El emperador en su estudio, por Jacques Louis David |
Lamentablemente, parece que vivimos una época de gobernantes poco amantes de las letras, cuando no casi alérgicos a ellas. El actual presidente de los Estados Unidos -cuyo nombre prefiero no pronunciar- dice no haber leído ningún libro en los últimos años. Falta de tiempo, argumenta. Por supuesto que todos los lectores sabemos que esa no es una excusa válida. Además, muchos otros ocupantes del cargo han cultivado la lectura. Sin ánimo de comparar a ese personaje con gentes cuya estatura intelectual y política le convierten en un pigmeo, quizás le daría qué pensar -aunque puede que tampoco tenga tiempo para reflexionar- el que figuras de tal relevancia histórica como Alejandro Magno o Napoleón fuesen grandes lectores. Del primero, es verdad, lo que se sabe está envuelto en brumas -dado que no se conserva ningún testimonio directo de contemporáneos suyos-, pero resulta plausible que Aristóteles, su maestro, le inculcase el amor por la lectura. La leyenda dice, al menos, que su autor de cabecera era Homero y que tenía siempre un ejemplar de La Ilíada cerca. De Napoleón poseemos mucha más documentación y no cabe duda de que era un ávido lector. No solo eso, también valoraba el aspecto físico del libro: el papel, la buena encuadernación, las bibliotecas... Como le sucede a la mayoría de los infectados por el virus de la lectura, la afición le venía de lejos. Según cuenta la amena obrita de Antoine Guillois, Les Bibliothèques particulières de l'empereur Napoleón (París, 1900), ya en su juventud devoró todas las obras contenidas en la biblioteca familiar de Ajaccio, y entre ellas sentía predilección por las Vidas de Plutarco y -cómo no- por Homero. Más adelante, se aficionó a Rousseau -cuyas obras pedía a un librero de Ginebra- y leyó, entre muchos otros autores, a Mme. de Staël y a Francis Bacon. Cuando, ya encumbrado al cargo de cónsul, se instaló con Josefina en la Malmaison, se hizo construir allí una hermosa biblioteca, donde reunió más de cinco mil ejemplares, sobre todo obras de historia y de filosofía, y que era su lugar de trabajo preferido.
Biblioteca del Château de la Malmaison |
Como era costumbre, hizo encuadernar todos los volúmenes en cuero, con las iniciales B y P entrelazadas en el lomo (de Bonaparte-La Pagerie, que era el nombre de la familia de Josefina) y "Malmaison " en letras doradas en la tapa. Algunos de ellos participaron, en el equipaje del general, de la campaña de Egipto. Por desgracia, esta biblioteca se dispersó, vendida en subasta en 1827, a la muerte de Eugène Beauharnais. (¡Qué no daría una por tocar alguno de estos libros, ya no digamos por poseerlo!)
No contento con llevar consigo libros durante sus desplazamientos, le interesaba estar informado sobre las nuevas publicaciones. Así, durante la campaña de Jena, le ordenó a su secretario que redactase la siguiente misiva:
"El emperador se queja de que no recibe novedades de París. Sin embargo, le sería usted fácil enviarnos cada día dos o tres volúmenes, con el correo que sale a las ocho de la mañana."
Y es que acostumbraba a entretener los viajes y las campañas leyendo; su berlina estaba dispuesta de modo que facilitase la lectura. Cuando un libro no le gustaba, Napoleón tenía la costumbre de tirarlo por la ventanilla, de modo que podríamos decir que fue dejando un rastro de libros por Europa. Tal era su avidez lectora que hasta llegó a idear una "biblioteca de viaje" que contuviese los libros que consideraba imprescindibles y a establecer las medidas y el tipo de encuadernación que debían tener. Estos libros iban protegidos en una caja de madera, para facilitar su transporte:
Como se puede observar, la propia caja tiene forma de libro, conformando así un falso libro con muchos libros dentro. No satisfecho con este arreglo, en 1808 le dio las siguientes instrucciones a su bibliotecario:
"El Emperador desea formar una biblioteca de viaje de mil volúmenes en formato de doceavo, impresos en tipografía Didot. Es intención de Su Majestad que dichas obras se impriman para su uso personal y, para economizar espacio, no deben llevar márgenes. Deben tener entre quinientas y seiscientas páginas, y estar encuadernadas con cubiertas lo más flexibles posible. Deberá haber cuarenta obras sobre religión, cuarenta obras dramáticas, cuarenta volúmenes de épica y sesenta de otras poesías, cien novelas y sesenta volúmenes de historia, siendo el resto memorias históricas de todas las épocas."
Finalmente, este proyecto no llegó a materializarse, pero ser el bibliotecario de Napoleón no era ninguna sinecura. El emperador no sólo leía enormemente, sino que era exigente con lo que leía. Así, en una ocasión le escribe a Barbier, su bibliotecario, quejándose de que las novelas que le manda son detestables:
"Van directas de la valija del correo a la chimenea. No nos envíe más porquerías de estas... Mande los menos versos que pueda, a menos que sean de nuestros grandes poetas."
Las peticiones Napoleón son constantes, uno se imagina al pobre Barbier corriendo de aquí para allá intentando satisfacerlas. Pero no todo son lecturas para distraerse, el emperador las emplea también para preparar concienzudamente sus campañas. Cuando está preparando la invasión de Rusia, solicita:
" Las obras más adecuadas para conocer la topografía de Rusia y sobre todo de Lituania [...] Debería asimismo disponer de todo lo que tengamos en francés sobre las campañas de Carlos XII en Polonia y Rusia."
Y, en mayo de 1812, reclama "un Montaigne en pequeño formato, que sería bueno incluir en la pequeña biblioteca de viaje". Esta biblioteca de campaña -hélàs!- ardió en su mayor parte durante la retirada de Rusia y el resto cayó en poder de los rusos.
En momentos de zozobra como los presentes, una desearía que sus gobernantes fuesen capaces de ampliar sus horizontes y leyesen un poco más a Montaigne. Si no lo hacen, no será por falta de espacio, pues hoy todos los libros que acarreaba Napoleón caben en un Kindle. ¿O aducirán falta de tiempo, como ese otro? Tal para cual.
He visto el título de la entrada y he venido corriendo. Ya sé que si digo que Bonaparte es una de mis figuras históricas preferidas quedará un poco raro... Es que soy historiadora, y siempre me ha fascinado la Revolución Francesa, su concepto y su inspiración. El joven Napoleón tuvo un papel primordial. Así que debería decir que me interesa Napoleón antes de que se convirtiese en emperador, y que en ningún caso comparto sus ideas absolutistas, tan solo el interés por una personalidad carismática y una inteligencia arrolladora.
ResponderEliminarDormía poquísimo y, como tú bien nos comentas, leía muchísimo. Legislador incansable (el código napoleónico sigue siendo la base de nuestro sistema jurídico), robaba momentos para leer a los grandes pensadores. Existe una edición de "El príncipe", de Maquiavelo, anotada por Bonaparte que es brillante. Qué inteligencia tan clara... Me gusta pensar que es porque siempre fue un gran y exquisito lector.
Me ha encantado esta entrada, es magnífica. Muchas gracias por detenerte un ratito en un personaje que, aunque controvertido, tuvo sus luces además de su oscuridad. Y sí, creo que le hubiese encantado tener un kindle :-) (palabra de historiadora).
A mí también me fascina Napoleón como personaje. Bueno, media Europa quedó hechizada por él durante sus primeros años, solo que su deriva posterior desengañó a muchos de sus admiradores (mira lo que hizo Beethoven con la Sinfonía heroica, que debía de haber sido "Napoleónica"). Alguien tan sensato y conservador como Walter Scott estaba obsesionado con él y dedicó varios años de su vida a escribir una biografía de este personaje. ¡Qué gran pérdida la de la biblioteca de Napoleón! Sería interesantísimo poseer todos sus libros con sus anotaciones. Me he dejado en el tintero el encuentro entre él y Goethe, de quien el emperador era ferviente lector, y su conversación en la que Napoleón intentaba enmendarle la plana acerca de algunos aspectos del "Werther". ¿Podemos imaginaros a uno de nuestros políticos con la altura intelectual para hacer algo parecido? Pues así nos va.
Eliminar¡Una entrada para ese encuentro con Goethe, por favor!
EliminarCreo que los últimos dirigentes que todavía tenían cierto destello napoleónico (digamoslo así) fueron Churchill, De Gaulle o Helmut Kohl. Así nos va.
Me ha gustado mucho, yo no soy una experta en historia y me ha dado una visión nueve y muy interesante de Bonaparte. Muchas gracias.
ResponderEliminarGracias, Carmen. Cuando el presente es tan poco grato como el actual, a veces reconforta volver los ojos al pasado. Siempre hay cosas que aprender de él.
Eliminar¡Qué interesante!
ResponderEliminar¡No tenía ni idea del tema!
Me ha parecido curioso eso de tirar los libros por la ventana o incluso al fuego. Pero tampoco me extraña mucho viniendo de un personaje como él. Sabía que era un gran lector, pero poco más. Me ha encantado la entrada.
ResponderEliminarUn abrazo.
La anécdota de los libros volando por la ventanilla del coche la he leído en más de un sitio, de modo que posiblemente sea cierta. Aunque también se dice que sus lacayos los iban recogiendo. ¡Tal vez se los quedaban para leerlos ellos!
EliminarHola, Elena. Tu artículo ha contribuido notablemente a mejorar la imagen que tenía de Napoleón. Alguien que ama la lectura ya tiene mucho ganado. Ojalá pudiéramos acusar a muchos de nuestros líderes actuales de ser lectores empedernidos y no los zoquetes (sin complejos) que son.
ResponderEliminarPues sí, ¡cuesta que te caiga mal una persona que demuestra tanta afición lectora!
EliminarSabía que Napoleón había sido un gran lector pero no tenía ni idea de los detalles que has contado. Especialmente interesante la "biblioteca de viaje", la caja es una idea perfecta.
ResponderEliminarSin embargo, ser un gran lector no evitó que perdiera el rumbo de la revolución y acabará metiendo a su país en una locura expansionista. Eso me preocupa, una tiende a pensar que los dirigentes nefastos son unos ignorantes como el que no has nombrado, pero resulta que también los hay cultos.
En fin, veamos por donde van los acontecimientos que estamos viviendo y como los dirigentes políticos nos llevan un poco más cerca del abismo.
Un abrazo.
Sí, parece que la lectura no inmuniza contra ciertas veleidades políticas. Será que el poder ciega la razón. Pero habrás de reconocer que el hecho de que te gobierne un tipo que no ha abierto un libro en su vida resulta, además de otras cosas, ridículo y humillante.
EliminarMuy interesante post, me ha encantado la biblioteca de viaje, es preciosa. Ahora, para viajar, llevamos cientos de libros en un kindle y es -hay que reconocerlo- otra cosa de bastante menos gusto.
ResponderEliminarCoincido contigo en la inanidad intelectual de nuestros políticos, pero todos. Me parecen bastante ignorantes, tanto de lo esencial de las letras como de las ciencias. Los políticos de las nuevas formaciones en esto no se diferencian de los anteriores.
Como curiosidad diré que el diplomático, ya retirado (sus memorias son una delicia), Jorge Dezcallar, que trabajó con todos los presidentes del gobierno de la democracia hasta Rajoy, sostiene que el presidente más culto fue Leopoldo Calvo-Sotelo. Y fíjate la escasa memoria que dejó. ¿Será significativo?
Muy curioso esto que apuntas de los políticos. A lo mejor es que para medrar en política la cultura es un lastre, porque te hace dudar, replantearte cosas, entender a los demás... en fin, todo eso que los políticos parecen poco dados a hacer.
EliminarMe ha encantado esta entrada. Desconocía la pasión lectora de Napoleón. Es una maravilla leer este blog.
ResponderEliminarAlberto Mrteh (El zoco del escriba)
¡Muchas gracias, Alberto!
EliminarHace poco leí una carta de Azaña, escrita entre febrero y julio de 1936, a Rivas Cheri, que se encontraba en México. La carta estaba dedicada casi en su totalidad a comentar y quejarse de algunas malas ediciones y elogiar otras. También decía desde su nube que sólo iba al parlamento una vez a la semana. Jajajajaja. Con la que estaba cayendo. Eso es un lector.
ResponderEliminar¡Me ha encantado esta anécdota! No sé cómo sería la cosa en su época, pero escuchando algunos debates parlamentarios, puedo comprender muy bien que prefiriese quedarse en casa, con sus libros, que asistir a ellos.
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