John F. Peto

John F. Peto
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jueves, 31 de diciembre de 2020

LECTURAS 2020


Quién nos iba a decir cuando despedíamos el 2019 que ese 2020, tan bonito y redondo, iba a salir así. Hay una maldición, probablemente apócrifa, aunque algunos la atribuyen a la sabiduría tradicional china,  que dice "Ojalá vivas tiempos interesantes". Cuando estábamos inmersos en la placidez de la normalidad, tan aburrida a veces, costaba entender que se trataba de una maldición. Ahora nos hemos dado cuenta de que sí lo es. Y cómo. 

En fin, qué les voy yo a explicar de este infausto año que no hayan vivido ya en carne propia... Pero he venido aquí a hablar de libros, no de calamidades. Repasando las lecturas del año (esta vez he logrado llevar -más o menos- una lista, aunque seguro que se me han escapado algunos), veo que, a pesar de los confinamientos, no he leído mucho más que en años anteriores. ¿Quizá las series y otras pantallas han robado parte de mi atención? Lo que sí observo, volviendo la vista atrás, es que los libros leídos A.P. (antes de la pandemia) parecen remotos, como si fuesen lecturas de muchos años atrás. Otra realidad, otro mundo. Entre ellos está el que puedo calificar como:


El libro del año

Los Diarios de Iñaki Uriarte (que leí en una preciosa edición completa de Pepitas de calabaza) es uno de esos libros para leer y releer. En literatura, como en cualquier otro arte, la mirada del artista es lo importante, porque los buenos artistas nos hacen ver la realidad de otro modo, nos revelan aspectos que hasta entonces permanecían ocultos a nuestros ojos o a nuestro entendimiento. Y es la mirada de Uriarte sobre la vida, sobre lo que observa y lo que lee, la que hace de este un libro memorable. Es posible que el género memorialístico no sea para todo el mundo; absténganse si lo que buscan es acción y misterio.  Por mi parte, solo puedo decir que he recomendado mucho este libro y que todas las personas que lo han leído han quedado fascinadas por él. 



El libro del que todos hablan que resulta ser tan bueno como dicen

En pleno confinamiento (el primero, que yo he pasado ya por dos este año), empecé a oír hablar insistentemente de El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Un libro sobre la historia de los libros parece perfecto para mí. Pero una se ha acostumbrado a desconfiar un poco de los elogios desmedidos, ya me he llevado más de un chasco, de modo que resolví esperar. Además, puesto que la historia de los libros y de la lectura es desde hace tiempo uno de mis principales intereses, no sabía si ya todo me iba a sonar conocido. Sin embargo, cuando tuve que afrontar mi segundo confinamiento, decidí que era el momento de leerlo. Me encantó. No tanto por lo que cuenta -ciertamente, bastante familiar para mí- sino por cómo lo cuenta, por cómo su autora es capaz de hilvanar la historia, contarla con amenidad y enlazar asuntos remotos con preocupaciones contemporáneas. Enseñar deleitando.



Desde Rusia, sin amor

Bueno, no exactamente desde Rusia, porque Sergéi Dovlátov emigró a Estados Unidos, desde donde escribió una ácida y nostálgica novela titulada La maleta, que siendo muy contemporánea en su estilo, bebe también de la tradición literaria rusa (Gogol, más que Tólstoi). Original, corrosivo y melancólico a un tiempo. Un pequeño libro y una gran lectura. Para redondear esta inmersión rusa, las memorias de Elena Gorokhova, Un montón de migajas, donde su gris juventud en el Leningrado de los sesenta se mezcla con la historia de su madre, médico durante la Segunda Guerra Mundial.  



El encanto de lo British (antes de que asomase el Brexit)

¡Ah, aquellas tardes de té y emparedados de pepino, aquellos encantadores pueblecitos de primorosos jardines donde la mayor emoción era la llegada de un nuevo vicario! Una visión idílica que probablemente nunca existió, pero que resulta enormemente reconfortante para los lectores. En este apartado, el descubrimiento del año ha sido Angela Thirkell, de la cual de momento solo hay una novela traducida, Fresas silvestres, pero cuyas obras he devorado en inglés durante esos meses. Aparte de lo ingeniosas y divertidas que son sus novelas,  tienen a su favor que realmente fueron escritas en los años treinta y cuarenta. Sí, algunas de ellas en plena guerra, retratando así la vida cotidiana en el frente doméstico (el racionamiento, los refugiados, la tristeza por las pérdidas de familiares y amigos) sin perder nunca el buen humor. Thirkell -por cierto, de una familia muy vinculada a las artes, nieta del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones- ha sido la lectura perfecta para estos meses difíciles. (Hablé más de esta autora en una entrada anterior.)



Detectives de barrio (de Barcelona)

Desde que descubrí hace unos años la estupenda Don de lenguas, me he convertido en lectora asidua de Rosa Ribas. Hasa ahora, había realizado incursiones en la realidad barcelonesa de los años cincuenta (además de la Trilogía de los años oscuros que abre Don de lenguas, con Pensión Leonardo, un retrato memorable del Poble Sec de la época). Con su última novela, Un asunto demasiado familiar, se ha atrevido a aproximarse más en el tiempo, pues transcurre en nuestros días en un barrio poco frecuentado por la literatura, Sant Andreu. La trama detectivesca queda oscurecida por la historia de una familia de detectives llena de secretos. ¡Y de vida de barrio! Otro autor barcelonés, Eduard Palomares, nos lleva también por las calles de mi ciudad para desentrañar un caso en No cerramos en agosto, de la mano de un detective novato y con contrato en precario. Ambas novelas son una buena muestra de que el género detectivesco se presta a todo tipo de piruetas.

Ha habido muchos libros más, claro que sí, en este año tan raro, pero he preferido destacar únicamente los que han resultado distintos o inesperados por algún motivo. No puedo terminar esta entrada sin señalar que por fin, gracias al confinamiento, he logrado algo que tenía pendiente desde que, hace ya cuatro o cinco años, me compré en los bouquinistes de París una bonita edición de Du côté de chez Swann, de Marcel Proust. Leer a Proust en francés es un poco como escalar una montaña: duro a veces, te deja sin aliento a menudo, pero disfrutas de cada momento del trayecto y te sientes como nadie cuando alcanzas la cima. 

Mis mejores deseos para el 2021. ¡Salud y buenas lecturas!


miércoles, 10 de julio de 2019

ELOGIO DE LA LENTITUD


Sí, todos quisiéramos ir con menos prisas, que nuestras jornadas fuese más pausadas, con tiempo para hacer las cosas a conciencia... Pero por lo general la vida cotidiana nos arrastra -cuando no nos arrolla-, y allá vamos, dejándonos llevar por la corriente, consumiendo horas y días a toda velocidad, como si estos fuesen inagotables y nosotros, eternos. Hasta que sucede lo inesperado. Una enfermedad, un accidente, nuestro o de algún ser querido, que nos frena en seco. A partir de ahí, todo adquiere otra dimensión, el tiempo cobra un nuevo significado, se vuelve más lento y también más valioso. Lo banal, lo cotidiano que hasta ahora resolvíamos automáticamente, sin pensar, cobra nuevos perfiles. Cada día que pasa -esos días que antes engullíamos ávidamente, como sorbos de agua que se tragan sin pensar-,  se convierte en un hito: un día más, o un día menos. Sea como sea, una muesca en el nuevo calendario que hemos tenido que establecer. 


En mi caso, un absurdo accidente -¿acaso no lo son todos ?- me ha privado durante unas semanas del uso del brazo derecho. Nada muy grave, por fortuna, pero sí un percance doloroso y muy incómodo que ha trastocado todos mis planes, por no hablar de mi día a día. De repente, he tenido que reajustar  mi rutina y mis movimientos. Mi mano izquierda, absolutamente inútil en la vida normal, ha pasado a ser la protagonista de todas mis acciones. La torpeza con que ahora ejecuto el gesto más banal, desde peinarme hasta empuñar un tenedor, ha ralentizado cada uno de ellos. Ahora, como los niños pequeños, debo aprender a manejarme en mi entorno y adquirir de nuevo -o al menos intentarlo- todas aquellas destrezas que dominaba desde hacía décadas. Aparte de la inicial exasperación que  provoca, este comenzar casi desde cero resulta un buen ejercicio. La lentitud, la deliberación con que debes enfrentarte a cada nuevo reto hacen que aprecies cada pequeño logro. Igual que cuando aprendes a tocar un instrumento musical, o te inicias en un nuevo deporte, hacerlo todo con la izquierda pone a prueba la coordinación entre tu cerebro y tus miembros: sabes qué es lo que deberías hacer, la dificultad está en lograr que tus músculos y tus dedos te obedezcan. No me cabe duda de que, gracias a este brazo roto, estoy creando infinidad de nuevas rutas en mi cerebro, y las sinapsis deben de estar funcionando a todo tren. Parece -a la vista está- que casi domino ya el arte de escribir en el ordenador con una sola mano. Decidida a exprimir al máximo mis capacidades, me he embarcado asimismo en la tarea de aprender a escribir con la izquierda. Por ahora, el resultado no es muy brillante, pero no está tan mal si uno recuerda las innumerables horas de su infancia que pasó trazando una a una las letras del alfabeto. Está claro que solo la práctica da la maestría.  


Si la caligrafía, hasta cierto punto, es representativa de la personalidad, cuando contemplo mis torpes letras -tan diferentes de mi escritura diestra- me pregunto si no anidará en mi interior un ser distinto. ¿Tal vez este ejercicio hará aflorar en mi un nuevo personaje? Permanezcan atentos a estas páginas, quién sabe si no habrá alguna sorpresa.
Mientras tanto, a falta de las fallidas vacaciones británicas que  ha habido que cancelar, procuro saborear la lentitud de los días. Un tiempo alargado que invita a leer a Proust, y que me trae a la memoria una novela del alemán Sten Nadolny, El descubrimiento de la lentitud, cuyo héroe -el explorador ártico John Franklin-, percibe el tiempo de un modo distinto al resto de sus compañeros. Tiempo lento de lecturas pausadas.

     

lunes, 2 de octubre de 2017

PROUST, ESE PRECURSOR



Hace un tiempo, la revelación de que existía un tráfico de reseñas favorables en Amazon -es decir, que había quien vendía, y quien compraba, esas opiniones positivas, que se suponen auténticas y no influenciables- causó un pequeño escandalo. Aparte de la obvia inmoralidad del engaño, destinado a engrosar las ventas del autor que se las agenciaba, mucha gente pensó que se trataba de una artimaña destinada a salvar del desastre a novelas que, de otro modo, no hubiesen tenido aceptación por parte del público. Cosa de escritores mediocres, vaya. Porque -según reza una opinión muy extendida- los grandes escritores no necesitan recurrir a estos expedientes. Dejemos por ahora de lado que el calificativo de "grande" solo se conquista después de una trayectoria creativa por lo general larga; nadie puede predecir cuál de los miles de escritores que hoy comienzan su carrera llegará a despuntar y cuál caerá rápidamente en el olvido. Hay quien piensa, en todo caso, que el escritor debe mantenerse alejado de los intereses comerciales. Que una cosa es el arte y otra el comercio. Algo que no tiene ningún sentido, porque los escritores -salvo algún bicho raro- lo que quieren es que les lea cuanta más gente, mejor. Y si ellos están convencidos de que su obra es buena, es justo que hagan lo posible por ampliar su público. ¿Llegando hasta el extremo de comprar criticas favorables? Sin duda, eso es ir demasiado lejos. Mas he aquí que resulta que eso es precisamente lo que hizo el gran -aquí sí no dudamos en aplicarle este adjetivo- Marcel Proust. Era cosa sabida que Proust tuvo que costear de su bolsillo la primera edición de Por el camino de Swann, al ser esta novela rechazada por los responsables de Gallimard  (quienes luego entonarían el mea culpa y se convertirían en los editores de toda su obra).

El ejemplar de Proust que sale ahora a subasta
(Foto Thomas Samson/APF)

Pero el escritor poseía muchos contactos y logró que otro reputado editor, Bernard Grasset, se la publicase, corriendo él con todos los gastos. Dado que tenía fortuna personal, eso no debió de constituir un grave problema. Es más, su presupuesto, sea cual fuese, le dio para hacer también una tirada muy reducida de lujo de la obra, impresa en papel japón, de la cual existen hoy solo cuatro ejemplares (un quinto, informa Le Monde, desapareció durante la ocupación nazi). Uno de ellos, precisamente, saldrá el mes próximo a subasta, y Sotheby's estima que puede alcanzar un precio de entre 400.000 y 6000.000 €. Una nadería. Al mismo tiempo, según informa igualmente The Guardian, lo que ha salido a la luz son unas cartas de Proust al editor de Grasset, Louis Brun, que revelan que el primero no tuvo reparo en pagar por conseguir que algunos periódicos publicasen reseñas elogiosas de su obra, redactadas por algún amigo -por ejemplo, el pintor Jacques Émile Blanche- o por él mismo (estas últimas se las mandaba a Brun, intermediario en dichas operaciones, escritas a máquina, para que no quedase rastro de su caligrafía). Unas reseñas que no eran lo que se dice modestas en su apreciación del libro: se trataría, dice, de "una pequeña obra maestra", capaz de "barrer como un soplo de viento los soporíferos vapores" del resto de novelas. Proust, ya lo ven, no pecaba de modestia. Movido por su fe en las bondades de su obra -o en la eficacia de la propaganda- pagó 300 francos (calcula el periódico británico que equivaldrían a unas 900 libras actuales) para conseguir que la novela saliese mencionada en la primera página de Le Figaro y una suma aún mayor (660 francos) por una larga reseña que apareció en Le Journal des Débats. A su manera, era un precursor. Hoy, las editoriales les asignan a sus novedades un presupuesto de marketing, sabedoras de que, no importa cuál sea su calidad literaria, cualquier libro se beneficia de una buena visibilidad.
Malo es engañar a los lectores intentando darles gato por liebre. Pero igualmente malo es menospreciar a los escritores que se esfuerzan por llegar a su público.

Retrato de Marcel Proust por Jacques-Émile Blanche


martes, 14 de marzo de 2017

RECUERDOS DE LECTURA


"Ah, sí, ese libro ya lo he leído. Fue en..." Y comienza el viaje en el tiempo, torbellino de imágenes y de momentos. Dicen que lo importante de un libro es su contenido, pero si pretendemos evocar lo leído es imposible desvincularlo del cuándo, el dónde y el cómo. Proust, que era un maestro en esto de hacer memoria, tiene un bello volumen, Sobre la lectura, que retrata magistralmente el fenómeno:

"Quizá no hubo días en nuestra infancia más plenamente vividos que aquellos que creímos dejar sin vivirlos, aquellos que pasamos con un libro favorito. Todo lo que, al parecer, los llenaba para los demás, y que rechazábamos como si fuera un vulgar obstáculo ante un placer divino: el juego al que un amigo venia a invitarnos en el pasaje más interesante, la abeja o el rayo de sol molestos que nos forzaban a levantar los ojos de la página o a cambiar de sitio, la merienda que nos habían obligado a llevar y que dejábamos a nuestro lado sobre el banco, sin tocarla siquiera, mientras que, por encima de nuestra cabeza, el sol iba perdiendo fuerza en el cielo azul, la cena a la que teníamos que llegar a tiempo y durante la cual no pensábamos más que en subir a terminar, sin perder un minuto, el capítulo interrumpido; todo esto, de lo que la lectura hubiera debido impedirnos percibir otra cosa que su importunidad, dejaba por el contrario en nosotros un recuerdo tan agradable (mucho más precioso para nosotros, que aquello que leíamos entonces con tanta devoción), que, si llegáramos ahora a hojear aquellos libros de antaño, serían para nosotros como los únicos almanaques que hubiéramos conservado de un tiempo pasado, con la esperanza de ver reflejados en sus páginas lugares y estanques que han dejado de existir hace tiempo."



Los que no somos Proust, y carecemos de esa extraordinaria capacidad para evocar memorias, ¿cómo recordamos nuestras lecturas? De ciertos libros, resulta que lo he olvidado todo: sin duda no eran memorables, o no lo fueron para mí.  De otros, me resulta difícil recordar el título, y sin embargo mantengo fresco en la memoria tal o cual personaje. A veces, sé muy bien cómo era el volumen en cuestión -"una cubierta verdosa", "un libro en tapa dura", "papel amarillento"-, pero otros rasgos de lo que narraba se me han difuminado. (Un olvido especialmente grave, pero muy frecuente, cuando se trata de novelas policiacas. Tengo tendencia a olvidar quién era el asesino, lo que tal vez me permitiría volver a leerlas con la misma expectación que la primera vez.)
Los libros que nos han impresionado profundamente suelen permanecer fijados en la memoria. Son los hitos de tu itinerario lector. Otras veces su permanencia no es debida a los méritos del autor, sino a que, justamente, lo leíste en un momento muy especial. Porque fue tu lectura de cabecera durante aquel viaje tan maravilloso, porque lo llevabas en la mano el día que conociste a X, porque lo tenías a medias cuando te dieron esa mala noticia (y nunca llegaste a terminarlo, era demasiado doloroso)...
Si los seres humanos como especie somos memoria -tal vez es precisamente la memoria lo que nos hace humanos-, la identidad de los lectores está inextricablemente unida a los miles de argumentos, de personajes, de imágenes, de tipografías, al tacto de las cubiertas y el olor de las páginas, a la luz que caía sobre ellas, a los sonidos que te rodeaban -los tañidos de las campanas de que evoca Proust en su libro-, al sillón que te cobijó o a la mano que te arrancó de tu ensueño lector. Vida y lectura, inseparables.

domingo, 29 de mayo de 2016

¿QUÉ LEO AHORA? ITINERARIOS DE LECTURAS


Acabas de terminar un libro, o ni siquiera eso, te faltan todavía unas páginas, pero ya oteas el horizonte lector, en busca del siguiente. ¿Cuál será? Y no es por falta de libros que leer, más bien eres penosamente consciente de que jamás lograrás leer ni una pequeña parte de todo lo que se ha escrito, aunque es casi seguro que un porcentaje nada despreciable de los volúmenes que circulan por el mundo no merece tu atención: por malos, por aburridos, porque tratan de temas que no te importan. Pero, ¿y qué hay de los miles y miles que sí podrían interesarte? Cuando te enfrentas a la enormidad que se te ofrece, el problema está en elegir, y en elegir bien. Así, todos recurrimos a estrategias varias: la estantería de "pendientes", la lista (que crece y crece), pedir consejo a algún amigo de gustos afines, pasear por bibliotecas o librerías esperando que algún libro nos llame la atención... Recursos todos ellos válidos, aunque no siempre efectivos. A veces, no se trata tanto de leer cierto título del que tenemos buenas referencias, o de catar a determinado autor que aún no conocemos, sino que nos tienta algo más vago y más amplio al mismo tiempo: un tema, un personaje, una época. En ocasiones así, es cuando se echan de menos verdaderas selecciones de lecturas. Se me dirá que uno puede buscar en el catálogo de cualquier biblioteca o base de datos de las miles que alberga internet. Basta con poner la palabra clave que se desea y, voilà, tenemos ante nuestros ojos una larga lista de libros relacionados con ella. Lamentablemente, lo que estas listas poseen en cuanto a dimensión les falta en cuanto a criterio. Si los metadatos del libro no contienen la palabra que hemos empleado para hacer la búsqueda, no aparecerá citado ahí. Además, ¿cómo decirle a una máquina que uno está buscando "buenos" libros, no cualquier opúsculo que haga referencia al tema? Las listas compiladas por humanos -por ejemplo, las de Goodreads- no son mucho más dignas de confianza. Para empezar, en ellas suelen repetirse con enojosa frecuencia los mismos títulos, que vienen a ser los bestsellers del momento complementados por los clásicos que todo el mundo conoce (por algún motivo que desconozco, se busque lo que se busque, en todas las listas acaba apareciendo algún título de la saga "Los juegos del hambre"). Cuando lo que uno busca, precisamente, es que le descubran cosas nuevas, adentrarse por terrenos inexplorados, pero de la mano de alguien que sabe lo que se hace.




¿Tal vez una buena librería? Bueno, la librería puede servir de mucho, pero el orden alfabético de autores, que sin duda facilita encontrar un libro determinado, o la clasificación que ayuda a orientarse al amante de los géneros, no funcionan cuando lo que se lleva en la cabeza es, por ejemplo "me gustaría leer algo de/sobre la belle époque".  En un caso así -y conste que este es un tema de los fáciles, a veces me encuentro queriendo saber más sobre asuntos mucho más etéreos-, los buscadores te conducen a cualquier libro que lleve "belle époque" en el título (que van desde una historia de los judíos vieneses durante esa época a algo titulado Picardías de la belle époque ¡sólo para adultos!, por no mencionar una historia de los hoteles de San Sebastián, que no dudo tendrá su encanto, pero que es muy probable que no sea lo que quieres leer), mientras que una incursión en la librería te aboca a la sección de historia. Pero resulta que a mí no me interesa sólo la historia, sino también los personajes que descollaron y la literatura que se escribió durante esa época, así como la que aspira a recrearla. No hay buscador que solucione eso.  
En ciertas librerías tienen la buena costumbre de preparar, de vez en cuando, selecciones temáticas de libros. Ignoro si les dan resultado desde el punto de vista comercial, pero a mí me parecen irresistibles, porque no hay nada mejor que tener marcado un itinerario de lecturas, un camino trazado con la ayuda de un criterio certero y ecléctico. Para volver al ejemplo de antes, mi itinerario para la belle époque incluiría -por supuesto- algún libro de historia como Los años de vértigo de Philip Blom, pero también novelas con el sabor de esa era, como alguna de las deliciosas comedias de Oscar Wilde, Una habitación con vistas, de E. M. Forster, o tal vez el Chéri de Colette, sin olvidar por supuesto las obras de Proust -aunque sea esta una lectura de largo recorrido-, complementado tal vez por una biografía de Misia Sert; para rematarlo, algún libro de ahora que sabe transportarnos allí con chispeante ingenio: Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec, esa estupenda serie de cómics de Jacques Tardi.




¿Lo ven? No puede ser tan difícil. Estoy esperando que alguien invente la máquina perfecta para hacer itinerarios de lectura. Mientras, seguiremos agotando la paciencia de libreros, amigos y blogueros.