John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 30 de junio de 2014

LEÍDO EN LAS PAREDES

Realmente, no es necesario ir con la vista fija en un libro.

Hasta el lector más empedernido debe cerrar de vez en cuando sus libros y salir a la calle, aunque sea sólo para ir al supermercado. También los bibliómanos hemos de comer. Sin embargo, un paseo por la ciudad no es necesariamente una excursión lejos de la literatura. Si uno lleva los ojos bien abiertos -y los lectores somos por definición buenos observadores, acostumbrados como estamos a descubrir las sutilezas encerradas en un texto-, se da cuenta de que la ciudad está llena de palabras. Las paredes hablan. Las hay zafias, groseras o mal escritas (¡esas faltas de ortografía que claman desde los muros por un corrector!), pero también hay pintadas -grafiti, en lenguaje cool- llenas de ingenio. Incluso las hay extremadamente literarias. Por si sus lecturas les retienen más de la cuenta en casa, ahí van algunas muestras de la literatura que se puede encontrar allá fuera.

-Un clásico: los versos de los grandes poetas desbordan el papel para instalarse en los muros.



Pablo Neruda





-Hay frases de escritores que se han convertido en armas políticas.

(Flickr: inju)

(Flickr: risager)

-En ocasiones, es simplemente la belleza o la sabiduría que destilan esos fragmentos literarios lo que los hace indelebles.



eskimeyenkitaplar.com

-O bien se trata de autores desconocidos o anónimos, pero eso no anula el encanto de sus palabras.







-Las referencias literarias tampoco faltan.




 
-Aunque a veces, más allá de las palabras, encontramos la figura del propio escritor. ¿Lo reconocen?


(Foto Tatevik Vardanyan)

Salgan, salgan de casa. La literatura les espera por todas partes.

domingo, 22 de junio de 2014

VAMPIROS BIBLIÓMANOS


El vampiro según F. W. Murnau

Entre las décadas de 1720-1740, una fiebre vampírica se abatió sobre Europa. Primero en el folclore y las baladas populares y más adelante a través de la literatura culta, los no-muertos comenzaron a perturbar el sueño y la imaginación de los vivos. Desde que, unos años más adelante (1897), el irlandés Bram Stoker reuniese en su genial Drácula los elementos más destacados de este personaje mítico, el mundo (el literario, al menos) he venido padeciendo sucesivas oleadas de invasiones vampíricas. Ha habido vampiros para todos los gustos, desde los más canónicos -con capa y colmillos afilados- a los vampiros mutantes del Soy leyenda de Richard Matheson (que no soportan el sol, pero no beben sangre... aparte de dominar el mundo) o los vampiros alienígenas de Brian Lumley. Progresivamente, los vampiros han pasado de ser "el otro",  representación de lo ultraterrenal y lo maligno, a humanizarse cada vez más. Hasta convertirse -los pobres, quién se lo hubiera dicho al sanguinario Vlad, el Empalador, que ahora dicen que está enterrado en una iglesia de Nápoles- en los seres francamente sexuados y enamoradizos de las series para adolescentes (que devoraron igualmente millones de adultos).
Entre unos y otros, la variedad de tipos vampíricos es inmensa. El cine -adaptando muchas de estas novelas y con algunas películas originales- ha contribuido no poco a su popularidad. ¿Quién no recuerda con cierto estremecimiento la siniestra figura de Christopher Lee?  ¿o, en el otro extremo del espectro -sabrán disculparme el chiste-, los divertidos vampiros de la familia Monster? Ahora, Jim Jarmusch, uno de los directores más personales del cine independiente americano, ha hecho una película de vampiros. Pero son unos vampiros muy, muy bibliómanos. Hablando de Jarmusch, su amigo Tom Waits dijo hace un tiempo que «La clave, creo, para Jim, es que se quedó canoso cuando tenía 15 años... Como resultado, siempre se sintió como un inmigrante en el mundo adolescente. Ha sido un inmigrante -un benévolo y fascinado extranjero- desde entonces. Y todas sus películas son sobre eso.» Desde luego, esta Only Lovers Left Alive (Sólo los amantes sobreviven) lo es.


Tilda Swinton, crepuscular y rodeada de libros

Extraños en un mundo donde no tienen cabida, estos melancólicos vampiros enamorados de la belleza, de la literatura y de la naturaleza resultan increíblemente atractivos para todos los que, aún sin pertenecer a la estirpe de los no-muertos, nos sentimos ofendidos por la grosería y la fealdad que tan a menudo nos rodea. Desde el momento en que la etérea Tilda Swinton llena su maleta no de ropa, sino de libros de todas las épocas y culturas, la película me ganó por completo. Y la cosa no hizo más que mejorar: el vampiro Adam (la pareja lleva los bíblicos nombres de Adam e Eve) colecciona instrumentos musicales antiguos, compone música funeraria y detesta los horrendos amasijos de cables con que la torpeza de las compañías eléctricas salpica nuestras paredes (yo también he estado a menudo tentada de fotografiar alguna de esas ofensivas cajas de electricidad para denunciarlos... pero ¿quién me haría caso?); ambos llaman a las plantas y animales por sus nombres latinos, aman lo antiguo  y beben sangre -comprada de extranjis- de unas delicadas copitas de cristal tallado. La casa de Adam luce toda una pared  tapizada de retratos de escritores y músicos: Blake, Poe, Marlowe...

Vampiros modernos, leen en el avión, aunque
sólo en vuelos nocturnos

Precisamente  Christopher Marlowe es el mentor de Eve. Es un vampiro, por supuesto, ¿o cómo se creían ustedes que se explica su misteriosa muerte? Los que estén al tanto de las múltiples controversias sobre la autoría de las obras de Shakespeare -más sobre esto aquí- comprenderán que esta condición vampírica lo convierte en un firme candidato, ya que la principal objeción que le ponían -que murió antes de que viesen la luz algunas de las principales obras shakesperianas- queda borrada de un plumazo.
La elegía por los tiempos pasados y la decadencia recorren la obra. Eve, rodeada de sus libros, vive en Tánger, una ciudad que conoció momentos de gloria, ahora pasados, mientras que Adam, con sus instrumentos musicales, se esconde de sus fans en una mansión decadente en el aún más decadente Detroit. Los paseos nocturnos de ambos por la antigua capital del coche de América constituyen algunos de los más bellos pasajes de la película.
En resumen, que me he quedado con ganas de volverla a ver con más calma, pues a pesar de las enormes ventajas de la sala de cine, en muchos momentos hubiese querido detener la imagen: para ver cuáles son los libros que Eve se lleva de viaje, para detallar los retratos que cuelgan en casa de Adam, para admirar con calma las ruinas de Detroit... Como dice la joven y deslenguada hermana de Eve, Ava, es posible que estos vampiros sean un poco snobs. Pero qué difícil debe ser resistir a la tentación de coleccionar cosas hermosas cuando uno se sabe inmortal...

 


miércoles, 18 de junio de 2014

MI BIBLIOTECA (2.7): DEL CAOS AL ORDEN

Samedimanche, la dueña de esta biblioteca, es la propietaria del blog Maelström y lectora ecléctica. Me consta además que es una chica laboriosa, que con cuatro cabos de lana o cuatro retales es capaz de cualquier cosa. Como MacGyver, pero en apañado, vaya.
Llegamos con esta entrega -que aparece aquí con cierto retraso por motivos que más adelante se explican- al final de esta segunda serie de "Mi biblioteca". Espero que este nuevo recorrido por bibliotecas ajenas haya satisfecho la curiosidad malsana de los lectores bibliómanos que por aquí pasan. Gracias a todos los blogueros y comentaristas por su generosa participación.

 
¡Qué alegría me dio Elena el día que me propuso compartir mi biblioteca en su maravilloso blog!
¿Qué puede alegrar más a un lector que compartir el vicio con otros tantos sospechosos de su calaña?
Lástima que la oferta llegase en un momento especialmente cruel para “la habitación de los libros” (es que siempre me ha dado cosica llamarla “biblioteca” porque también está el ordenador, la bici estática y las guitarras y amplificadores de mi Santo...y no será una Biblioteca hasta que sea un cuarto exclusivo. Llamadme snob...). Justo acabamos la remodelación de la cocina que, como la hemos hecho con estas manitas, se ha transformado en una obra faraónica que ha dejado mi universo doméstico patas arriba y lleno, llenísimo, de polvo.
 
El caos...
 
Como comprenderéis, no podía presentaros a mis niños con semejante aspecto... pero no he podido evitar retratar el caos y, luego, el orden. Bueno, orden relativo, porque es muy mío. A un ladrón de libros lo despistaría, pero para mí está claro como el agua y lógico como Spock.
 

...y el orden.
 
De arriba a abajo y de izquierda a derecha, los libros se despliegan desde el cine y la música a los libros de arte y los estudios de género, pasando por las escritoras y sus biografías, para enlazar las victorianas con los victorianos, continuar por el misterio decimonónico y el terror, el policiaco y el resto. En “el resto” encontramos todos aquellos libros que no encajan en ninguna de las categorías anteriores. Los cómics están colocados donde corresponden a su temática (From Hell está con los libros sobre Jack el Destripador, por ejemplo) y, además, hay algunas carpetas y objetos relacionados en cada sector. Un poco así, pero a mí me funciona.
Pero esta habitación no es el único rincón de la casa en la que se desparraman los libros: el salón y el baño acostumbran a acoger revistas y libros sin orden ni concierto, sólo porque pasaban por allí.
Los libros prestados o pendientes de devolución sí tienen un lugar adjudicado en un mueble del salón para no despistarme pero, curiosamente, en mi mesita de noche no hay ningún libro porque tengo la costumbre de arrastrar conmigo lo que esté leyendo en ese momento, al metro, a los restaurantes o a la cama.
Tampoco tengo un rincón para los libros pendientes de leer. Lo tuve, pero empezó a estresarme cuando se volvió amenazante como un Gremlin en una piscina, así que opté por insertarlos en el que sería su lugar de reposo pero poniéndoles un post it en el lomo. Conforme aumentaban los post-it me fui volviendo loca y me parecía que cada libro no leído me sacaba la lengua con desprecio. Fuera post it. Ahora, si no recuerdo que tengo tal libro por leer es que no es el momento de leerlo. Como comprenderéis, a veces me llevo sorpresas muy agradables al redescubrir alguna de estas lecturas pospuestas entre las estanterías.
 
Las estanterías de Narnia

Lo que me lleva al tema estantería. Yo creo que la madera de mis estanterías viene de Narnia o algo así porque, por más libros que saco, siempre quedan justos. Precisamente, aprovechando la limpieza a fondo que ha conllevado la obra, me he deshecho -con gran dolor de mi corazón, pero es que ya me decidí a no poner ni una sola estantería más- de un buen número de libros, llevándolos a librerías de 2ª mano y otras donaciones igualmente humanitarias (¿Vosotros podéis dejar un libro en la basura? A mí se me enrampa la mano y echo espumarajos por la boca... ¡es imposible!). Juro que han salido más de los que han entrado y aún así he tenido que estrujar toda mi capacidad de jugar al Tetris para que cupiesen todos... los libros no se crean ni se destruyen, simplemente se modifican. Eso, o vivo en plena biblioteca del Triángulo de las Bermudas.
 

jueves, 12 de junio de 2014

HAZAÑAS BÉLICAS



Como no tengo hermanos mayores, de pequeña mis juegos -y mis primeras lecturas- giraron siempre en torno a universos domésticos o fantásticos: casas de muñecas, cocinitas, hadas, cuentos tradicionales (Grimm, Perrault y demás)... Salvo el ocasional lobo de Caperucita o el ogro que amenazaba a Pulgarcito y sus hermanos, la violencia y la guerra no existían ahí. Este mundo "masculino" hizo su aparición más tarde, cuando mis hermanos pequeños entraron en escena.
Creo que mi contacto inicial con las guerras del siglo XX proviene de las historias de Hazañas bélicas, que desde el primer momento me parecieron fascinantes. Como todos los niños de mi época, yo leía tebeos como el Tiovivo, el DDT o el propio TBO (aunque éste ya me daba la sensación de algo antiguo). Las aventuras retratadas en Hazañas bélicas hacían que las inocentes peripecias de las Hermanas Gilda, Rompetechos o Carpanta palidecieran a su lado.
Aunque me zampaba sin hacer ascos todos los cómics que mis hermanos -grandes consumidores de este género- iban adquiriendo (no en vano es una lectora compulsiva), tuve siempre muy claro que los superhéroes de Marvel eran ficciones más o menos descabelladas, mientras que esas historias de guerra, imaginaba yo, podían perfectamente haber sido tomadas de la vida real. Además, estas publicaciones fueron en cierto modo mi primera lección de historia del siglo XX: en los planes de estudio de entonces -vivía Franco, claro- rara vez llegábamos a dar las décadas más cercanas a nosotros. Terreno resbaladizo, sin duda. De hecho, mientras recuerdo bien haber aprendido sobre la Reconquista, sobre Colón e incluso bastante de griegos y romanos, no puedo evocar ni un solo pasaje de la guerra civil o de alguna de las guerras mundiales procedente de los manuales de historia que manejábamos por entonces.
Tal como las recuerdo, en las aventuras creadas por Boixcar y sus seguidores abundaba el heroísmo y siempre había una cierta moral. Por supuesto, los "buenos" acababan ganando y los "malos", ya fuesen crueles nazis o retorcidos asiáticos, se llevaban su merecido. Por cierto que hoy sin duda se considerarían de lo más incorrecto: los valientes americanos que luchaban en las junglas del Pacífico solían proferir exclamaciones del tipo "¡Muere, mono amarillo!" antes de rematar a sus oponentes.
 
 
Aunque desde entonces he leído infinidad de obras en torno a esos conflictos bélicos, y como es lógico mi visión de cómo transcurrieron las cosas se ha modificado notablemente, de algún modo la huella de esos primeros cómics permanece, porque mis escasas incursiones en lo que hoy se llama novela gráfica -el cómic ha subido mucho de categoría, en todos los sentidos- se orientan siempre a historias de guerra. Pero su tono es muy distinto.
Tomemos como ejemplo las dos últimas que he leído:  Los surcos del azar, de Paco Roca y Yo, René Tardi. Prisionero en Stalag IIB, de Jacques Tardi. Ambas me han parecido excelentes.  Y las dos están llenas de realismo, porque se basan en historias reales de personas concretas, que o bien contaron de viva voz o bien escribieron sus recuerdos.
 
Páginas de Paco Roca
 
Ambas, a diferencia de las hazañas bélicas a antaño, tienen un sesgo antimilitarista. Miguel Ruiz, el protagonista de la obra de Roca, fue sin duda un héroe -aunque a pesar suyo-, obligado por las circunstancias tras la derrota del ejército republicano español a luchar en diversos frentes de la guerra europea. René Tardi, el padre del dibujante, relata por su parte los años de cautiverio en Pomerania, tras la caída de Francia en 1940.
 
 
 
En ambas historias está lo que raras veces cuentan los libros de historia, los pequeños detalles que marcan a los individuos, muy poco heroicos a veces: los trapicheos para conseguir un poco de comida; el hacinamiento -ya sea en un barco de refugiados o en un vagón de ganado-; los piojos; los que se aprovechan de los demás. Pero también pequeños actos de bondad que son un rayo de esperanza: el miliciano que presta su capote para proteger de la lluvia incesante a una mujer enferma; la chica que compra una caja de melocotones para  mitigar de sed de los judíos encerrados en unos vagones aparcados bajo el inclemente sol de verano...
A diferencia de las que leía de niña, no hay en estas obras demasiadas batallas. Pero sí un buen retrato del género humano. Para lo bueno y para lo malo.
 

jueves, 5 de junio de 2014

LEER MÁS ALLÁ DEL TEXTO



Dejarse llevar por la historia es uno de los grandes placeres de la lectura. Pero, una vez saciado el hambre por saber qué ocurre en ella, sólo diseccionando el texto, rebuscando en él, se saca el máximo partido de una obra. Sin este análisis, no es posible comprender a fondo un texto. Aún así, es frecuente que los escritores se sorprendan al ser conocer las interpretaciones que hacen los críticos sobre el significado de tal o cual suceso o personaje en su obra. Los textos parecen encerrar más carga significativa que la que el autor conscientemente ha puesto en ellos. Hasta cierto punto.
Hace poco tuve oportunidad de hojear un artículo académico titulado "Una lectura poscolonialista de Mansfield Park". Les recuerdo que, en esta novela de Austen, el padre de la familia que acoge a la protagonista tiene propiedades en Antigua, a las que debe viajar durante un tiempo para ocuparse de algunos problemas que han surgido allí. Esto -y no en muchas más palabras de las que yo he empleado aquí- es todo lo que la autora dice al respecto. Pues bien, de esas pocas frases hay quien es capaz de sacarse de la manga todo un tratado sobre la esclavitud en las colonias británicas a finales del XVIII, su situación social y laboral, las opiniones de Jane Austen sobre la trata de esclavos... para acabar prácticamente concluyendo que la obra toda ella gira en torno a la opresión colonial que ejerce el Imperio sobre los países oprimidos. Ahí es ná. Como lectora de Mansfield Park, resulta inevitable preguntarse si estamos hablando del mismo libro.
 
Cuanto más reputado el autor, más peligro corre de sufrir este tipo de análisis descabellados. Shakespeare, por ejemplo. Un interesante artículo en la revista del Smithsonian gira en torno a su relación con los descubrimientos científicos de su época. Se trata de saber si el bardo era consciente de estar viviendo en una era de gran efervescencia científica y de si en sus obras puede encontrarse algún rastro de ello. Según Dan Falk, autor de The Science of Shakespeare, sí. En su libro, imagino, dará argumentos para corroborarlo y no soy quién para discutírselo. Pero lo que me ha llamado la atención es que menciona a un tal Peter Usher, astrónomo, quien ha desarrollado una compleja teoría sobre Hamlet. Para él, la obra es una alegoría sobre tres diferentes cosmovisiones: la antigua cosmovisión ptolemaica, con la Tierra como centro del universo, la nueva visión de Copérnico y la de Tycho Brahe. Para Usher, los  personajes que aparecen en Hamlet personifican a diversos  astrónomos y matemáticos. Así, Claudio -el malvado tío que ha matado al padre del príncipe para casarse con su madre-, que lleva el mismo nombre que Ptolomeo, representa a este astrónomo griego y a su teoría sobre el cosmos. Hamlet, por su parte, sería Thomas Digges, un copernicano de pro. Las teorías de Tycho Brahe, por su parte, estarían encarnadas por Rosencrantz y Guildenstern. Y ya tenemos un Hamlet astronómico. Prueba de que, buscando bien y retorciendo convenientemente el texto, se puede encontrar casi cualquier cosa. Lamentablemente, nunca podremos saber con total exactitud qué pretendía decir Shakespeare, pues ya no está para aclararlo.
 
A saber si no estaba pensando en la rotación de los astros