John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 13 de marzo de 2018

LOS ESCRITORES COMO PERSONAJES DE FICCIÓN

Jack London, escritor y hombre de acción
Leía el otro día una entrevista a un escritor en que este se quejaba de que echaba de menos las novelas escritas por autores que ejercían, o habían ejercido, algún otro oficio- además del de escribir-, como Joseph Conrad (que fue capitán de la marina mercante), Jack London (que hizo literalmente de todo: marinero, buscador de oro, vagabundo y mil más) o Franz Kafka (que compaginó la escritura con su empleo en una compañía de seguros). Su argumento iba de este modo: como los escritores suelen acabar escribiendo de lo que conocen, desde que la escritura se ha profesionalizado no paran de aparecer novelas cuyo protagonista es un escritor que, como es natural, poco hace aparte de escribir. Un oficio a priori poco interesante para construir una ficción a su alrededor. Así, tenemos multitud de novelas con un héroe que se limita a luchar contra el miedo a la página en blanco, o a buscar inspiración de diversas maneras, o que -de esto se quejaba sobre todo el entrevistado- no hace otra cosa que permanecer sentado frente a su mesa de trabajo mirando la pared y elucubrando sobre asuntos que, finalmente, al lector le importan un bledo. Es posible que lleve algo de razón, aunque hay escritores que le han sacado un notable partido a estos, en principio, poco auspiciosos personajes. Sin ir más lejos, Stephen King, quien ha mostrado siempre una marcada preferencia por los personajes-escritores. ¿Quién no recuerda al Jack Torrance de El resplandor o al Paul Sheldon de Misery? En su caso, no se puede decir que no les haya sacado partido, porque ambas novelas (además de otros relatos que el lector curioso encontrará reseñados aquí) proporcionan abundantes escalofríos y tensión sin límite.

Así se ha de ver el pobre escritor de Misery, torturado por
su admiradora.

Aunque una cosa es inventarse un personaje de profesión escritor y otra -un paso más allá- tomar a un escritor de verdad (preferiblemente muerto, me temo que la susceptibilidad de los aún vivos no soportaría este tratamiento) y convertirlo en personaje de tu novela. ¿Se puede hacer? Pues sí, se puede. Los escritores que suelen merecer este tratamiento son, hasta donde yo sé, figuras de culto. Es decir, el autor que toma a un compañero de oficio y lo incluye en su novela (y más si es como protagonista) es porque quiere hacerle un homenaje; esto no excluye que se permita deslizar alguna crítica. Nadie es perfecto, ni siquiera los escritores. Por citar un ejemplo famoso, Michael Cunningham utiliza a Virginia Woolf como personaje y eje vertebrador de Las horas. Además, si uno elige a un autor con un estilo marcadamente personal, puede permitirse -en plan lucimiento- imitar incluso su estilo. (Si se hace bien, es un guiño al lector avisado; si no, el asunto puede llevar a la catástrofe. Están avisados.) Uno de los autores que parecen haber conocido más reencarnaciones novelescas es Henry James. Es cierto que entra dentro de los autores de culto -creánme, nunca critiquen a James ante un jamesiano de pro-, pero quién diría que alguien con una vida tan poco novelesca podía ser un personaje de novela. Pues tanto Cólm Toibin, con The Master, como David Lodge, con ¡El autor, el autor! (hablé de esta espléndida obra en otro lugar), le han dedicado novelas.

Henry James
A estas se les ha añadido, recientemente, otra muy recomendable novela "jamesiana", La mecanógrafa de Henry James, de Michiel Heyns. James no es exactamente el protagonista, pero sí la figura central en torno a la que pivotan los demás personajes. Heyns, con una habilidad diabólica, no sólo se permite reproducir el habla jamesiana, sino que -más difícil todavía- hace que la mecanógrafa en cuestión -ella misma gran admiradora del autor- intente imitar el estilo de James, y lo haga, por supuesto, muy mal. Los buenos cantantes suelen decir que una de las cosas más difíciles que hay es desafinar a propósito; imitar mal (a propósito, como en este caso) el estilo de un maestro debe ser igualmente difícil. Heyns ha salido airoso de esta prueba, igual que del reto que supone hurgar en la vida privada de un personaje famoso. No sé, en cambio, si sobrevivirá a la furia que sin duda atraerá sobre él el retrato que hace de otra escritora, la insigne Edith Wharton. Muy divertido, pero no especialmente respetuoso, se lo advierto.
Volviendo a lo que decíamos el principio: ¿son o no son los escritores unos buenos personajes de ficción? A la luz de estos ejemplos, parece claro que, si caen en buenas manos, pueden ser extraordinarios. La habilidad, como se puede comprobar, está en el que escribe, no en su sujeto.