John F. Peto

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viernes, 2 de junio de 2017

ESCRIBIR CON SEUDÓNIMO

(Foto: Luciano Ribas)

Esconderse. Fingir. Sortear prohibiciones. Desconcertar al público. Usar una voz distinta. Cambiar de identidad. Ser otro.
Son muchos y diversos los motivos que llevan a escribir bajo seudónimo. Históricamente, el seudónimo ha sido el disfraz idóneo para sortear la censura, o la desaprobación social. Mujeres que adoptaban un nombre masculino para presentarse ante el mundo y que sus obras fuesen tenidas en cuenta, como las dos "George", George Eliot y George Sand, en la vida real respectivamente Mary Ann Evans y Aurore Dupin (o Dudevant, según optemos por su nombre de soltera o de casada: en países como Francia o Inglaterra, donde las mujeres pierden su apellido al casarse para adoptar el del esposo, tal vez el seudónimo era simplemente un cambio de identidad más). O, mas tímidamente, se escondían bajo el genérico "a Lady", como hizo Jane Austen al publicar su primera novela, Sense and Sensibility.



Este deseo de esquivar la mirada severa del público, de que no piensen mal de uno por haber escrito nada menos que ¡una novela! no es privativo, sin embargo, del sexo femenino. Walter Scott, cuando ya era conocido y alabado por sus compatriotas como poeta -la popularidad de su poema narrativo La dama del lago traspasó fronteras, hasta el punto de que Schubert puso música a algunos fragmentos; el célebre Ave María, tan socorrido en bodas y otros festejos, procede precisamente de esa obra, aunque la letra original no se ha mantenido- no se atrevió a publicar su primera novela histórica, Waverley, bajo su propio nombre. (Forma parte de las curiosidades de la historia de la literatura el que se considerase admirable que un jurista como era Scott hubiese pergeñado un poema sobre desdichados amores junto a un lago escocés en el siglo XVI y sin embargo se viese como impropio que escribiese obras en prosa que trataban igualmente de amores y batallas en un trasfondo histórico.) De modo que esta primera incursión suya en el género salió anónimamente, sin autor, pero como su éxito hizo inevitable que le siguiesen otras de tema parecido, éstas aparecieron firmadas por "El autor de Waverley". Si no es exactamente un seudónimo, se le parece mucho. A pesar de que la obra fue muy aplaudida, y que varios críticos vieron en ella la mano inequívoca de Scott, éste se empeñó en mantener la ficción sobre su autoría durante muchos años. Tal vez es que le había tomado gusto a jugar al escondite.
Porque otra de las cualidades del seudónimo es que permite a los autores sortear esos compartimientos en que el público tiende a colocarlos. Si es usted un escritor con varias novelas alabadas por la crítica sesuda, salir de repente con una novela policiaco-humorística podría desconcertar a su público. O tal vez enajenárselo. Esto es lo que debió de pensar Julian Barnes, que en la década de los ochenta publicó varias novelas protagonizadas por un detective bisexual bajo el seudónimo de Dan Kavanagh. Las novelas -doy fe de ello, porque he leído un par- son realmente divertidas. Y me consta que escribir en un registro tan alejado del suyo habitual resultó liberador para él. Como dijo en una entrevista:

"Liberador en el sentido de que podía permitirme cualquier fantasía de violencia que se me ocurriese. Odio a los gatos, pero en una novela Julian Barnes como mucho le daría un empujoncito a uno para sacármelo del regazo. Sin embargo, dame un seudónimo y para cuando acabe el primer capítulo ya lo habré asado en la barbacoa."

Esta es la foto que aparece en la web de Dan Kavanagh.
Ciertamente, un autor elusivo

Su ejemplo ha sido seguido luego por varios colegas, entre ellos el premiado John Banville, que publica sus novelas policiacas bajo el nombre Benjamin Black, o la propia J. K. Rowling, que para liberarse del corsé harrypotteriano firmó sus novelas policiacas como Robert Galbraith.
Y con esto estamos donde quería llegar desde el principio: el seudónimo a veces sirve no tanto para ocultarse, como para dejar que asome otra faceta de uno mismo. Como sin duda saben los amables lectores que hayan leído mi libro, El síndrome del lector -o al menos le hayan echado un vistazo-, este blog aparece también bajo seudónimo. Eso es algo que parece desconcertar a muchos de mis conocidos, que no entienden el motivo -"Si no te metes con nadie, ni es algo de lo que tengas que avergonzarte, ¿por qué"- (pero no es para ellos que escribo esto, de modo que me importa poco su opinión). La explicación, si es que necesaria alguna, es muy sencilla: Elena Rius me permite centrarme en mi yo lector, dejando de lado todas las demás personalidades que una se ve abocada a adoptar en el curso de su vida profesional y familiar. Aquí no soy madre, ni profesora, ni editora, ni traductora, ni trapecista (eso  último tampoco me atrevería a serlo). Nada más que una lectora que les cuenta cosas sobre libros a otros lectores. Quizás debería hacerme una tarjeta de visita: Elena Rius, lectora.



De todos modos, si alguien quiere conocer cómo es la autora de este blog, ésta se materializará, en todas sus personalidades, los próximos días 9 y 10 de junio en la Feria del Libro de Madrid. Los lectores curiosos quedan cordialmente invitados a pasarse por allí.

[Viernes 9 de junio, a partir de las 18:30, en Librería Pasajes, caseta 143. Sábado 10, a partir de las 12 en Trama Editorial, caseta 195.]




martes, 1 de diciembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.5): DEL SALÓN A LA LEONERA

En esta ocasión, nos trasladamos a la biblioteca de Miss W, del bibliómano y anglófilo blog At Winnifred's, que además de libros de vez en cuando también nos ofrece sabrosos comentarios de películas. Una biblioteca que muestra especial querencia por los cuentos, los clásicos y los autores anglosajones, sin renunciar a la variedad.
 
 
¡Hola! Dejadme que en primer lugar agradezca a Elena Rius el hecho de haber sido invitada a colaborar en su blog, espacio que sigo desde hace tiempo y que por supuesto tengo enlazado en el mío.

Mi biblioteca es extensa, ocupa prácticamente todo el salón de casa, al que más que salón deberíamos llamar “biblioteca con sofás” y buena parte de la habitación-leonera donde además de los ordenadores tenemos el rincón de la plancha. En el salón tengo todo ordenado en primer lugar por géneros: Narrativa, poesía, teatro y ensayo (también hay baldas para la literatura de viajes, la mitología, el cine, gran formato y parte de nuestros vinilos) y en segundo lugar de la A a la Z por autor. Lo que más abunda es la narrativa, tanto que los cuentos ya se han “independizado” de la biblioteca compacta y han exigido su propio mueble, ese mueble oscuro que aparece en la foto y en el que yo  suelo colocar las nuevas adquisiciones para fotografiarlas y enseñarlas en mi blog.
 
Cuentos y más cuentos
 
Los libros me gustan todos: los de bolsillo, los de tapa dura, los ilustrados, y los que no lo están. Todos son hijos, los quiero por igual y conviven en el mismo espacio. Compro la mayoría en rastros, mercadillos, librerías anticuarias y de ocasión y una minoría en librerías convencionales (de libros nuevos, para entendernos). Lo que sí miro es que sea, si puede ser, una buena edición y a ello me refiero a que si tiene un buen prólogo y está anotada, mejor que mejor y, por último, ya genial si tiene buena letra porque últimamente estoy perdiendo vista por esas cosas de la edad...

Un defecto: la mayoría de los libros están en doble fila, se nos han ido de la mano porque aunque de vez en cuando practicamos un expurgo, luego resulta que no nos cortamos a la hora de comprar más: incorregibles, tanto mi X como yo.
 
 
¡Socorro, nos desbordan!


En las fotos no se aprecia pero los Dickens  y Dumas esconden  a los Delibes, Defoe, Duras , etc. que no podréis ver...
 

Y no podía faltar Queen Elizabeth presidiéndolo todo...
 
En la habitación de usos múltiples o leonera tengo toda la literatura en inglés y ahí no tengo ningún orden aunque sí que tengo un archivo de ellos y ya suman 470 volúmenes entre todos los géneros. Solamente tengo separados todos los clásicos ( Hardy, Austen, Trollope, etc) de los modernos pero  ya va llegando la hora de que al menos separe la novela del resto de géneros. Aquí sí que el 99 por ciento son  de segunda mano. Siempre  que salgo fuera vengo cargada de libros de mercadillos, charities y demás y también los compro por internet, claro. Os dejo en foto una pequeña muestra en representación de mi literatura inglesa. Entre mis autores favoritos están Janet Frame, Julian Barnes y  Margaret Atwood, por citar solo algunos.
 
 
 
 
 
 

También tenemos libros relacionados con nuestras profesiones, algo de literatura en francés, libros de cocina , los tebeos y la novela gráfica.

Nada más. Espero que  este breve recorrido os haya gustado y gracias por leerme.

Un saludo desde  tierras del Norte. Miss W.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

LEER EN TIEMPOS DE AFLICCIÓN



Evitamos pensar en ello, pero la muerte es una realidad de la que resulta imposible escapar. La idea de nuestra propia mortalidad es difícil de digerir, pero al fin y al cabo, una vez desapareces -cuando te conviertes "en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada", como decía Góngora- qué más da todo. Lo verdaderamente duro es la muerte de los demás, de aquellos a quienes amas. Nada, ni la enfermedad más larga, ni el diagnóstico más sombrío, te prepara nunca para eso. Te enfrentas entonces al abismo, a un inmenso vacío imposible de llenar. Este dolor, este largo proceso de duelo es además totalmente individual, incomunicable. Es un camino que sólo tú puedes hacer. Como dice Julian Barnes "es banal y a la vez único". Cuando Barnes perdió a su mujer, Pat, hace unos años, quedó devastado. Llegó a pensar en el suicidio. Afortunadamente, recordó a tiempo que si él también moría, morirían con él los recuerdos de la vida conjunta de ambos, del amor, de la complicidad. Debía vivir, pues, para que ella siguiera viva, aunque fuese sólo en su memoria. Y para escribir un libro como Niveles de vida, una obra sobre el dolor y la pérdida estremecedora y memorable..
 
 

"Si ella estaba en algún sitio era dentro de mí, interiorizada. Esto era normal. Y era igualmente normal- e irrefutable- que no podía matarme porque entonces también la mataría a ella. Moriría por segunda vez, y mis luminosos recuerdos de ella se perderían en la bañera enrojecida. De este modo, al final (o, por el momento, al menos) quedó zanjado el asunto. Y también la cuestión más amplia, pero relacionada: ¿cómo voy a vivir? Debo vivir como ella habría querido que viviera."

Tal como dice Barnes, los amigos pueden tener la mejor voluntad del mundo, pero a menudo no son la solución. Unos son demasiado solícitos, otros se empeñan en rehuir hablar del fallecido,  otros se muestran demasiado prácticos ("Te conviene hacer esto o lo otro"). Y el afligido no sabe lo que quiere o necesita, pero sí sabe lo que no. En palabras de otro doliente, C.S. Lewis: 

“Percibo cómo los demás, cuando se aproximan a mí, intentan decidir si me 'dirán algo sobre eso' o no. Odio que lo hagan, y odio que no lo hagan."


 
Para momentos así están las lecturas donde otro ser humano, con un dolor seguramente muy distinto y en una época también distinta, ha volcado su trayectoria por "los trópicos de la aflicción". Como lo hace Julian Barnes, como lo hizo C.S. Lewis en Una pena en observación, o Joan Didion en El año del pensamiento mágico. Lecturas que ayudan, que acompañan. Escritores que tienen el don -valiosísimo para los que se debaten en un dolor que cuesta explicar- de darle voz a la pérdida. De darnos la mano para atravesar ese territorio oscuro y desconocido.
 
"La aflicción resulta ser un lugar que ninguno de nosotros conoce hasta que llegamos a él."

 
 

Una vez más, leer puede ser la salvación.