John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 23 de octubre de 2012

¡SPOILERS!

Marie leyendo en el jardín, del pintor
noruego Peder Severin Kroyer.
Durante uno de esos largos veranos de mi adolescencia, mi hermano y yo coincidimos -imagino que por aquello de las inevitables rivalidades fraternas- en querer leer el mismo libro, una novela policiaca cuyo título, la verdad, no recuerdo. Al final, impuse mis derechos de hermana mayor y me hice yo con él. Sin embargo, como tenía -y sigo teniendo- la costumbre de leer varios libros al mismo tiempo, durante algunos momentos del día el volumen en cuestión quedaba disponible. Mi hermano, taimado él, no sólo aprovechó esos intervalos para leerlo a escondidas, sino que ideó una sutil venganza: apuntó en una de las páginas, hacia el final, cuando la intriga estaba en su punto álgido, "El asesino es Tal" (no recuerdo tampo el nombre, claro). Me arruinó la lectura, por supuesto. Sirva esta anécdota para advertir a los lectores que hayan llegado hasta aquí que a lo largo de esta entada revelaremos el final de unas cuantas obras destacadas de la literatura. Quedan avisados. Luego, que nadie venga quejándose de que le he estropeado la lectura.
Todos tenemos lagunas en nuestra formación literaria, un "muro de la vergüenza" que a menudo no nos atrevemos a revelar. Y, en cualquier caso, admitamos que es imposible leer todo lo que se supone que una persona medianamente culta debe haber leído. No hay tiempo material. Por otro lado, como sugiere sensatamente el artículo del Huff Post que me ha servido de inspiración, ¿qué sentido tiene perder tu precioso tiempo leyendo varios libros de un autor que quizás no te gusta? ¿Sólo porque es un autor importante? Al estilo de lo que hacía Pierre Bayard en su libro Cómo hablar de los libros que no se han leído, ese artículo quiere ayudarnos a salir de esas situaciones en que alguien pregunta "¿Qué te pareció tal libro?" desvelándonos el final de unas cuantas de esas obras maestras. Eso no nos permitirá extendernos hablando del libro en cuestión, pero sí decir "No me gustó cómo acaba" o "Ese final me hizo llorar" (creo que sólo puede aplicarse a La cabaña del tío Tom). Así pues, ahí van unos cuantos spoilers. Pensando en el público de habla hispana, he añadido a los tomados del Huff Post un par que pertenecen a obras escritas en castellano. ¡Ah! y por si alguien no ha visto la película, me he abstenido de decir quién es el personaje que muere en el último volumen de la saga de Harry Potter (¿alguien tiene alguna duda aún de quién es?).
 
 
Moby Dick, de Herman Melville: Al contrario de lo que podría suponerse por la cubierta, Moby Dick no es una ballena llena de furia, sino más bien un ser apático, aunque muy poderoso. El que sí está obsesionado es el capitán Ahab, que acaba siendo arrastrado a las profundidades del oceáno junto con toda su tripulación, a excepción de Ishmael (que es el narrador; de no haber sobrevivido, no habría novela).
 
 
Ulises de James Joyce: Aunque esto es el anti-spoiler, porque lo de menos en la novela es el final, la cosa va así: Molly Bloom piensa ocho frases realmente largas mientras está en la cama junto a su esposo. Le parece que le va a venir la regla, lo que confirma que no está embarazada de un hombre que no es su marido.
 
 
 
 
La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe: El dueño de Tom muere antes de poder concederle la libertad a Tom y su malvada esposa se lo vende a un nuevo dueño aún más malvado, quien hace que lo maten porque se niega a denunciar a sus compañeros, que han escapado. Este sí es uno de los casos en que conviene saber el final.
 
 
La regenta, Leopoldo Alas "Clarín": El marido de Ana Ozores muere en un duelo por salvar su honor y ella se ve repudiada por toda la sociedad, incluido el Magistral, su confesor. La última escena transcurre en la catedral e inluye un beso viscoso como un sapo. Basta con decir que eso era realmente asqueroso para quedar bien.
 
 
El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez: Después de varios rechazos y de un paciente cortejo, Florentino Ariza logra por fin, a sus setenta años, conquistar el amor de Fermina. Nunca es tarde si la dicha es buena. ¡Por fin un final feliz!
 
 
 

jueves, 18 de octubre de 2012

EMMA BOVARY, REVISITADA

Las ediciones de Madame Bovary que
tengo en casa. Y creo que falta alguna...
Dice Mario Vargas Llosa en su espléndido estudio La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary: "Un puñado de personajes literarios han marcado mi vida de manera más durable que buena parte de los seres de carne y hueso que he conocido. Aunque es verdad que cuando personajes de ficción y seres humanos son presente, contacto directo, la realidad de estos últimos prevalece sobre la de aquéllos -nada tiene tanta vida como el cuerpo que se puede ver, palpar-, la diferencia desaparece cuando ambos tornan a ser pasado, recuerdo, y con ventaja considerable para los primeros sobre los segundos, cuya delicuescencia en la memoria es sin remedio, en tanto que el personaje literario puede ser resucitado indefinidamente, con el mínimo esfuerzo de abrir las páginas del libro y detenerse en las líneas adecuadas". Y, continúa, "ninguno más persistente y con el cual haya tenido una relación más claramente pasional que Emma Bovary". Unas palabras con las que me identifico plenamente. Madame Bovary, en esa época en que se descubre la gran literatura y en que todo parece nuevo, me deslumbró, hasta el punto que, durante varios años (creo que no tantos como Vargas Llosa, que dice haberla releído más de seis veces) este libro era mi lectura recurrente cada verano, y cada vez encontraba en él nuevos asombros, nuevos detalles fascinantes, un goce por el lenguaje difícil de igualar. Lo he leído en diversos formatos, en francés, en castellano -en la hasta ahora canónica traducción de Consuelo Berges- e incluso le he echado un vistazo a una traducción inglesa (¿sabían ustedes que la primera versión inglesa de este libro la llevó a cabo Eleanor Marx Aveling, la hija del mismísimo Karl Marx?) y siempre me ha deparado gratísimos momentos. Por eso, nada puede algerarme más que el hecho de que desde hace poco contemos con una nueva traducción al castellano, obra de María Teresa Gallego y primorosamente editada por Alba. Su título ha despertado algún debate, pues se ha castellanizado todo él a La señora Bovary. Pero la explicación que de ello da la propia traductora creo que zanja cualquier discusión.
 
 
 
¡Si la primera versión castellana llevaba por título La adúltera! (pienso que sus editores, atentos sólo a los superficial, creyeron que era un folletín). Otro motivo de satisfacción con esta edición es su bella cubierta. La mayoría de ediciones que conozco llevan como ilustración de cubierta una mujer (menos en el caso de la edición de Wordsworth de 1993, donde se ve un hombre desesperado, suponemos que el pobre Charles, ya viudo, aunque eso suena más bien a spoiler), pero el del botín es un motivo mucho más adecuado. Pues Flaubert, como nos recuerda Vargas Llosa en su estudio, era un verdadero fetichista de los pies y los pies, o el calzado, como motivo erótico son un detalle recurrente en la novela. Vean como muestra los aspectos que selecciona el novelista para mostrar cómo Charles percibe el abismo que separa a la joven y bella Emma (aún soltera, a quien él visita en su granja) de su propia, vieja y gruñona esposa. Como es natural, cito por la traducción de María Teresa Gallego:
"... le gustaban los zuequitos de la señorita Emma en las baldosas fregadas de la cocina; con esas alzas parecía de estatura algo mayor y cuando lo precedía al andar, esas suelas de madera, al alzarse deprisa, restallaban con un ruido seco contra el cuero de la botina." Su mujer, en cambio "... era flaca, con los dientes hacia fuera y llevaba en todas las estaciones una toquillita negra con un pico que le caía entre los omóplatos y el talle tieso metido en vestidos como fundas, que le estaban cortos y dejaban asomar los tobillos, con las cintas de unos zapatos muy anchos cruzándose encima de las medias grises".
Después de leer a Flaubert, resulta difícil ver unos botines sin que se encienda la imaginación...
 

lunes, 15 de octubre de 2012

LAS PRESENTACIONES DE LIBROS NECESITAN UN CAMBIO

 
Llevo unos días en plena parálisis bloguera no, como podría suponerse, por falta de temas, sino precisamente por lo contrario. Mi lista de temas pendientes crece y crece, y no acierto a elegir cuál debería ser el primero. L'embarras du choix, como dicen los franceses. Total, que seguía hoy perpleja ante las numerosas opciones posibles cuando he dado con este artículo del Publishers Weekly que habla sobre cómo se están transformando (en USA, se entiende) las presentaciones de libros a raíz de la influencia de las redes sociales en la lectura. Comoquiera que desde hace años pienso que las presentaciones de libros son un rollo, que -como sabe todo aquel que haya trabajado en el negocio editorial- sólo sirven para dejar contentos a la madre, tías y quizá algún primo del autor, que suelen ser los únicos que asisten a tales eventos, el tema ha pasado automáticamente a encabezar el ránking. De modo que ahí va la pregunta: ¿Es posible transformar las presentaciones de libros? Vaya por delante que el formato actual más habitual en España es distinto que en otros países de nuestro entorno. En Alemania, por ejemplo (y en USA, por supuesto), las presentaciones suelen consistir en lo siguiente: llega el autor, se sienta y se pone a leer de su libro; el público escucha con atención y cuando la cosa acaba, aplaude educadamente y se va. Aquí, por regla general, a los libreros y editores que organizan los actos les parece que eso de escuchar leer es un aburrimiento, de modo que nada de lectura. Una genuina presentación española consiste en que uno o varios colegas del autor se marquen un discursito sobre lo bien que lo hace Fulanito y lo interesante que es la novela en cuestión. Sólo les falta decír "¡cómprenla!" (bueno, en ocasiones lo hacen, yo lo he oído). Luego el autor, a su vez, tras agradecer la amabilidad de los presentadores, se quita méritos (o no) e incide en lo mucho que le costó escribir el libro, lo excelentes que han sido sus editores, etc. etc. Total, que el ego de unos y otros sale reforzado del acto, pero los asistentes que no conocieran de antemano la obra del escritor de marras se quedan sin saber cómo escribe. Claro que esto último no suele tener mucha importancia, porque como he dicho la mayoría de los asistentes son familiares o amigos del autor, que ya estaban convencidos de antemano. Las cosas sólo funcionan de otro modo cuando el libro que se presenta es de un autor hiper-mega-conocido, en cuyo caso la asistencia es masiva y entusiasta y es igual lo que digan los presentadores, porque los fans se lo van a comprar igual.
 
La librería española en Berlín, Rayuela,
organiza presentaciones que, al modo germano, son lecturas
Volviendo a la pregunta inicial: ¿es posible pensar en otro formato? Y, como apunta el Publishers Weekly, ¿influirán las redes sociales en las presentaciones de libros? Ellos también apuestan por eliminar las lecturas, pero no para sustituirlas por una catarata de elogios mutuos (y huecos), sino para convertir el acto en una ocasión para que los lectores se sientan más cerca del autor y también se relacionen entre ellos. Presuponen, claro, que el autor ya es conocido -es decir, que a través de las redes se habrá hecho con un cierto número de seguidores- y que esos seguidores a su vez han interactuado antes virtualmente, con lo cual la presentación se convierte en una especie de "quedada" en la que pueden conocerse mejor y afianzar sus relaciones. No estoy muy segura de que este formato funcione, pero lo que sí sé es que algo hay que hacer con las presentaciones. Porque, como voraz lectora, puedo decir que prefiero quedarme en casa leyendo un libro que perder esas preciosas horas en una presentación. Quizá es que los lectores somos así, seres huraños y poco sociables. Pero en ese caso, ¿por qué molestarse presentando nada? La mejor pressentación, sin duda, es la propia lectura.
 

miércoles, 10 de octubre de 2012

EUROPEANA, UN TESORO A TIRO DE CLIC



¡Con lo mucho que una le gustan las bibliotecas, ya sean físicas o digitales, y sólo hace un par de días, gracias al anuncio del VI Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas/Europeana Conference que se celebra en Burgos (y a mi curiosidad natural, que me ha impulsado a investigar qué era eso), que he conocido Europeana, ese baúl de los tesoros! Me resulta incomprensible -y una lamentable pérdida de tiempo- que no lo haya descubierto antes. Para los que anden tan despistados como yo hasta ahora: Europeana es una biblioteca digital europea de acceso libre en la que sen encuentran fondos de diversas instituciones culturales de 27 países. La idea se gestó en 2005, pero Europeana como tal no entró en funcionamiento hasta diciembre de 2008; está accesible en varios idiomas, aunque los contenidos de cada país, lógicamente, están en el idioma que corresponda, y a día de hoy agrupa millones (literalmente) de libros, pinturas, documentos de archivo y objetos museísticos en general. Apabullante, ¿verdad? Ante tales cifras, uno se pregunta, ¿por dónde empezar? Ah, pero es que lo mejor de Europeana es que la propia biblioteca agrupa contenidos por temas, bajo un concepto que ellos llaman "exposiciones" y los presenta de manera atractiva y didáctica (quizás un poco simple, para mi gusto, me hubiera gustado mayor profundización). Veamos, por citar sólo uno de los ejemplos que he tenido ocasión de explorar mínimamente, la exposición dedicada a la Gran Guerra europea, la de 1914-1918, que lleva el atractivo título de "Historias no contadas de la Primera Guerra Mundial" (me temo que  en este caso sólo es accesible en inglés, francés, alemán y esloveno).


 Una vez dentro de la página, se abre una verdadera mina para los buscadores de historias: bajo unos epígrafes como "Lo inesperado", "Noticias del frente" o "Historias de familia" encontraremos miles de documentos de identidad, fotos, cartas, etc. que explican historias de otros tantos seres anónimos que vivieron y sufrieron esa guerra. Si yo fuese novelista, creo que me pondría ya mismo a bucear en esos archivos. La Primera Guerra Mundial también tiene una presencia destacada en "Europeana Remix", una plataforma que agrupa historias en torno a esa época. A veces, esas exposiciones conducen a "asociados" de Europeana, alguna de las muchas instituciones que colaboran en el proyecto, y entonces uno puede, por ejemplo, saberlo todo sobre la diosa Atenea


O hacer un recorrido por una serie de edificios europeos representativos del "art nouveau" (sí, incluye el modernismo)


O tantas otras opciones... Aunque no resulte muy evidente en las exposiciones, Europeana tiene también mucho contenido español, como demuestra la larga lista de bibliotecas y entidades que han contribuido con sus fondos. Un campo muy amplio por explorar, que sin duda guarda aún muchas sorpresas... Sin duda, un feliz descubrimiento.
(Por cierto, que este proyecto, tan ambicioso, lo hemos pagado todos con nuestros impuestos, de modo que úsenlo, vale la pena.)

viernes, 5 de octubre de 2012

ARTE BIBLIÓMANO



No hay como los libros para decorar una habitación. A menos, eso es lo que pensamos la mayoría de los bibliómanos. (Si fuera por nosotros, los decoradores de interiores estarían todos sin trabajo.) Sin embargo, a veces queda algún pedazo de pared libre (por lo general, porque allí no cabe una estantería). ¿Lo dejamos vacío? ¿Aprovechamos para colgar aquel grabado que nos regaló nuestra tía? Pero no, era un poco triste. ¿Alguna foto familiar? ¿Otra más...? ¿Por qué no algo de arte bibliómano? Por ejemplo, alguno de los sugerentes cuadros de Jonathan Wolstenholme. En este artista británico, la combinación del amor por los libros con el gusto por el surrealismo y una pizca de sentido del humor ha dado como resultado una serie de cuadros donde los libros, antropoformizados, conversan, beben, escriben, juegan a ajedrez o se leen unos a otros. Ha conseguido de este modo ilustrar esa sospecha que tenemos todos de que, cuando no miramos, nuestros libros adquieren vida propia y se dedican a sus quehaceres, cansados de aburrirse en las estanterías. Vean, vean, de lo que son capaces...



¿Que no te va lo del surrealismo y eres más de arte clásico? Sin problema, no por eso hay que renunciar a decorar las paredes con motivos librescos. El gran bodegonista holandés Jan Davidsz de Heem (1606-1684) pintó una serie de de ellos dedicados a los libros que son una preciosidad:
 
 


Por cierto, esta última naturaleza muerta con libros se encuentra en uno de los museos menos conocidos de París. Se trata de la Fundación Frits Lugt -un reputado coleccionista de arte de origen neerlandés-, ubicada en el Hôtel Turgot. No es un  museo que se pueda visitar, salvo con cita previa, pero de vez en cuando hacen alguna exposición. A juzgar por lo que se pudo ver en la más reciente, es uno de esos lugares que merece la pena anotarse en la agenda.  

martes, 2 de octubre de 2012

HOBSBAWM Y LA REPÚBLICA DE WEIMAR

Imagino que todos los que me leen sabrán ya que ha muerto Eric Hobsbawm (1917-2012), uno de los grandes historiadores del siglo XX. No voy a detenerme aquí a enumerar sus obras ni comentar la profunda influencia que ejerció en toda una generación de intelectuales, pues todos los medios le han dedicado artículos donde se reseñan estos aspectos. La mayoría de ellos se demora en hablar sobre su adhesión a la visión marxista de la historia, pero muy pocos se paran a destacar otro aspecto fundamental de su obra, que es su puesta en valor y su recuperación de la cultura popular.  Aficionado al cine y entusiasta del jazz, fue de los primeros historiadores académicos en prestar atención a figuras como Billy the Kid o los bandidos sicilianos. Además, escribía muy bien, con una prosa elegante e inteligible para cualquier lector. Nacido en Egipto y educado en la Alemania de la República de Weimar, Hobsbawm -de familia judía- tuvo la suerte de trasladarse a Inglaterra en 1933, donde se convertiría en uno de los escritores exófonos de que puede presumir la lengua inglesa.
Con motivo de su fallecimiento, la London Review of Books recupera de su archivo un hermoso artículo que Hobsbawm escribiera en 2008, en el que evoca la vida en la República de Weimar. Creo que vale la pena pasarle revista, por lo que tiene de análisis histórico y a la vez profundamente personal.
 
"Pasé la época más formativa de mi vida, los años de 1931 a 1933, como alumno de Gymnasium [el equivalente a un instituto de secundaria] y aspirante a militante comunista, en la moribunda República de Weimar", comienza. En otoño de 2007, durante una cena de antiguos alumnos de la escuela de Marylebone que frecuentó en  Inglaterra, al describir cuál fue su reacción como recién llegado al país, puso la siguiente comparación: "Imaginaos que sois el corresponsal de un periódico ubicado en Manthattan y que vuestro editor os traslada a Omaha, Nebraska. Así me sentí yo cuando llegué a Inglaterra después de casi dos años en el increíblemente emocionante, sofisticado, intelectual y políticamente explosivo Berlín de la República de Weimar. Este lugar fue una terrible decepción." Unos años berlineses que eran aún más emocionantes por el hecho de que todos los que los vivieron tenían la impresión de que eso no podía durar. De los escasos catorce años que duró esa República, sólo seis fueron de relativa normalidad. En palabras de Hobsbawm, la República "pasó brevemente a través de las ruinas de un pasado muerto pero no enterrado hacia un final súbito pero esperado y un futuro desconocido." Y cita lo que decía  Max Reinhardt, el gran hombre de teatro: "Lo que me gusta es este sabor de fugacidad en la lengua: cada año puede ser el último".
 
Berlín, Potsdamer Platz,
en los años veinte
Pero, como señala Hobsbawm en su artículo, durante esa etapa Berlín se convirtió en un gran crisol cultural, gracias sobre todo a la extraodinaria concentración de talentos de toda Europa que se reunió allí tras la caída del imperio ruso y del austrohúngaro. "Con sus más de siete mil publicaciones periódicas, 38.000 libros (en 1917) y la industria del cine más potente después de Hollywood, Alemania era un mercado vastísimo. A la caída del imperio de los Habsburgo absorbió de forma natural el gran superávit de talento de lo que quedaba de Austria. ¿Dónde estarían las películas de Weimar sin Viena, sin Fritz Lang, G. W. Pabst, Wilder, Preminger o, para el caso, Peter Lorre?" (Añadamos que también el cine de Hollywood se nutriría de ellos, unos años después.) 
Ese fermento cultural produciría movimientos como la Bauhaus (donde se codeaban alemanes, austríacos, rusos, suizos y holandeses) o como el expresionismo: cuenta Hobsbawm que los caballos azules de Franz Marc decoraban los pasillos de su instituto hasta que el nuevo régimen los arrinconó junto a su director republicano. O figuras como Brecht, Kurt Weill, Heidegger o Walter Benjamin.
 
Franz Marc, Die blauen Pferde (1911)
También supondría un gran avance en el terreno científico. Max Planck, Fermi, Heisenberg u Oppenheimer trabajaron allí. Y en esos años Alemania consiguió 15 Premios Nobel de Ciencias, un récord que tardaría luego cincuenta años en igualar.
Según Hobsbawm, "Esta fue la última vez en que Alemania se encontraría en el centro de la modernidad y del pensamiento occidental". Sin duda, la conciencia de estar sobre un volcán a punto de explotar resultó una espoleta para la creatividad.
"Los momentos en que uno sabe que la historia ha cambiado son escasos, pero éste fue uno de ellos. Por eso aún puedo verme a mí mismo en la fría tarde del 30 de enero de 1933, caminando a casa desde la escuela junto con mi hermana mientras reflexionaba acerca de qué podría suponer la noticia de que Hitler había sido nombrado canciller. Unos días después alguien me trajo la máquina copiadora de la SSB, la organización comunista de mi colegio, para que la guardase bajo mi cama. Pensaron que estaría más segura en casa de un extranjero. Pero de ahora en adelante ningún lugar sería seguro."
No hay tantos testigos de la Historia que sepan al mismo tiempo analizarla tan bien.