John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)
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jueves, 17 de diciembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.6): BIBLIOTECA DOBLE

La última biblioteca de esta tercera serie es la de Enrique y Ángeles, del blog Milerenda: si otros blogs nos invitan a recorrer mundos librescos, ellos dos nos sirven de guía incomparable para pasear por rincones de su ciudad y de muchos otros lugares, así como para aprender sobre arte, ciencia y muchas cosas más. Y todo acompañado de espléndidas fotografías. Su biblioteca, como es lógico, refleja esta variada gama de intereses.


No hay nada que nos guste más que chafardear bibliotecas ajenas, algo que imagino también les pasa a todos los que, como nosotros, tenemos fijación por la lectura. La sección de Elena nos da la excusa perfecta para mirar esas baldas que dicen tanto de uno mismo. Gracias, Elena, por pensar en nosotros.
Al principio de nuestra convivencia Ángeles trajo a casa lo que llamó su ajuar: una cantidad ingente de libros que multiplicaba por varios factores los que ya tenía Enrique. Los libros fueron a parar a casi todas las habitaciones de la casa. Pero hace casi tres años nos mudamos y, aunque no fuera un traslado traumático, ya que nos quedamos en el mismo edificio, en nuestro nuevo piso perdimos algo de espacio, por lo que tuvimos que desprendernos de algunos libros.
 
 
Billy sirve para todo
 

La mayoría de los que quedaron fueron a parar al despacho y se acomodaron en las archifamosas estanterías Billy.
Desde el principio, una o dos veces por año, se nos ocurre una nueva y presuntamente definitiva forma de ordenar los libros y es entonces cuando Ángeles imagina a Enrique en el papel de "ordenator", un superhéroe que lucha contra el caos.
 
 
Esperando a "ordenator"
 

Tras haberlos tenido ordenados alfabéticamente, por editoriales...finalmente hemos decidido distribuirlos por temática: los de ciencia ficción, los de viajes, los de Barcelona, las novelas históricas, los de ciencia, los de cine y los cómics e ilustrados y luego, por supuesto, el gran grueso de libros de narrativa, los cuales no hemos podido evitar colocarlos en doble fila.
 
 
Narrativa en doble fila: abran paso
 
 
Los que no cupieron en el despacho fueron a parar a la sala de estar, donde un enorme mueble de teka alberga la colección de libros de cocina, mientras que en una librería colonial fueron a parar los de arte, de historia y otros de gran formato. Finalmente las revistas quedaron ordenadas en múltiples revisteros de madera y cartón sobre un mueble que estuvo a punto de perderse en el traslado.
 
 
Colonial hasta en el té
 

La incursión de los libros digitales detuvo momentáneamente el aumento incesante de nuestra biblioteca, pero siempre se cuela algún imprescindible.
 
 
Libros con mucho arte
 
Esperemos que os gusten nuestros estantes.

martes, 1 de diciembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.5): DEL SALÓN A LA LEONERA

En esta ocasión, nos trasladamos a la biblioteca de Miss W, del bibliómano y anglófilo blog At Winnifred's, que además de libros de vez en cuando también nos ofrece sabrosos comentarios de películas. Una biblioteca que muestra especial querencia por los cuentos, los clásicos y los autores anglosajones, sin renunciar a la variedad.
 
 
¡Hola! Dejadme que en primer lugar agradezca a Elena Rius el hecho de haber sido invitada a colaborar en su blog, espacio que sigo desde hace tiempo y que por supuesto tengo enlazado en el mío.

Mi biblioteca es extensa, ocupa prácticamente todo el salón de casa, al que más que salón deberíamos llamar “biblioteca con sofás” y buena parte de la habitación-leonera donde además de los ordenadores tenemos el rincón de la plancha. En el salón tengo todo ordenado en primer lugar por géneros: Narrativa, poesía, teatro y ensayo (también hay baldas para la literatura de viajes, la mitología, el cine, gran formato y parte de nuestros vinilos) y en segundo lugar de la A a la Z por autor. Lo que más abunda es la narrativa, tanto que los cuentos ya se han “independizado” de la biblioteca compacta y han exigido su propio mueble, ese mueble oscuro que aparece en la foto y en el que yo  suelo colocar las nuevas adquisiciones para fotografiarlas y enseñarlas en mi blog.
 
Cuentos y más cuentos
 
Los libros me gustan todos: los de bolsillo, los de tapa dura, los ilustrados, y los que no lo están. Todos son hijos, los quiero por igual y conviven en el mismo espacio. Compro la mayoría en rastros, mercadillos, librerías anticuarias y de ocasión y una minoría en librerías convencionales (de libros nuevos, para entendernos). Lo que sí miro es que sea, si puede ser, una buena edición y a ello me refiero a que si tiene un buen prólogo y está anotada, mejor que mejor y, por último, ya genial si tiene buena letra porque últimamente estoy perdiendo vista por esas cosas de la edad...

Un defecto: la mayoría de los libros están en doble fila, se nos han ido de la mano porque aunque de vez en cuando practicamos un expurgo, luego resulta que no nos cortamos a la hora de comprar más: incorregibles, tanto mi X como yo.
 
 
¡Socorro, nos desbordan!


En las fotos no se aprecia pero los Dickens  y Dumas esconden  a los Delibes, Defoe, Duras , etc. que no podréis ver...
 

Y no podía faltar Queen Elizabeth presidiéndolo todo...
 
En la habitación de usos múltiples o leonera tengo toda la literatura en inglés y ahí no tengo ningún orden aunque sí que tengo un archivo de ellos y ya suman 470 volúmenes entre todos los géneros. Solamente tengo separados todos los clásicos ( Hardy, Austen, Trollope, etc) de los modernos pero  ya va llegando la hora de que al menos separe la novela del resto de géneros. Aquí sí que el 99 por ciento son  de segunda mano. Siempre  que salgo fuera vengo cargada de libros de mercadillos, charities y demás y también los compro por internet, claro. Os dejo en foto una pequeña muestra en representación de mi literatura inglesa. Entre mis autores favoritos están Janet Frame, Julian Barnes y  Margaret Atwood, por citar solo algunos.
 
 
 
 
 
 

También tenemos libros relacionados con nuestras profesiones, algo de literatura en francés, libros de cocina , los tebeos y la novela gráfica.

Nada más. Espero que  este breve recorrido os haya gustado y gracias por leerme.

Un saludo desde  tierras del Norte. Miss W.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.4): TANTOS LIBROS, TAN POCO ESPACIO

La biblioteca invitada de la presente entrega viene de lejos, nada menos que de París. ¡Que no se diga que los bibliófilos no corremos mundo! Se trata de la de Marie, del delicioso y cosmopolita blog A book a day keeps the doctor away. Aparte de dejarnos curiosear en sus muchos tesoros, la biblioteca de Marie es la prueba palpable de que la escasez de espacio no es excusa para un amante de los libros. Vean, vean, los que pueden llegar a caber en un apartamento diminuto.


Cuando Elena me dio la oportunidad de participar en esta nueva temporada de "Mi biblioteca" me sorprendí y emocioné a partes iguales. No podía creer que mis estanterías fuesen a protagonizar una entrada en su exquisito rincón. Claro está, me fue imposible negarme; aunque al ver el tamaño de mi biblioteca de pronto me entró el pánico. Escribí corriendo a Elena para decirle que mi biblioteca era pequeña, muy pequeña, pero como ella no vio impedimento alguno, decidí seguir adelante y aquí me tenéis.

Veréis, vivo en un pequeño estudio de apenas 30m2 situado en París. Si vieseis la factura del alquiler pensaríais que vivo en un ala de Versalles, pero nada más lejos de la realidad. Comparto mi Petit Trianon particular con Jean y con los cachivaches que forman nuestra vida común. Así que, ya podréis imaginar lo justos que andamos de espacio. Cuando me mudé aquí hace cinco años nunca imaginé el problema al que me enfrentaba. Toda mi vida he estado rodeada de libros. Cualquier espacio de mi casa en Alicante estaba abarrotado de ellos: el salón, los dormitorios, la cocina, el huequito al lado de la chimenea, el garaje…en cualquier rincón convivían (y siguen conviviendo) los libros de mis padres y los míos. Lo cierto es que el espacio nunca fue un problema.

Cuando llegué a ParÍs, me obcequé en seguir comprando libros con mi ritmo habitual y, claro está, la situación degeneró rápidamente. Había torres de libros por todas partes. Si estábamos sentados en el sofá teníamos que mover los libros que estaban allí apiñados hasta la cama; a la hora de dormir, vuelta al sofá o a la mesa o a la barra de la cocina...era insostenible. La situación requería de una medida drástica, a saber: solo se quedarían en casa los libros que necesitaba tener conmigo y sin los que no podía vivir. El resto, libros leídos y olvidados o lecturas de una sola vez viajaron en sucesivas maletas hasta Alicante, como hijos desterrados acogidos con cariño por mis padres. Por eso, si es cierto que las estanterías son capaces de mostrar la personalidad de su propietario, en mi caso son mi fiel reflejo.

Mi pequeña colección está dividida en dos estanterías, un carrito de fruta (ya os lo explicaré) y “la torre”. Mis grandes pasiones son los clásicos y los ensayos históricos, en especial los consagrados al siglo XIX, y de eso se compone prácticamente mi colección (apenas tengo libros publicados más allá de 1950). Los libros están separados en ficción y no ficción, y estos últimos ordenados por países y autores. Me gusta agrupar los títulos que tengo de cada autor para tener controlados los que me faltan para completar su obra, sobre todo si se trata de mis autores favoritos.

En la estantería grande (que preside lo que podríamos llamar mi salón) los ensayos, biografías y poemarios ocupan las baldas inferiores. Ahí es donde están mis preciados ejemplares de Hojas de hierba, Walden, Las ensoñaciones del paseante solitario y Las metamorfosis. Las biblias paganas que me acompañan en el camino. A continuación le sigue la balda en la que se agolpan los clásicos franceses, rusos, alemanes, nórdicos e italianos. Me alegra ver que tanta nacionalidad convive en paz, aunque me apena saber que escondida en la segunda fila está mi colección completa de los Rougon-Macquart de Zola y las obras de mi querida George Sand.


 
Por último, en las dos baldas superiores, está la literatura norteamericana. Ahí descansan grandes clásicos como Hawthorne, Fenimore Cooper, Poe y Melville; las heroínas de mi infancia de manos de Alcott y Lucy Maud Montgomery; maestros como Scott Fitzgerald y Willa Cather, y los libros de pioneros del Oeste que tanto me gustan. Mención especial merecen los libros de Wallace Stegner y Jeffrey Eugenides, unos de los pocos autores contemporáneos que se han hecho un huequecito en mi colección.  La otra estantería, cobijada junto al sofá, es sin duda mi pequeño paraíso, mi debilidad; el rincón de la de literatura inglesa.
 


Los clásicos del XVIII y XIX están en la balda superior (aunque algún Hardy anda perdido en “la torre” y otros como Middlemarch y Evelina han viajado a Alicante para que los disfruten mis padres). Jane Austen, Elizabeth Gaskell y las Brontë son las grandes protagonistas y acaparan casi toda la balda. No podría vivir sin ninguna de ellas.

Justo en los cubículos inferiores están los clásicos modernos del siglo XX. Mucha literatura eduardiana con John Galsworthy y E.M. Forster a la cabeza y sobre todo mucho material de escritoras británicas. Frances Hodgson Burnett, Virginia Woolf, Vita Sackville-West, Winifred Holtby, Elizabeth Taylor, Elizabeth Bowen, D.E. Stevenson, Stella Gibbons, Barbara Pym... tantas y tantas que atesorar. Junto a ellas no he podido evitar incluir a Katherine Mansfield a pesar de su origen neozelandés (como ella misma decidió abandonar las antípodas para no regresar, supongo que no le importaría estar en territorio británico).



 
En cuanto a las ediciones, no soy nada fetichista. No hago ascos a las ediciones bonitas, por supuesto, pero el contenido prima sobre el continente. Siempre compro el ejemplar que mejor relación calidad precio tenga, ya sea en francés, inglés o español (este es el orden que privilegio y por eso en mis estanterías abundan las ediciones francesas e inglesas). Soy asidua y adoro las librerías de ocasión; de ellas provienen una gran mayoría de mis libros y, como podéis ver, prefiero las ediciones de bolsillo al cartoné. No solo por motivos de espacio sino por lo manejables que son. Soy una lectora invasora que anota, dobla esquinitas y coloniza sus libros, por eso las ediciones de bolsillo me resultan perfectas.




Las circunstancias me han hecho experta en tetris, en encontrar espacios y en la caza de ediciones pequeñitas de las novelas que busco. Si quedo ciega en el proceso será otra de las cosas que agradezca a París.

Claro que, por mucho que haya inventado hasta la fecha, las estanterías han terminado por llenarse. El desbordamiento de libros ha sido inevitable y ahí está “la torre” que lo atestigua. Crece y decrece conforme voy bajando tomos en las maletas alicantinas. Otros sin embargo han terminando instalándose en el carrito de la fruta de la cocina, una cocina en la que en vez de comida hay libros. Menos mal que no corren el riesgo de oler a boeuf bourguignon ni a pot au feu porque cocinar lo que se dice cocinar… corramos un tupido velo. Y así seguiré, haciendo malabares para seguir encontrado sitio a los nuevos inquilinos. Porque seguirán llegando, todo bibliófilo sabe que nunca llegará el último libro (a menos que se interponga la muerte, claro). Así que, si no me mudo antes y me veo en la tesitura de mandar a alguien al armarito del baño, supongo que llevaré a los pioneros americanos de avanzadilla. Visualizar a Virginia Woolf, a E.M Forster o a Henry James junto al lavabo y la taza del váter me duele en el alma. Supongo que cosas peores habrán visto Mark Twain, Elinore Pruitt Stewart, Francis Bret Harte y Calamity Jane.


martes, 17 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.3): DESBORDAMIENTO Y ENTROPÍA

El siguiente bibliómano invitado es Mariano Hortal (conocido en otras redes como @sigfrido1976) del blog Lectura y locura, un buen lugar para aficionados a la lectura, pero también para entusiastas de la ópera, sobre la que escribe a menudo y con pasión. Aparte de su gran capacidad lectora -diría que su biblioteca es solo una pequeña muestra de ella-, de la que deja huella en el blog, no hay que perderse su siempre ingeniosa sección mensual sobre Fajas y libros.


Gran sorpresa (y al mismo tiempo agradable) me llevé cuando Elena me propuso un post de estas características. Llevo tiempo pensando en hacer una sección en mi blog para mostrar diversas partes de mi nutrida biblioteca y por falta de tiempo no he podido ponerme con ello.
Así que esto se presenta como una pequeña oportunidad de compartir mi espacio con los lectores del blog. 
Tengo la gran suerte de tener una casa grande y  uno de mis sueños de toda la vida era poder disponer de una habitación o buhardilla dedicada enteramente al almacenaje de libros; esto sucede así y os pongo a continuación una muestra de ellos:
 


 
Mi forma de ordenarlos tiene en cuenta las temáticas y luego el orden alfabético, de hecho según veis la foto la estantería de la izquierda recoge novela contemporánea (algún clásico);  la que tenéis enfrente tiene novela negra policíaca y la de la derecha lo más detectivesco dentro de lo policíaco, ciertamente es rara esta división, pero por temas de espacio me venía bien en su momento. Ah, la de la esquina derecha está ocupada por fantasía y ciencia ficción. Hubo un momento en que pensé que todo cabría fácilmente pero ya podéis ver que empiezan a formar segundas filas en la misma estantería y ordenaciones poco ortodoxas con apilaciones diversas. Es lo que todos llamamos desbordamiento.
No son estas las únicas estanterías que tengo en dicha habitación,  si os fijáis en estas:
 


 
Se trata de extensiones de lo policíaco y de la novela contemporánea y, escondidas en el fondo hay novelas de terror que todavía no he leído, las leídas ya están en otros sitios.  No os he puesto otras estanterías que tengo para hispanoamericana o best-sellers porque os quiero llevar a otros rinconcitos literarios.  
Como podíais imaginar, dispongo de más lugares para mis tesoros literarios. Esta esquina que pongo a continuación la tenemos en el salón, no podía imaginar el lugar en el que más tiempo estamos sin la presencia de estos grandes amigos. El criterio en este caso es estético: tapas duras, buenas ediciones, colores vivos y libros que me hayan gustado especialmente tienen su cabida en este precioso espacio. Viendo la foto os podéis imaginar varios de mis gustos más esenciales.

 


También, en el cuarto del ordenador, tengo otro lugar equipado con, en su mayoría, clásicos, ahí están Dickens, Woolf y muchos más ah, y literatura en inglés, que no puede faltar Shakespeare, Austen, las Brönte… es más pequeño pero el número de joyas por centímetro cuadrado es proverbial.
 

 
 
Y todavía me queda espacio para una última habitación, es la habitación de los tebeos (y de la plancha también); hay una buena mezcla pero abundan los superhéroes (tanto de Marvel como DC o Image) aunque tampoco faltan mangas, europeo y los imprescindibles Mortadelo y Filemón. Cuánta diversión contenida que recoge buena parte de mi infancia, espero que a mi chiquitín le gusten tanto como a mí. Estoy esperando el momento en que pueda descubrirlos ya que ahora es todavía muy pequeño.
 

 
 
Espero que os hayan gustado estas muestras de mi vasta y cada vez más entrópica biblioteca. Me planteo ya, desgraciadamente, empezar a liberar espacio, tendré que empezar por los que menos me hayan gustado. Sinceramente, va a ser muy duro. Muchísimo. Tengo mucho cariño a estos queridos libros.

martes, 10 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.2): CUENTOS, BRUJAS Y MUCHO MÁS


Nuestra segunda biblioteca invitada de esta temporada es la de Noemí Risco, traductora especializada en Literatura Juvenil y Fantasía, protoescritora y propietaria del blog Laberinto de ideas. En su biblioteca hay mucho de magia, pero también orden y sistema. Visitarla es casi dar un paseo por el maravilloso país de los cuentos.
 

Mi biblioteca, supongo que como la de casi todos, ha ido cambiando a lo largo de los años; en mi caso, no sólo por el ingreso de nuevos títulos, sino por su ubicación, porque me he mudado unas cuantas veces. En mi infancia apenas tenía un estante de libros en mi cuarto, con algunas lecturas del colegio y el ejemplar que le mangué a mi madre de La historia interminable. Cuando nos trasladamos a Tenerife, en 1990, me compraron muebles nuevos para mi habitación y eso incluía una larga estantería del techo al suelo, que poco a poco fui llenando de tesoros. Han pasado muchos años, por muchas estanterías distintas, han convivido con libros de pareja, a veces hasta se han ido de viaje conmigo, algunos se regalaron, otros se donaron, pero la mayoría de mis libros permanecen a mi lado.
Ahora estamos en el campo, desde hace un par de meses, y lo primero que hice al llegar fue ir a comprarles un par de estanterías con puertas para guardarlos y preservarlos del polvo. Aún no los he colocado como me gustaría, porque lleva su tiempo, pero sí se encuentra cierto orden.
 
 



Tengo un apartado para los libros que yo he traducido, ya que en algún momento puede que deba consultarlos. No los ordeno alfabéticamente, sino por editorial, tamaño y color. La serie de El corredor del laberinto, por supuesto, tengo que tenerla a mano. Luego hay otra sección dedicada a los libros de terror y ciencia ficción para adultos, que mezcla ediciones descatalogadas, como varios títulos de Gran Fantasy de MR o una extensa colección de Tanith Lee en inglés, con nuevas adquisiciones a la espera de su lectura. Por supuesto, tengo juntitas todas las entregas de las Crónicas Vampíricas de Anne Rice, de la que fui gran fan en la adolescencia, y unas cuantas obras de la mejor época de Stephen King.
 
 



La magia de los cuentos tiene un lugar muy especial en mi biblioteca y, como veis, sigo organizándola por colores. En tonos más fríos, azulados, El Palacio de los Cuentos, con un relato del mundo para cada día del año, la estupenda colección El vuelo del dragón, los magníficos cuentos de Cristina Fernández Cubas o El (ineludible) jardín secreto… 
 




En tonos más cálidos, amarillentos, Ana Cristina Herreros y sus brujas, La princesa y los trasgos de George MacDonald, El jardín de medianoche o esa entrañable antología de los Grimm, Andersen y Hoffmann que me leía mi abuela antes de irme a dormir. ¡Oh, y el rincón de Michael Ende! Sí, con el libro robado a mi madre al lado de la versión original que reeditaron el año pasado tal cual la publicaron en 1979.



Por último, tengo un apartado para los libros en versión original, en alemán y en inglés. ¡No solamente vamos a leer traducciones! A veces también me gusta disfrutar del idioma original y también es cierto que algunas de estas adquisiciones se deben a que la edición original me gusta más, es más completa o simplemente no existe en español. Por ejemplo, la edición del 80 aniversario de Mary Poppins, con todos los libros en uno, o una edición especial que sacaron de La princesa prometida, con material extra que no aparece en la versión traducida.
 
 
 


En más de una ocasión me han preguntado si me los he leído todos. La respuesta es no. Todavía no. Me quedan por leer unos cuantos. La siguiente pregunta que hacen algunos es: ¿Y por qué sigues comprando? Tampoco es que compre un libro cada mes, ni siquiera cada dos meses —la mayoría, además, son regalos—, pero sí cae alguno de vez en cuando, y si no lo compro en su momento, en esa edición que es tan bonita, luego quizá ya no lo encuentre. ¿No os ha pasado nunca? Entonces, ¿por qué tomas prestados libros de la biblioteca pública?, suele ser la tercera pregunta. Y es que a veces apetece leer lo que no se tiene en casa, porque ya no se vende en librerías o porque no se está lo bastante segura como para comprarlo.
Lo importante es seguir leyendo y no perder la costumbre allá donde estemos. ¿Adónde nos llevará el destino a mí y mis libros dentro de un tiempo?

martes, 3 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.1): SERENDIPIA EN ESTANTES

Bien, queridos merodeadores de bibliotecas, ya está aquí la tercera temporada de la serie "Mi biblioteca", en la que unos cuantos blogueros invitados tendrán a bien dejarnos husmear en sus estanterías. Agradezco a todos ellos su generosidad y buena disposición. Prepárense pues para asistir a nuevas entregas de este fascinante espectáculo libresco.
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Nuestra primera invitada de esta temporada es la biblioteca de Mónica, del blog Serendipia, gran dinamizadora de retos e iniciativas diversas en la red (y quién sabe si también fuera de ella). Parece que los libros de Mónica, que como es lógico son grandes aficionados a la serendipia, dejan que sea ésta quien gobierne sus encuentros en las estanterías. La suya es una convivencia abigarrada, pero sin duda muy feliz.


Mi piso es pequeño, cuando pasamos el aspirador solo hace falta cambiar de enchufe una sola vez para llegar bien a la totalidad de sus rincones. Es, aspiradoramente hablando, un piso de dos enchufes. Por eso no tengo más remedio que deslocalizar mi siempre creciente biblioteca en varios lugares de la casa. También me obliga de vez en cuando a deshacerme de algunos libros —en concreto de aquellos que sé que no me apetece volver a leer de nuevo—, que suelo donar al servicio de intercambio gratuito que organiza el centro cívico de mi barrio.
No tengo los libros ordenados en ningún sentido, ni por autor, ni por editorial, ni por fechas; conviven aleatoriamente y felices (o eso imagino) en los estantes, en dobles y triples filas a ser posible. Incluso algunos de ellos comparten vecindad con las series de ciencia ficción del Ingeniero. Supongo que a algunos puristas bibliófilos tal promiscuidad les provoca un sarpullido o dos pero a mí me divierte que Homero o Suetonio estén pegaditos a los DVD de las temporadas de Stargate, Batlestar Galactica o Babylon 5. La literatura es universal, es decir, de todo el universo ;-)
Pese a tanto desorden libresco, o quizás precisamente por ello, sé exactamente donde ir a buscar a cada uno de mis libros cuando los necesito. Supongo que puede decirse que tengo una buena memoria visual porque si me pides un libro sé perfectamente donde está. Es un caos (universal) controlado.


 
El grueso de mis libros y las ediciones más estropeadas/viejas/feas están en la triple estantería del despacho. Como podéis ver en la foto, dos terceras partes están protegidas por puertas de cristal esmerilado porque en el diminuto despacho —ese lugar que se ha convertido en zona inhabitable porque en verano hace un calor terrible y en invierno un frío polar— el sol entra a raudales y deja descoloridos los lomos de los libros.
En el comedor es donde tengo los ejemplares más nuevos, las adquisiciones recientes, los libros pendientes de leer y aquellas ediciones tan bonitas que me apetece que los amigos vean cuando se pasan por casa. Algunos están expuestos a la vista pero muchos viven dentro de los armarios, apilados en torres imposibles. Aquí conviven los libros de Impedimenta con los Alba, los Nórdica, los Malpaso, Libros del Asteroide, Galaxia Gutenberg, Alfabia, Acantilado, Ardicia, Nocturna, etc.  hasta los Roca más raritos o el cofre de Alianza editorial con La trilogía de Corfú de Gerald Durrell. Bonitos, estupendos, excéntricos, apasionantes, bellos, heterogéneos...

 

Y como debe ocurrir en las bibliotecas de todos los lectores empedernidos, si separo la primera fila de los estantes del comedor hay detrás una segunda hilera de lomos pertenecientes a las lecturas de mi adolescencia (y no tan adolescencia): toda la saga de Marco Didio Falco, de Lindsay Davis, y los Harry Potter, por supuesto. No se ven —como mi adolescencia— pero esperan ahí detrás protegidos por lecturas más adultas, por si algún día los necesito.


En el dormitorio también hay otra estantería —las Billy de Ikea caben en cualquier rincón— que comparte mi pequeño rincón Tolkien. No recuerdo cómo llegaron a formar ese pequeño comité los libros del profesor J.R.R. Tolkien, pero me gusta. Son el único ejemplo de cierta organización temática libresca inventada por el ser humano  y, aún así, faltan títulos como El señor de los anillos, el Hobbit o el Silmarillion, que como son tan enormes y están tan manoseados siguen escondidos tras las puertas de cristal del despacho.

 
Suelo prestar libros a mis amigos y, sobre todo, a mi madre, quien los cuida con exquisita ternura porque sabe el cariño que les tengo. Y sí, a lo largo de los años, he perdido un par o tres de ejemplares que presté y jamás volvieron porque las personas que se los llevaron también desaparecieron de mi vida. También me han devuelto alguno que otro muy deteriorado. Ambas cosas me molestan, pero sin fanatismos desgarradores.
¿Qué encuentro a faltar en mi biblioteca? Evidentemente muchísima literatura pero en especial añoro ardientemente una buena edición de La guerra del Peloponeso de Tucídides. La biblioteca de la facultad de Historia de la Universitat de Barcelona (UB) tiene un fondo magnífico y como suelo trabajar allí apenas tengo en casa poco más que lo imprescindible (Heródoto, Suetonio, Catulo, Julio César, etc.). Y si la biblioteca de la facultad no me llega no tengo más que andar unos trescientos metros para cruzar el umbral del edificio central de la UB con sus maravillosas bibliotecas de filologías, mitologías, historia antigua, etc. Pero sigo suspirando por Tucídides. Quizás estas navidades...

miércoles, 18 de junio de 2014

MI BIBLIOTECA (2.7): DEL CAOS AL ORDEN

Samedimanche, la dueña de esta biblioteca, es la propietaria del blog Maelström y lectora ecléctica. Me consta además que es una chica laboriosa, que con cuatro cabos de lana o cuatro retales es capaz de cualquier cosa. Como MacGyver, pero en apañado, vaya.
Llegamos con esta entrega -que aparece aquí con cierto retraso por motivos que más adelante se explican- al final de esta segunda serie de "Mi biblioteca". Espero que este nuevo recorrido por bibliotecas ajenas haya satisfecho la curiosidad malsana de los lectores bibliómanos que por aquí pasan. Gracias a todos los blogueros y comentaristas por su generosa participación.

 
¡Qué alegría me dio Elena el día que me propuso compartir mi biblioteca en su maravilloso blog!
¿Qué puede alegrar más a un lector que compartir el vicio con otros tantos sospechosos de su calaña?
Lástima que la oferta llegase en un momento especialmente cruel para “la habitación de los libros” (es que siempre me ha dado cosica llamarla “biblioteca” porque también está el ordenador, la bici estática y las guitarras y amplificadores de mi Santo...y no será una Biblioteca hasta que sea un cuarto exclusivo. Llamadme snob...). Justo acabamos la remodelación de la cocina que, como la hemos hecho con estas manitas, se ha transformado en una obra faraónica que ha dejado mi universo doméstico patas arriba y lleno, llenísimo, de polvo.
 
El caos...
 
Como comprenderéis, no podía presentaros a mis niños con semejante aspecto... pero no he podido evitar retratar el caos y, luego, el orden. Bueno, orden relativo, porque es muy mío. A un ladrón de libros lo despistaría, pero para mí está claro como el agua y lógico como Spock.
 

...y el orden.
 
De arriba a abajo y de izquierda a derecha, los libros se despliegan desde el cine y la música a los libros de arte y los estudios de género, pasando por las escritoras y sus biografías, para enlazar las victorianas con los victorianos, continuar por el misterio decimonónico y el terror, el policiaco y el resto. En “el resto” encontramos todos aquellos libros que no encajan en ninguna de las categorías anteriores. Los cómics están colocados donde corresponden a su temática (From Hell está con los libros sobre Jack el Destripador, por ejemplo) y, además, hay algunas carpetas y objetos relacionados en cada sector. Un poco así, pero a mí me funciona.
Pero esta habitación no es el único rincón de la casa en la que se desparraman los libros: el salón y el baño acostumbran a acoger revistas y libros sin orden ni concierto, sólo porque pasaban por allí.
Los libros prestados o pendientes de devolución sí tienen un lugar adjudicado en un mueble del salón para no despistarme pero, curiosamente, en mi mesita de noche no hay ningún libro porque tengo la costumbre de arrastrar conmigo lo que esté leyendo en ese momento, al metro, a los restaurantes o a la cama.
Tampoco tengo un rincón para los libros pendientes de leer. Lo tuve, pero empezó a estresarme cuando se volvió amenazante como un Gremlin en una piscina, así que opté por insertarlos en el que sería su lugar de reposo pero poniéndoles un post it en el lomo. Conforme aumentaban los post-it me fui volviendo loca y me parecía que cada libro no leído me sacaba la lengua con desprecio. Fuera post it. Ahora, si no recuerdo que tengo tal libro por leer es que no es el momento de leerlo. Como comprenderéis, a veces me llevo sorpresas muy agradables al redescubrir alguna de estas lecturas pospuestas entre las estanterías.
 
Las estanterías de Narnia

Lo que me lleva al tema estantería. Yo creo que la madera de mis estanterías viene de Narnia o algo así porque, por más libros que saco, siempre quedan justos. Precisamente, aprovechando la limpieza a fondo que ha conllevado la obra, me he deshecho -con gran dolor de mi corazón, pero es que ya me decidí a no poner ni una sola estantería más- de un buen número de libros, llevándolos a librerías de 2ª mano y otras donaciones igualmente humanitarias (¿Vosotros podéis dejar un libro en la basura? A mí se me enrampa la mano y echo espumarajos por la boca... ¡es imposible!). Juro que han salido más de los que han entrado y aún así he tenido que estrujar toda mi capacidad de jugar al Tetris para que cupiesen todos... los libros no se crean ni se destruyen, simplemente se modifican. Eso, o vivo en plena biblioteca del Triángulo de las Bermudas.
 

martes, 13 de mayo de 2014

MI BIBLIOTECA (2.6): EL BIBLIÓMANO BIPOLAR

Nuestro invitado de hoy, César Mallorquí, propietario del blog La fraternidad de Babel, no sólo acumula libros ( y se desespera pensando qué hacer con ellos). Es también un escritor de prestigio, cuyas obras han cosechado numerosos premios (el más reciente, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2013 por su novela La isla de Bowen).

La librería del salón (o, más bien, una parte de ella)

Hay una frase que suelo repetir: “Me encantan los libros. Y leerlos tampoco está mal”. En efecto, adoro los libros como objetos, me gusta su olor, su textura, su aspecto, soy un fetichista del papel impreso. ¿Recuerdan al Tío Gilito nadando en monedas de oro? Pues así soy yo, sólo que con libros. Y también los leo, claro, aunque a veces pienso que eso no es lo fundamental.
Sin embargo, en ocasiones me entran ataques de nazismo. Entendedme, no es que de repente me apetezca invadir Polonia, ni ponerme a masacrar judíos (entre otras cosas porque mi apellido es judío); no, no se trata de eso. Sencillamente, hay momentos en los que siento el irrefrenable deseo de quemar libros.
Me sucedió por primera vez en 1996, cuando cambié de domicilio. Desde entonces, a mis más odiados enemigos les deseo el peor de los destinos: una mudanza. Veréis, tengo muchos libros, toneladas de ellos. ¿Cuántos? Ni idea; por aventurar una cifra, digamos que alrededor de quince mil. Pues bien, ¿sabéis lo que es empaquetar todos esos libros, trasladarlos, desempaquetarlos y volverlos a colocar en estantes? ¿Sabéis lo mucho que pesa una caja llena de libros? ¿Sabéis todo el polvo que pueden acumular?
Fue entonces cuando un nuevo deseo se apoderó de mí: amontonar todos esos libros en el jardín y prenderles fuego. Se me pasó, por supuesto, volví a amar los libros. Pero se había abierto una grieta entre nosotros. De repente, sentía que los libros me robaban parte de la libertad, que estaba obligado a ir por la vida arrastrando quintales de papel. Era como un barco al que se le van adhiriendo moluscos al casco; sólo que en mi caso, en vez de mejillones y lapas, libros.
Lo superé. Mi amor por los libros ya no es inmaculado, pero la llama de la pasión sigue viva. No obstante, periódicamente sufro nuevos ataques de bibliopiromanía. Por ejemplo, cada vez que busco un libro y no lo encuentro. O cada vez que, por estar todos los libros en doble fila, tengo que quitar los de delante para sacar uno que quizá, y sólo quizá, esté detrás. O cada vez que no sé qué hacer con los libros que me acabo de comprar, porque ya no me caben en ninguna parte. Ah, sí, en esos momentos añoro tanto una buena antorcha...
Pero me controlo; nunca he quemado un libro, ni siquiera los que se lo merecen. Así que hablemos de mi maldita biblioteca. Aunque en realidad no tengo una biblioteca, una habitación específicamente orientada a acomodar libros (¡quién la pillara!). En mi caso, los libros se han ido extendiendo por toda la casa, como una plaga. Afortunadamente, mi mujer puso cierto coto al asunto: nada de libros en la cocina, los baños y el pasillo. Es muy sabia; no sé cómo me aguanta.
 
 
El despacho (1)

Bien, vayamos al meollo del problema. Durante mi infancia y juventud era un gran aficionado a la ciencia ficción y desde que tenía trece o catorce años comencé a coleccionarla. Durante décadas, fui un cazador de libros de ciencia ficción y fantasía, los buscaba en las librerías de viejo, los intercambiaba con otros coleccionistas, los perseguía igual que un tiburón a un banco de merluzas. Y he llegado a tener una notable colección. De unos cuatro mil volúmenes, la mayor parte de los cuales son una mierda como literatura, pero joyas para un coleccionista.
 Es decir, algo menos de la tercera parte de los libros que tengo son de ciencia ficción. Pero desde hace muchos años no colecciono nada, esos libros lo único que hacen es ocupar espacio y acumular polvo. Debería quedarme con los que de verdad me interesan y vender el resto (la mayoría). ¡Pero no puedo! Se me parte el corazón con solo pensarlo. Hay tanto cariño puesto en cada uno de esos libros, tantos recuerdos... Sí, soy idiota, ya lo sé.
 
 
El despacho (2)
En fin, el estado usual de mi biblioteca es el caos, la entropía en todo su esplendor. Aun así, intento luchar contra el desorden estableciendo ciertos territorios en mis librerías. De vez en cuando, algún amigo me sugiere que use no sé qué programa de ordenador para controlar y archivar mis libros. Eso significaría introducir 15.000 entradas en el programa. La mera idea me provoca sudores fríos; antes quemo los libros.
Bien, comencemos por las librerías de mi despacho. En la que aparece en la Foto 1 tengo libros de documentación sobre muy variados temas, diccionarios de todo tipo (me encantan), ensayos sobre literatura, y biografías. Y libros de otros temas que no deberían estar ahí, pero que como no me caben en ninguna parte, ahí se quedan.
En la Foto 2 encontramos lo más deprimente. La mitad de los libros (recordad que están en doble fila) son de documentación y de divulgación científica. La otra mitad son libros que tengo pendientes de leer. Hay varios centenares; creo que, ni aun dedicando lo que me resta de vida exclusivamente a la lectura, podría leerlos todos. Eso es lo deprimente. Como comprarte un loro y ser consciente de que ese cabrón de pájaro te va a sobrevivir.
En el salón tengo, en su mayor parte, libros de Historia, sobre cine y cómic, sobre antropología y mitología, sobre religiones y sobre filosofía. Y una miscelánea de temas que tampoco hace falta enumerar. Ah, sí; una de las baldas está enteramente dedicada a libros de Borges o sobre Borges. De hecho, los libros de conversaciones con Borges son un género en sí mismos. Yo los compraba todos (¿debo aclarar que soy fan irredento del maestro argentino?), hasta que un día me di cuenta de que había adquirido unas memorias de la asistenta de Borges (El señor Borges, Edhasa 2005) y dejé de hacerlo. No es que los recuerdos de una asistenta sobre su ilustre patrón me parezcan irrelevantes, pero aquello comenzaba a parecerse mucho al puro cotilleo. En las baldas inferiores amontono (c'est le mot juste) las novelas ya leídas.
Las fotos que vienen a continuación son la imagen de mi pecado, de mi castigo, de mi estúpido sentimentalismo. Mi colección de ciencia ficción. Está repartida en los dormitorios de mis dos hijos y ordenada mediante el aleatorio procedimiento de “clasificación por estratos”, como los fósiles.
 
 
 
 

Además de todo eso, tengo varias cajas llenas de libros en el trastero, cuando quien debería estar en el trastero soy yo.
En fin, que no soy un bibliófilo: soy un bibliómano. O quizá un bibliópata, no sé. Y con tendencias bipolares: a veces los amo, a veces deseo quemarlos. Pero no, a quién quiero engañar: adoro los libros y jamás les prendería fuego. Son tan hermosos...
No obstante, ser escritor y estar rodeado por tantísimos libros supone una cierta contradicción. Cada vez que acabo una novela, no puedo evitar quedarme mirándola y pensar: Hala, otro libro más; justo lo que necesitaba la humanidad.
 
 
 
 
Si queréis comprender en toda su magnitud lo enfermo que estoy, lo que muestra esta foto es mi mesilla de noche.

 

lunes, 5 de mayo de 2014

MI BIBLIOTECA (2.5): ¿LOS LIBROS SON ELÁSTICOS?

Los libros de Zazou, que comparte sus desvelos librescos en el blog  Bibliomanías y otros desvaríos están en plena reorganización. Buscan su sitio en las estanterías que les esperan, acogedoras. Pero todos sabemos que colocar libros no es tarea fácil...



Yo tenía un libro en África… vale, no, el libro no estaba en África ni al pie de las colinas de Ngong. En realidad está en mi estudio y al pie de las estanterías, igual que varias docenas de libros más, amorosamente apilados en varios montones. Las estanterías se extienden a lo largo de una pared y media y otra media pared junto a la puerta, blancas como el gotelé, para que sólo los libros en las baldas tengan colorido y personalidad. Ellos son los importantes. Ellos y el suelo de madera, que a veces parece pedir una butaca o, incluso, una mecedora donde apoltronarse con alguno de los volúmenes en las manos, una taza de té o una copa de vino cerquita y la mente atenta, abierta, hambrienta. Pero eso no va a ser todavía; no mientras esas pilas permanezcan levantadas, irradiando impaciencia por cada hoja de cada libro. 
 


Renovarse, crecer, evolucionar. Es una ley natural. Las estaciones se suceden, los años pasan, los paisajes cambian. Así debe ser. Los niños se hacen jóvenes, los jóvenes se hacen adultos (o no) y la rueda sigue. Lo normal. Los libros se multiplican… ah, ahí ya nos hemos enredado. No pueden multiplicarse sin ayuda, por sí mismos no ensanchan ni procrean. Porque no son seres vivos… ¿Cómo que no? El libro respira y habla, reinterpreta el mundo para el lector y mantiene una conversación con él, además una conversación diferente según qué lector. El libro despierta cuando lo abres, se alimenta con tu compañía y descansa cuando lo dejas de nuevo en el estante; a veces incluso te echa de menos y suplica, si necesita ser leído de nuevo. El libro es una especie callada pero no muda, tan fiel como puede serlo quien te ama desinteresadamente. Mimoso, el libro se acurruca en tu regazo en cuanto te sientas con él y te abraza con las palabras. También es una raza gregaria: tiende a convivir con otros miembros, sin discriminación de género, color o tamaño, y se agrupan en bandadas organizadas en hileras. Por lo general. Excepto los míos, o buena parte de los míos, estos días.

Tengo ahí a los pobrecitos, esperando que a ratos me ocupe de ellos. Pero es que lleva su tiempo. Ordenarlos no es tan simple como colocarlos en las baldas a la buena de los dioses. Se requiere un criterio y una sistematización. Se lo digo cada vez que entro al estudio y los encuentro ahí, con los lomos temblando de esa forma tan patética, echándome en cara su posición supina. Por mucho que a ellos no les importe mezclarse, a mí sí. Reconozco que soy un poco estricta con el tema, aunque no tan en exceso como para resultar maniática. Me gusta poder echar un vistazo y saber que en ese lateral están los de fantasía, que en aquellas baldas los clásicos y en el rincón los de poesía, por ejemplo. Y en esas estoy. Decidiendo en qué lateral, en qué balda y en qué rincón van a acabar ubicados (por no hablar del armario empotrado que, además de trastos varios, guarda otra porción de libros que no tienen cabida fuera). Todo porque he cambiado una estantería por otra algo más grande y he decidido que quería darles nuevos aires. Lo curioso es que, una vez sacados los libros para enfrentarlos a la reorganización, abultan más que antes. ¿De dónde viene esa magia extramatemática? Es como cuando te mudas de casa y, llegada a la nueva, te preguntas: ¿por qué si vengo de un piso de dos habitaciones y ahora tengo tres no me caben las cosas que traigo? Dicen que el tiempo es elástico. ¡Eso no es nada comparado con el volumen de los libros al intentar volver a guardarlos!
 
 


El otro día mi sobrino se admiraba (angelito) al preguntarme por los libros que tenía. «Tía, tú que lees mucho, ¿tienes más de cincuenta libros en tu casa? ¿Más de cien? ¿Más de…? ¡Jo, tía! ¿Pero dónde los guardas?» Y mi marido se echó a reír mientras esperaba que yo contestara. La respuesta era fácil: en las estanterías que hay por la casa. Por suerte, la bendita inocencia del niño evitó la cuestión conflictiva que dejaba al “dónde” en pañales: el “cómo”. De momento, sólo podría decirle: “Con paciencia y mucho cuidado”. 

Con ese armamento y un pelín de optimismo desmedido, me enfrenté ayer por la tarde a tamaña empresa. Subí y bajé mi escalerita, me senté y me tiré por los suelos, trasladé libros de una pared a otra, los volví a trasladar… Pensaba que lo haría de una sola vez. Había olvidado las anteriores experiencias. ¿Amnesia voluntaria? Es probable. Al anochecer, solo había conseguido organizar una estantería, donde reposan ahora la poesía, el teatro y los clásicos. Entre tanto, refunfuños y rezongos para mi coleto, aunque en el fondo estaba feliz en mi pequeño paraíso libresco. Porque esa sensación de estar rodeada de libros es tan placentera como una tarde soleada en la tumbona de la terraza, o quizá más. Y el regustillo de planificar e imaginar cómo quedarán los libros, una vez estén por fin colocados, tiene la dulzura chispeante de un pastel de limón. De esos que me encantan.

miércoles, 23 de abril de 2014

MI BIBLIOTECA (2.4): UNA BIBLIOTECA DANTESCA

José C. Vales, del blog Las luciérnagas no usan pilas, nos invita a conocer su biblioteca, dantesca (en el mejor sentido de la palabra) y luciérnaga, no podía ser de otro modo. (Puede que a alguien le sorprenda el adjetivo "luciérnago": le recomiendo que se dé un paseo por el blog de José y lo entenderá rápidamente.)

 
Internet está atestado de sugerencias, ideas y sentencias según las cuales —al parecer— nuestras bibliotecas son la imagen de nuestra vida, o de nuestro pensamiento, o de nuestro modo de entender el mundo. Dependiendo de la organización de nuestra biblioteca —se asegura—, cualquiera podría decir si somos maniáticos, pragmáticos, caóticos, inflexibles, sentimentales, lógicos, desconcertantes, obsesivos, etcétera. (Como en todos estos sencillos juegos de analogías, en ellos hay una parte de razón, cuarto y mitad de imaginación y el resto es una completa falsedad). A juzgar por esta filosofía de dudosa verosimilitud, un servidor sería caótico–racional–maniático–disperso–estricto–formalista–luciérnago.

En realidad, mi biblioteca está configurada conforme a una imagen del mundo que resulta incontestable, según la cual «las cosas son así, pero perfectamente podrían ser de otro modo»: todo es susceptible de cambiar, mutar, modificarse o variar sin ninguna razón en absoluto. (Dado que comparto casa con otra persona, esta visión del mundo con frecuencia suscita confrontaciones poco filosóficas, que también afectan a la disposición libresca).

 En principio, debo hacer referencia a los libros con los que comparto la mayor parte de mi tiempo en el estudio: son diccionarios, gramáticas, manuales y textos de referencia. Aquí tengo los libros de uso habitual y constante; por ejemplo, el Covarrubias, el Correas, el María Moliner, el fantástico Redes de Ignacio Bosque, el Autoridades, la HCLE de Francisco Rico, la HLE de García de la Concha, la HCPE de Abellán o el Diccionario de Ferrater Mora, entre otros, además de distintas historias temáticas, históricas, nacionales, etcétera. Pero lo fundamental es mi colección de la Biblioteca Clásica, publicada por Crítica, que se interrumpió cuando llevaban publicados unos 35 volúmenes y que recientemente ha retomado Galaxia Gutenberg con la colaboración de la RAE. En mi opinión se trata del mayor esfuerzo crítico y filológico de la literatura española, y el Paraíso de cualquier filólogo hispanista. 
 
En la biblioteca propiamente dicha hay tres grupos de estanterías. En el primero, una estantería acoge, en abigarrado desconcierto, unos doscientos textos teóricos y raros dedicados exclusivamente al Romanticismo, que ha sido mi principal ocupación durante muchos años. En las otras dos estanterías se reparten las colecciones de literatura gótica (Valdemar), los clásicos franceses y latinos, los ensayos de Alba y de Turner, y un buen surtido de la colección de Letras Universales de Cátedra. Aquí se encuentran los textos más luciérnagos de mi biblioteca, como los textos de San Jerónimo, San Agustín, San Isidoro, los Evangelios Apócrifos y otros de la BAC. Además, están los textos «conspiranoicos», los extravagantes y otras rarezas y singularidades.

En el segundo grupo de estanterías están ordenadas las colecciones de clásicos de Austral, la de Cátedra Letras Hispánicas, los Castalia, los Anagrama, los Seix y una pequeña colección de obra hispanoamericana, además de algunos libros que son más viejos que antiguos.


 El tercer grupo de estanterías es el Purgatorio. Ahí se apiñan, en dantesco revoltijo, los libros «modernos»: los Atxaga, Cercas, Falcones, Muñoz Molina, Millás, Goytisolo Sampedro, etcétera, comparten espacio con los Follett, Larsson, Süskind, Walker, Skármeta o Wolfe, y un larguísimo —y generalmente aburridísimo— etcétera. Se entiende, naturalmente, que es una estantería «purgatorio» donde los autores deben esperar a convertirse en clásicos y, con el tiempo, tal vez alcancen el honor de ser trasladados a otras estanterías más dignas. En mi opinión, estos autores no pueden estar con Garcilaso, Fray Luis, Cervantes, Galdós, Tito Livio, Cicerón, Austen, Shelley, Keats, Hugo, Goethe, etcétera. (En la habitación de invitados está el Infierno libresco, con curiosidades varias para alivio y remedio de las visitas insomnes).

En la biblioteca tenemos una «mesa de novedades», donde se van apilando los libros recién adquiridos y algunos coffee-table books interesantes sobre arte pop.

 

 [Naturalmente, los lectores de estas «Notas para lectores curiosos» se preguntarán dónde están los Alba, los Impedimenta, los Lumen y los Espasa-Clásicos, entre otros. Debo decir que todos esos libros están en la «biblioteca selecta y particular» de La Editora. Allí se me ha permitido colocar mi colección de Eco (ensayo), una gran representación de los Impedimenta (en algunos de ellos he tenido la fortuna de colaborar, así como en los clásicos de gran formato de Espasa), y de la inmensa colección de Alba de La Editora, algunos también tienen mi ex libris. La ordenación de esta biblioteca corresponde en exclusiva a La Editora, y siempre que pretendo consultar algún libro de esas estanterías debo pedir permiso y retirar con sumo cuidado la infinita cantidad de elementos decorativos que impiden un acceso directo a los libros.]

No sé si pueden extraerse conclusiones a partir de esta organización y composición bibliotecaria, pero si tuviera que hacerlo, probablemente admitiría que se trata de una colección de clásicos. Creo que a un visitante le llamaría la atención la abundancia de textos sobre Teoría Literaria y Filología, Historia, Filosofía y Misceláneas. Probablemente le sorprendería el desinterés y la negligencia con que trato la producción literaria del siglo XX y la veneración que dispenso especialmente a los clásicos hispánicos, europeos, grecolatinos y religiosos. Y tal vez, si me preguntara, podría decirle que tanto la selección como el orden (en salas, estanterías y baldas) remite a un hecho fundamental: que hace muchos lustros que la literatura dejó de ser para mí un entretenimiento o un pasatiempo para convertirse en el objeto de mi labor profesional. Es razonable (y bueno) que la literatura no sea más que un agradable entretenimiento para la mayoría de los lectores; pero para conseguir ese pequeño milagro, los profesionales de la edición, la traducción o la crítica —igual que los profesionales de la arquitectura, la música o la pintura— deben entregarse a estudios especializados.