John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)
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domingo, 15 de septiembre de 2013

LECTURAS IN SITU

 
Uno de los (muchos) grandes placeres de la lectura es que nos transporta a otros lugares. ¿Qué necesidad hay de desplazarse al África profunda si podemos leer En las minas del rey Salomón? O, en un registro más amable, nada mejor para sumergirse en el verdor y la voluptuosidad de la campiña francesa que los textos memorialísticos de Colette. Aunque también se puede considerar desde otro punto de vista: el disfrute lector se incrementa notablemente si conseguimos leer un texto en el mismo lugar que éste describe. Lo explica muy bien Anne Fadiman -una vez más, me refiero a sus artículos bibliómanos recogidos en Ex libris, ese delicioso libro que no me canso de pedir que alguien se decida a reeditar-, quien cita el caso de Thomas Macaulay; empeñado en leer la descripción que hace Tito Livio de la batalla del lago Trasimeno (en latín, por supuesto) in situ, no sólo se plantó en el lugar exacto a la misma hora que Livio dice que se inició la batalla, sino con tanta suerte que acertó con idéntico tiempo brumoso que el que soportaron los romanos: "Me hallaba exactamente en la misma situación que el cónsul Flaminio: totalmente oculto tras la niebla matinal... Así que puedo decir con justicia que he visto exactamente lo mismo que vio el ejército romano ese día".  Si grande es el poder de la imaginación para trasladarnos a otras tierras, ¿hay algo más emocionante que el que lo que leemos coincida con lo que nos rodea? ¿Ver, oler y experimentar lo mismo que los personajes de la historia que estamos devorando?
Los bibliómanos coleccionamos este tipo de experiencias: como ya conté una vez, recuerdo con placer la lectura del Cuaderno gris de Josep Pla rodeada de los mismos paisajes que describe; o Berlín, la caída de Beevor en esa misma ciudad (aunque aquí, por fortuna para mí, el paisaje había cambiado mucho). Por supuesto, este tipo de coincidencias son raras, incluso si uno las busca. Que lo hace, créanme. Como el proverbial sabio (sí, ya saben, el que iba arrojando hierbas, etc.), reconforta ver que siempre hay alguien más obseso que uno mismo, pues circulan por ahí mapas que ubican libros famosos, para fanáticos de la lectura in situ.
 
 
 
Litmapproject,  por ejemplo, es colaborativo, y salta a la vista que tiene aún muchas lagunas. ¿Se animan a cooperar? Así, para elegir la lectura del próximo viaje, bastará con consultarlo y sabremos qué libros llevarnos. Por mi parte, estoy segura de que si alguna vez voy a la isla de Skye, llevaré bajo el brazo un ejemplar de Al faro, lo mismo que no pisaré Yalta sin sentarme en su malecón a leer La dama del perrito de Chéjov. Quién sabe si no veré por allí a una bella joven acompañada por un lulú. ¡Ah, el encanto de la lectura in situ!
 
Ojos negros, de Nikita Mijalkov, una delicia de película
basada en los relatos de Chéjov
 

jueves, 23 de mayo de 2013

¿DE DÓNDE SALE ESE TÍTULO?

Carta de visita, pieza esencial de marketing, anticipo de las intenciones del autor... todo esto y más es el título de un libro. Hay quienes se preguntan si es antes el huevo o la gallina, si hay títulos sin obra u obras sin título (para mí está claro que el título adecuado viene sólo después de haber trabajado tanto en la obra que éste acaba por materializarse), pero ya hemos visto en ocasiones anteriores que no siempre el título que ahora conocemos es el mismo que pensó el autor para su novela. Si bien hay títulos planos y evidentes, hay otros que le dejan a uno cavilando cómo se le ocurriría a su autor algo tan poco corriente. La web Flavorwire ha recopilado las historias de algunos de ellos, que me limito a trasladar aquí:

Me encanta esta cubierta "pulp" de la novela
 
El cartero siempre llama dos veces, el título de la famosa novela de James M. Cain, es muy bonito, pero bastante desconcertante, porque en la novela no aparece cartero alguno. El autor cuenta que se le ocurrió cuando, conversando con el guionista Vincent Lawrence, este le explicó que, cuando mandó su primer guión a una productora, estaba todo el día  pendiente de la llegada del cartero por saber si lo habían aceptado; ¿cómo sabía si era el cartero el que llamaba?: porque el cartero siempre llamaba dos veces. Cain vio en esto una idea interesante: su protagonista también tuvo que responder a la segunda llamada del destino. Simbólico y sugerente.


De ratones y hombres, de John Steinbeck. Confieso que este título siempre me ha parecido intrigante y diría que no muy conseguido. Bueno, pues resulta que Steinbeck trabajó sobre esta narración bajo el título de Something That Happened (Algo que ocurrió: realmente, no compromete a nada), pero que a última hora lo cambió, tras leer un poema de Robert Burns que dice “The best laid schemes o’ mice an’ men / Gang aft agley” ("Los mejores planes de ratones y hombres/a menudo fracasan", poco más o menos). Si viene de Burns, ya me cae más simpático, la verdad.


El motivo tras título original inglés de la novela de Peter Benchley, Jaws (Tiburón) -de resonancias sobre todo cinematográficas- es más casual y su historia bastante graciosa. Cuenta el autor que, poco antes de que el libro tuviese que entrar en imprenta, él y su editor no habían logrado ponerse de acuerdo sobre cómo titularla. Le habían dado mil vueltas a diferentes posibilidades, una de las cuales era The Jaws of Death (Las Fauces de la Muerte), pero de todas las permutaciones que habían barajado la única palabra que a ambos les parecía bien era precisamente Jaws. Así que Benchley por fin decidió ponerle ese título. Que, como él dice, no le gustaba a su padre, ni a su mujer, ni a su agente, ni siquiera a él, pero "Al fin y al cabo, ¿quién iba a leer una primera novela?". Sólo unos cuantos cientos de miles de personas, en su caso.

No es propiamente el mapa que dibujó
Stevenson, sino el que aparecía en la edición
de 1909 de La isla del tesoro

La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Cuenta el autor que el título o, mejor dicho, la novela toda ella, surgió de un mapa que él había dibujado para su hijastro. En vena claramente literaria, dice acerca de él: "estaba coloreado de manera elaborada y hermosa (o eso me pareció a mí); su forma me resultaba fascinante más allá de lo que puedo expresar; tenía ensenadas que me complacían como si fuesen sonetos; y con la inconsciencia del predestinado titulé mi artístico logro 'La isla del tesoro'". Contemplando este mapa, al parecer, fue como vinieron a su mente los personajes y la historia que constituirían su obra inmortal.

Curiosos caminos, en verdad, los que siguen las obras para encontrar ese título que las presentará ante el mundo.

 

lunes, 9 de mayo de 2011

CARTOGRAFÍA SENTIMENTAL


(Mapa de Pauline Baynes)

Me gustan los mapas. Desde los mapas antiguos, con sus "terra incognita" y esos monstruos que acechan más allá de las aguas conocidas, hasta la moderna cartografía que, vía Googlemaps, nos indica en cuestión de segundos y con todo detalles dónde está ese lugar que buscamos. Más allá de su utilidad práctica, los mapas poseen una gran fuerza simbólica, sirven como plataforma para la imaginación y el sueño. Hojear un atlas, y no digamos ya uno antiguo, puede ser el inicio de muchos viajes imaginarios. Los mapas muestran también de manera evidente algunas realidades, con mayor claridad e inmediatez que muchas páginas de texto. Por ejemplo, un simple mapa de carreteras de Europa nos indica casi con un golpe de vista cuáles son los territorios más desarrollados y cuáles lo menos poblados. Además, casi todo se presta a ser cartografiado, no sólo los elementos geográficos reales, sino también los imaginarios. Quizá uno de los mapas imaginarios más populares sea el de la Tierra Media inventada por Tolkien. Prueba de que un mundo inventado puede resultar más verdadero que muchas regiones reales es que seguramente nos sería más fácil situar en el mapa las montañas de Mordor que la capital de Gabón. No sólo podemos cartografiar países imaginarios, sino que con el lenguaje de la cartografía se pueden representar también ideas abstractas, como las facetas de los sentimientos. Es esta una variante que se puso de moda a finales del siglo XVI, con el apropiado nombre de "cartografía sentimental".  Una de las primeras cartografías de este tipo fue la "Carte de Tendre", dibujada por François Chauveau en 1654 para ilustrar la novela de Mlle. de Scudéry Clélia, historia romana. En esta representación "topográfica y alegórica" se trazan las diferentes etapas de la vida amorosa. El río Inclinación, que fluye tranquilamente por su centro, simboliza los sentimientos domesticados, mientras que el mar es peligroso, ya que representa las pasiones. Pero casi es mejor eso que caer en el lago de la Indiferencia.



Siguiendo su estela, pero más detallado aún, y particularmente bonito, está el mapa del "Reino del amor" dibujado por Johann Gottlob Immanuel Breitkopf en 1777, una pieza de cartografía tan obsesiva como el propio sentimiento amoroso.


En él, la Región del Amor Dichoso ocupa un lugar central, con su Bosque de la Lujuria, sus Buenos Tiempos, su Fuente de la Alegría y su Puerto del Matrimonio, mientras que en la Región de las Obsesiones encontramos lugares como la Ciudad del Deseo, la Ciudad de los Sueños, un lugar llamado Deslealtad y el Dulce Río de las Lágrimas. Hermosamente poético, dan ganas de internarse en este territorio imaginario. Prueba también de lo eficaz que es la cartografía para representar ideas. Porque cada cartografía sentimental es el fiel retrato de cómo su autor concibe la vida de los afectos. Muy revelador.
Desde entonces, han habido artistas que han empleado la cartografía para muy diversos tipos de proyectos, con resultados a menudo sorprendentes y muy sugestivos. Veamos por ejemplo el caso de Ward Shelley, autor de esta peculiar representación gráfica de la Historia de la Ciencia Ficción (para el que quiera estudiarla con más detalles, aquí está el enlace):





Su sugestivo aspecto de monstruo tentacular deriva de los marcianos que describe H.G. Wells en La guerra de los mundos. Una perfecta combinación entre forma y contenido. Shelley es autor de muchos otros mapas conceptuales, a cual más intrincado y complejo. La cartografía llevada a sus extremos.