujer de blanco en una nueva traducción, de Miguel Temprano. No lo duden: léanlo, me lo agradecerán.