John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

domingo, 29 de diciembre de 2013

LECTURAS 2013

 
Bueno, pues vamos a intentar hablar de mis lecturas de 2013. No es tan fácil como parece. Primera dificultad: no llevo la cuenta de los libros que voy leyendo, excepto de los que leo por razones profesionales; pero a estos, salvo honrosas excepciones, mejor dejarlos de lado. Mi memoria -excelente para determinadas cosas- tiende cuando se trata de lecturas a confundir los meses e incluso los años. De modo que ¿cómo saber si un libro determinado lo leí en octubre de 2012, enero de 2013 o cualquier otro momento? No puedo fiarme del recuerdo. Siguiente paso: intento encontrar algún rastro en el blog. Algo hay, sí, pero también hay que tener en cuenta que pocas veces hablo de los libros leídos. Quedan muchos sin mencionar, no porque no me hayan gustado, sino por falta de tiempo, porque el tema no encajaba en el post que me apetecía escribir, porque ya había hablado de ese autor hacía poco... en fin, innumerables razones que explican que las reseñas del blog, si bien son una pequeña ayuda, no solucionan el problema. ¿Y si probamos a través del orden? Me explico: los libros pendientes de lectura están en un estante especial (o, a veces, apilados en la mesita de noche, un montón que empieza a mostrar un precario equilibrio que debería preocuparme); cuando se terminan, en teoría deberían ir a su lugar correspondiente en la (s) librerías(s). Pero, como todos sabemos, la perfección no existe; más de una y más de dos veces, ese ordenamiento ideal queda pendiente. A lo mejor siguiendo la pista de los libros que andan fuera de lugar conseguiría una relación más o menos fiable de los libros leídos en los últimos meses. Sólo que, si tengo que hacer todo esto, creo que va a finalizar el año antes de que haya logrado reunir esa lista.
A estas alturas, empiezo a temer que será una tarea superior a mis fuerzas.
Vayamos, pues, a lo práctico. Voy a hablar sólo de aquellos libros que me sorprendieron, superaron mis expectativas o me revelaron un autor que desconocía. Esos libros que brillan como lucecitas en el camino y hacen que el año lector tenga sentido. Vamos allá, sin ningún orden en especial y a riesgo de dejarme algunos:

 
Anatomía de un instante, de Javier Cercas. Pertenezco a la generación que es capaz de recordar muy bien qué hacia ese fatídico 23 de febrero de 1981, y francamente, después de todo lo que ha llovido y de todo lo que se ha publicado al respecto, cuando salió el libro de Cercas pensé que sin duda estaría muy bien para los jóvenes nacidos después de esa fecha, pero que a mí poco podía aportarme. Y ahí quedó la cosa, haciendo caso omiso de críticas elogiosas y de premios como el Nacional de Narrativa. Luego, hacia mediados de este año (creo), en una visita a la biblioteca mis ojos se posaron sobre él. ¿Por qué no?, me dije. Tan mal no puede estar... Resultado: pasé los siguientes tres días enganchada al libro, leyendo febrilmente como si se tratase de una historia desconocida para mí, o del más absorbente de los thrillers. Imagino que cualquier cosa que pueda decir respecto a la maestría de Cercas para diseccionar la historia reciente y sus protagonistas, para mostrar el lado humano de todos ellos, ya lo habrán dicho antes. Sólo me queda terminar con otra frase manida: "Una crónica que se lee como una novela".

 


Crematorio, de Rafael Chirbes. Había oído hablar mucho y bien de este autor, que hasta hace poco era más valorado en el extranjero (en Alemania, en especial) que en su país natal, pero todo lo que sabía de él me dejaba con la impresión de que sus obras me remontarían a la España más bronca y profunda, esa que tan poco apetece y que hemos de soportar en exceso en la vida real. Se me hacía cuesta arriba, la verdad. Con algo de renuencia, decidí que no podía seguir ignorándolo y comenzar mi exploración por la que tal vez sea su novela más conocida. Debo reconocer que su lectura ha constituido una verdadera sorpresa (en positivo). Las críticas hablan de su extraordinario retrato de la especulación inmobiliaria, pero yo destacaría la profunda humanidad de sus personajes, la riqueza estilística, el manejo del lenguaje y del tiempo... Un novelón de los que dejan huella. Después de esto, me da que Chirbes va a ser uno de mis autores de 2014.
 
 
El libro del cementerio, de Neil Gaiman. El caso es que leo muy poca literatura de la llamada juvenil -aunque las categorías están cada vez más confusas, es cierto- y aún menos de la etiquetada como "terror" o similar. De algún modo, Gaiman me parecía corresponder a una o ambas etiquetas. De nuevo, sorpresa gratísima: este Libro del cementerio es una historia tan llena de humor y ternura (ojo, no confundir con cursilería, Gaiman sabe mantenerse lejos de ella), con unos personajes tan simpáticos, que al igual que otro gran clásico -de otro género- me ha parecido una lectura indicada para todo tipo de público "de 9 a 99 años".
 
 
 
 
Un paraíso inalcanzable, de John Mortimer. Aquí no ha habido tanto sorpresa como pleno cumplimiento de las expectativas. Una novela muy británica y muy inteligente, que sabe mantener el interés del lector gracias a unos personajes perfectamente dibujados y a un enredo que conduce a un final tan inesperado como satisfactorio. Mortimer es muy conocido en Gran Bretaña por su serie sobre abogados (él mismo combinó la abogacía con la literatura y se definía a sí mismo como "un abogado que escribo o, me gusta más pensar, un escritor que ejerce la abogacía). Sin embargo, esta novela no es "de abogados", aunque ciertamente un testamento juega en ella un papel decisivo. La  lectura perfecta para un fin de semana gris.
 
 
 
Stoner, de John Williams. Otro de los grandes descubrimientos del año. Hablé aquí mismo de este libro hace poco, de manera que no voy a repetirme. Es, sin lugar a dudas, un libro conmovedor.
 
Me doy cuenta de que sólo he hablado de obras de ficción. Por supuesto, han habido otros géneros. A destacar entre los textos autobiográficos el Diario de invierno de Paul Auster (seguramente de esos libros que sólo se aprecian a partir de una cierta edad), algún ensayo histórico que abre nuevas perspectivas, como los Reinos desaparecidos de Norman Davies o la biografía del general Alexandre Dumas (el tercer Dumas, podríamos decir, tan excitante como cualquiera de las novelas de su hijo), The Black Count, de Tom Reiss. Lamentablemente, esta última sólo existe por ahora en inglés, pero a la vista de su indudable interés y, sobre todo, de que ha obtenido el Premio Pulitzer de Biografía, estoy segura de que pronto verá la luz la traducción española. ¡No se la pierdan!

 

¡Felices lecturas 2014!  
 
 

jueves, 19 de diciembre de 2013

HUMOR NAVIDEÑO Y NEOYORQUINO

Antes de desaparecer unos días del universo bloguero para entregarme a inevitables actividades navideñas como enviar felicitaciones, empaquetar regalos y preparar copiosas comidas para un número mayor de comensales del que desearía, quiero intentar alegrarles las fiestas con un poco de humor navideño. La revista The New Yorker es justamente famosa por la cantidad y calidad de sus viñetas humorísticas. De hecho, cuando apareció, en 1925, era una revista humorística: "Los jóvenes neoyorquinos estaban hambrientos de cultura, pero no de la cultura seria y solemne del siglo XIX. El humor representaba una rebelión, y una liberación. Si eras un genio, lo demostrabas siendo divertido". Dan testimonio de que a lo largo de los años han sido capaces de no perder el sentido del humor estas viñetas con las que les deseo a todos unas muy felices (y, a ser posible, divertidas) Navidades.  (Comprenderán que no he podido evitar que alguna de ellas tenga elementos literarios además de los propios de la estación.)

Edgar Allan Poe devuelve un regalo de Navidad:
"Sólo sabe una palabra"

Isla de Pascua

"Permítame que le refresque la memoria. Era la noche antes de Navidad y
en toda la casa no se movía ni un alma hasta que usted hizo aterrizar
un trineo, tirado por renos, sobe el hogar del demandante,
causando numeroso daños en el tejado y la chimenea."

"¡Cámara! ¡Acción! ¡Navidad!"

[Si han quedado con ganas de ver más humor neoyorquino y de paso quieren hacer o hacerse un regalo que arrancará sonrisas, Libros del Asteroide ha publicado dos recopilaciones temáticas de viñetas de esta revista: El dinero en The New Yorker y La oficina en The New Yorker.]

sábado, 14 de diciembre de 2013

FLAUBERT, JULIAN BARNES Y LA TRADUCCIÓN

Los lectores de este blog saben de sobra de mi pasión por Madame Bovary; los más memoriosos recuerdan sin duda que también Julian Barnes ha hecho su aparición en estas páginas; y a nadie se le oculta mi interés por todo lo relativo a la traducción y sus peligros. No les va a extrañar entonces que haya leído con fascinación un extenso artículo aparecido en la London Review of Books (es de 2010, pero sólo ahora he dado con él) en el que Barnes reseña la nueva traducción de Madame Bovary, que realizó nada menos que Lydia Davis -ya saben, esa estupenda cuentista americana, ex mujer de Paul Auster por más señas- para Penguin.
 

 
 El artículo resulta tan interesante (para los fanáticos de estos temas, por supuesto) que les recomiendo que lo lean entero. Para los que no tengan tiempo o ganas, o carezcan de un dominio suficiente de la lengua inglesa, reproduciré aquí algunos fragmentos que me parecen especialmente significativos. Son, me temo, sólo un aperitivo, un amuse-gueule (nos estamos poniendo franceses, era inevitable), y no es tarea fácil seleccionar esos párrafos entre tantos que merecerían ser destacados. Pero vamos a intentarlo.
En cualquier lengua, una nueva traducción de un hito del género novelístico como es Madame Bovary supone todo un acontecimiento. Ocurrió algo parecido en castellano cuando se publicó la traducción de María Teresa Gallego. En su artículo, Barnes -quien aparte de haber ejercido él mismo la labor de traductor, es un gran conocedor de la cultura francesa y del universo flaubertiano (véase El loro de Flaubert)- no sólo considera los méritos de la traducción de Davis, comparándola con las anteriores, sino que realiza una serie de preguntas absolutamente pertinentes acerca de la traducción.
 
Imagina que vas a leer una de las grandes novelas francesas por primera vez y sólo puedes hacerlo en tu inglés nativo. El libro tiene más de 150 años de antigüedad. ¿A qué querrías/deberías aspirar? [...] De entrada, probablemente no querrías que se leyera como una "traducción". Querrías leerlo como si hubiese sido escrito originalmente en inglés, aunque necesariamente por un autor bien informado acerca de Francia. [...] Querrías que provocase en ti las mismas reacciones que provocaría en un lector francés (aunque también te gustaría tener cierto sentido de distancia, y el placer de explorar un mundo diferente). ¿Pero qué tipo de lector francés? ¿Uno de finales de la década de 1850 o uno de 2010? [...] Idealmente, querrías entender cada una de las referencias de época -por ejemplo el pudding Trafalgar, los frailes Ignorantinos o Mathieu Laensberg- sin necesidad de consultar más abajo o más atrás las notas. 


Preguntas todas ellas que serían aplicables a cualquier traducción de una obra clásica. Tras mucho debatir consigo mismo, este imaginario futuro lector se decide por el traductor ideal: "Una inglesa contemporánea de Flaubert, cuya prosa por eso mismo estaría libre de anacronismos". Puestos a pedir, que sea alguien que haya podido trabajar codo con codo con el autor o, mejor aún, que dicha traductora haya incluso sido su amante, para mayor proximidad aún. 

Casualmente, este sueño llegó a ser realidad. La primera traducción conocida de Madame Bovary la realizó a partir de una copia del manuscrito Juliet Herbert, institutriz de Caroline, sobrina de Flaubert, entre los años 1856-57. Posiblemente, fue amante de Flaubert; con toda certeza, le dio clases de inglés. "En seis meses, leeré a Shakespeare como un libro abierto", presumió él; y juntos tradujeron "El prisionero de Chillon" de Byron al francés.

Lamentablemente, esa traducción se perdió y nunca ha llegado a publicarse. ¡Qué interesante sería si alguna vez llega a recuperarse el manuscrito! Barnes prosigue luego considerando los méritos de Davis como escritora que la hacen (o no) adecuada para verter al inglés la prosa de Flaubert. Tras comparar diversos ejemplos tomados de otros tantos traductores, hace una reflexión acerca de por qué a veces las traducciones antiguas nos parecen las mejores:

 De forma similar, en las traducciones de Chéjov Constance Garnett ha sido sucedida por Ronald Hingley. Sucedida, pero no suplantada: algunos continuamos leyendo las traducciones de Garnett. Principalmente porque realizan mejor el salto en el tiempo, y producen una mejor ilusión de ser un lector de entonces [...] También puede ser, sin embargo, que ocurra algo diferente, o adicional: una especie de imprimación. La primera traducción que leemos de una novela clásica, como la primera grabación que escuchamos de una pieza de música clásica, "es" y sigue siendo aquella novela, aquella sinfonía. Intérpretes posteriores pueden tener un mejor dominio del lenguaje, o tocar la pieza con instrumentos de época, pero aquella versión inicial necesita siempre ser desplazada.


Tres versiones de las treinta que realizó
Monet de la fachada de la catedral de Rouen

Inmensa dificultad, reconoce Barnes, tratar de ser fiel al mismo tiempo a la letra y al espíritu del texto. Pues desviarse de la sintaxis, de la puntuación, del ritmo del autor en favor de una interpretación más "auténtica" puede conducir a terrenos peligrosos (que ilustra con algunos ejemplos).

[Una traducción] no puede -o al menos no debe- escribirse como un pastiche del periodo en que se originó. Debe escribirse para el lector contemporáneo, y sin embargo darle a este lector las mismas, o similares, facilidades o dificultades que se habría encontrado el lector original. Y así como puede haber una ligereza culpable, puede existir también una sobre-exactitud equivocada. Es muy difícil indicar (excepto en notas al pie o en una introducción) el contexto literario general en el que fue escrito un libro, que a menudo resultó fundamental para el escritor.

Para concluir que

El Madame Bovary de Lydia Davis muestra que es posible producir una versión más que aceptable de un libro con el cual no te sientes en absoluto identificado. En este sentido, confirma que la traducción requiere un esfuerzo de imaginación tanto como habilidad técnica. 

Porque, evidentemente, la traducción perfecta no existe. A lo más que podemos aspirar es a aproximaciones.

lunes, 9 de diciembre de 2013

LO QUE LEO (Y LO QUE NO)

 
Se va acabando el año y llega la hora de hacer balances. Los suplementos literarios, las revistas, los blogueros, recopilan sus lecturas del año, establecen un ranking de mejores libros, o cuentan los libros que han pretendido leer y que han quedado pendientes para el 2014. Yo, ya lo he dicho, soy poco dada a llevar cuentas. No cabe duda de que he leído gran cantidad de libros -"por no hacer mudanza en su costumbre"-, muchos por motivos profesionales (algunos de ellos incluso buenos) y otros tantos por inclinación personal. No voy a detallarlos aquí. Pero cuando una se pone a hurgar, salen siempre cosas inesperadas. Volviendo la vista atrás, diría si me preguntan que soy una lectora ecléctica. Pero, ¿lo soy? ¿Realmente leo de todo?
De entrada, dado el volumen de libros que se publican cada año -por no pensar en los cientos de miles ya editados que uno no alcanzaría a leer aunque tuviese muchas vidas-, no cabe otra postura que hacer una selección: esto lo leo, aquello no. Por más amplio que sea tu abanico de gustos, siempre hay géneros que quedan fuera de tu radar personal. En mi caso, claramente, me inclino más por la ficción que por la no ficción, Y, dentro de esta última, hay géneros que no sólo no leo, sino que apenas soy consciente de que existen: como la autoayuda, por ejemplo, o los libros religiosos (en un sentido amplio). Por supuesto, ignoro también sin remordimientos toda esa amplia gama de lo que yo llamo no-libros. Es decir, manuales que sólo pretenden aclarar cómo hacer ciertas cosas: de gimnasia, de belleza, cómo cuidar a tu perro o manejar el último programa de ordenador. Sólo los libros de cocina (pero, por favor, los que tienen más texto que fotos) me mueven a visitar esa sección de la librería. Los ensayos sobre economía o los científicos también quedan bastante alejados del foco de mi atención. Con excepción de los que tratan sobre neurociencia: aún así, me limito a los divulgadores de esta disciplina (Damasio, Ramachandran), pues mis conocimientos en este campo no dan para ahondar más.
Saltando a la ficción, hay también determinadas categorías que apenas asoman en mi lista de lecturas: la novela romántica, la fantástica, la juvenil, la novela gráfica... Pero no de forma consistente: ya sea por un impulso o por una recomendación de alguien de confianza, más de una vez me salto mis propias barreras, para descubrir verdaderas joyas, o simplemente un autor que me proporciona ratos sumamente entretenidos. Es entonces cuando me doy cuenta de lo bueno que es ampliar el cercado mental en que se mueve mi radar literario. Mi último descubrimiento: Neil Gaiman. ¿Cómo no me di cuenta antes de lo que me estaba perdiendo?
 
Neil Gaiman
 
Constataciones como esta producen una cierta ansiedad. ¿Cuántas obras notables más estoy dejando de lado? Por otra parte, ¿quién tiene tiempo material de leerlas todas? Cuanto más consciente eres de todo lo que hay ahí afuera, más abrumado te sientes por la certeza de que no sólo resulta imposible leer todo lo que te interesa, sino ni tan siquiera hacer una selección con mínimas garantías de acierto.
Acabamos, pues, el 2013, con una larga lista de libros leídos y otra, cada vez más larga, de libros por leer. Al final, tanto darle vueltas a las lecturas del año, va a ser inevitable incurrir en lo que al principio me negaba a hacer: un recuento de mis mejores lecturas.
Pero eso será otra historia.  

jueves, 5 de diciembre de 2013

STONER, EL TRIUNFO DEL HOMBRE TRANQUILO



Stoner, de John Williams, un libro que se publicó en 1965, que se vendió muy regularmente y que poco después desapareció de las librerías, ha ganado el premio al Libro del Año de la cadena de librerías Waterstones en Gran Bretaña. Se trata de un galardón que otorgan los propios libreros, entre las obras que durante ese año han destacado más: no las más vendidas, sino las que mayor entusiasmo han despertado entre los lectores. Un caso verdaderamente raro, pues se trata de una novela “tranquila”: no hay acción, ni tesoros ocultos, ni escenas de sexo subidas de tono, ni ningún otro elemento de esos que arrastran al público. Ni siquiera el título es demasiado prometedor. Stoner –apellido del protagonista- relata la vida de un oscuro profesor de universidad, al que no le ocurre nada relevante. Nada más relevante que la propia vida, que no es poco si se cuenta con un narrador tan potente como John Williams. Ian Mc Ewan la ha elogiado en público, Brett Easton Ellis dijo de ella (en twitter, nada menos) que era el mejor libro que había leído este año y Colum McCann la llamó “una de las grandes novelas olvidadas del siglo pasado”.
Este renacer –sobradamente merecido- de una obra sepultada en la oscuridad de los anaqueles tiene algo que sin duda le habría agradado mucho al propio Stoner, él también un hombre discreto, poco dado a llamar la atención, pero firme en sus convicciones. La novela fue reeditada en 2006 en Estados Unidos por la New York Review of Books, dentro de su serie “Clásicos” (aprovechemos para elogiar una vez más el fino olfato de estos editores para detectar verdaderas joyas literarias). Según se cuenta, Colum McCann, entusiasmado por la novela, compró cincuenta ejemplares y se dedicó a regalárselas a todos sus amigos, creando de este modo una oleada de popularidad para el libro. Esta nueva visibilidad, a su vez, propició que se tradujera a otros idiomas. En Francia, lo tradujo la novelista Anna Gavalda, que a su vez había oído hablar de él a sus conocidos americanos. En los Países Bajos encabezó la lista de bestsellers durante varios meses. En España lo ha publicado una pequeña editorial tinerfeña, Baile del Sol, y creo que acumula ya varias reediciones.

John E. Williams

Lamentablemente, su autor, John Williams, fallecido en 1994, no ha podido ver cómo los inescrutables vericuetos del destino y del gusto literario son capaces de convertir en éxito mundial un libro que no alcanzó a vender más de 2.000 ejemplares de su primera edición. Es posible que tampoco le hubiese importado mucho.
El propio Stoner, que tiene algo de trasunto del autor, también profesor de literatura, escribe un libro que pasa inadvertido. Al final de la novela hay una frase muy hermosa, que podría seguramente aplicarse a su autor: “Poco le importaba que el libro fuese olvidado y que no tuviera utilidad, y la cuestión de su valor en cualquier época parecía casi trivial. No tenía la ilusión de encontrarse a sí mismo allí, en las letras desvaídas, aunque, lo sabía, una pequeña parte de él que no podía negar estaba allí, y estaría allí”.
En cualquier caso, les recomiendo que se aprovechen de este milagroso renacer para leer una novela que seguro no olvidarán.
 

lunes, 2 de diciembre de 2013

EL LIBRO Y SUS ARTÍFICES (III): TAREAS EDITORIALES

Después de las entrevistas con otros dos eslabones esenciales del proceso de fabricación de un libro, el diseñador y la traductora, le llega hoy el turno a una parte de la edición seguramente aún menos conocida que las anteriores: lo que llamamos (a falta de un término mejor) "tareas editoriales", que engloba todos los aspectos de preparación del original, desde el punto en que ha recibido el visto bueno del autor y de su editor hasta que queda verdaderamente listo para ir a la imprenta. Aunque haya gente que piense que este es un eslabón innecesario -"le pasas el corrector del Word y ya está"-, el tratamiento del texto por profesionales es y seguirá siendo un paso ineludible si se quiere lograr una edición de calidad. Entrevistamos hoy a Francesc Ribes y Olga García, responsables de Conbuenaletra, una empresa de tareas editoriales, para que nos cuenten en qué consiste exactamente este trabajo.


Los dos integrantes del equipo de Conbuenaletra
Lleváis años trabajando para diversas editoriales y abarcáis un abanico muy amplio de tareas, desde la creación de contenidos o la traducción hasta la entrega del documento listo para imprenta (y creo que últimamente también habéis entrado en el mundo de la edición digital), pero en esta entrevista me gustaría centrarme en una parte de la labor editorial que suele ser muy poco conocida por los lectores, como es la preparación del original (lo que en el mundo anglosajón se llama copy-editing) y la maquetación.
¿Podríais explicarnos qué pasos implica esta labor y en qué consiste vuestro trabajo en cada uno de ellos?

Francesc: Depende del libro y del sistema de trabajo del cliente (la editorial). Lo que es común en casi todos los casos es la adaptación del original a las normas de estilo de cada sello (tipos de comillas, guiones, abreviaturas, etcétera). Ya en esta fase suele tratarse de un trabajo complejo, ya que poco tienen que ver los requisitos formales de una guía de alpinismo de la editorial Desnivel y una novela que publicará Espasa, por poner dos ejemplos diametralmente opuestos. Se corrigen también erratas, errores ortográficos, la puntuación... Esto en cuanto a la forma. A partir de ahí, y en paralelo, la edición del original supone revisar la sintaxis, resolver incoherencias, reparar fallos, comprobar datos, unificar nombres, topónimos, etc.; en definitiva, sugerir cambios que mejorarían el texto, en nuestra opinión, claro.
Olga: En algunos casos, se arregla directamente el original, en otros —la mayoría— se señala lo que, según nuestro criterio, debe cambiarse, corregirse, aclararse o mejorarse, y son la editorial y el autor los que toman la decisión final. Si, por el motivo que sea, el autor no está disponible, el editor que te encarga el trabajo es quien finalmente decide sobre los cambios que propones.
Francesc: Por otra parte, no es lo mismo trabajar con originales que te ha entregado una editorial que hacerlo, por ejemplo, con un autor que quiere autopublicarse. En el primer caso tratas con profesionales que hablan tu mismo idioma, mientras que en el segundo tienes que añadir una faceta, digamos, didáctica a tu trabajo: en ocasiones debes explicar al autor la razón de los cambios que propones; a cambio, tu capacidad de actuar sobre el original suele ser más amplia (y divertida, y libre, para qué mentir).

Uno de sus últimos trabajos

No existen, que yo sepa, estudios reglados que faculten para desempeñar estos trabajos. ¿Cómo se hace para introducirse en este mundo?

Francesc: En los cursos de posgrado o másteres de edición que conocemos es un tipo de trabajo que se menciona o al que se le dedica una pequeña parte del temario, pero en el que no se profundiza, probablemente porque posee tantas peculiaridades como editoriales existen y es un conocimiento que solo se aprehende con la experiencia.
Olga: Huelga decir que los entresijos de la lengua de publicación se estudian en la facultad; la gramática, la sintaxis y, en general, todas las reglas y normas que definen el lenguaje no se aprenden en unos meses, obviamente. Y además hay que leer mucho, estudiar, sentir curiosidad por la lengua, consultar el diccionario y los manuales que sean necesarios ante cualquier duda que surja, estar al día de las herramientas que tienes a tu disposición... Yo siento pasión por la lengua, no me cabe ninguna duda de que esta es mi vocación. Llamadme rarita, pero yo disfruto leyendo sobre gramática o consultando el diccionario.

¿Qué cualidades os parece que debe tener alguien que quiera dedicarse a esta profesión?

Olga: Lógicamente, un conocimiento experto de la lengua, una buena cultura general y mucho sentido común. Tampoco te hará daño ser una persona curiosa y hasta concienzuda. Para rizar el rizo, y dejando de lado la ficción, saber de la materia que trata el libro ayuda muchísimo y se va a notar en el resultado final. Ah, y sentido común. ¿Ya lo había dicho? Pues más sentido común.
Francesc: Poseer un cierto conocimiento más o menos experto de la materia que trate el libro ayuda, y mucho. Por ejemplo, nosotros hemos escrito guías sobre turismo, sobre gastronomía y sobre temas afines, como el turismo del vino. Eso siempre ayuda a la hora de editar una guía o un libro de cocina, por ejemplo. Permite detectar los errores y lograr un texto mejor editado. Esto es importante sobre todo en libros de no ficción, y el lector sabrá apreciarlo: las consecuencias de escribir «sonreír» sin tilde no son las mismas que utilizar 300 gramos de harina cuando deberían haber sido 100.

Os ocupáis también de muchos libros ilustrados. ¿Qué retos específicos plantean los libros con imágenes?

Olga: No creo que el trabajo sea distinto. Quizá en los libros ilustrados tienes que estar más atento a la coherencia entre texto y foto, y tal vez debes observar las páginas con más atención, o, mejor dicho, como un todo. Suelen ser libros con poco texto, pero no por ello requieren menos atención. Es decir, a veces dedicas el mismo tiempo que podrías haber invertido en una novela, pero solo cobras una tercera parte. Para quien no lo sepa, los correctores de pruebas o de estilo cobramos por matrices (también llamados «caracteres»): una matriz es el espacio que ocupa o podría ocupar una letra o un signo dentro de un texto.

Conbuenaletra es una empresa con dos cabezas. ¿Cómo soléis repartiros el trabajo?

Francesc: Olga es filóloga y yo, periodista. Eso ya significa algo: que ella está más atenta y preparada para revisar la forma de los textos, mientras que yo me dedico más a verificar, completar o crear contenidos. Además ella es una persona muy creativa, con muchos intereses en ámbitos muy diversos, lo que siempre es positivo en la corrección y edición de libros. No obstante, no somos compartimentos estancos, muchas veces intercambiamos los papeles.
Olga: Francesc posee una excelente visión de conjunto del sector del libro. Es la persona que yo conozco que más informada está de lo que ocurre en este mundillo y de hacia dónde apunta el futuro del libro. Yo creo que nos complementamos muy bien y nos conocemos aún mejor, y que la esencia de Conbuenaletra se basa en el equilibrio que hemos conseguido, a pesar de que nuestras preferencias como lectores sean tan distintas, o precisamente por ello, quién sabe.



La crisis económica y el cambio tecnológico (combinación que algunos han denominado “la tormenta perfecta”) han hecho estragos en el mundo editorial. Imagino que vosotros, como todos los involucrados en este negocio, lo habréis notado. ¿Cómo veis en estos momentos el futuro de vuestra profesión?

Francesc: Habría que añadir que este es un negocio tradicionalista y poco amigo de los cambios, al menos en España, lo cual empeora las cosas. Si miramos nuestra facturación, el futuro es más bien negro o negrísimo, porque las editoriales, además de pagar poco (como han hecho siempre) ahora lo hacen cada vez más tarde.
Por otra parte, el cambio tecnológico ha derribado las barreras entre el autor y el lector. Las editoriales han perdido el monopolio de lo que se publica y lo que no y eso, al menos en teoría, aumenta el número de nuestros clientes potenciales: desde autores que quieren autopublicarse hasta entidades ajenas al mundo del libro, que disponen de contenidos que merecen publicarse, pasando por los actores de la cadena del libro que poseen el criterio necesario para saber qué vale la pena publicar, como, por ejemplo, los agentes literarios o nosotros mismos. En ese sentido, el llamado «cambio de paradigma» nos abre otros escenarios profesionales y en algunos de ellos ya estamos actuando. Nuestros clientes ya no son solo editoriales. Trabajamos con autores, ya sea editando sus obras para que se autopubliquen, ya sea promoviéndolas entre las editoriales que conocemos; asimismo, hemos editado o creado contenidos para bodegas que deseaban renovar su imagen o disponer de información de calidad sobre sus productos o sobre sus atractivos turísticos. En este sentido, cabe recordar que no solo editamos o corregimos libros, también desarrollamos proyectos editoriales que incluyen diseño, maquetación, fotografía o ilustración, pues contamos con excelentes colaboradores. Quien visite nuestra web (www.conbuenaletra.com) verá que nuestro perfil es bastante multidisciplinar, y eso es así porque nos gusta (tenemos intereses variados) y por puro instinto de supervivencia.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

6 LECTURAS PARA NOCHES DE FRÍO



Por fin llegó el invierno, "and with a vengeance", como dicen los ingleses. Casi de repente, hemos pasado de ir en manga corta a abrigarnos con bufandas y plumones. Pronto se hace de noche, y la caída de las temperaturas invita a refugiarse en casita, con una bebida caliente y frente a un fuego crepitante. Igual que en verano apetece tomar zumos, ensaladas o gazpacho, ahora nuestro organismo pide espesas sopas humeantes y guisos de los que han estado muchas horas cociendo. Y si el frío condiciona el alimento de nuestro cuerpo, también nuestro espíritu requiere lecturas adecuadas a la estación más inclemente del año. Novelas donde hace frío, para que el contraste entre lo de fuera y el cálido interior donde las leemos sea más pronunciado. Novelas donde suceden terribles tragedias, o quizá sólo dolorosos desgarros personales, donde reina la oscuridad y, a veces, la traición.
 
Si a ustedes les sucede como a mí, si su yo lector reclama devorar libros invernales, en el más amplio sentido de la palabra, aquí tienen algunas sugerencias. ¡Abríguense bien!
 
 
 
La historia de Buck, el perro que tiene que aprender a tirar de un trineo y a sobrevivir en la fría Alaska, llena de nieve, frío, lealtad y venganza, tiene todos los ingredientes para ser leída mientras nos abrigamos aún más con la mantita.
 
  




Emily Brontë-Cumbres borrascosas

Imposible evitar estremecerse con la historia de Catherine y Heathcliff, apasionada y romántica. Emily Brontë sabe evocar como nadie los desolados páramos de Yorkshire. Ya lo dijo Virginia Woolf: «Con un par de pinceladas podía conseguir retratar el espíritu de una cara de modo que no precisara cuerpo; al hablar del páramo conseguía hacer que el viento soplara y el trueno rugiera.»






E. Annie Proulx-Atando cabos


 De los páramos ingleses a las costas de Terranova. Igualmente ventosas, y muy frías, por supuesto. Esta novela sobre un viudo con dos hijas que regresa a su pueblo natal para escribir en el periódico local, comprarse una barca y hacer nudos marineros, mientras otros nudos existenciales se desenredan (o no) a su alrededor, obtuvo el premio Pulitzer y el National Fiction Award. Su sutil humor negro reconforta entre tantas tormentas.







Nikolai S. Leskov-Lady Macbeth de Mtsensk

Si se trata de ambientes fríos, por supuesto no podían faltar los autores rusos. La lady Macbeth eslava del relato que da título a este libro resulta tan sangrienta como la original, en versión rusa. Es decir, más rústica y aún más brutal. Y el resto de relatos son también representativos del país, desde los refinados ambientes peterburgueses hasta alguna sórdida historia de desavenencias matrimoniales.





 Anton Chejov-La isla de Sajalín

Casi cualquiera de las obras de Chejov es buena compañía para las noches invernales. No sólo es el frío, que hace acto de presencia más de una vez, sino su cuidadoso despiece del alma humana lo que acompaña su lectura. Pero la isla de Sajalín, por una vez, no es ficción, sino reportaje. Crónica de unos meses pasados por el autor en esa salvaje y remota isla, una colonia penitenciaria regida por normas inicuas.





Caroline Alexander-Atrapados en el hielo


Para frialdad máxima, las expediciones polares. No podía faltar en este paseo por los lugares inhóspitos -qué bien se está acurrucado en el sofá bien calentito, ¿verdad?- un vistazo a la odisea de Shackleton y sus hombres entre los hielos de la Antártida. La edición cuenta además con las fotos originales de uno de los integrantes de la expedición, Frank Hurley. Eso es como ver los hielos en primera fila.








sábado, 23 de noviembre de 2013

RECUERDOS FUNERARIOS DE ESCRITORES

Mano de Chopin. La que yo recuerda era bastante más siniestra.
Quizás era otra...
Seguramente mi primer encuentro con los recuerdos funerarios data de cuando tenía ocho o nueve años: mi profesora de piano tenía sobre el instrumento la escultura de una mano. Según me dijo en respuesta a mi inevitable curiosidad  -esa mano desprovista de todo vínculo con el resto del cuerpo era algo nuevo e intrigante para mí-, se trataba de un molde de la mano de Liszt (o Chopin, no sé bien cuál de ellos dos) tomado en su lecho de muerte. Desde el momento en lo supe, esa mano como de ultratumba me produjo un respecto muy cercano al temor. 
Andando el tiempo, por supuesto, descubriría que el afán por conservar algún recuerdo físico de un gran personaje es algo muy común, vinculado a los ritos funerarios, propios de todas las civilizaciones: la necesidad de honrar y recordar a los muertos. La iglesia católica lo hace con los santos -¡esos increíbles e imaginativos relicarios que pueblan los altares y las sacristías!-; también se prodiga con los grandes hombres (las máscaras mortuorias de Napoleón o de Isaac Newton  pueden admirarse en Los Inválidos de París y en la Royal Society de Londres respectivamente) y, cómo no, el culto por la reliquia se extiende también a los escritores.
 
Máscara mortuoria de Napoleón
La Beinecke Library -una de las mayores bibliotecas especializadas en manuscritos y libros raros, que forma parte de la Universidad de Yale- cuenta entre sus colecciones con varios de estos recuerdos funerarios. De la lista de sus piezas más relevantes podemos destacar:
 
-Rizos de pelo de Robert Louis Stevenson (1855)
-Carta de Elizabeth Barrett Browning a Hugh Stuart Boyd que contiene un mechón de pelo de la autora (1848)
-Carta de James Fenimore Cooper a su mujer, igualmente con un mechón de pelo del autor (1851)
(Decididamente, a mediados del siglo XIX lo de mandar mechones de pelo a todos tus conocidos parece haber causado furor. Es de esperar que no se prodigasen en exceso, o nos imaginamos a todos esos escritores yendo por ahí trasquilados.)
-Dientes de Ezra Pound (¡Urgh!)
-Máscara mortuoria de Thornton Wilder
 
Así que ya ven, las bibliotecas no sólo guardan libros y manuscritos. También otros restos materiales de los escritores. Personalmente, por mucha que sea mi admiración por un autor, no me gustaría contemplar a menudo su máscara mortuoria. Y sobre los dientes, mejor no decimos nada.
 

domingo, 17 de noviembre de 2013

LITERATURA MARCIANA


Nosotros, los humanos, hemos sentido desde hace miles de años una gran fascinación por Marte, el planeta rojo. Los romanos lo bautizaron con el nombre del dios de la guerra, los astrónomos se dedicaron a observarlo e incluso a cartografiarlo cada vez que su órbita le acercaba a la Tierra (el primer mapamundi de Marte data de 1837) y la idea -sostenida por algunos astrónomos y por muchos aficionados al esoterismo- de que podría contener vida de algún tipo ha dado pábulo a infinidad de especulaciones. Fantasías que han encontrado frecuentemente reflejo en la literatura. La Guerra de los mundos de H.G. Wells describía a los marcianos como una especie de pulpos muy poco amistosos, mientras que Edgar Rice Burroughs hizo que su héroe John Carter se beneficiase de la sutilidad de la atmósfera marciana, lo que le convertía en un poderoso guerrero, capaz de acabar con cualquier humanoide que se le pusiese a tiro.


Pero bueno, ya hemos llegado a Marte. No como a la Luna, donde desembarcamos a un puñado de astronautas para retirarnos rápidamente, a la vista -sin duda- del poco interés de nuestro satélite. De momento sólo estamos en fase de acercamiento al planeta marciano y se supone que esas sondas que la NASA envía periódicamente nos dirán, algún día, si contiene o no formas de vida y si debemos temer algo de ellas. En lo que me parece una suprema muestra de ingenuidad, leo que el cohete que será lanzado mañana, 18 de noviembre, desde la base John F. Kennedy -pocos días antes de que se cumpla el 50 aniversario del asesinato del presidente que le dio nombre y que comenzó la carrera espacial que nos llevaría hasta aquí-, cuya misión consiste en recopilar una serie de datos sobre la atmósfera marciana, llevará un DVD que contiene, además de una serie de muestras artísticas, la friolera de 1.500 poemas (haikus, para ser exactos), elegidos por votación pública. Se me escapa la utilidad que un DVD como éste (no dicen si el aparato está provisto también de un reproductor de DVD, aunque ¿sabría un marciano cómo utilizarlo?) pueda tener para los hipotéticos habitantes de Marte. Quizás sólo pretenden que se quede ahí, vagando por el cosmos infinito, en la esperanza de que algún día una civilización superior -o nosotros mismos, en un estadio más avanzado de la Humanidad- sea capaz de descifrarlo.
En cualquier caso, yo ya hace mucho que me he formado mi idea de qué y cómo son los marcianos. Concretamente, desde que leí las Crónicas marcianas de Ray Bradbury y caí bajo su poderoso influjo. Hace poco, releí uno de los cuentos que contiene, "La tercera expedición". En él, la misión terrestre se encuentra en Marte con un pueblo calcado a los del Medio Oeste americano de veinte o treinta años atrás, y en sus casas -para gran asombro suyo- viven sus propios padres, madres, hermanos... todos aquellos seres queridos que murieron y que, milagrosamente, han revivido a tantos kilómetros de la Madre Tierra (advertencia: no siga leyendo si no conoce aún el relato, porque viene un spoiler). Por supuesto, hay trampa. Pero la idea es tan atractiva, tan humana, corresponde tanto a lo que sería nuestro deseo más vehemente, que el lector, como los propios astronautas, quiere creérselo con todas sus fuerzas.

"Fue una hermosa y larga tarde de primavera. Después de una prolongada sobremesa se sentaron en la sala y el capitán les habló del cohete, y su hermano y los viejos asintieron, y mamá no había cambiado nada, y papá cortó con los dientes la punta del cigarro y lo encendió pensativamente, como en otros tiempos."

Si existiese una remota posibilidad, aunque fuese por unos breves instantes, de que algo así ocurriese, creo que a mí tampoco me importaría embarcarme en uno de esos cohetes, y tomar tierra en Marte. Aunque, como les ocurre al capitán Williams y a sus compañeros, tuviese que morir después.

lunes, 11 de noviembre de 2013

MENÚ CON LIBROS

(Foto cortesía de Kim Knox Beckius)
Las grandes ideas son sencillas. Aunque, inevitablemente, luego todo el mundo piensa, "tan fácil como era, ¿por qué no se me ocurriría a mí?". Eso es lo que me ha ocurrido al enterarme de la idea que ha tenido un señor de Connecticut, Estados Unidos -tenía que ser- para deshacerse del exceso de libros que había acumulado a lo largo de los años. (Como recordarán mis amables lectores, ese es un tema al que llevo dando vueltas últimamente. Por supuesto mis ideas al respecto ni de lejos alcanzan la genialidad de este señor.) La belleza del sistema de  este tal Marty Doyle reside en que llena varios deseos distintos al mismo tiempo: por un lado, él se libra de los volúmenes que le sobran; por otro, los receptores de los mismos cumplen un arraigado deseo bibliómano, como es poder comer en una biblioteca, o leer en el restaurante (no sé ustedes, pero a mí me chifla leer mientras como).  Se trata de lo siguiente: un restaurante, el Traveler Restaurant, totalmente forrado de estanterías repletas de libros. Junto con su pedido de hamburguesa, fish and chips o ensalada de col -vale, la comida no parece de primer nivel, pero no se puede tener todo- los clientes tienen derecho a escoger hasta tres libros entre todos los disponibles en el local, y llevárselos a casa cuando acaban de comer. Gratis. Consigue así atraer clientela -poca gente se resiste a que le regalen algo- y aligerar su stock libresco. Hermoso, ¿verdad?
 
 
El invento lleva varios años funcionando, con tanto éxito que hemos de suponer que el señor Doyle agotó su reserva de libros prescindibles. Ahora, con unos nuevos dueños -ignoramos si también tenían libros de los que deshacerse- la biblioteca se nutre sobre todo de donaciones. Y no sólo eso: al parecer la avidez libresca de los clientes es tal, que ha dado para poner una librería en el piso de abajo. Esta vez, de las de pago. Ya les dije que la idea era un trueno.

martes, 5 de noviembre de 2013

RETRATANDO LIBROS


¿Y por qué no? Si retratamos personas, o incluso animales, no veo porqué los libros no deberían tener derecho a ser retratados. ¿Les parece extraño? ¿Soso? Para nada. Si se hace bien, retratar libros puede tener todo el sentido del mundo. Vean si no los bonitos retratos que luce en su flickr Still Life with Book la fotografa Juliette Tang.







 


Ahí están, tan modosos, cerrados o entreabiertos, invitándonos a que nos sumerjamos en ellos. Resulta irresistible.

(Una vez más, mi agradecimiento a la web BookPatrol por el descubrimiento.)

martes, 29 de octubre de 2013

QUÉ HACER CON LOS LIBROS


 
Acumular libros es un placer y, a veces, hasta una pasión. Aunque ya no se estile aquello de "hacer biblioteca", cualquier persona más o menos lectora -y no digamos ya si su bibliomanía alcanza cotas altas- va añadiendo libros a su colección y se encuentra antes o después con un número de ellos considerable. En ocasiones tan considerable que amenaza con trastornar la paz doméstica. ¿Qué hacer? Si su afición a la acumulación libresca no ha llegado más allá de llenar las estanterías inicialmente previstas al efecto en su hogar, felicidades. Este post no le concierne. Si, en cambio, forma parte de ese grupo en cuyas casas parece haber más libros que paredes que potencialmente pudieran albergarlos, si sus sufridas librerías exhiben volúmenes en doble y hasta en triple fila, ocupando todos los resquicios posibles, si sobre cada superficie plana se amontonan pilas de libros, quizá aquí encuentre alguna solución.
por propia experiencia lo enormemente difícil que es tomar la decisión de deshacerse de unos cuantos libros (y si han de ser varios cientos en lugar de una decena, aún peor). Pero de esto no vamos a tratar aquí. Supongamos -ya es mucho suponer- que tras largas y dolorosas deliberaciones hemos llegado a ese punto en que tenemos un número más o menos apreciable de libros de los que nos queremos desprender. ¿Está solucionado el problema? Ni mucho menos. En ese momento es cuando uno se enfrenta a una amarga realidad: es dificilísimo deshacerse de libros. No, oiga, al contenedor de papel usado no se pueden tirar. Tampoco a la basura, por supuesto. Vamos a intentar mantenernos dentro de los límites de una conducta cívica y responsable. Buscando una salida a tan arduo problema, he logrado dar con algunas posibilidades que, si no lo solventan del todo, al menos pueden aliviarlo:
 
-La Biblioteca municipal: No todas, pero algunas bibliotecas aceptan donaciones de particulares, aunque para ser aceptados los libros deben cumplir determinadas condiciones. Por ejemplo, en las bibliotecas de Barcelona, los libros donados han de estar relacionados con la temática de la colección local o su fondo especializado. Además, si son más de diez ejemplares (y digo yo que por menos de diez uno casi ni se molesta en llevarlos), hay que hacer una lista detallada. Vale la pena comprobar si se poseen obras que cumplan estos requisitos, porque al menos se tiene la seguridad de que les damos un buen uso a esos libros descartados.
 
Biblioteca Jaume Fuster (foto J. Casañas)
 
-El Punto verde del barrio: En mi ciudad, al menos, en la mayoría de Puntos verdes hay un carrito donde se exponen los libros entregados por los usuarios, para que el que lo desea los aproveche. Algo parecido existe asimismo en algún mercado, como el de la Abaceria Central, donde se ha reservado un puesto que había quedado libre a la donación de libros.  Todo el que quiera puede dejar allí libros, pero para llevárselos se pide un donativo de 1 euro por ejemplar, que se destina a obras benéficas.
 
-La librería de viejo: También está la opción de vender -siempre a precios irrisorios, pero no estamos buscando hacernos ricos, ¿verdad?- los libros sobrantes a una librería especializada. Además de las tradicionales, que en Barcelona se concentran los domingos por la mañana  en el siempre pintoresco mercadillo de Sant Antoni, han surgido últimamente algunas iniciativas más adaptadas a los tiempos, como la librería Re-read, que ante el éxito acaba de abrir también un local en Madrid, o (sólo para libros en inglés) la Hibernian Books, que practica el intercambio (te descuentan la cantidad en que ellos valoran los libros que les has llevado de la próxima compra de libros que les hagas).
 
 
-La red: Internet, ese gran zoco, abre igualmente posibilidades para vender los libros que no  deseamos conservar. Amazon, cómo no, ofrece esa oportunidad (de hecho, uno puede vender allí libros y casi cualquier otra cosa). Pero, para mi gusto, tiene la desventaja de que tienes que encargarte tú de hacer el envío al cliente, ellos sólo ponen su plataforma y cobran su comisión. En el caso de los libros, en que además el precio por ejemplar ha de ser bajo, no sale a cuenta el engorro, porque los libros se suelen vender de uno en uno y no me veo yo perdiendo el tiempo en ir a Correos cada vez. Una opción más interesante es la que propone Casadellibro.com, donde es posible registrarse como vendedor individual y ellos se encargan de todo, incluso de mandarte un mensajero a casa a recoger el libro para el cual se haya recibido un pedido. La única desventaja es que es un método francamente lento para aligerar tu biblioteca, ya que los pedidos suelen llegar con cuentagotas.
 
Hasta aquí las opciones viables y legales que puedo darles. Ninguna de ellas es la panacea, pero tal vez sumándolas todas, logren desembarazar sus estanterías de algunos kilos de peso. Si es que al final se deciden a prescindir de ellos, por supuesto.
 
 

miércoles, 23 de octubre de 2013

VANITAS

Vanitas, de Simon Renard de Saint-André (1613-1677)
No quiere llegar el otoño, no. Sin embargo, estamos en ese momento del año en que, a pesar del persistente bochorno y de que los árboles no hayan perdido aún sus hojas, el espíritu se vuelve hacia la contemplación de lo que se acaba, de la mortalidad, en suma. Comoquiera que los humanos nos resistimos a creer que todo tiene un final, incluso nosotros mismos, es necesario el recordatorio, que tanta fortuna ha hecho en las artes y en las letras ("Nuestras vidas son los ríos..."). Puesto que, igual que la llegada del otoño, ese final puede demorarse, pero no eludirse, nos empeñamos en buscar otras formas de inmortalidad. Y así perseguimos esa quimera, la fama, tan gloriosa pero tan esquiva.
Alberto Manguel, en uno de los deliciosos artículos que componen su libro El sueño del Rey Rojo. Lecturas y relecturas sobre las palabras y el mundo (todo mi agradecimiento a El niño vampiro que tuvo la amabilidad de regalármelo) habla precisamente sobre la ambición de los escritores. Se vale para ello del cuento que escribió Max Beerbohm sobre un poeta llamado Enoch Soames. Decepcionado por haber vendido sólo tres ejemplares de su libro Fungoides (entre nosotros, un título poco afortunado; un plus de crueldad de Beerbohm para con su criatura de ficción), Soames hace un pacto con el Diablo: le vende su alma a cambio de que le permita viajar en el tiempo cien años adelante y comprobar en la Biblioteca Británica qué dice la posteridad acerca de su obra. Por supuesto -el relato, como ya habrán adivinado, es a su manera una vanitas-, Soames comprueba que su obra no está registrada en esa biblioteca y que la única mención de su nombre es como un personaje imaginario, inventado por el humorista inglés Max Beerbohm. Aunque escueta, la referencia dice de él que se trata de "un poeta de tercera fila". Ni siquiera como personaje de ficción le permite la notoriedad. Hasta aquí, Beerbohm se ha reído de su criatura y, de paso, del afán de fama de los escritores.
 
Enoch Soames, visto por
Max Beerbohm
Pero la ficción tiene una manera insidiosa de hacerse real. O quizás es que jugar con el demonio es peligroso, ya que suele tomarse su venganza. Nos cuenta Manguel que el 3 de junio de 1997 -cien años después de la fecha citada en el cuento de Beerbohm- "un grupo de personas se reunió en la Sala de Lectura de la Biblioteca Británica para recibir a Enoch Soames, el poeta. No apareció, lo cual quizá no fuera inesperado". Según otras fuentes, no sabemos hasta qué punto dignas de crédito, las personas allí presentes -entre ellas una californiana de Malibu llamada Sally que había viajado hasta Londres a propósito para el gran día- pudieron ver que exactamente a la hora indicada aparecía un personaje vestido a la usanza del siglo XIX que pedía consultar los catálogos y al cabo de poco desaparecía misteriosamente. ¿Invención? ¿realidad? Según cuenta un artículo publicado en The Atlantic, esa supuesta visión no fue sino un truco ideado por un mago llamado Teller, que su vez se había sentido impresionado por la historia de Soames cuando, treinta y cuatro años antes, su profesor de literatura les había leído el relato en clase. Cuando el profesor  terminó su lectura diciendo: "Me pregunto cuántos Enoch Soames aparecerán ese día", Teller sintió que le habían encomendado una misión. Como buen mago, Teller por supuesto nunca ha reconocido explícitamente su papel en esa "aparición". Por otra parte, también puede ser que el episodio sea totalmente inventado, pues no he podido localizar el testimonio de nadie que fuese testigo presencial del mismo. A excepción de Teller, claro. No estoy muy segura de si esta anécdota sirve como vanitas, es decir, como aviso cautelar de que todo tiene un final, o todo lo contrario. Pues lo cierto es que Enoch Soames ha logrado burlar a su autor y ganar, por derecho propio, la fama.

viernes, 18 de octubre de 2013

BRUSELAS (II): FOGONAZOS LIBRESCOS Y ALGUNA CURIOSIDAD

 
Como ya anticipé en mi post anterior, mi visita a Bruselas fue breve, de modo que las impresiones han sido necesariamente fragmentarias. Por supuesto hubo que ver las atracciones turísticas de rigor (del muñequito ese del chorrito sólo diré que aquel día iba vestido de portugués; en mi ignorancia, tuve la impresión de que iba de tuno, que viene a ser bastante similar: por suerte Bruselas es además sede del Parlamento europeo y siempre hay alguien versado en asuntos comunitarios que te saca del error), entre ellas las famosas galerías cubiertas, las Galeries Royales, que presumen de ser (casi) las más antiguas de Europa y están llenas de comercios de postín -mucho chocolate-, restaurantes y cafés con solera y muchos, muchos turistas. No hubo tiempo de hacer un recorrido bibliómano de la ciudad como me hubiera gustado, pero en estas galerías pude admirar dos establecimientos notables. El primero, la añeja Librairie Saint-Hubert, un lujo de estanterías de roble y lámparas de época.
 

Según dicen, su surtido libresco también vale mucho la pena. Pero se me quitaron las ganas de husmear cuando un dependiente francamente brusco me reprendió por intentar hacer una foto. (La que ilustra esta líneas no es mía, como comprenderán.) El otro, casi enfrente, una tienda especializada en manuscritos. ¡Qué maravilla! Imposible no pensar en Stefan Zweig, que dedicó la mayor parte de su vida a coleccionar manuscritos de los autores y músicos que admiraba, para perderlos todos cuando tuvo que exiliarse.
 
¿Que quiere una carta de Einstein? No hay problema...
El paseo vespertino por un barrio encantador, el de Sainte-Catherine,  permitió descubrir una bonita (aunque lamentablemente cerrada) librería de segunda mano. Al indiscutible atractivo de su escaparate se le unió, por obra y gracia de la luz de atardecer, el reflejo de la iglesia barroca que está delante.
 

 
Poco más a reseñar en el apartado libresco. Pero no quiero cerrar esta breve crónica bruselense sin destacar dos figuras que me llamaron la atención, por motivos diversos. La primera, una estatua dedicada al héroe de guerra probablemente más ignorado: la paloma mensajera.
 

La segunda, una estatua doble, situada en un bello jardín romántico: la del conde de Egmont y su amigo Horn, héroes de la independencia de Flandes, quienes, según reza la inscripción del pedestal, fueron decapitados a causa de una "sentencia inicua del duque de Alba". Cogidos del hombro, ambos parecen enfrentarse con serenidad a su destino.


Casi tengo la impresión de estar oyendo las notas iniciales de la pieza que Beethoven le dedicó:
 
 
Dirigida por Claudio Abbado. ¡Que la disfruten!