Max y Moritz |
Ya dejé bien claro en alguna otra ocasión lo que pienso de la plaga de corrección política aplicada a la literatura infantil (y a todo lo demás, por supuesto). Por eso saludo con alborozo la noticia de la recuperación por Editorial Impedimenta de uno de los clásicos más gamberros y divertidos de la literatura sin límite de edad: Las aventuras de Max y Moritz, de Wilhelm Busch. Para quien no haya oído hablar de él, Busch (1832-1908) fue un dibujante y humorista alemán que gozó de inmensa popularidad en su época, considerado -con razón- como uno de los pioneros del cómic. Sus obras, en el territorio germanohablante, siguen siendo clásicos indiscutibles y han divertido a generaciones de niños y adultos, hasta el punto de que algunos de sus versos han llegado a ser de uso común en el idioma (como el que dice -con gran sabiduría- "Vater werden ist nicht schwer, Vater sein dagegen sehr": "Convertirse en padre no es difícil; ser padre, en cambio, lo es mucho"). Max y Moritz son dos mozalbetes desvergonzados que se entretienen haciendo rabiar a los adultos. Es cierto que muchas veces salen escaldados, pero no por eso desisten de su empeño. Como los niños de verdad, pues.
Uno de los estupendos dibujos de Busch |
La edición original, de 1865, fue impresa a partir de grabados en madera y era en blanco y negro, dado que las técnicas de la época no permitían otra cosa (aunque los dibujos originales de Busch, que se pueden contemplar en el Museo Wilhelm Busch de Hannover, están coloreados con acuarela). Sin embargo, ya hacia principios del siglo XX las sucesivas reediciones se empezaron a colorear y es así como las conocemos ahora. Y como se presentan en esta edición, que además cuenta con una excelente versión española en verso de Victor Canicio. El mismo traductor, por cierto, que trasladó al castellano otro de los clásicos de la literatura infantil germana, el Struwwelpeter, Pedro Melenas en versión castiza.
Es éste un libro que a mí de pequeña me fascinaba e inspiraba temor a partes iguales. Creo que esa era la intención de su autor, pues se trata de historias morales que pretenden lograr que los niños se porten bien. Al estilo de la época, claro. Es decir, sin miramientos. Así, el niño que no quiere comer la sopa se va quedando en los huesos, hasta morir; la niña que juega con cerillas acaba ardiendo como una pira y -el que más horror me causaba- al niño que se chupa el dedo viene un sastre con unas enormes tijeras y ¡le corta los pulgares!
Para que luego nos andemos quejando del "gore" que consumen los niños por televisión. Por cierto, una obra que el propio Mark Twain tradujo al inglés. Ejemplar, desde luego. Aunque a los infantes de hoy, que crecen entre algodones, igual les causa alguna pesadilla.
Un poco terrorífico, jaja! Pero tienes razón, si quitan todos los personajes terribles de los cuentos, nos quedamos sin cuentos.
ResponderEliminarNo lo conocía. Te doy la razón en que los cuentos han de tener un punto de temor y emoción que han perdido.
ResponderEliminarUn abrazo!!
No me suena de nada. Me fustigaré un poco. Solo me suena la historia de los niños "chupones" y los pulgares amputados, pero muy remotamente.
ResponderEliminarA los niños hay que meterles miedo (con precaución, claro). En caso contrario estamos descompensando su educación. Como dirían Les Luthiers, "una buena araña" de vez en cuando, no hace daño.
Sencillamente maravilloso. Ultra fan. Feliz de que Impedimenta se haya fijado en ellos para el público que lee en castellano.
ResponderEliminarNo los conocí hasta el año pasado: en "Cent personatges de la literatura infantil" eran uno de ellos, los únicos que iban juntos. Y me gustó mucho lo (perdón por la palabrota) cabroncetes que eran. Daniel el Travieso, Guillermo... son sus discípulos. Lástima que parece que ahora ya no haya niños como esos, ni obras así.
ResponderEliminarNo sé si me habría gustado leer esos cuentos de niño. Supongo que sí, aunque creo que el último dibujo me habría dado pesadillas. ¿Qué tenían esas ilustraciones antiguas que uno las recuerda toda la vida? No obstante, estoy de acuerdo en que la actual tendencia a proteger en exceso a los niños de todo lo que pueda parecer desagradable es perniciosa para ellos y para la sociedad. Recordemos el castigo que sufrían los (bastante inofensivos) gamberretes Zipi y Zape: ¡el cuarto de los ratones!
ResponderEliminarNo conocía ninguno de los textos que citas, pero me llaman la atención, sobre todo el primero: buscaré el libro de Impedimenta.
ResponderEliminarxG
Gracias a todos por vuestros comentarios. Reivindico de nuevo una literatura infantil que no dulcifique innecesariamente la realidad: los niños, los de antes y los de ahora, hacen gamberradas, atentan contra la autoridad, se burlan de los adultos (y de los otros niños). ¿Por qué no mostrarlo? Con una buena dosis de humor, como ocurre en estos clásicos, todos se/nos podemos reconocer en ellos. Una literatura infantil que hable al niño, pero también al adulto, que no nos trate a todos de tontos. ¿Es necesario recuperar a Wilhelm Busch para recordarlo?
ResponderEliminarY Mark Twain sabía muy bien lo que se hacía.
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