John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 27 de abril de 2015

ESOS IRRESISTIBLES LIBROS ABSURDOS

(Foto: www.telegraph.co.uk)
Doy por sentado que la mayoría de los que siguen este blog padecen de esa extraña enfermedad que es la bibliopatía, que empuja a los que la contraen a una serie de comportamientos impropios de personas sensatas y racionales. (O eso, al menos, es lo que piensa el resto del mundo, nosotros por descontado no creemos estar haciendo nada raro.) Por lo tanto, me decido a desvelar uno de ellos, en la confianza de que estoy entre congéneres, que sabrán ser comprensivos. Se trata de una de esas compulsiones a las que es difícil resistirse, pero que carecen de explicación, más allá de una insaciable curiosidad por las rarezas librescas. El escritor Christopher Fowler -también él presa de la misma manía, ya les digo que somos legión- cita el caso, sin duda extremo, de un tal  Arthur Bryant, en cuya biblioteca se pueden encontrar -citando sólo algunos al azar- volúmenes con títulos tan sugestivos como Parásitos Intestinales Volumen II, Una guía del Museo de Lápices de Cumberland, Carteros rurales de Grecia o Diccionario Ilustrado del Alambre de Espino. Por su parte, Fowler admite también ser poseedor de joyas tales que Entramados y laberintos victorianos, Guía del superviviente de películas pos-apocalípticas y Tocados de guerreros masai. Ya habrán adivinado que probablemente ninguno de estos señores siente el menor interés por los tocados masai, los carteros griegos o los parásitos intestinales. A mí, lo confieso, también me sucede a menudo que husmeando por librerías me topo con alguna obra cuyo título me parece tan sugerente que me resulta difícil resistir la tentación de adquirirla. Se trata de un síndrome que alcanza sus momentos cumbre durante las visitas a establecimientos de segunda mano. ¡Verdaderos tesoros pueden hallarse allí! Y, lo que es peor, por lo general este tipo de obras, que -admitámoslo- a priori atraen a un público muy reducido, están valoradas a un precio irrisorio, lo que no hace más que agravar el problema. ¿Cómo resistirse a la promesa implícita en títulos como Diario de un fusil de caza, Historia del Santuario del Henar o Almanaque de Gotha 1932?   Todos ellos son libros que, dios sabe por qué, guardo en mi biblioteca. No recuerdo ya cómo vinieron a parar a mis manos y creo que, salvo por hojearlos en el momento de su adquisición, nunca he vuelto a abrirlos. Sin embargo, cada vez que he sentido una de esas periódicas necesidades de hacer sitio en mis atiborradas estanterías, no he logrado desprenderme de ellos. Como tan bien cuenta Charles Simic, quizá creo que pueden servirme de lectura en alguna noche de insomnio.


(Carl Spitzweg, Der Bücherwurm, 1850)
 

Para los que no acaben de entender este afán de acopio de libros absurdos -por cierto, ¿no habrá un nombre de raíz griega para este síndrome?- el mecanismo es que, cuanto más extraño resulte un título, mayor es el afán de poseer el libro. Por supuesto sabemos de antemano que nunca vamos a leer entera ninguna de estas obras, pero los bibliómanos certificados nos conformamos con la posibilidad de acceder a su contenido. Aún me reconcome el recuerdo de aquellas ocasiones en que he tenido que dejar correr la idea de adquirir alguno de estos libros de título fascinante, ya sea porque su precio era excesivo para mis posibilidades o por cuestiones de espacio en la maleta (durante algún viaje). Tal vez la lamentable y paulatina desaparición de las librerías de segunda mano dé definitivamente al traste con estas impulsivas adquisiciones. Me dirán que en Internet se pueden encontrar todo tipo de libros, más fácil y cómodamente. Sin embargo, resulta imposible saber de antemano que a uno le apetece un tratado técnico y teórico para afilar lápices (¡con ilustraciones!) si no ha dado con él por casualidad. Cosa que ocurre con mágica frecuencia en las librerías y mucho más difícilmente en la red.




lunes, 20 de abril de 2015

ESCRIBIR LA VIDA DE OTRO

 
La labor del biógrafo tiene algo de conjuro: rescatar del pasado a un personaje, reconstruyendo su trayectoria completa para que éste parezca vivir de nuevo ante los ojos del lector. Pero el pasado, lo sabemos, no puede nunca ser recuperado en su totalidad. El retrato que la biografía traza tiene, posiblemente, tanto del biografiado como del propio biógrafo. ¿Cómo se explica, si no, que el mismo personaje resulte tan favorecido en una biografía, mientras que en otra se nos revela como alguien mezquino y desagradable? Sin embargo, hay pocos biógrafos dispuestos a admitir su parcialidad. Como mucho, aducen que Fulanito no consultó las fuentes adecuadas, que ellos han tenido acceso a una correspondencia que Menganito ignoraba, o que los avances de la ciencia han aportado una información decisiva para desentrañar algún aspecto ligado quizás a la misteriosa muerte de su biografiado. Siempre me ha resultado enojosa esta resistencia a admitir que, por más que hayan investigado, hay facetas de su biografiado que nunca estarán a su alcance. Por eso resulta tan refrescante encontrarse con una obra como Footsteps. Adventures of a Romantic Biographer, de Richard Holmes, capaz de mezclar sin complejos su labor como biógrafo con su propia biografía, y de mostrar cómo las afinidades vitales han guiado su elección de temas y sujetos. Arroja además luz sobre ese extraño proceso que hace que alguien decida dedicar varios años de su vida a rebuscar en la de otro sujeto, generalmente ya fallecido (a veces varios siglos atrás).
Para Holmes, todo empieza con un viaje (una manera estupenda de empezar cualquier cosa). A sus diecinueve añitos, a mediados de los sesenta, este joven recién salido de una estricta educación británica emprendió una aventura que resultaría decisiva para su futuro: rehacer el viaje que Robert Louis Stevenson realizó por la región francesa de las Cévennes en 1878. Tal como Holmes confiesa, las Cévennes resultaron para él una iniciación.  
"...lo que experimenté en las Cévennes en el verano de 1964 fue un encantamiento. No fue nada a partir de lo que elaborar un relato gótico, o que pudiese interesar a la Sociedad de Investigaciones Psíquicas; fue un acto de violación psicológica deliberada, una invasión o una transgresión del presente en el pasado, y en cierto sentido del pasado en el presente. Y en esta experiencia de encantamiento encontré por primera vez -aunque entonces no era consciente de ello- lo que ahora creo que es el proceso esencial de la biografía."

Parque Nacional de las Cévenes, Francia

Según Holmes, realizar una biografía de alguien tiene dos aspectos esenciales. Por un lado, el acopio de datos, hechos y materiales biográficos; por otro, la "creación de una relación ficticia o imaginaria entre el biógrafo y su sujeto; no simplemente un 'punto de vista' o una 'interpretación', sino un diálogo vivo y continuo entre ambos". Siempre me han decepcionado las biografías que contemplaban a su sujeto desde lejos, como aspirando a una imparcialidad olímpica (no olvidemos que los dioses del Olimpo distaban bastante de ser imparciales).  
Para que este diálogo entre ambos sea fructífero, debe haber antes que nada una identificación en mayor o menor medida consciente entre biógrafo y sujeto. Es una especie de enamoramiento previo. Pero el amor nos ciega y un biógrafo con los ojos vendados es un mal biógrafo:  
"El verdadero proceso biográfico comienza precisamente en el momento en que esta forma ingenua de amor e identificación se quiebra. El momento de la desilusión personal es el momento de la recreación impersonal y objetiva." 
 Sin embargo, Holmes extrajo también una lección final de sus experiencias tras los pasos de Stevenson, que tiene que ver con la imposibilidad de reconstruir el pasado:
"..cuanto más atenta y escrupulosamente sigues los pasos de alguien a través del pasado, más consciente te vuelves de que nunca existió por completo en ningún lugar de aquel recorrido. No puedes congelarlo, no puedes clavarlo con una chincheta en ningún recodo del camino, ninguna curva del río, ninguna visión desde una ventana. Está siempre en movimiento, acarreando su vida pasada hacia el futuro."



Aún así, o quizás precisamente por ser capaz de reconocer estas limitaciones, Holmes es autor de maravillosas -y premiadas- biografías sobre los poetas románticos ingleses (Shelley, Coleridge) y de un libro -éste sí, traducido al español- acerca de la ciencia en la época romántica: La edad de los prodigios: terror y belleza del romanticismo.
Me resulta incomprensible que una obra tan absorbente y estimulante como estos "pasos" de un biógrafo insigne no tenga versión española. ¿A qué esperan, señores editores? 
 

lunes, 13 de abril de 2015

REMEDIOS LITERARIOS CONTRA EL INSOMNIO

Charles Simic
 
Contar ovejas, levantarse y beber un vaso de leche o, al contrario, no levantarse bajo ningún concepto y esperar que el sueño acuda, impresionado por tanta persistencia... los remedios contra el insomnio son innumerables. Casi ninguno funciona, claro. O sólo le funciona a la persona que lo pregona. Charles Simic, el gran poeta serbio-americano -hablé de él en una entrada anterior- es insomne desde hace décadas. Probablemente desde que, adolescente y exiliado en París tras una rocambolesca huida de Yugoslavia con su madre y su hermano pequeño, tuvo que dormir durante meses en el suelo del miserable hotel que ocupaban, a la espera de poder continuar su viaje hacia Estados Unidos. Según cuenta en sus estupendas memorias Una mosca en la sopa, fue entonces cuando descubrió que, sin colchón -y totalmente vestido, porque había mucha humedad- era imposible permitirse el lujo de dar vueltas en la cama y filosofar: "En el duro suelo, en cuanto me despierto me incorporo, me froto los músculos y los huesos y pienso en el colegio". Actualmente, sin duda ya duerme en una cama confortable, pero sigue padeciendo episodios de insomnio. Su cura particular: abrir libros al azar.  
"Una de las compensaciones de permanecer insomne en una casa rodeada de nieve y llena de libros es que siempre puedo encontrar algo que leer y así olvidar el estado de ánimo en que me encuentre. Cuando me da un ataque malo de verdad, deambulo por la casa oscura con una linterna como el espectro del padre de Hamlet, saco libros de los anaqueles, los abro al azar o bien hojeo las páginas hasta encontrar algo de interés y, después de leerlo, me vuelvo a la cama contento o busco a tientas otro libro. Sólo leo un pasaje o dos, como mucho una página, porque si leo más que eso, corro el peligro de quedarme despierto el resto de la noche. Todo lo que necesito, para emplear un término culinario, es un amuse-bouche que me deje un regusto agradable."
Una anécdota divertida, una reflexión filosófica intrigante, le proporcionan combustible suficiente para regresar a la cama y darle vueltas en la cabeza mientras espera la llegada del sueño esquivo.
 
 
 
 Quizás es que su mirada de poeta sabe captar mejor que otros lo curioso, lo que no encaja, lo que vale la pena guardar en la memoria. Sobre esto, él mismo explica en otro de sus artículos que, de los libros que ha leído, más que recordar el asunto, es capaz de recordar con precisión algunas ocurrencias que le llamaron la atención:
 "Por ejemplo, puedo recordar que Flaubert dijo que es espléndido ser escritor, poner a las personas en la sartén de tu imaginación y hacerlas explotar como castañas; que San Agustín confesó que ni siquiera él podía comprender cuál era el propósito de Dios al crear las moscas; que Beckett hace aparecer en su temprana novela Murphy a un personaje al que los policías detuvieron por mendigar sin cantar, y a quien el juez encarceló durante diez días; que Viktor Shlovsky contaba que cierta vez oyó decir al gran poeta ruso Mayakovsky que los gatos negros producen electricidad cuando les acarician; que Emily Dickinson dijo en una carta 'Está todo muy solitario hoy sin pájaros, pues llueve mucho y los pequeños poetas no tienen paraguas'; que Flannery O'Connor describía a una joven que tenía un rostro tan ancho e inocente como un repollo, rodeado por un pañuelo verde que ataba arriba con dos puntas, como las orejas de un conejo; y muchas otras pequeñas e ignoradas delicias."
 Quizás hacer un recuento mental de delicias literarias como estas sea un buen remedio contra el insomnio. Aunque me temo que para ello se necesita, como posee Simic en grado sumo, la capacidad para encontrarlas, espigándolas de los agujeros en que se hallan escondidas y sacarlas a la luz. A falta de eso, ante un brote de insomnio sugiero tomar uno de sus poemas, leerlo y quedarse luego saboreándolo. No sé si se conseguirá el efecto deseado, pero al menos habrá conocido a un poeta que vale mucho la pena.
"Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos a nosotros mismos."





domingo, 5 de abril de 2015

LA CRÍTICA ÚTIL Y LA INÚTIL

 
Bernat Ruiz Domènech reflexionaba hace poco en su blog verba volant, scripta manent -de lectura obligada para los que se interesen por la evolución del mundo editorial- sobre el papel de los prescriptores literarios y, por extensión, de la crítica tradicional en estos tiempos. Es preciso coincidir con él en que la crítica "analógica", por emplear su misma terminología, esa que aparece en las páginas de los suplementos culturales de los periódicos o en las (pocas supervivientes) revistas literarias, ha perdido su influencia. Él apunta como uno de los motivos el compadreo y la servidumbre a los poderes que elegían a los críticos que copaban los medios de masas: "El mecanismo tenía tanto de político –pórtate bien con el escalafón y el escalafón se portará bien contigo– como de académico." Por mi parte, por más molesto que eso me pareciera, peor aún llevo el hecho de que esas críticas que se suponían tan profundas y bien informadas no me aportasen apenas nada. No sé cuánto tiempo hace que no me compro un libro obedeciendo a una crítica que haya leído en algún medio impreso. Al igual que me ocurre con muchas críticas de cine -de las que sospecho que padecen un mal similar-, cada vez que confrontaba lo leído en ellas con el producto real, me sentía estafada; y viceversa, a menudo cuando he ido a ver una película despachada de cualquier manera -o declaradamente ignorada- por la crítica al uso, me he encontrado con una pequeña joya que me hubiese perdido de no haber ignorado sus advertencias.
 
W. H. Auden
 
 
W. H. Auden, que había ejercido también la crítica literaria, define muy bien lo que uno debe esperar de ella:
"¿Cuál es la función de un crítico? En lo que a mí respecta, puede prestarme uno o más de los siguientes servicios:
1) Darme a conocer autores que hasta ese momento ignoraba.
2) Convencerme de que he menospreciado a cierto autor o determinada obra por no haberla leído con suficiente cuidado. 
3) Mostrarme relaciones entre obras de distintas épocas y culturas que jamás habría descubierto por mí mismo porque no sé lo suficiente y jamás lo sabré.
4) Ofrecerme una "lectura" de determinada obra que mejore mi comprensión de la misma.
5) Arrojar luz sobre el proceso del "hacer" artístico.
6) Arrojar luz sobre el arte de vivir, sobre la ciencia, la economía, la ética, la religión, etc." (1)
 
De la lectura de una crítica que cumpla algunos de estos puntos se sale sin duda más informado y más sabio. Puede que luego uno discrepe con alguna de las opiniones vertidas por el crítico, pero será una discrepancia fundada en los argumentos que este haya aportado. Sin embargo, demasiado a menudo los críticos literarios ejercen como mucho de reseñistas: se limitan a hacer un resumen de la obra y a elogiar dos o tres rasgos muy generales -sin aportar prueba ninguna-, que igual podrían servir para cualquier otro libro; como mucho, comparan esta nueva obra con alguna anterior del mismo autor para lamentar que no esté a la altura de su predecesora o para ensalzar el avance que supone en la trayectoria del escritor. Total, que cuando uno ha terminado de leer ese artículo, apenas sabe más que si hubiese repasado el texto de contra que proporciona el editor.
No es tanto un problema de medios impresos o medios digitales, sino de la calidad del contenido. La buena crítica literaria puede ser infinitamente aguda y enriquecedora; yo leo con deleite muchos de los artículos de The New York Review of Books, de los que siempre aprendo algo. La mala, simplemente no es crítica.   
 
(1) Fragmento tomado del libro El arte de leer, publicado por Lumen.