John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

domingo, 17 de marzo de 2024

DICKENS, PERIODISTA

 

Sospecho que buena parte de los lectores españoles de Dickens se ha formado una idea totalmente errónea acerca de este gran escritor inglés. Es verdad que, durante bastante tiempo, las obras de Dickens tuvieron una presencia escasa en las librerías de nuestro país, limitada en su mayoría a ediciones abreviadas dirigidas al público infantil y juvenil. Tal vez por obra y gracia de algunas adaptaciones cinematográficas, que tienen tendencia a subrayar los aspectos más sentimentales de sus novelas, existía la convicción de que Dickens se especializaba en narraciones lacrimógenas donde básicamente había niños desgraciados que sufrían muchísimo. Me temo que hay gente que aún lo cree. Por supuesto, es muy probable que estas personas no hayan leído ninguna de sus obras, pues todas -incluso las más dramáticas- están impregnadas de un fino sentido del humor. Como otros grandes autores -Cervantes, sin ir más lejos: El Quijote es una de las obras más divertidas que se han escrito-, Dickens posee la habilidad de insertar rasgos de comicidad incluso en los pasajes en apariencia más serios.


El dibujante Phiz, que colaboró estrechamente con Dickens,
supo reflejar muy bien la faceta cómica de sus personajes


En fin, no es de extrañar tanto desconocimiento, ya que solo desde hace más o menos un par de décadas se ha comenzado a tratar su obra con el respeto que merece. 

Ciertamente, la producción de Dickens fue prodigiosa. Sabemos que era un maníaco del trabajo y un insomne crónico, pero aun así cuesta comprender cómo encontró tiempo para hacer todo lo que hizo. Consiguió ser a la vez novelista, dramaturgo, periodista y conferenciante, facetas todas que cultivó además con gran éxito. En los ratos en que no escribía, fue asimismo filántropo, reformista político, infatigable andarín, mago aficionado, director de escena y un montón de cosas más que me dejo. (Solo la magnitud de su correspondencia es mareante: se conservan más de 14.000 cartas suyas, y sin duda no son todas.) Con tantos frentes abiertos, no siempre es fácil seguirle la pista. 

A pesar de que la situación ha mejorado por lo que respecta a sus novelas,  (no puedo por menos que mencionar aquí las excelentes versiones que ha publicado Alba Editorial de algunas de ellas, como David Copperfield) hay facetas fundamentales de este escritor que siguen siendo muy desconocidas. 

Como su ingente labor periodística: Dickens empezó su carrera escribiendo artículos para el Morning Chronicle (que firmaba con el seudónimo de Boz) y siguió practicando el periodismo durante toda su vida, llegando a ser editor, sucesivamente, de dos semanarios, en los que siempre se incluía algún texto suyo. Miles de artículos, en conjunto -ya hemos dicho que Dickens lo hacía todo a lo grande-, dispersos en publicaciones diversas, que los lectores que dominen la lengua de Shakespeare pueden consultar en la plataforma digital Dickens Journals Online (DOJ). (Hablé de ella hace un tiempo en este blog.) Lamentablemente, esta vertiente del escritor inglés que no estaba, hasta ahora, al alcance del lector español. 

Por ello, saludamos con alborozo la publicación del libro Pasiones públicas, emociones privadas, que reúne una acertadísima selección de sus escritos periodísticos. La edición y traducción corre a cargo Dolores Payás, quien no solo ha impuesto un orden temático a los textos, sino que proporciona una  introducción a cada uno de los apartados. Y lo hace además, con la misma pasión y la misma vitalidad que el propio Dickens muestra en sus artículos, en perfecta sintonía con ellos. Ha conseguido, asimismo, verter estos textos al castellano -todo un reto- con una prosa tan fresca y fluida que nos parece como si se hubiesen escrito ayer. Algo muy pertinente, dado que muchas de las lacras sociales que Dickens denuncia son sospechosamente parecidas a las que aún hoy padecemos. 

Leyendo esta espléndida edición, sentimos que Dolores Payás ha sido en cierto modo abducida por Dickens (difícil resistirse a su encanto). Como ella misma confiesa en su epílogo: 

"Mis largas sesiones con Dickens han estado presididas por una pasión y una intensidad fuera de lo común. Cualquier intento de mantener una distancia de seguridad ha resultado vano. Dickens es uno de esos autores que se te mete bajo la piel, y luego no hay modo de hacerlo salir de ahí. Un claro fenómeno de posesión (demoníaca, angelical)."



Si todo lo dicho anteriormente no bastase para recomendar vivamente este libro, sepan que Dolores Payás ha sido también traductora de otro autor muy querido en este blog, Patrick Leigh Fermor. Por si fuera poco, lo conoció personalmente e incluso vivió una temporada en su casa de Mani; a partir de esta experiencia, ha escrito un librito donde traza un delicioso retrato de este autor, Drink Time! Una celebración de la vida, de la amistad, de la literatura. 


viernes, 9 de febrero de 2024

DINOSAURIOS Y OTRAS CURIOSIDADES

Como le ha ocurrido a tanta gente, hubo una época en que viví fascinada por los dinosaurios. No sé bien si oí hablar de ellos por vez primera en la serie Los Picapiedra, con sus simpáticos dinosaurios domesticados -recuerdo bien uno que hacía las veces de aspirador- o si ya antes estos seres de fábula habían hecho irrupción en mi vida, quizás a través de enciclopedias o de algunas de aquellas series de cromos que aspiraban a convertirnos a todos los niños en coleccionistas. 


En cualquier caso, eran unos seres míticos: tan extraños, tan grandes y, sobre todo, tan extintos. Unas características que les conferían, al menos en mi imaginario, un aura casi mágica. Hasta llegué a aprenderme muchos de sus complicados nombres científicos, que eran ya de por sí evocadores: Triceratops, Iguanodonte, Diplodocus, Arqueopteryx, Tiranosaurios. Sigo acordándome de estos y muchos más.  

Aunque mi interés infantil por estos animales se fue desvaneciendo, de vez en cuando estas criaturas  iban reapareciendo en mi radar. Ray Bradbury me regaló un cuento maravilloso, El ruido de un trueno, en el que un safari en el tiempo acaba francamente mal por culpa de un tiranosaurio (el cuento se publicó originalmente en 1952, aunque yo lo leí bastante más tarde en castellano). Después de eso, Jurassic Park me pareció bastante decepcionante. 

Luego, gracias a la novela de Tracy Chevalier Las huellas de la vida  supe de  la existencia de dos mujeres apasionadas por los fósiles que a principios del siglo XIX y descubrieron uno de los primeros ejemplares de ictiosaurio (esto era antes de Darwin, por lo que el mundo científico se inclinó a dudar de que un animal así hubiese existido). Por cierto que los victorianos -precursores en tantas cosas- sintieron una singular atracción por estos "grandes lagartos fósiles" y con motivo de la primera Exposición Universal, celebrada en Londres en 1851, construyeron unas enormes réplicas de dinosaurios, tan grandes que incluso se podía entrar en ellas y tomar el té dentro. Insuperable. 

      El Crystal Palace, sede de la Exposición, al fondo,
 y los gigantescos dinosaurios en primer plano. Toma parque temático.

Pero, aparte de estos atisbos de esas "criaturas extraordinarias" (así se titula en inglés la novela de Tracy Chevalier, Remarkable Creatures) yo seguía anclada en mis recuerdos de infancia sobre ellas e ignorante de los últimos avances de la paleontología. Por eso puedo decir que una de las cosas más extraordinarias que me han ocurrido últimamente es enterarme de que los pájaros son dinosaurios. Al principio, pensé que se referían a que las aves descienden de los dinosaurios. Al fin y al cabo, en esta larga cadena de la evolución, todos descendemos de casi todos. Error. Como he podido saber gracias a un interesante y para mí esclarecedor ciclo de conferencias de la Fundación Juan March, las aves son dinosaurios, los únicos de su especie que no se extinguieron y siguen presentes desde aquellas lejanas eras geológicas. Recomiendo encarecidamente que las vean si sienten algún interés por el tema.

Me gustan los pájaros, disfruto de sus trinos, de su vuelo, de su colorido. Pero reconozco que hay a veces algo inquietante en ellos (Daphne du Maurier y Hitchcock supieron traducirlo muy bien). A partir de ahora, creo que miraré a las palomas con otros ojos. ¡Dinosaurios!




lunes, 8 de enero de 2024

POR QUÉ HAY QUE LEER A WILKIE COLLINS


Durante buena parte de mi vida lectora ignoré que existía un autor llamado Wilkie Collins. En mi infancia y juventud había oído hablar de Dickens, primero (circulaban por ahí adaptaciones para niños de algunas de sus novela, y por supuesto la película musical de Oliver Twist me impresionó debidamente); más adelante, asomaron las Brontë en mi panorama lector (aunque solo las dos mayores; de Anne, ni rastro por entonces). 

Pero pasaron muchos años hasta que llegué a saber que había otro autor victoriano llamado Wilkie Collins. Seguramente, en mi fase de aficionada a la novela policiaca, me toparía con alguna mención a La piedra lunar como una de las primeras novelas detectivescas. Ni aún así me decidí a leerlo. Tenía la impresión  -sin duda causada por la etiqueta de "sensacionalista" con que aparecía en algunas críticas- de que sería un autor menor. Cuando por fin lo hice, mucho tiempo después, me di cuenta de que, una vez más, me había dejado llevar por los prejuicios. 

Créanme, igual que uno no debe juzgar un libro por su cubierta -es verdad que a todos nos gustan las cubiertas bonitas, pero no todas dan lo que prometen-, no deberíamos juzgar a un autor por lo que dicen de él. Ni siquiera los críticos. O, tal vez, sobre todo no los críticos. (Hago un breve excurso para recordar que, durante mucho tiempo, estos mismos críticos consideraron las novelas de Jane Austen "literatura para señoritas"; y es bien sabido que la crítica acogió la publicación de Cumbres borrascosas con horror, tachándola de impía, escandalosa y muchas cosas más. Solo son un par de ejemplos entre los más notorios. Si quisiera reflejar aquí todas las veces en que las críticas, ya sean positivas o negativas, de un libro me han llevado a engaño, no acabaría nunca.) 

Pero volvamos a Wilkie Collins. Lo que (casi) nadie dice de él es que es enormemente divertido. Bueno, tampoco lo dicen de Dickens y todas sus novelas están llenas de pasajes de una extraordinaria comicidad. Por algún motivo, se diría que ser capaz de hacer sonreír -o, directamente, soltar la carcajada- al lector es algo malo, cuando es un arte extremadamente difícil, que pocos consiguen dominar con soltura. Tomemos por ejemplo La piedra lunar, una obra con una intriga ingeniosa y una estructura narrativa admirable (cómo maneja Collins la sucesión de diferentes narradores es toda una lección del arte novelístico). No contento con eso, logra crear uno de los personajes más divertidos de la literatura moderna, en la figura del mayordomo, el señor Betteredge, absolutamente memorable. 

La longitud de la mayoría de sus obras fue otro de los factores que me hizo aplazar la lectura de este autor. Otro error. Es cierto, son largos, pero son tan amenos y pasan siempre tantas cosas que uno no lo nota. Tampoco resulta, como se podría pensar, trasnochado, ni "antiguo". De hecho, Collins era en muchos aspectos un avanzado a su época, y sus personajes femeninos tienen una personalidad, un vigor y una iniciativa que ya quisieran para sí muchas de las mujeres de Dickens. 

Por si aún no se han convencido de que deben leerlo, un par de cosas más: hoy, 8 de enero, se cumple el 200 aniversario de su nacimiento. ¿Qué mejor homenaje que empezar una de sus novelas? Si no saben por dónde empezar, este artículo del Guardian, escrito por Elly Griffiths (léanla a ella también), proporciona algunas pistas. Y, finalmente, Alba Editorial anuncia la publicación de La mujer de blanco en una nueva traducción, de Miguel Temprano. No lo duden: léanlo, me lo agradecerán.