John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 31 de marzo de 2014

MI BIBLIOTECA: SEGUNDA TEMPORADA


 Tan maleados estamos por el abuso de series, que aplicamos el concepto de "temporada" a cualquier cosa. Incluso a una serie de entradas de un blog, como aquí. Mis disculpas, pero estoy segura de que todos lo han entendido.
Hace un tiempo, espoleada por esa irreprimible curiosidad lectora que es la marca de identidad de este blog, se me ocurrió pedirles a una serie de amables compañeros blogueros que contribuyesen con una entrada sobre sus bibliotecas personales. Me movía, ya imaginarán, el voyeurismo libresco. Ese que hace que cuando uno llega a cualquier casa se le vayan los ojos no hacia las figuras de Lladró, sino hacia los libros de las estanterías (aunque lo normal es que las figuritas excluyan lo otro, y viceversa). Como sin duda saben los visitantes asiduos -y para los que no, aquí va un enlace- la serie tuvo un gran éxito. Tanto, que cada vez que he tenido ocasión de hablar en vivo y en directo con uno de mis lectores ha salido con la pregunta: "¿No van a haber más posts sobre bibliotecas?". Acto seguido, nueve veces de cada diez la conversación derivaba hacia las variedades de ordenación bibliotecaria de cada cual, las estrategias para ganar espacio, los lugares más extraños donde cada cual guarda los libros... En fin, esos temas sobre los cuales los bibliómanos podríamos disertar durante horas. Bien, pues ese momento ha llegado. De nuevo he reclutado a un entusiasta contingente de blogueros librómanos para que hagan lo que sin duda más les gusta: hablar de su biblioteca.
 
Esto es sólo un anuncio. Permanezcan atentos a este blog, que en un par de días se iniciará la segunda temporada.

 

miércoles, 26 de marzo de 2014

LOS TIEMPOS DE LA LECTURA


En una entrevista al escritor portugués Gonçalo M. Tavares encuentro estos párrafos que me hacen detenerme y pensar:
"Para mí, cualquier lectura tiene dos momentos y el esencial tal vez sea aquel en que no estás encima de las palabras, aquel en el que no estás físicamente leyendo. Cuando suspendes la lectura, levantas la cabeza del texto y estás pensando en algo a partir de lo que acabas de leer. Eso es lo esencial de la lectura para mí. Eso es algo que diferencia claramente la literatura y el cine. Cuando estas viendo una película, la cinta no se detiene, está siempre avanzando y no puedes apartar la vista de la pantalla porque te pierdes. Con la lectura no pasa eso porque la frase siguiente está esperando por ti. Cuando leo lo hago siempre con un lápiz en la mano.
La lectura tiene un tiempo individual muy distinto de otros tiempos, como el de la televisión o el que comentaba del cine. Una persona puede demorarse unas horas, o días, o incluso años en leer un libro que a otra persona le lleva un tiempo completamente distinto. La duración de lectura de un libro es muy personal. Sin embargo, cuando nos dicen que tal película dura una hora y media, se nos está diciendo que durante ese tiempo concreto somos receptores. Por el contrario, la lectura no es una recepción. La lectura no es pasividad, es actividad. La lectura es una actividad que requiere esfuerzo. Yo no soy capaz de leer cuando estoy fatigado. No me gusta nada la idea de que leer es un pasatiempo. No es consumir algo sino un espacio de humanidad, de reflexión, de cambio…
A veces se utiliza como un elogio el hecho de leer de un tirón, pasando una hoja detrás de otra a toda velocidad. Para mí eso no es un elogio. Me gusta la idea de que la lectura obliga a interrumpir la propia lectura." 
La entrevista se titula "Leer no es un pasatiempo". Estoy plenamente de acuerdo. Como dice Tavares, la lectura no es una recepción, no es pasiva. En cualquier lectura, buena parte del trabajo lo hace el lector. Y esto lo reconocen los escritores:

Joseph Conrad
"El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector."
 
Paul Auster
"Siempre me han gustado los libros en que el lector se convierte en un participante del desarrollo de la historia, donde no es sólo un observador distante."


 Cada lector aporta a la lectura parte de su individualidad. Por eso, cada lectura es única. Seguramente, no soy una lectora tan atenta ni tan profunda como Tavares. Confieso que no siempre leo con un lápiz en la mano. A veces, es cierto, leo para distraerme (¿cómo calificar sino la lectura de thrillers o novelas románticas?). A veces, incluso, leo libros de un tirón; rápido, rápido, porque quiero saber qué pasa en la siguiente página, que peligros o qué pruebas aguardan a los protagonistas. Pero no es una simple manera de llenar el tiempo, "no es un pasatiempo", no señor. Al cerrar el libro, sé que he pasado por una experiencia, me he involucrado -más o menos, según sea de convincente el escritor; ahí también él debe hacer su parte- en esas vidas que son las mías. Y que en realidad no existen, aunque durante unas horas he preferido creer otra cosa. A veces, esos personajes se han materializado de tal manera en mi mente (y seguro que de un modo totalmente diferente de lo que lo han hecho en la mente de otros lectores) que que son reales. Lo son para mí. Otras veces, es el estilo el que me cautiva: saboreo una frase, una imagen, soy capaz de ver un paisaje, la esquina de una calle... Esa es una lectura de tiempo lento, donde, como dice Tavares, "levantas la cabeza del texto" y piensas.
Estos tiempos diferentes, individuales, son lo que no comprenden los partidarios de la lectura en diagonal ni los inventores de una nueva aplicación, Spritz, que promete una lectura ultrarrápida jugando con la velocidad de reconocimiento del ojo humano. Alguien debería decirles que el tiempo de la lectura no se mide en minutos ni en segundos. Que cada libro y cada lector requiere su propio tiempo.
 

miércoles, 19 de marzo de 2014

FINALES ABRUPTOS

 
 
Por naturaleza, los seres humanos tendemos a ordenar el mundo, en el intento de darle un sentido (a estas alturas, aún no sabemos si lo tiene). La historiografía, por ejemplo, no hace otra cosa que intentar poner en orden una serie de acontecimientos y darles un hilo narrativo, para que del amasijo de fechas y datos se pueda extraer alguna conclusión. Este mismo afán ordenador es el que guía a los compiladores de listas: tomar del caos que es la vida una serie de elementos y agruparlos por algún tipo de criterio que haga resaltar lo que tienen en común, por peregrina o débil que pueda ser esa conexión. Nos gustan las listas. Umberto Eco, gran amante él mismo de las listas, le dedicó todo un libro a este afán clasificador, El vértigo de las listas (un libro que luego resulta que habla más del arte y de la cultura occidentales que de las listas propiamente dichas, pero siendo Eco quien es, se lo perdonamos). Internet, cómo no, está lleno de listas. De hecho, los gurús que hablan sobre cómo aumentar el tráfico de tu blog aconsejan indefectiblemente ponerles a las entradas títulos que denoten una lista: "5 cosas que te harán ser más feliz", "12 pasos para conseguir una silueta de ensueño" y zarandajas por el estilo. Por supuesto, estos títulos me resultan más atrayentes que aquellos que no prometen una lista; por supuesto también, no les hago ningún caso (no es tanto que no necesite ser feliz o lograr una silueta de ensueño, sino que tengo serias dudas de que una lista pueda ayudarme a lograr ninguna de las dos cosas). Pero si la lista va de elementos literarios, ¡eso es harina de otro costal! Yo misma, lo confieso, he caído alguna vez en la tentación de elaborar alguna.
La que he pensado compartir hoy con ustedes no es de mi cosecha, sino gentileza del blog de Publishers Weekly, y lleva por título "12 libros que terminan a mitad de frase".
 

 
¿Qué qué tienen en común estos libros? Pues, en realidad, no demasiado. A excepción, claro, de que su última frase queda en suspenso. Pero los motivos son varios, como lo es el carácter de cada una de estas obras. Un par de advertencias preliminares: 1) No reproduzco los 12 títulos, sino sólo los que a mí me resultan más familiares, lo mismo que a mis lectores (espero); he añadido en cambio alguno que los editores americanos habían ignorado. 2) Si a partir de aquí continúan leyendo, asuman el riesgo; no se quejen luego de que les he fastidiado el final.
 
 
-Franz Kafka, El castillo
 
 
 No es que Kafka pretendiese darle ese final abrupto a esta obra, sino que quedó inacabada debido a la muerte del autor. Aunque en una carta fechada en 1922 le había dicho a Max Brod que abandonaba el libro, parece que tenía previsto que al final K. viviese y acabase muriendo en el pueblo.
 
 
-Nikolai Gógol, Almas muertas
 
 
 
Gran interrogante. ¿Qué pretendía Gógol al finalizar así su gran obra?:
"Os invito a reflexionar sobre vuestro deber con más atención, así como la obligación de vuestro servicio terrenal, porque todos tenemos sólo una vaga idea de lo que es ahora y casi..."
Almas muertas debía ser la primera parte de una trilogía con la que Gógol pretendía imitar la Divina Comedia de Dante. La especialista en literaturas eslavas Susanne Fusso argumenta que Gógol cortó deliberadamente la primera parte a media frase para ver si esto creaba mayores expectativas sobre la segunda (que nunca llegó a publicarse).

-Dickens, Casa desolada


En este caso, un final abrupto que es parte de un final feliz. Esther, aunque desfigurada, ha conseguido casarse con su amado y es dichosa con él. Al finalizar la novela, la conversación entre ambos se interrumpe, pero no hemos de pensar que Esther deja a medias la frase porque su esposo la ha acallado con un beso, quizás.

-Jonathan Safran Foer, Todo está iluminado


 La carta de del abuelo de Alex con que finaliza la novela se puede entender también como una nota de  suicidio: "caminaré silenciosamente, y abriré la puerta en la oscuridad y " Aquí, la frase se quiebra porque, suponemos, quien la escribe ha llevado a cabo sus designios.

-Manuel Puig, Boquitas pintadas


En una obra que tiene mucho de puzzle, no es extraño que el final sea también fragmentario: las cartas que hablan de una historia de amor dolorosa se desparraman antes de arder en una lluvia de retazo de frases. Ecos entrecortados de lo que fue o pareció ser una vez...

Si dejamos aparte las obras de literatura experimental (como alguna obra de Beckett, o el Finnegans Wake de Joyce, por ejemplo), en las que el final abrupto se justifica por la propia naturaleza del discurso, la interrupción de la frase final aparece a menudo en novelas cuyo narrador va a morir: la frase queda inacabada porque la muerte le ha llegado antes de que pudiera terminarla. Sé que en cuanto ponga punto final a esta entrada, se iluminará en mi mente en título de algún libro en que ocurre precisamente esto, y que está revoloteando por ahí hace rato, aunque no consigo capturarlo.
Quizás debo yo también dejar  



 

jueves, 13 de marzo de 2014

¿QUÉ LEEN LOS PERSONAJES DE FICCIÓN?

Los escritores son -deben serlo por necesidad- grandes lectores. Y en sus historias, a veces, aparecen personajes que leen. Libros dentro de libros. A su vez, el hecho de que un personaje lea un libro determinado, estimula a los lectores de libro-marco -es decir, la obra dentro de la cual aparece ese personaje, sé que esto empieza a ser lioso- a leer también el libro en cuestión.  Pero no siempre sabemos con exactitud lo que leen los personajes de ficción. A veces, el autor se limita a presentarnos a sus criaturas con la nariz siempre entre libros, sin especificar mucho. Flaubert, sin ir más lejos, nos informa de la afición de Emma Bovary por las novelas; menciona alguna de pasada, como Paul et Virginie y nos dice también que leyó a Sue, a Balzac y a George Sand, pero no se demora en sus lecturas tal como se demora en otros aspectos de su vida. Otras veces, sin embargo, el libro-dentro-del-libro se erige en motivo central. Es lo que ocurre, por ejemplo, con La señora Dalloway en Las horas de Michael Cunningham. O con Los tres mosqueteros en El Club Dumas. Por cierto, que Joyce se adelantó a Pérez-Reverte en esto (¡como en tantas otras cosas!): en su Retrato del artista adolescente, Stephen Dedalus también lee a Dumas con fruición, concretamente El conde de Montecristo.  

Nicole Kidman caracterizada como Virginia en
Las horas
 
¿Qué sucede cuando un libro pasa a la pantalla? A priori, el efecto de una lectura determinada es menos vistoso en imágenes que sobre el papel. Ya no hay libro-dentro-del-libro, sino libro-en pantalla, que tiene mucho menos encanto. Aún así, tal como nos informaba un artículo aparecido en The Guardian, en el cine (y la TV) persisten algunos personajes influenciados por sus lecturas.  He aquí algunos de los ejemplos que proponen:

-La vie d'Adèle.
En esta preciosa película, basada en una novela gráfica, Adèle ama la lectura. Cuando la conocemos, está fascinada con La vie de Marianne (es evidente el nexo entre el título de este libro y el de la propia película). Todo empieza en clase, donde se habla de esta novela de Marivaux que están leyendo. Al hilo de sus páginas, el profesor hace que los alumnos reflexionen sobre el enamoramiento y sobre la impresión de predestinación que a veces se siente al conocer a alguien. De la literatura, al encuentro del amor. Eso es precisamente, lo que le ocurrirá a ella.



-Matilda
La heroína de la novela homónima de Roald Dahl es una auténtica devoradora de libros. Al principio, una de sus lecturas preferidas es El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnett.. Pero pronto se atreve con libros "de mayores" como Grandes esperanzas. Y de ahí a otros grandes clásicos, como las obras de Kipling, Faulkner o Hemingway. No todos aparecen en pantalla, claro, pero Matilda deja bien claro que le gusta leer.



-The Wire
¿Quién diría que en esta serie ambientada en los barrios marginales de Baltimore y el mundo de la droga y la delincuencia se lee? Ciertamente, la lectura no es lo primero que salta a la vista. Pero D'Angelo Barksdale es capaz de hacer un lúcido análisis del libro que ha leído en prisión, El gran Gatsby: "Lo que quiere decir es que el pasado siempre va con nosotros. De dónde venimos, lo que nos sucede, cómo nos sucede... toda esta mierda es importante", les explica a sus compañeros, menos perspicaces que él. No cabe duda de que también D'Angelo ha aprendido algo de su contacto con la lectura. Aunque demasiado tarde. Irónicamente, D'Angelo será asesinado en una de las dependencias de la biblioteca.





 

miércoles, 5 de marzo de 2014

VIVIR, MORIR

Uno de los increíbles "bodegones" anatómicos de Frederik Ruysch



El lema de Montaigne era que no había que preocuparse por la muerte: "Si no sabes cómo morir, no temas: la naturaleza te dirá qué hacer en el momento, de manera plena y suficiente. Ella hará ese trabajo para ti a la perfección, así que no te preocupes por eso". Es posible -aunque dudoso- que el tránsito hacia el otro mundo (vamos a suponer que exista eso) fuese más sencillo en el siglo XVI. E nuestros días, sin embargo, una experiencia bastante común entre todos aquellos que han vivido de cerca la muerte de sus allegados es que es morir es un proceso no sólo terrible, sino a menudo muy difícil. Todo esto viene a cuento de que acabo de leer el obituario del doctor Sherwin B. Nuland, autor de Cómo morimos, un libro capital en el cuestionamiento de cómo nos acercamos a la muerte en este siglo XXI. Puedo decir sin exagerar que esta obra me marcó. La debí leer poco después de su publicación en España, hacia 1998. Por primera vez, había estado en contacto con alguien cercano en el lento proceso que le llevó a la tumba y algo se había revuelto en mi interior. La muerte, eso tan aséptico y lejano (cuando uno es joven, es inmortal), se había convertido en una fea realidad que no sabía como manejar. En una de estas coincidencias providenciales que nos ocurren a todos los lectores, encontré el libro de Nuland.
 



En Cómo morimos, este cirujano y profesor de Yale pasa revista a las causas más comunes de muerte no accidental y los pasos que llevan al desenlace final. Les adelanto que no es una lectura agradable, no se deja nada en el tintero. ¿Por qué tanto encarnizamiento?, dirán. La intención de Nuland era desmitificar la muerte, haciendo que el proceso resultase más familiar, de manera que los moribundos pudieran tomar las decisiones que afectasen a su tratamiento con un mayor conocimiento de causa y con expectativas razonables. "La enfermedad final que la naturaleza nos inflija determinará las circunstancias en que habremos de decir adiós a la vida, pero, en la medida de lo posible, nuestras propias elecciones deberían ser el factor decisivo en el modo en que esto se produzca." Nuland no sólo es implacable con el lector; también lo es con la clase médica (y con él mismo), a la que reprocha su empeño en ver a la muerte como un enemigo a vencer a toda costa, por encima del propio paciente, a quien atormentan con tratamientos finalmente inútiles. El libro ganó el National Book Award y propició un amplio debate sobre cuáles debían ser límites de las terapias aplicadas a pacientes terminales, en el marco de las corrientes emergentes en torno a la "muerte digna".
Por mi parte, creo que salí fortalecida de esta lectura. Desde entonces, por desgracia, he tenido que vivir algún otro episodio de enfermedades terminales. No puedo decir que hayan resultados menos devastadores emocionalmente. El dolor del que ve morir a un ser querido es siempre el mismo, no importa cuán preparado esté uno. Pero, de algún modo, con el bagaje adquirido gracias a Nuland, tuve la sensación de que era capaz de mirar a la cara a la muerte, en vez de esconder la cabeza debajo del ala. Conocer aquello a lo que te enfrentas no hace que el combate sea menos duro, pero sí que estés preparado para librarlo,
Nuland confesaba en esta obra que, al igual que la mayoría de sus lectores, su ambición era morir sin sufrimiento, "rodeado de las personas y las cosas que amo". Espero sinceramente que su deseo se haya hecho realidad.