John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)
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miércoles, 20 de mayo de 2020

DIEZ AÑOS ESCRIBIENDO


Estos tiempos curiosos que estamos viviendo, que nos han catapultado a todos fuera de nuestra vida habitual (quién sabe si volverá), son sin duda los culpables de que conmemore con un mes de retraso un importante aniversario: ¡señoras, señores, este blog ha cumplido 10 años! Ahora tocaría una parrafada diciendo todo aquello de que nunca pensé que llegaría tan lejos, de comentar las muchas satisfacciones que me ha procurado el blog y de dar las gracias a mis fieles lectores. Todo es cierto, pero considérenlo hecho y no me extiendo más. Además, seguro que ya lo he dicho en algún otro lugar
La efemérides me deja, debo confesarlo, un regusto agridulce. En los últimos tiempos, he visto cerrarse muchos de los blogs que seguía desde hace años; tal vez esta forma de comunicación tiene una vida limitada, o quizás el ritmo acelerado con que surgen nuevos estímulos y nuevas plataformas (Twitter, Instagram..) lo fagocita todo. Yo, aunque a paso más lento, sigo resistiendo. Hasta ahora, cada vez que he sentido la tentación de bajar la persiana -o, simplemente, dejar que el blog muera de inanición-, convencida de que no tengo nada más que decir, me he despertado un día con una idea que me bailaba por la cabeza, componiendo frases casi a mi pesar. Y, de nuevo, me he sentado a escribir un post. Que, luego, no siempre ha resultado tratar de lo que yo pensaba que trataría. 
Y es que escribir tiene esa facultad: ordena tu pensamiento y te lleva por caminos insospechados. Una vez le oí decir al escritor Antonio Orejudo que él, cada vez que hay un tema sobre el que no sabe muy bien qué pensar, escribe un artículo, y solo entonces se da cuenta de cuál es su opinión al respecto. Algo parecido sucede también con el blog, y seguramente es eso lo que motiva que los blogueros irreductibles sigamos al pie del cañón. 

Ilya Kulikov, El escritor E. N. Chirikov en su mesa de trabajo (1904)

Mirando atrás -un aniversario redondo como esto lo hace casi inevitable- me doy cuenta de que en estos diez años han cambiado muchas cosas, tanto en mi vida personal como profesional. Algunas cosas han ido a mejor, otras, a peor. Lo más estable, lo único que ha permanecido inamovible, es este blog. Una verdadera hazaña en esta época de incertidumbre. Como ocurre en todas las disciplinas, los inicios fueron titubeantes (y bastante malos, me temo): no tenía claro acerca de qué quería realmente escribir ni cómo quería hacerlo. Pero a fuerza de práctica todo se fue resolviendo y, poco a poco,  los textos adoptaron un tono común y aprendí a acotar una serie de temas. Aprendí también que no pasaba nada por hacer caso omiso de las recomendaciones de los gurús del marketing: entendí que lo que me importaba no era la cantidad de seguidores -esa obsesión de las redes-, sino su calidad. Además, con el tiempo he comprendido que soy fatal prediciendo el interés del público: los textos que más me han costado, los que consideraba más interesantes, no recibían apenas visitas, ni generaban comentarios; en cambio, aquellos artículos que he subido casi con reticencia, pensando que no valían gran cosa, han conocido a menudo un éxito inesperado. De modo que hace ya tiempo que he renunciado a buscar el aplauso del público. Escribo lo que me apetece, sobre aquello que me llama la atención o mi curiosidad. Tengo una línea, pero me la salto cuando me da la gana. Por ejemplo, siempre insisto en que no hago reseñas, pero si hay un libro que me ha gustado, hablo de él y lo recomiendo. Solo así, supongo, es posible pasarse diez años escribiendo sobre lectura y lectores, sin -en apariencia- agotar el tema. Lograr que encima haya gente que me lea me parece rizar el rizo. 
En fin, como suele ocurrir, planeaba hablarles de una cosa y he acabado hablando de otra. Les doy las gracias por haber llegado hasta aquí conmigo. Intentaré seguir acudiendo a la llamada del blog.


domingo, 3 de diciembre de 2017

DEJAR UN LIBRO A MEDIAS



Según Daniel Pennac -que tanto reflexionó en torno a la lectura y cuyo aniversario, precisamente, se conmemoró el pasado 1 de diciembre-, entre los derechos del lector está el de dejar a medias un libro. Unos derechos estos que estaría bien grabar a la entrada de las bibliotecas y de las escuelas, para alivio de tantos lectores que no consideran que leer un libro deba ser una obligación, ni un paso más en su educación, ni una muestra de superioridad moral, ni una tarea ardua, pero necesaria. Que desean leer un libro sin más, sin connotaciones, a su ritmo, porque en ese momento les apetece (y tal vez en otro momento no, ¿qué pasa?). Y, si resulta que ese libro no les convence -sin importar que se lo hayan recomendado tantísimo, ni que su autor sea famoso, ni que a su vecina le haya encantado-, están en su pleno derecho de dejarlo cuando quieran. Es más, creo que aprender a abandonar una lectura que no cumple con las expectativas, lejos de ser un acto de pereza, es un acto de necesaria higiene mental.

Daniel Pennac

En mi larga nómina de lecturas hay infinidad de libros terminados, la mayoría, pero también unos cuantos que se quedaron a medias. ¿Eran todos malísimos? Sin duda, algunos lo eran. Pero, lo confieso, hay libros "malos" -con muchas comillas; como dicen los ingleses "one man's meat is another man's poison", lo que en castizo viene a ser "para gustos, colores"- que he leído hasta el final sin pestañear, a veces porque  simplemente la trama me había atrapado; otras, porque a pesar de la absurda deriva del argumento, no había perdido del todo la esperanza de que enderezase su rumbo en algún momento. Así pues, que flaquease en la continuidad de la lectura fue solo en parte achacable al libro en cuestión. También se ha dado el caso de que, a pesar de hallarme ante una novela suficientemente interesante y bien escrita, el desenlace me resultase excesivamente previsible; no me importó entonces dejarla de lado a pocas páginas de ese final que veía venir desde lejos. En otras ocasiones, en cambio, la culpa del abandono ha sido toda mía: quizás mi mente no estaba preparada para digerir ese libro en concreto, o la lectura me pilló en un momento en que estaba empachada de ciertas lecturas y -a modo de los que se encuentran delicados del estómago- necesitaba otro tipo de dieta libresca. Nunca me ha parecido grave. Algunos de esos libros los he retomado, con provecho, en condiciones más adecuadas. Otros, esperan aun su turno, que tal vez no llegue nunca.




Existe ahora una corriente de opinión que achaca las bajas tasas de lectura a la ubicua y constante seducción de las pantallas. ¿Cómo va a leer la gente -argumentan- si está rodeada de otras ofertas de ocio, tan sumamente atractivas? Es innegable que todos, salvo algunos pocos ermitaños tecnófobos que aún reniegan del móvil y sus fastos, perdemos cada día mucho tiempo consultando aplicaciones diversas. Tiempo que, sin duda, podríamos dedicar a otras actividades. Ahora bien ¿quién dice que privada del imán de las pantallas, la gente se lanzaría a leer y no a cualquier otra actividad? Qué se yo, a tomar cañas, a hacer deporte, a hablar con los amigos o jugar con sus hijos. En fin, en cualquier caso el asunto preocupa lo suficiente como para que se encarguen sondeos al respecto. Cazo al vuelo -sí, en esas redes malignas que me quitan tiempo para leer- un artículo aparecido en la web ActuaLitté con el tremendista titular "Desbordados, los lectores no terminan más que un libro de cada tres". Alarmante, se diría. Aunque si uno lee con atención los datos allí expuestos, la cosa no parece tan grave. De entrada, resulta que el titular no refleja del todo los resultados del sondeo, que, leído con más atención,  dice que "un francés de cada tres menor de 50 años deja a medias más de la mitad de los libros que comienza" (o sea, para dos terceras partes del público lector la tasa de abandono es menor). Con frecuencia, el motivo aducido para este abandono es "la falta de tiempo". Ignoro con qué grado de veracidad responde la gente a estas encuestas, pero yo las encararía con un sano escepticismo: personalmente, no he dejado nunca de terminar un libro que me interesase lo suficiente. ¿Quién no se ha quedado en vela hasta las tantas con tal de acabar un libro que le apasionaba? El tiempo, como todos sabemos, es relativo. Y elástico. Curiosamente, además, entre los menores de 35 años (que se supone son los más afectados por la adicción a las pantallas) solo un 16% dice que estos medios les impiden concluir sus lecturas. Vemos luego que todo el objetivo de la encuesta era sondear si tendría aceptación entre el público un sistema que permitiese convertir los libros en audio. Así que el malo de la película no eran las pantallas, ni la falta de diligencia de los lectores, sino el libro en papel, tan pesado y anticuado el pobre. Supongo que, como ocurre con todas las encuestas -fíjense sino en el ejemplo de las encuestas electorales-, cada cual saca de ellas la conclusión que más le interesa. Por mi parte, creo que nunca se me ocurriría achacar el abandono de un libro a que era muy largo y abultaba mucho. Precisamente, cuando un libro te gusta, lo que desearías es que no acabara nunca. Solo los tostones "se hacen" largos. Lo mismo que las malas películas, o las malas series. ¿Cuántas han dejado ustedes a medias, díganme? Al final, lo que cuenta es la calidad del contenido. ¿Para qué perder tiempo en libros que no lo valen? Háganse un favor, no se sientan culpables de dejar a medias los libros que no merecen su atención. Y empleen ese tiempo en leer otros que les compensarán sobradamente. Hagan uso, sin limitaciones, de sus derechos de lector. 





miércoles, 13 de enero de 2016

LA VERDAD SOBRE LA BELLA DURMIENTE



Los ingeniosos chicos de Google le dedicaron ayer un bonito doodle al aniversario de Charles Perrault. Unos dibujitos, como podrán apreciar, de lo más colorido e infantil, persuadidos sin duda por la magia del universo Disney de que el señor Perrault narraba unas bonitas historias pobladas por princesas de rubios cabellos, príncipes apuestos y gatos calzados con elegantes botas, en las que el Mal era vencido y el Bien triunfaba invariablemente. Craso error. Los cuentos de Perrault -como los de Grimm unos años más tarde- se inspiran en su mayoría en leyendas tradicionales y todos sabemos lo mucho que al vulgo le ha gustado desde siempre lo cruento y lo macabro. Vaya, que lo que Perrault hizo es una versión para la nobleza y la alta burguesía de su tiempo de lo que en otros lugares eran los romances de ciego. Por supuesto, aderezados con la correspondiente moraleja, que permitía a sus lectores refocilarse con tranquilidad en los detalles más truculentos, sabedores de que la conclusión moralizante borraba todo pecado.
 
 
Tal que así, no hace tanto, se arremolinaba
el pueblo para escuchar historias truculentas
 
Personalmente -Bruno Bettelheim y otros pedagogos insignes está conmigo en esto- pienso que no hay nada más devastador para la formación de los niños que esas azucaradas versiones Disney de los cuentos tradicionales, unas versiones que fomentan una visión irreal de lo que es la vida, cuando desde siempre los cuentos han sido un pozo de sabiduría tradicional donde aprender a través de ilustrativos ejemplos cómo son las cosas por ahí afuera. Los cuentos de Perrault, en su versión íntegra, resultan una lectura de lo más aleccionadora, tanto para niños (si dudan, piensen que después de lo que ven en internet los críos, ya nada puede asustarles) como para adultos. Como ejemplo, ahí van unas cuantas muestras de la auténtica La bella durmiente, con detalles que seguro ignoraban.
De entrada, los padres de la Bella durmiente -que aun no era durmiente, claro- invitaron a su bautizo a siete hadas -"fueron todas las que se pudieron encontrar en el reino": Perrault está lleno de comentarios así, llenos de un humor soterrado; digo yo que el reino no sería muy pródigo en estos seres mágicos- y les regalaron a cada una un estuche de oro macizo con cubiertos de oro y rubíes dentro; pero se presentó un hada vieja a la que habían olvidado invitar (no salía nunca de su torre) y, como para ella no había estuche, se molestó. Quién no. De ahí que pronunciase la maldición de que la niña se pincharía con un huso y moriría (sentencia luego conmutada, gracias a otra de las hadas, por la de un sueño de cien años).
 
Ilustración de Alexander Zick
 
Cuando, inexorablemente y a pesar de todas las precauciones, la princesa se pincha y cae dormida, los padres mandan llamar al hada buena, pero como se encuentra muy lejos, envían en su busca a un enano con botas de siete leguas -lo de las botas es muy francés, luego nos asombramos de que Flaubert fuese un fetichista del calzado femenino- y el hada se presenta en un "carro de fuego tirado por dragones". Sería buena, pero algo de susto sí daba. Ni corta ni perezosa, procede a sumir en un profundo sueño a todos los habitantes del castillo (menos sus padres), no fuese que al despertar la princesa se encontrase sola y sin nadie que la sirviese. Incluidos los mastines, los caballos e incluso "los faisanes y perdices que se asaban en las cocinas". Total, que cien años después un príncipe que va de caza pregunta qué hay en ese bosque tan espeso. Las respuestas que le dan son variadas: un castillo lleno de espíritus; un lugar donde los brujos de la región celebraban sus sábat; un ogro que roba todos los niños que puede para comérselos a gusto... hasta que uno menciona a una princesa dormida y el príncipe, "impelido por el amor y por la gloria" se interna en el bosque para rescatarla.
 
 
Así lo vio Doré
 
Ahora viene lo del beso, dirán. Pues no, en la versión original el príncipe todo lo que hace es arrodillarse, tembloroso, junto al lecho de la princesa, que acto seguido se despierta. Y -otra de las salidas humorísticas de Perrault- le dice:  "¿Sois vos el príncipe? ¡Os habéis hecho esperar mucho!" El príncipe, lejos de achantarse por este recibimiento, cae rendido de amor y ambos se ponen a hablar durante más de cuatro horas (Perrault es específico en eso) de esas cosas que hablan los enamorados. Entretanto, el resto del palacio se ha despertado y "como no estaban enamorados, se encontraban muertos de hambre". La dama de honor, impaciente, les interrumpe anunciando que la carne está en la mesa. ("Menos cháchara, tortolitos", sería la versión pedestre). A partir de ahí, la cosa se pone de verdad interesante. He aquí que el príncipe, -que se apresura a contraer matrimonio con la princesa para (imagino) compartir su lecho- regresa a su casa solo y miente a sus padres diciéndoles que se ha perdido cazando. Desde aquel día, sus expediciones de caza menudean (la madre, como todas las madres, sospecha e intenta sonsacar al hijo, pero este no suelta prenda, en especial porque "la teme, ya que, aunque la quiere, era de la raza de los ogros y cuando veía pasar junto a ella a niños pequeños, le costaba retenerse para no abalanzarse sobre ellos"; vaya pieza...)
 
 
Los ogros comeniños, todo un clásico de la literatura universal
 
La cosa dura dos años, durante los cuales la Bella durmiente tiene dos hijos con el príncipe, a los que llaman Aurora y Día. Pero entonces el rey muere y el príncipe, convertido en rey, se decide a revelar su secreto y lleva consigo a su mujer y sus hijos a palacio. ¿Colorín colorado? No, por supuesto. El ahora rey tiene que partir a la guerra y deja como regente a su madre. Esta aprovecha para dar rienda suelta a sus instintos y tiene esta estupenda conversación con su mayordomo:
 

« -Mañana quiero comerme para cenar a la pequeña Aurora
— ¡Ah, señora! -dijo el mayordomo…
— Lo quiero -dijo la reina (y lo dijo en un tono de ogresa que siente deseos de comer carne fresca)- y quiero comérmela con salsa Robert. » *
(Observen de nuevo el impagable toque francés, ¿quién sino precisaría el tipo de salsa?)
 
Total, que el buen mayordomo la engaña y le prepara un corderito en su lugar, y lo mismo hace cuando la reina quiere comerse a Día y luego a su madre (con esta última tiene más dificultades para encontrar quien la sustituya, porque "habiendo dormido cien años, su piel era más correosa". Siempre el toque mundano de Perrault). El plan de la reina madre es decirle al rey cuando regrese que los lobos se han comido a su mujer y a sus hijos. Pero un día, paseando por el patio, oye llorar a un niño: es el pequeño Día, que llora porque su madre quiere azotarlo por haberse portado mal. (Por aquel entonces aún no estaba prohibido fustigar a los niños, más bien se suponía necesario.) Furiosa por el engaño, decide arrojar a los tres a un barril lleno de víboras, sapos y culebras, añadiendo de paso al mayordomo, a su mujer y a su criada. Por fortuna, en ese momento llega el rey y la reina, ofuscada, se tira de cabeza en el tonel, donde es devorada por las bestias. El rey "no deja de estar enfadado, pues se trataba de su madre; pero pronto se consuela con su bella mujer y sus hijos". (Una madre es una madre... por muy ogresa que sea.)
¿Y cuál es la moraleja? ¿Que no hay que comerse a los niños? No: vean lo que extrae Perrault como conclusión:
 
La fábula parece querer decirnos
que los agradables lazos del himeneo
 no son menos felices por haber sido retrasados
 y que no se pierde nada por esperar.
 
Ahora, no me dirán si no es mucho mejor esta versión, que tiene de todo -sangre, sexo, crueldad- que las modernas y edulcoradas. Educativa, en serio.  
 
Herbert Cole (1906)
 
 *No he podido evitar la tentación de averiguar de qué está compuesta esta salsa. Tiene buena pinta: cebollas, vino blanco, pimienta... Adecuada para carnes, sin duda. No era tonta la ogresa.
 

miércoles, 27 de marzo de 2013

ARNOLD BENNETT Y LOS CLÁSICOS


Arnold Bennett, retrato de William Rothenstein

Arnold Bennett (1867-1931) fue un hombre de orígenes humildes, "hecho a sí mismo", epítome de los valores eduardianos de laboriosidad, tenacidad y afán de mejora. (No señores, no todos los valores de esa era están caducos; sin ir más lejos, esta ética de la superación, del enriquecimiento moral, nos haría mucha falta hoy.) Además de ser un prolífico autor de novelas, relatos, obras teatrales e incluso una ópera, escribió innumerables artículos y opúsculos que tenían como finalidad la "educación del hombre común": sí, aspiraba a mejorar las vidas de sus semejantes. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en su encantador librito Cómo vivir con 24 horas al día, cuya lectura recomiendo (además, es de las pocas obras de Bennett que están disponibles en español hoy). Escribió asimismo un breve tratado con el maravilloso título de Literary Taste: How to form it, with detailed instructions for collecting a complete library of English Literature. [El gusto literario: cómo formarlo, con instrucciones detalladas para coleccionar una biblioteca completa de literatura inglesa]. Ciertamente, Bennett -fiel a lo que promete en el título-  da una lista completa (exactamente 335 títulos) de cuáles podrían ser esos volúmenes, incluyendo no sólo los datos de la edición, sino incluso ¡el precio! Cuestión de demostrar que, con una inversión modesta, era posible hacerse con una completísima biblioteca. Pero, más allá de esta anécdota, lo que me ha fascinado de este texto es la gran pasión que rezuman sus páginas por la literatura y, en concreto, por los clásicos. Décadas antes de que Calvino publicase su archiconocido Por qué leer los clásicos, Arnold Bennett ya había dado todas las razones de peso para hacerlo. Empezando por la que para mí es fundamental, y que él enuncia nada más comenzar: "La literatura, lejos de ser un accesorio, es el sine qua non fundamental de una vida completa". ¿Qué es lo que le ha llevado a escribir su tratado? Nada menos que su afán de iniciar en los goces de la literatura a aquellos que aún no los han descubierto:

Lo que más molesta a la gente que conocen la verdadera función de la literatura, y que se han beneficiado de ella, es el espectáculo de tantos miles de individuos que van por ahí creyendo que están vivos cuando, de hecho, no se hallan más cerca de estar vivos de lo que lo está un oso en invierno.

Sólo la literatura nos hace vivir plenamente. ¿Algún bibliómano se lo discutiría? Y dentro de la literatura, Bennett reivindica ante todo el placer de leer a los clásicos. No para "mejorarse a uno mismo", no por afán didáctico  -que, como apunta, es precisamente lo que aleja a la gente de ellos-, sino para disfrutarlos. Para ello, reconoce, es necesario cierto entrenamiento. Pero el entrenamiento que recomienda Bennett no es el que se imparte en los aburridos cursos escolares. Nada de eso. De entrada, recomienda no preocuparse de "la literatura en abstracto, de las teorías sobre la literatura. Ve a por ella. Agarra la literatura por el cuello como un perro agarra un hueso (...) No importa por dónde empieces. Empieza donde más te apetezca. La literatura es un todo". Todo este breve, pero enjundioso, librito esta lleno de frases que cualquier apasionado de los libros grabaría con gusto en piedra:


No existes para honrar a la literatura convirtiéndote en una enciclopedia literaria. La literatura existe para servirte a ti.


Deja que una cosa te lleve a la otra. En el mar de la literatura cada parte comunica con todas las demás partes; no hay lagos cerrados en sí mismos.

La literatura tiene desde luego una función menor, la de hacernos pasar el tiempo de manera agradable e inocua, proporcionándonos un leve placer pasajero. Grandes multitudes de personas (entre las cuales se encuentra más de un lector habitual) emplean únicamente esta función menor; su actitud implica que la clasifican entre el golf, el bridge o los soporíferos. (...) Pero tú no eres de esos que leen sólo porque el reloj marca las nueve y uno no se va a la cama antes de las once. Estás animado por un auténtico deseo de sacar de la literatura todo lo que ésta pueda darte.

En resumen, un tratado lleno de amor por los libros y sensatas recomendaciones para disfrutar de ellos, todo ello revestido de la habitual bonhommie de este autor y de singulares ramalazos de humor. Un texto que a mí me inspira admiración y ternura a partes iguales. Como el propio Bennett, por otra parte.


[Esta entrada constituye mi aportación a la Arnold Bennett Bloggers Assembly, un encuentro bloguero dedicado a rememorar la figura de este autor británico. Encontrarán más información al respecto en la página dedicada a esta iniciativa.]

domingo, 13 de enero de 2013

ORGULLO Y PREJUICIO CUMPLE 200 AÑOS


Darcy en una ilustración de 1945.
¡Esos pantalones ajustados!
La deliciosa Orgullo y prejuicio está a punto de convertirse en bicentenaria, pues aunque Jane Austen la comenzó a escribir cuando tenía 20 años -la misma edad que Elizabeth Bennett, su heroína-, no la terminó hasta los 37. Originalmente titulada First Impressions, en noviembre de 1797 el padre de Jane Austen escribió al editor Thomas Cadell para preguntarle si le interesaba leer el manuscrito, pero éste declinó la oferta. Sólo en 1811 se animaría la escritora a retomar el asunto y hacer una serie de revisiones a la novela, que culminarían por fin en su publicación el 28 de enero de 1813. Para conmemorar tan magno aniversario, la sección de cultura de The Economist ha encargado una serie de artículos en torno al inmortal Mr. Darcy. Puede que haya cumplido doscientos años, pero el atractivo de de Mr. Darcy no decae, y a todo el mundo le apetece hablar de él. Ahí van algunos fragmentos jugosos, sólo para austenianos irredentos:

  • Colin Firth saltó a la fama como el Darcy de la adaptación de la novela que la BBC llevó a la pantalla en 1995. Una fama bastante inesperada para el entonces no tan conocido actor. Cuenta que cuando le propusieron interpretar este papel y se lo comunicó lleno de ilusión a su anciana tía, devota de Jane Austen, ésta le contestó fríamente (imagínenlo con acento British, por favor): "No seas tonto, Colin. Mr. Darcy es irresistiblemente guapo y atractivo".
  • ¿Quién no recuerda el hiriente (y engreído) comentario que Darcy hace en el baile acerca de Elizabeth, y que ésta no puede por menos que oír: "Es tolerable, pero no lo suficientemente guapa para tentarme"? Hay cosas que no se olvidan. Muchos años después de haberlo leído, la escritora Helen Simpson decidió vengarse por su cuenta, haciéndole decir lo mismo a su protagonista, pero referido al compañero de mesa que le ha tocado en una cena de negocios.

  • Los lectores de Austen saben que tras la altanería y la cierta brusquedad de Mr. Darcy se oculta un hombre que tiene sus principios (y una fortuna nada despreciable, para qué nos vamos a engañar). Ahora bien, la misma Helen Simpson se dice que sería interesante saber cuántas mujeres, como resultas de haber leído esta novela a una edad impresionable, han acabado cargando con un tipo malhumorado y controlador, debajo del cual creían -erróneamente- que se ocultaba otro Darcy en potencia. La lectura, ya ven, tiene sus peligros.
  • P. D. James es ambivalente en su consideración de nuestro héroe, a pesar de que precisamente ella se ha atrevido a escribir una secuela de Orgullo y prejucio en clave policiaca, La muerte llega a Pemberley: "Desde mi primera lectura, encontré a Darcy irritantemente arrogante, quisquilloso y en ocasiones terriblemente maleducado; cuesta creer que un caballero, de cualquier siglo, sea capaz de declararse a una mujer a la que ama en  los términos que Darcy emplea con Elizabeth. Aunque al final de la novela se redime..."
  • Para Adam Foulds no hay duda, Darcy es pura y simplemente un macho alfa. Guapo, pero sin pasarse (los hombres "demasiado" guapos no tienen ese atractivo infalible), con una capa de rudeza y con poder.  
  • Por fin, un interesante punto de vista: según el crítico John Carey, "nunca he conocido a un hombre a quien le cayese bien Mr. Darcy, aunque la mayoría de las mujeres lo adoran".  ¿Será verdad?
Si su magia ha durado doscientos años, será que algo tiene...

martes, 18 de diciembre de 2012

ARNOLD BENNETT YA TIENE HOGAR

Arnold Bennett
Muchas gracias a todos los blogueros que han aceptado participar en la ABBA (acróstico de la Arnold Bennett Bloggers Assembly, no piensen otra cosa). A todos ellos, así como a todos los que aún esperamos que se sumen a la iniciativa, me complace anunciarles que ya está operativa la página correspondiente, donde de momento figuran los enlaces a todas las bitácoras y páginas web que han manifestado su deseo de participar. A la espera que llegue el 27 de marzo, esa fecha cumbre del acontecimiento bloguero, no estaremos inactivos. Pásense de vez en cuando por allí, que iremos incluyendo informaciones de interés sobre nuestro autor y su época. También aceptamos, cómo no, todo tipo de colaboraciones. Ánimo, pues, blogueros literarios ¡os esperamos!

miércoles, 12 de diciembre de 2012

ENCUENTRO BLOGUERO: ARNOLD BENNETT

¿Arnold Bennett? ¿Quién es ese señor? ¿Y por qué un "encuentro bloguero"? ¿Qué quiere decir eso y para qué sirve? Sí, soy consciente de que deben estar haciéndose estas preguntas y probablemente muchas más. Intentaré responder al menos a algunas de ellas..  
No somos demasiados, creo yo, los que conocemos algo de la obra de Arnold Bennett -poco traducida en nuestro país, hasta ahora- y de ellos quizá sólo una minoría compartimos el entusiasmo por sus escritos. Pero los organizadores de este encuentro pensamos que a poco que otros se animen a leerlo, se sumarán a  él. Y de eso va el encuentro: se trata de comentar, debatir, hablar, compartir, criticar, reseñar o cualquier otra cosa que se les ocurra en torno a la figura y la obra de este escritor tan desconocido pero tan estimulante. Baste decir que, además de numerosas novelas, es autor de artículos y ensayos de corte práctico -como el titulado Cómo vivir con veinticuatro horas al día-, así como ingeniosos opúsculos, entre ellos Journalism for Women: A Practical Guide, del que traigo como muestra un fragmento, para que se hagan una idea:

"La vida (dice el público) es aburrida. Pero los buenos periódicos son reportajes de la vida, y los buenos periódicos no son aburridos. Por eso mismo, el periodismo es un arte: es el arte de prestar a personas y acontecimientos intrínsecamente aburridos un interés que en realidad no les pertenece. Ésta es una profunda verdad. Si alguien lo pone en duda, que asista a un debate en la Cámara de los Comunes y compare sus impresiones de la velada con las impresiones que proporciona la crónica parlamentaria en su diario a al mañana siguiente. La diferencia le parecerá casi milagrosa."

Les dejo algunos enlaces a su biografía, a la Arnold Bennett Society y a las obras originales (que se pueden bajar gratis de Project Gutenberg) de este autor, así como una curiosa reseña del papel que tuvo Bennett en la Primera Guerra Mundial. Verán, verán como es interesante...

Lo que nos proponemos es sencillo: el día 27 del próximo mes de marzo (cuando se conmemora el fallecimiento del autor) un numerosísimo grupo de blogs y bitácoras colgará en la red un post o una entrada comentando algún aspecto relacionado con la literatura, la época o la figura de Arnold Bennett. Nuestro escritor es tan polifacético que incluso podrían participar bloggers gastronómicos: en el lujoso hotel Savoy de Londres siguen ofreciendo a sus clientes la omelette Arnold Bennett, porque fue él quien la inventó... Es preciso señalar que este proyecto no responde a intereses editoriales o pecuniarios de ningún tipo y, si algo pretende, además de promover la figura de Arnold Bennett, es tender una red de blogs literarios que entablen una relación de comunicación y análisis que vaya más allá de la triste redacción solitaria e ignorada. Para ello,  se habilitará una página específica independiente y anónima en la que se irán colgando todos los links referidos a este proyecto.
De momento, participamos en él los siguientes blogs: La amena biblioteca de Redfield Hall, Leo en el océano, Calidoscopio, Meliora Latent y Las luciérnagas no usan pilas, además de estas Notas para lectores curiosos. Pero no nos cabe duda de que engrosaremos la nómina notablemente, y confiamos en poder contar con una amplísima red de blogs literarios para cuando llegue el día señalado.
En este proyecto no hay derecho de admisión y todos serán bien recibidos. ¿Quién se anima?

La Arnold Bennett Omelette, por si a alguno
le entra hambre...
Prometemos facilitar la receta.

 

martes, 2 de octubre de 2012

HOBSBAWM Y LA REPÚBLICA DE WEIMAR

Imagino que todos los que me leen sabrán ya que ha muerto Eric Hobsbawm (1917-2012), uno de los grandes historiadores del siglo XX. No voy a detenerme aquí a enumerar sus obras ni comentar la profunda influencia que ejerció en toda una generación de intelectuales, pues todos los medios le han dedicado artículos donde se reseñan estos aspectos. La mayoría de ellos se demora en hablar sobre su adhesión a la visión marxista de la historia, pero muy pocos se paran a destacar otro aspecto fundamental de su obra, que es su puesta en valor y su recuperación de la cultura popular.  Aficionado al cine y entusiasta del jazz, fue de los primeros historiadores académicos en prestar atención a figuras como Billy the Kid o los bandidos sicilianos. Además, escribía muy bien, con una prosa elegante e inteligible para cualquier lector. Nacido en Egipto y educado en la Alemania de la República de Weimar, Hobsbawm -de familia judía- tuvo la suerte de trasladarse a Inglaterra en 1933, donde se convertiría en uno de los escritores exófonos de que puede presumir la lengua inglesa.
Con motivo de su fallecimiento, la London Review of Books recupera de su archivo un hermoso artículo que Hobsbawm escribiera en 2008, en el que evoca la vida en la República de Weimar. Creo que vale la pena pasarle revista, por lo que tiene de análisis histórico y a la vez profundamente personal.
 
"Pasé la época más formativa de mi vida, los años de 1931 a 1933, como alumno de Gymnasium [el equivalente a un instituto de secundaria] y aspirante a militante comunista, en la moribunda República de Weimar", comienza. En otoño de 2007, durante una cena de antiguos alumnos de la escuela de Marylebone que frecuentó en  Inglaterra, al describir cuál fue su reacción como recién llegado al país, puso la siguiente comparación: "Imaginaos que sois el corresponsal de un periódico ubicado en Manthattan y que vuestro editor os traslada a Omaha, Nebraska. Así me sentí yo cuando llegué a Inglaterra después de casi dos años en el increíblemente emocionante, sofisticado, intelectual y políticamente explosivo Berlín de la República de Weimar. Este lugar fue una terrible decepción." Unos años berlineses que eran aún más emocionantes por el hecho de que todos los que los vivieron tenían la impresión de que eso no podía durar. De los escasos catorce años que duró esa República, sólo seis fueron de relativa normalidad. En palabras de Hobsbawm, la República "pasó brevemente a través de las ruinas de un pasado muerto pero no enterrado hacia un final súbito pero esperado y un futuro desconocido." Y cita lo que decía  Max Reinhardt, el gran hombre de teatro: "Lo que me gusta es este sabor de fugacidad en la lengua: cada año puede ser el último".
 
Berlín, Potsdamer Platz,
en los años veinte
Pero, como señala Hobsbawm en su artículo, durante esa etapa Berlín se convirtió en un gran crisol cultural, gracias sobre todo a la extraodinaria concentración de talentos de toda Europa que se reunió allí tras la caída del imperio ruso y del austrohúngaro. "Con sus más de siete mil publicaciones periódicas, 38.000 libros (en 1917) y la industria del cine más potente después de Hollywood, Alemania era un mercado vastísimo. A la caída del imperio de los Habsburgo absorbió de forma natural el gran superávit de talento de lo que quedaba de Austria. ¿Dónde estarían las películas de Weimar sin Viena, sin Fritz Lang, G. W. Pabst, Wilder, Preminger o, para el caso, Peter Lorre?" (Añadamos que también el cine de Hollywood se nutriría de ellos, unos años después.) 
Ese fermento cultural produciría movimientos como la Bauhaus (donde se codeaban alemanes, austríacos, rusos, suizos y holandeses) o como el expresionismo: cuenta Hobsbawm que los caballos azules de Franz Marc decoraban los pasillos de su instituto hasta que el nuevo régimen los arrinconó junto a su director republicano. O figuras como Brecht, Kurt Weill, Heidegger o Walter Benjamin.
 
Franz Marc, Die blauen Pferde (1911)
También supondría un gran avance en el terreno científico. Max Planck, Fermi, Heisenberg u Oppenheimer trabajaron allí. Y en esos años Alemania consiguió 15 Premios Nobel de Ciencias, un récord que tardaría luego cincuenta años en igualar.
Según Hobsbawm, "Esta fue la última vez en que Alemania se encontraría en el centro de la modernidad y del pensamiento occidental". Sin duda, la conciencia de estar sobre un volcán a punto de explotar resultó una espoleta para la creatividad.
"Los momentos en que uno sabe que la historia ha cambiado son escasos, pero éste fue uno de ellos. Por eso aún puedo verme a mí mismo en la fría tarde del 30 de enero de 1933, caminando a casa desde la escuela junto con mi hermana mientras reflexionaba acerca de qué podría suponer la noticia de que Hitler había sido nombrado canciller. Unos días después alguien me trajo la máquina copiadora de la SSB, la organización comunista de mi colegio, para que la guardase bajo mi cama. Pensaron que estaría más segura en casa de un extranjero. Pero de ahora en adelante ningún lugar sería seguro."
No hay tantos testigos de la Historia que sepan al mismo tiempo analizarla tan bien. 

sábado, 9 de junio de 2012

RAY BRADBURY Y LOS GLOBOS DE FUEGO



Entre los innumerables artículos, obituarios y homenajes a que ha dado lugar el fallecimiento de Ray Bradbury -el hombre que nos enseñó que los marcianos existen, y son como nosotros-, me ha conmovido especialmente un artículo del propio Bradbury, reproducido en la revista New Yorker, en el que el escritor -supuestamente ante la pregunta de qué es lo que le llevó a interesarse por la ciencia-ficción- rememora su admiración por algunos héroes del cómic como Buck Rogers y otras lecturas tempranas, para acabar recordando cómo una escena de su infancia, compartida con su abuelo, fue la génesis de uno de los relatos de Crónicas marcianas.* Se trata de un texto que refleja tan bien como era el hombre y el escritor, tan lleno del peculiar tono poético y melancólico que impregna su obra, una recreación tan perfecta de una época y un ambiente... que he pensado que traducir ese pasaje y reproducirlo en mi blog podía ser mi mejor homenaje a este gran escritor, que tanto me hizo soñar. Aquí lo tienen.

Aunque continuaba atado a la Tierra, viajaba en el tiempo escuchando a los adultos que, en las calurosas noches de verano, se reunían fuera, en el césped o en el porche, para hablar y recordar. Al final del Cuatro de Julio, una vez que mis tíos se habían fumado sus puros y habían terminado sus charlas filosóficas, y las tías, sobrinos y primos habían dado buena cuenta de sus cucuruchos de helado o sus bebidas gaseosas, cuando se habían agotado todos los fuegos artificiales, llegaba el momento especial, el momento triste, el momento de la belleza. Era el momento de los globos de fuego.
Incluso a aquella edad, yo comenzaba a percibir que las cosas tenían un final, como esa preciosa luz de papel. Para entonces ya había perdido a mi abuelo, que se fue definitivamente cuando yo tenía cinco años. Lo recuerdo muy bien: ambos en el césped frente al porche, con veinte parientes como público, sosteniendo el globo de papel entre los dos por un instante final, lleno de exhalaciones de aire caliente, listo para partir.
Había ayudado a mi abuelo a llevar la caja en la que yacía, como un espíritu sutil. El fantasma de papel de seda de un globo de fuego, que esperaba que lo hinchasen, lo llenasen y lo soltasen sin rumbo hacia el cielo de medianoche. Mi abuelo era el sumo sacerdote y yo el monaguillo. Ayudaba a sacar el papel de seda rojo, blanco y azul de la caja y contemplaba cómo el abuelo prendía una pequeña cazoleta de paja seca que colgaba bajo él. Una vez el fuego estaba encendido, el globo se hinchaba hasta la gordura con el aire caliente que se creaba en su interior.
Pero yo no conseguía dejarlo ir. Era tan hermoso, con esa luz y esas sombras que danzaban en su interior… Sólo cuando el abuelo me miró e hizo una leve señal con la cabeza, dejé por fin que el globo flotase libre, más arriba del porche, iluminando las caras de mi familia. Flotó por encima de los manzanos, por encima de la ciudad ya medio somnolienta, y a través de la noche hacia las estrellas.
Permanecimos mirándolo durante diez minutos como mínimo, hasta que lo perdimos de vista. Para entonces, las lágrimas me corrían por la cara y el abuelo, sin mirarme, se aclaraba la garganta y arrastraba los pies. Los parientes empezaron a entrar en la casa o a atravesar el césped para ir a sus respectivas casas, mientras yo me secaba las lágrimas con unos dedos sulfurosos por los petardos. Esa noche soñé que el globo de fuego volvía y flotaba frente a mi ventana.
Veinticinco años más tarde, escribí “Los globos de fuego”, un cuento en el que un grupo de sacerdotes parten hacia Marte en busca de criaturas de buena voluntad. Es mi tributo a esos veranos en que mi abuelo aún vivía. Uno de los sacerdotes era como mi abuelo, a quien llevé a Marte para que viese los hermosos globos de nuevo, aunque esta vez fueran marcianos, encendidos y brillantes, flotando sobre un mar muerto.



Me gusta pensar que Ray Bradbury está flotando para siempre, como un hermoso globo de fuego, por el espacio infinito.

*Aunque este relato sí figura en la edición americana de Crónicas marcianas, por razones que ignoro no está incluido en la española. Lo pueden encontrar en la versión española de El hombre ilustrado.

sábado, 24 de marzo de 2012

CUARENTA AÑOS DE "EL PADRINO"


Sé que llego tarde, pero este es un aniversario que no podía dejar pasar. Hace pocos días -el 15 de marzo- se cumplieron 40 años del estreno de la primera parte de El padrino, clásico indiscutible e indiscutido del cine, una obra de arte que se ha convertido en icono cultural y que ha influenciado no sólo al cine posterior a él -inspirando una larga lista de películas notables, como Uno de los nuestros o Érase una vez en América- sino que ha dejado su huella en la sociedad contemporánea. A partir de El padrino, los mafiosos empezaron a emular su estética y sus diálogos (en una clásica pirueta de retroalimentación ficción-realidad-ficción, los personajes de Los Soprano juegan a imitar a los protagonista de la película de Coppola). La frase "Le haré una oferta que no podrá rechazar" se ha convertido en un lugar común, y algunas escenas de la película (pensemos en la cabeza del caballo en la cama) han sido objeto de innumerables remakes y parodias (en Los Simpson, por ejemplo).


Como todo el mundo sabe, El padrino se basa en la novela del mismo título de Mario Puzo, publicada originalmente en 1969. Sin embargo, antes de que la novela viese la luz, la historia de Puzo estaba ya ligada al cine, por una opción de compra que la Paramount había hecho sobre un proyecto suyo que llevaba el título de The Mafia. (Más adelante, Coppola se vería obligado por las presiones del colectivo italoamericano a eliminar toda mención explícita de la palabra "mafia" de su film.) Hay que advertir que las opciones de compra que las productoras establecen sobre originales literarios muy a menudo no se concretan en nada. En realidad, se trata de un buen negocio para los escritores: ellos cobran una cantidad, que sigue siendo suya incluso si la película nunca se lleva a cabo. Quizás hubiese ocurrido lo mismo en este caso si, una vez publicada, El padrino no se hubiese convertido en un gran éxito de ventas. Como escritor, Puzo tiene tendencia a la brocha gorda, pero es innegable que sus tramas son potentes, y que se maneja como nadie en el mundo de la violencia y la traición.  Y, como co-guionista de la película -labor que compartió con Francis Ford Coppola- hay que agradecerle el haber creado unos personajes complejos y llenos de contradicciones y unos diálogos de lo más efectivo. Parece que Puzo y Coppola se entendieron bien, porque repetirían su colaboración en las partes I y III  y en otra película memorable, Cotton Club.
Aparte de una infancia pasada en la tristemente célebre Hell's Kitchen de Nueva York -que le proporcionó un conocimiento de primera mano del funcionamiento de las bandas mafiosas-, Puzo contó para su novela con la abundante documentación procedente de los juicios antimafia de los años cincuenta.  Los largos procesos televisados sobre estas actividades aparecen versionados en El padrino II. El padrino está lleno de referencias a las Cinco Familias de Nueva York y a su organización, con sus jerarquías basadas en las legiones romanas, su catolicismo a la vieja usanza y su conservadurismo. Igualmente, muchos personajes están inspirados en personas reales, como Frank Pentangeli, basado en Joseph Valachi, el delator que primero vertió la expresión «la Cosa Nostra» al mundo exterio, o Johnny Fontane, trasunto de Frank Sinatra. Este último tiene en la novela un papel bastante más relevante que en la película. Malas lenguas dicen que fue el propio Sinatra quien maniobró para que Fontane quedase en segundo plano en el film.
Leí la novela de Puzo hace años y de ella recuerdo muy poco. Tampoco me apetecería especialmente releerla. En cambio, las poderosas secuencias de la película están grabadas en mi memoria de modo indeleble. Para mí, al menos, es una prueba elocuente del mérito de una y otra.




sábado, 11 de febrero de 2012

DICKENS Y GALDÓS


Es casi inevitable que, en el mes en que se conmemora el bicentenario Dickens, le dediquemos algunas entradas a este admirable autor británico. Suponíamos -y así parece que ha sido- que tan magna celebración traería consigo una proliferación de obras dickensianas. Entre tantas como han aparecido, quiero hoy destacar una muy oportuna recuperación: la traducción que Benito Pérez Galdós hizo del Pickwick de Dickens. Cualquiera que conozca a fondo la obra de Galdós habrá podido observar en ella la influencia dickensiana, que él mismo reconoce en sus Memorias, en las que describe la visita que hace a la tumba de Dickens en la abadía de Westminster:

La última vez que visité la Abadía, vi en el suelo del "Rincón de los poetas" una sepultura reciente; en ella, trazado al parecer con carácter provisional, leí esta inscripción: Dickens. En efecto, el gran novelador inglés había muerto poco antes. Como fue siempre un santo de mi devoción más viva, contemplé aquel nombre con arrobamiento místico. Consideraba yo a Carlos Dickens como mi maestro más amado."

Hacia finales de 1867, cuando cuenta sólo con 24 años -por cierto, la misma edad que tenía Dickens cuando comenzó a escibir esta obra-, Galdós emprende la traducción de Posthumous Papers of the Pickwick Club, que titulará en español como Aventuras de Pickwick. Sorprende que una obra que gozó de tanta popularidad en Inglaterra tardase treinta años en llegar a los lectores españoles. Prueba de cual era el nivel de la vida cultural de nuestro país, del que Galdós tantas veces se dolería. Su versión aparecería por entregas -igual que ya lo hiciera el Pickwick original- en el diario La Nación entre marzo y julio de 1868. Traducir el Pickwick, con sus numerosas bromas, jergas peculiares e incluso incorrecciones lingüisticas que imitan la forma de hablar o de escribir de diferentes personajes, es todo un reto. Hay que decir que Galdós sale bastante airoso de él, aunque se le puedan reprochar algunas simplificaciones. Pero el verdadero interés de esta versión reside, hoy en día, no en la mayor o menor fidelidad de su traducción, sino en el hecho de que nos permite comprobar cómo Galdós comprende y "hace suyo" a Dickens. Hace unos días, Manuel Rodríguez Rivero se quejaba en uno de sus artículos de esta recuperación, achacándola al afán de ahorro de los editores y aduciendo que cada generación se merece leer a los clásicos desde su propio tiempo. En esto último coincido por completo. Sin embargo, ya existen en el mercado otras versiones de esta novela de Dickens más ajustadas a los gustos actuales, no creo que nadie pretenda sustituirlas. A mí -y sin duda a la mayoría de admiradores de Dickens y Galdós- me parece una excelente idea poner al alcance del lector una obra como ésta, que nos permite ver cómo un contemporáneo de Dickens interpreta su obra y, también, vislumbrar cómo el joven Galdós aprendería a adaptar algunas de las técnicas dickensianas a sus propias novelas. Arqueología literaria, tal vez, pero de la buena.


martes, 7 de febrero de 2012

EL BICENTENARIO DE CHARLES DICKENS

Seguro que hoy todos mis lectores están la mar de entretenidos con el aluvión de libros, artículos y noticias sobre Dickens que celebran su bicentenario. Hasta Google se ha sumado a él. A pesar de todo, no puedo dejar de conmemorar de algún modo tan importante efemérides. Aquí va pues el enlace a un video en que Simon Callow nos pasea por el Londres de Dickens. Una buena manera de recordar al escritor y de revisitar las calles londinenses, algo que siempre apetece.


Y, para los afortunados que tengan prevista una escapada londinense, una ruta dickensiana, el "David Copperfield Walking Tour". Aquí se puede descargar el podcast de acompañamiento.

martes, 24 de enero de 2012

TRADICIONES PARA FANS LITERARIOS


Hay libros que nos gustan, otros nos apasionan, otros nos marcan y se convierten en nuestro libro favorito. Entonces, fácilmente, nos convertimos en fans. Los fans no se conforman con que les guste un autor, o un libro. Necesitan algo más. Como los auténticos enamorados, sienten el impulso de manifestar su pasión mediante algún gesto externo. Los hay que se disfrazan como su autor favorito, o como sus personajes, otros ponen en práctica algún pasaje de su obra. Una declaración pública de amor.
Al menos, mientras puedan. Este año ha pasado el 19 de enero -aniversario de la muerte de Edgaar Allan Poe- y, por tercera vez desde que hace sesenta años se iniciara la tradición, ha fallado a su cita con la tumba de Poe el "Poe Toaster". Esta misteriosa figura solía visitar la tumba, se servía una copa de coñac que apuraba a la salud del escritor y se marchaba dejando tras de si el resto de la botella y tres rosas rojas. A veces, acompañadas de un nota críptica. En Baltimore se convirtió en una tradición acechar la llegada de esta figura, que no se ha llegado a saber con certeza quién era, aunque se rumorea -dado lo longevo de la costumbre- que debió pasar de padre a hijo. Ahora, es posible que se haya interrumpido definitivamente.
Lo de visitar las tumbas de los autores es un clásico entre los fans literarios, y muchos gustan de dejar algo en recuerdo, ya sea una marca con lápiz de labios, como en la tumba de Oscar Wilde en París (hasta que le pusieron un cristal protector, porque la piedra estaba resultando erosionada por el lápiz labial) o una piedra, como en la tumba de Walter Benjamin en Portbou, o incluso un bolígrafo en la de Sylvia Plath.


No todas son tradiciones necrófilas, sin embargo. Hay también fans que van más allá y se disfrazan de su autor favorito, como los de Hemingway, que incluso tienen una sociedad dedicada a esto, la Hemingway Look Alike Society y celebran concursos en los que, cómo no, corre el alcohol (a juzgar por las fotos). O, si son fans declarados de Douglas Adams, celebran el Día de la toalla (por cierto, es el 25 de mayo, por si alguien quiere apuntárselo), que comporta acarrear consigo una toalla durante toda esa jornada. Cosas más raras hay. Mientras todas estas actividades están abiertas al público que quiera adherirse a ellas -nadie te hace un examen para saber si eres un fan auténtico o no-, también las hay restringidas, como las de los Baker Street Irregulars, una sociedad en la que sólo se puede participar por rigurosa invitación, y en la que se reúnen los más eminentes sherlockianos para, suponemos, comer (¿quizá disfrazados de Sherlock?) y hablar de temas concernientes al famoso detective británico. Aunque, aparte de las comidas y reuniones sólo para miembros, existen también otras actividades  que admiten a no-socios.
Demostraciones de amor. Literario, por supuesto.

lunes, 9 de enero de 2012

PEQUEÑECES


El buscador Google anima hoy su página de entrada con uno de sus ya habituales googledoodles, dedicado esta vez a conmemorar el aniversario de Luis Coloma y del personaje que inventó, el famoso Ratoncito Pérez. Estoy segura de que a mucha gente este escritor no le sonará de nada y la mayoría creerán que se trata de un simpático autor de libros infantiles. Sin embargo,  hace cincuenta años era uno de los autores más populares en nuestro país, y no por sus libros para niños. Es decir, que no voy a hablar del ratoncito Pérez (de eso ya se ocupan otros blogueros, con mucha más gracia), sino de su autor. Yo lo descubrí en la biblioteca de mi abuela, en un volumen austero, encuadernado en cuero, que citaba en el lomo el nombre del autor como P. Coloma; pues así era conocido, Padre Coloma, por su condición de jesuita. La obra en cuestión era Pequeñeces, sin duda la más famosa y polémica de este escritor metido a cura (o viceversa, resulta difícil deslindar uno de otro, de tanta moralina como impregna sus obras: él mismo decía que le resultaba imposible "deslindar al escritor del misionero").  ¿Que porqué la leí? Muy fácil, porque leía todo lo que caía en mis manos, y a esas alturas supongo que ya habría dado buena cuenta del resto de volúmenes que adornaban las estanterías durante las tardes que pasaba en casa de mi abuela. La verdad es que de esta novela sólo tengo un vago recuerdo, pero sí sé que me dejó profundamente desconcertada. Supongo que, perteneciendo ya a otra generación y contando con una educación laica, el mundo que retrataba y sus problemáticas (pequeñas, mezquinas, raras...) me resultó simplemente tan remoto como el planeta Marte. Escrita como crítica a la alta sociedad madrileña de la Restauración -que Coloma conocía muy bien- Pequeñeces levantó un gran escándalo en su momento y resultó un colosal éxito editorial. Su mensaje profundamente moralizante sería recuperado y reivindicado, cómo no, en los años que siguieron a 1939, esas décadas oscuras. Entonces, hubo que tragarse no sólo los libros del padre Coloma, sino también las películas que se filmaron a partir de ellos. Pequeñeces, desde luego, dirigida por Juan de Orduña e interpretada por Aurora Bautista (1950), pero también Jeromín (1953), con Jaime Blanch como Juan de Austria y nada menos que Adolfo Marsillach como Felipe II. Pura recuperación de las esencias patrias. En fin, a tenor de sus repartos y de algunas fotos, es posible que las películas no estuviesen tan mal (lo ignoro, ya que no las he visto). Pero, los que conocemos un poco quién era Luis Coloma y su obra, no nos dejaremos enredar tan fácilmente por un doodle de un gracioso ratón. Su inventor era bastante menos simpático. 

miércoles, 4 de enero de 2012

LIBROS-ESCULTURA, ORIGAMI Y UNAMUNO

Sé que esta entrada va a ser un poco dispersa. O a parecerlo, porque en mi mente al menos ha seguido una trayectoria bastante coherente, aunque quizás el lector no lo vea así. Empecemos por los libros-escultura. El papel es un material muy utilizado por los artistas y el libro, con su carga simbólica,  ha servido de base para crear intrigantes y evocadoras esculturas, de las que ya hemos mostrado aquí algunas anteriormente. Pero hay más, como por ejemplo las Guy Laramee, que tiene un fascinante proyecto titulado "The Great Wall", una serie de esculturas que relatan una historia ficticia situada en el siglo XXIII, en que la cultura americana ha sido fagocitada por la china. Vean este par de bellas muestras.



O la de Nicholas Jones, un artista australiano que se autodenomina "booksculptor" y cuyas obras tienen como objetivo explícito "cuestionar el modo en que se leen los libros".

 
Nicholas Jones, "Blue Wave"
Aunque algunas de ellas remiten claramente a su procedencia libresca, otras están más cerca de la papiroflexia, como las que se pueden ver a continuación.





Y, puesto que hablamos de papiroflexia (también llamada origami, su nombre japonés), es inexcusable dedicarle unas líneas a don Miguel de Unamuno, insigne filósofo, escritor e introductor en el ámbito hispano de este arte -que él bautizó como "cocotología"-, de cuya muerte se conmemoraron el pasado 31 de diciembre 75 años. Es bien conocida su afición a hacer pajaritas de papel, una habilidad engañosamente fácil -a mí hacer un avioncito de papel plegado ya me cuesta, no digamos ya figuras más complejas-, a la que dedicó unas páginas en su novela Amor y pedagogía. Uno de sus protagonistas, Fulgencio Entrambosmares, es supuestamente el autor de los Apuntes para un tratado de cocotología que figuran como epílogo de la primera edición. Más adelante, Unamuno ampliaría el texto de forma notable añadiendo, además, el sexo de las pajaritas: neutro, hermafrodita, hembra y macho, cada uno de ellos acompañado de la correspondiente ilustración. A pesar de que para él era un pasatiempo, llegó a ser un avezado "cocotólogo" y se le atribuyen algunas formas originales, como un gorila, una tetera o un buitre. En su casa-museo pueden admirarse varias de sus creaciones.

Pajaritas de Miguel de Unamuno

No sé si hoy en día se lee mucho a Unamuno. Temo que, más allá de Niebla o de San Manuel Bueno, mártir, que figuran en algunos currículos escolares, el resto de su obra está un tanto olvidada. Uno de mis colaboradores es un gran admirador de su poesía, y gracias a él he conocido algunas de sus composiciones, bellísimas, que creo merecerían recuperarse. Ya que hemos llegado hasta aquí de la mano de la papiroflexia, acabemos con un poema de Unamuno que remite a ella:

Dios jugando con los dobles
cinco dedos de ambas manos
anudó cinta de yerba;
de cinco puntas fue el lazo.
De donde sacó la estrella
pentagonal, que sus brazos
dió a las blancas frescas alas
de la rosa del garbanzo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

CANCIÓN DE NAVIDAD


El baile de Mr. Fezziwig

A punto de entrar en el 2012, el Año Dickens por excelencia, qué menos que felicitar las fiestas a mis lectores con alguna de las ilustraciones que el propio Dickens encargó para su primera Canción de Navidad, que se publicó el 19 de diciembre de 1843, con un éxito tal que para el día de Navidad se habían agotado los 6.000 ejemplares de la primera edición. El autor de las ilustraciones fue John Leech, un personaje también muy dickensiano, a quien la bancarrota de su familia obligó a dejar los estudios de medicina, donde había destacado en dibujo anatómico. Quizá fue una pérdida para la medicina, pero el mundo del arte ganó un notable ilustrador. Leech fue el dibujante principal de la revista Punch desde 1841 a 1861, y durante este período publicó más de tres mil ilustraciones en ella. Aunque se hizo famoso como dibujante satírico, aportó también sus ilustraciones a numerosas novelas, cuentos y libros para niños.
Para Canción de Navidad Dickens le encargó cuatro  dibujos coloreados a mano y cuatro grabados en madera. Todos ellos se han hecho enormemente populares, y han llegado a representar en el imaginario colectivo el "espíritu de la Navidad", tal como lo veía Dickens. Al igual que sus personajes, pues, bailemos bajo el muérdago, festejemos y olvidemos a los fantasmas que nos rondan, pasados o futuros. ¡Feliz Navidad!

El fantasma de Marley

viernes, 16 de diciembre de 2011

MUERTE DE GEORGE WHITMAN

Hace dos días, el 14 de diciembre de 2011, murió en París George Whitman a los 98 años, a consecuencia de un derrame cerebral sufrido hace un par de meses. Whitman era el bohemio, original y muy literario (en todos los sentidos) dueño de la librería Shakespeare & Co. de París, de la que ya hemos hablado en alguna otra entrada (y sobre la que podéis encontrar mucha más información en otros blogs).  Es una triste pérdida, no por esperada menos sentida. Su hija, confiamos, continuará su labor y París segurá contando con un oasis dedicado a la literatura anglosajona a las orillas del Sena.
Para recordar a tan singular personaje, os dejo el clip de un video producido por Sundance Channel en 2005, Portrait of a Bookshop as an Old Man,  donde podréis ver a Whitman en todo su esplendor.