John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

sábado, 27 de julio de 2013

LOS HERMANOS GRIMM Y EL FLAUTISTA

Retrato de Gottfried Scharff, Leopold Stein y Gerhard Thomas,
dedicado por el autor, Ludwig Emil Grimm, a sus dos hermanos
No hay como los viajes para ilustrarse y darse cuenta de lo poco que uno sabe. Siempre que se tengan los ojos bien abiertos, por supuesto. Toda la vida suponiendo que los famosos hermanos Grimm (Jakob y Wilhelm, por más señas) lo único que habían hecho digno de mención era recopilar y editar su popularísima colección de cuentos, prestando con ello un impagable servicio a la preservación del folclore tradicional germánico (por más que muchos de los cuentos procedieran de Francia, vía los hugonotes exiliados en Alemania) y de rebote a la factoría Disney, que encontraría en ellos una cantera de inspiración inigualable. Pues resulta que, por un lado, los hermanos no fueron dos, sino tres (si contamos sólo los que adquirieron fama, pues en realidad eran más): hubo también un pintor y grabador, Ludwig Emil, quien entre otras cosas ilustró algunas de las ediciones de los Kinder- und Hausmärchen de sus hermanos. Por otro lado, Jakob y Wilhelm tienen en su haber otro motivo de fama: el ser parte integrante de "los siete de Göttingen", un grupo de profesores de dicha universidad que en 1837 llevó a cabo una protesta contra la política del rey Ernst August de Hanover. Parece que no consiguieron gran cosa, excepto ser despedidos de sus puestos y, en el caso de los Grimm, exiliarse a Prusia. Pero este acto de rebeldía puso la primera piedra de lo que se concretaría más adelante en las revoluciones burguesas de 1848. Así que los Grimm son también unos héroes civiles. Todo esto, naturalmente, lo ignoraba hasta que me topé en el centro de Hanover con una monumental estatua que representa este suceso.

 
 Ya metidos en el asunto de los cuentos populares, y aprovechando que estábamos por la zona, por qué no llegarse a la cercana Hameln (Hamelín, en castellano), la ciudad del famoso flautista o "cazador de ratas" como se le conoce por allí.

El monísimo hotelito que luce la enseña del Cazador de ratas
  
Y la estatua dedicada al flautista,
aunque nadie sabe a ciencia cierta si existió o no
  La excursión vale la pena no sólo por este motivo folclórico-literario, sino porque la ciudad es realmente bonita, una de las pocas que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial bastante intacta, y que cuenta además con una serie de bellos edificios de lo que se conoce como "Renacimiento del Weser" (Weser Renaissance), típicos del siglo XVI en esa zona.





Según dicen, los orígenes de la leyenda se remontan a 1284, cuando un personaje vestido de vivos colores se ofreció a liberar a la ciudad de la plaga de ratas que padecía. Hay que decir que Hameln se encuentra ubicada en un lugar idóneo para servir de eje comercial y por ella pasaba gran parte del grano que se producía en las fértiles llanuras del norte del país. Así, sin duda las ratas tenían con qué alimentarse. Pero, seducidas por las melodías del mágico flautista, acabaron todas precipitándose al río Weser. Que, como verán, no es precisamente un riachuelo.


La leyenda popular -de la que luego se harían eco los Grimm- continúa relatando el dramático retorno del despechado flautista, a quien no se le pagaron sus servicios, y que en venganza se llevó tras de sí a los niños del pueblo, de quienes no se volvió a saber. Una antigua inscripción en una de las casas  del lugar recoge los hechos con gran exactitud:

"En el año 1284, en el día Juan y Pablo el 26 de junio
-un flautista vestido de todos los colores se llevó a 130 niños nacidos en Hameln -
se perdieron en el Calvario cerca de Koppen."

Por supuesto, hay todo tipo de explicaciones, con un grado bastante variable de verosimilitud que buscan ligar esta leyenda a un hecho histórico. Lo único cierto, sin embargo, es que el flautista y sus ratas han conseguido que la pequeña Hamelín sea conocida en todo el mundo. Y que en sus calles uno se tope con ratas en los lugares más insospechados.


 

jueves, 18 de julio de 2013

SUPERCHERÍAS LITERARIAS (II): A. D. HARVEY

A. D. Harvey (o eso creemos)
Así pues, tal como contaba en mi entrada anterior, resulta que la entrevista entre Dostoievski y Dickens no era más que la ingeniosa fabricación de un personaje oscuro, un tal A. D. Harvey, tal como descubrió Eric Naiman tras una compleja investigación. Para saber quién es en realidad ese personaje hay que recurrir a una entrevista de Stephen Moss publicada en The Guardian. Aunque con alguien que tiene tras de sí tal historial de fabulaciones, es inevitable preguntarse si no está mintiendo una vez más. El propio Moss nos advierte  que quizás hay algo de paranoia en su relato de los hechos. De acuerdo con lo que le contó a este periodista, su larga historia de apócrifos procede de un desengaño: de familia humilde -su madre, húngara, llegó a Inglaterra huyendo de los nazis- estudió a base de becas en Oxford y Cambridge, donde se doctoró a una edad temprana y al poco publicó una monografía sobre la Gran Bretaña de principios del XIX. Sin embargo, este historial no le consiguió la plaza de docente universitario a la que aspiraba; le rechazaron más de 700 solicitudes, según manifiesta. (Llegados aquí, uno empieza a sentir ganas de lanzarse a comprobar todos estos datos.)Tampoco logró que la revista de la Historical Association le publicase sus artículos, de modo que decidió probar a enviarles alguno con otro nombre. Y funcionó. El siguiente paso fue mandarles, de nuevo bajo seudónimo, uno de los capítulos de su libro. De nuevo, fue publicado sin pestañear. Posiblemente se aficionó a este tipo de triquiñuelas -es lo que ocurre- y a lo largo de los años fue alternando la publicación de sus propios libros sobre temas de historia y literatura (English Literature in the Great War with France, Collision of Empires, Sex in Georgian England, Arnhem...) con la escritura bajo otros nombres. Su alter ego Leo Bellingham, por ejemplo, es autor de una novela (Oxford, The Novel), mientras que el fingido poeta lituano Janis Blodnieks publicaba poemas aparentemente traducidos desde su idioma al inglés; Stephen Harvey es autor de artículos sobre historia, mientras que su tocaya Stephanie Harvey fue la firmante del artículo causante de todo este revuelo. Y también están Trevor McGGovern y Michael Lindsey y Ludovico Parra... y quizás alguno más que no nos ha sido revelado. Por supuesto, todos estos escritores fantasmales llevaban a cabo una intensa actividad paralela reseñándose unos a otros en diversas (y por regla general minoritarias) publicaciones. La historia que Harvey le contó al periodista está llena de detalles poco precisos, como corresponde. Está claro que tiene una fértil imaginación y que se siente muy gratificado de haber podido engañar al mundo académico por el que tan poco respeto siente.
Creo que a todo el mundo le hubiese gustado creer en la realidad de ese encuentro de gigantes Dostoievski-Dickens. Tal vez por eso resultó tan sencillo colar la superchería. Ahora sólo queda preguntarse si no habrá en circulación muchas otras, menos evidentes o más ingeniosas. ¿Habrá que buscar a un Sherlock de los fraudes literarios para que las ponga en evidencia?


Pues parece que sí: con sólo dar una patada, aparecen posibles supercherías literarias como champiñones en primavera. Échenle sino un vistazo a los comentarios a la entrevista de Moss a la que me refiero. En un plis, tenemos ya una posible ocasión en que Tolstoi oyó leer a Dickens en público y, aún más sensacional, la noticia de que en un monasterio de Brnö existe una traducción alemana del Origen de las especies de Darwin con anotaciones al margen de Gregor Mendel. ¿Será verdad? ¿Qué debemos creer y qué no? Pues, como se pregunta uno de los comentaristas ¿quién nos dice que Stephen Moss no es otro alter ego del prolífico Harvey?
 

domingo, 14 de julio de 2013

SUPERCHERÍAS LITERARIAS (I): DICKENS Y DOSTOIEVSKI

La historia que les voy a contar tiene todos los ingredientes para hacer feliz a cualquier fanático de la literatura: dos gigantes literarios, el mundo académico puesto en ridículo, una leyenda imparable que circula por la red, un autor con múltiples identidades e ingeniosas tretas para evitar la detección, que sin embargo no logran desalentar a un investigador pertinaz. En el centro de todo ello, un personaje desconocido (al menos hasta ahora), el escritor A.D. Harvey, que quizás haya logrado por fin saltar a la fama que siempre creyó que le correspondía. Y todo gracias a una sublime superchería literaria. Pero vayamos por orden.
 
 
En 2002, la revista The Dickensian, el órgano de la Sociedad Dickens, publicó un artículo de una tal Stephanie Harvey que, citando a su vez una publicación académica rusa -la Vedmosti Akademii Nauk Kazakskoi (Noticias de la Academia de Ciencias de la República Socialista Soviética de Kazajstán)- revelaba que, con ocasión de una breve visita que Dostoievski hizo a Londres en 1862, se acercó a ver a Dickens en sus oficinas. Según le contó el escritor ruso a un amigo en una carta escrita varios años después de este encuentro, ambos mantuvieron una reveladora conversación. Al parecer, Dickens le confesaría que toda la buena gente que describía en sus novelas, como la pequeña Nell, son lo que él desearía ser, mientras que sus villanos representaban lo que él era (o, más bien, aquello que encontraba en sí mismo), su crueldad, sus ataques de enemistad hacia los que buscaban consuelo en él, su tendencia a mantenerse alejado de los seres que debería amar... Dickens dijo: "Hay dos personas en mí: una que siente como debería y otra que siente lo contrario. De aquella que siente lo contrario saco a mis personajes malvados, mientras que intento vivir mi vida de acuerdo con la que siente como debería hacerlo un hombre." Dostoievski le preguntó: "¿Sólo dos personas?" Naturalmente, que dos autores como Dickens y Dostoievski se conocieran e intercambiasen confidencias es una noticia sensacional, una verdadera perita en dulce para cualquier estudioso. No es extraño pues que tanto la biografía de Dickens que Michael Slater publicó en 2009 como la más reciente de Claire Tomalin se hicieran eco de ello. Pero, en cuanto empezó a circular en círculos amplios, la anécdota empezó a levantar sospechas. Es cierto que Dostoievski estuvo una semana en Londres en 1862, pero ninguna biografía de este escritor menciona la visita a Dickens, ni se encuentra rastro alguno de esa carta en sus obras completas. Por otro lado, dado que ni Dickens hablaba ruso ni Dostoievski inglés, ¿hay que suponer que conversarían en francés? Y es bien sabido que Dostoievski no era precisamente condescendiente con sus colegas escritores: odiaba a Turgéniev y nunca se le ocurrió ir a visitar a la gran figura indiscutible de la época, Tólsoi. ¿Por qué habría debido empeñarse en visitar a Dickens cuando sólo pasó unos pocos días en la capital británica?
 
 
Los académicos reconocieron que podía tratarse de una superchería, pero la red ya estaba llena de artículos que reproducían el encuentro como si hubiese tenido lugar. Los expertos, por su parte, comenzaron a investigar. Y empezaron a salir a la luz algunas revelaciones inquietantes. De entrada, no sólo no existía la famosa revista kazaja, sino que ni siquiera había una Academia de Ciencias con ese nombre. Por supuesto, nadie había oído hablar del autor del artículo, un tal K.K. Shaiakhmetov. Las pesquisas se dirigieron entonces hacia la señora Harvey. El editor de The Dickensian apenas disponía de información sobre ella, que se definía como "escritora freelance". Subsiguientes peticiones de aclaración acerca del controvertido artículo dieron como resultado una carta escrita por la hermana de Stephanie Harvey en la que afirmaba que la escritora había sufrido un accidente que le había producido graves daños cerebrales. No era posible, pues, contar con su memoria ni con su colaboración. Sin embargo, hubo un investigador que no se dio por vencido. Tal como explica Eric Naiman en un largo artículo publicado en el TLS, inició un paciente rastreo no sólo de los (pocos) artículos de la señora Harvey, sino de todos aquellos autores que ella mencionaba como fuentes en ellos. El resultado fueron algunos otros nombres de existencia indemostrable: Ludovico Parra, Leo Bellingham, John Schellenberger, una revista llamada New Beginnings... Pero finalmente, su tenacidad se vio recompensada con un hallazgo que, esta vez sí, se correspondía con alguien real: A. D. Harvey.
Por imposible que parezca, durante treinta años, Harvey ha creado una verdadera comunidad de autores (apócrifos todos ellos) que se han comentado mutuamente sus obras en diversas revistas especializadas. Un auténtico fraude académico que sólo ha saltado a la luz pública a partir de la invención -tan ingeniosa, por otra parte- del encuentro al nos hubiera gustado asistir a todos. Pero ¿quién es realmente este personaje?
Les voy a dejar con la intriga. Continuará, lo prometo.
 

martes, 9 de julio de 2013

DAVID LODGE: UNA PROPUESTA LECTORA

David Lodge
Los blogs que sigo (véase barra lateral) son un estímulo intelectual y una continua fuente de inspiración. Leía hace unos días una interesante entrada de El niño vampiro, en la que mencionaba -elogiosamente, no habría podido ser de otro modo- a un autor que me gusta mucho, David Lodge. Aunque conocido sobre todo por lo que se han denominado sus "novelas de campus", unas obras muy muy divertidas que ya he mencionado en alguna ocasión aquí, Lodge es un escritor con muchas más facetas: excelente ensayista y teórico literario (su El arte de la ficción es una obra canónica en el campo de la teoría literaria), ha escrito también varias novelas que mezclan el retrato de costumbres con algún elemento autobiográfico (Noticias del paraíso, Fuera del cascarón, La vida en sordina...) y aún otras más que resultan de aplicar el arte de la novela -que él maneja de forma consumada- a la biografía de algunos escritores relevantes, como H.G. Wells (A Man of Parts, por desgracia no traducida aún al español) o Henry James (¡El autor, el autor!). No puedo decir que haya leído la totalidad de su producción, pero sí una buena parte de ella, y tengo la firme intención de llenar los huecos que aún me quedan. Es también un escritor que debería, en mi opinión, gozar de un reconocimiento crítico más amplio del que tiene ahora. Según mi experiencia, cuando su nombre surge en alguna conversación entre personas más o menos leídas, en el peor de los casos apenas les suena; en el mejor, dicen "Ah, sí, ese las novelas de campus tan graciosas". (De nuevo esa manía de considerar que lo gracioso es contrario a lo culto, y de que escribir con gracia es fácil: no señor, es rematadamente difícil. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.)
 
La Universidad de Birmingham, donde Lodge impartió
clases durante más de veinte años
 
En resumen, que como pueden ver ardo en deseos de dedicarle más espacio a este escritor. Como sé que muchos de los visitantes de este blog son anglófilos empedernidos, además de voraces lectores, se me ha ocurrido proponerles participar en un homenaje conjunto a David Lodge. Se trata, simplemente, de que cada cual según sus gustos y su humor lea una (o varias) de las obras de este escritor y redacte una entrada. Para poner un poco de orden -pero sin que ello suponga obligación alguna- sugiero que nos demos un plazo prudencial y no lanzar a la red las entradas hasta el mes de septiembre. Disfrutaríamos así de una "rentrée" muy literaria y muy British, dos aspectos que creo que la mayoría de mis lectores apreciarán.
¿Quién se anima a participar? Si ya conocen algunas de las novelas de Lodge, exploren los rincones menos populares de su producción; se llevarán una grata sorpresa. Si no han leído aún nada de él, ésta es la ocasión para pasar un estupendo verano acompañados de sus obras; no les defraudará, se lo aseguro.
 

lunes, 1 de julio de 2013

MUDANZAS LITERARIAS, VISTAS POR ANNE FADIMAN

Anne Fadiman
Los habituales de este blog saben sin duda de mi admiración por los textos de Anne Fadiman, que cultiva como nadie ese curioso género que ella misma denomina "ensayo familiar". Un género que conoció sus días de gloria a principios del siglo XIX, con autores como Charles Lamb y William Hazlitt como algunos de sus más insignes cultivadores. Mezcla de ensayo crítico y de ensayo personal, el ensayo familiar parte de un punto de vista subjetivo para hablar de temas concretos, permitiéndose frecuentes digresiones que, en manos de un autor hábil e ingenioso no hacen sino acrecentar el deleite del lector.
Quien haya leído la anterior recopilación de textos de esta autora, Ex libris, sabrá bien a qué me refiero. Por desgracia, me temo que la versión española de esta obra no resulta fácil de encontrar y, lo que es peor aún, que sus editores no tienen intención de traducir para los lectores hispanos su siguiente obra, titulada en inglés At Large and at Small, visto que el libro se publicó en 2007 y aún no hemos tenido noticia de él por estos lares. Algo incomprensible, puesto que es, se lo aseguro, tan interesante, ameno y lleno de humor como el anterior. No hay en esta ocasión una orientación libresca tan clara, pues los temas que toca son tan variados como los helados o la entomología, pero la presencia constante del mundo literario en todos ellos está garantizada.
 
El subtítulo, Confesiones de un hedonista literario,
 le viene que ni pintado.
En espera de que algún editor con buen gusto venga a remediar esta negligencia, no puedo resistirme a tomar prestado un fragmento del ensayo dedicado a las mudanzas, en que la autora combina el relato de una agitada mudanza familiar con un maravilloso repaso de mudanzas literarias. En estos meses de verano, cuando quien más quien menos casi todo el mundo cambia -ni que sea provisionalmente- de residencia, viene bien recordar sus efectos:
 
"No es posible escapar de uno mismo": éste es tanto el temor como la esperanza de la gente que se muda. Si tu intención es cortar las amarras para rehacer tu vida y tu persona, ¿qué ocurre si después de tomarte tantas molestias acabas tan poco alterado como sir Walter? [Se refiere al personaje de Persuasión, sir Walter Elliot a quien sus problemas financieros obligan a dejar su mansión ancestral] Por otro lado, ¿y si tu identidad está tan firmemente adherida a tu antiguo hogar que dejas atrás pequeños fragmentos de ti mismo, y tu nuevo yo queda desgarrado y disminuido?
Según el sociólogo James M. Jasper, no es de extrañar que los estadounidenses les pongan a sus coches nombres como Quest [Búsqueda], Explorer, Venturer o Caravan. Nos mudamos más que cualquier otro pueblo. En un año promedio, uno de cada cinco estadounidenses cambia de residencia, mientras que en Japón lo hace sólo uno de cada diez, en Gran Bretaña uno de cada doce y en Alemania uno de cada veinticinco. Cada uno de estos uno entre cinco americanos desdeña la norma que proponen casi todos los libros cuya trama gira en torno a una mudanza: ¡Quédate donde estás! ¿Se les ocurre algún libro alegre sobre una mudanza? A mí no. Está muy bien flotar en la imaginación hacia Troya o hacia Oz, hacia Narnia o Nuncajamás, siempre y cuando vuelvas a donde estabas; de hecho, uno de los temas más frecuentes en las historias de viajes, ya sean reales o imaginarios, son los denodados esfuerzos del protagonista por volver a casa.(Viajar se considera siempre más placentero que mudarse: envidiamos a los corresponsales extranjeros pero compadecemos a los hijos de militares.) Una mudanza típica de los libros infantiles es la que efectúan las heroínas huérfanas de El jardín secreto o La princesita desde la cálida y fecunda India a la fría y sombría Inglaterra. Incluso la serie de La casa de la pradera, en que la familia Ingalls permanece intacta y razonablemente satisfecha a lo largo de sucesivas mudanzas desde los bosques a las praderas y desde las cañadas al lago, va siendo progresivamente menos idílica en cada entrega. Lo más descorazonador de todo son esos libros educativos, ilustrados con fotos de risueños encargados de mudanzas, que ensalzan las alegrías de dejar a tus amigos y comenzar en una nueva escuela. Es posible adivinar que el autor miente porque por regla general el siguiente volumen de la serie tiene un título como ¡Qué divertido es que te saquen las amígdalas!
Y cuando nos hacemos mayores, ¿qué es lo que leemos? Martin Chuzzlewitt, en la que el joven Martin se muda a América, cae enfermo y pierde todo su dinero a manos de un estafador; Main Street [la novela de Sinclair Lewis], en la que Carol Kennicott se traslada a Gopher Prarie y se ve sofocada por el provincialismo de la pequeña ciudad; Las uvas de la ira, en la que los Joad se mudan a California y... ya conocen el resto. Desde el nacimiento a la edad adulta, nuestras vidas son un viaje que nos aleja del Edén. Y, puesto que concuerda con nuestra trayectoria vital, esa es la única dirección en que puede viajar el camión de mudanzas de la literatura."
 
 
  
(Aprovecho para confesar que las dos novelas de Frances Hodgson Burnett fueron unas de mis lecturas de infancia preferidas. Después de leer el ensayo de Fadiman, entiendo mejor aún el atractivo que ejercían sobre mí: crecer es un largo viaje desde el paraíso original hacia tierras más inhóspitas, sin duda.)