John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 21 de julio de 2015

EL LABERINTO DE LAS LECTURAS

Existen gentes sin duda admirables capaces de seguir al pie de la letra un programa de lecturas -ya sea un canon cualquiera de los muchos que circulan por ahí, la lista que les ha dado su profesor o las recomendaciones del suplemento cultural que suelen comprar-, gentes que no admiten desviaciones y que se muestran indiferentes ante los cantos de sirena de otras lecturas. Algunos, los más firmes en su propósito, elaboran minuciosas fichas y llevan la cuenta de lo leído. No me cabe duda de que personas de tanta solidez moral consiguen sus propósitos en la vida. Por mi parte, (¿mal?) acostumbrada a una niñez y adolescencia de lecturas erráticas, eclécticas, torrenciales, a combinar el Capitán América con Flaubert y pasar de ahí sin pestañear a los cuentos de Cortázar o a las novelas de Agatha Christie, la primera vez que me topé -debió de ser ya en la  universidad- con un especimen de lector organizado, tuve la impresión de encontrarme ante un marciano. Hasta entonces, nunca se me había ocurrido que uno podía (¿debía?) leer para "hacerse una educación", para cumplir con ciertos requisitos culturales o para ganarse la admiración de los demás. Aunque con el tiempo he llegado a comprender la utilidad de esta actitud para alcanzar ciertas metas, mis escasos intentos por seguir tan loable ejemplo han resultado siempre fallidos.  Ha ocurrido que comience un programa de lecturas con toda la intención de seguirlo a rajatabla. Voluntad de leer no me falta, eso está claro. El problema es que los libros llevaban a otros, y esos otros nunca parecían ser los requeridos por la inapelable lista. Inevitablemente, un autor mencionaba a otro -si era desconocido para mí, eso le daba aún mayor aliciente-; el libro que yo buscaba se encontraba en la librería junto a otro mucho más atractivo, o intrigante; justo entonces alguien me hablaba con fervor de una novela que acababa de leer -y que por supuesto no tenía nada que ver con la dichosa lista-... Imposible resistirse a todas estas tentaciones. De forma inevitable, el programa de lecturas quedaba arrinconado.  En un pasaje de su libro autobiográfico El balcón en invierno, Luis Landero describe de este modo su descubrimiento del goce de la lectura:
"Aquel verano de 1969 [...] comencé uno de los festines literarios más ávidos y pródigos que pueda imaginarse. Estuve un mes en Sitges, tocando cada noche en una sala de fiestas para turistas, pero el resto del tiempo me lo pasaba leyendo y releyendo, con una voracidad insaciable, y como cada libro me llevaba a otro libro, y cada pasadizo se bifurcaba en otros muchos, y aquello parecía no tener fin, yo parecía felizmente extraviado en ese laberinto, con la esperanza de no salir jamás de él."
 Así me siento yo ante la lectura, "felizmente extraviada" en ese laberinto que se bifurca incansablemente. Como ocurre con la sabiduría -los verdaderos sabios admiten que, cuanto más saben, más conscientes son de todo lo que les queda por aprender-, en el universo lector cada nuevo libro abre la puerta a muchos otros libros posibles. El autor, la época, el tema, el estilo, los personajes... todos y cada uno de estos elementos son como anzuelos con los que pescar muchos otros libros relacionados de algún modo con ellos. Y yo me dejo llevar por la corriente...
 
 
 
 
La mejor manifestación física del laberinto de las lecturas son las bibliotecas. Cada biblioteca que se visita por primera vez es como una cueva de Alí Babá, llena de potenciales tesoros. Últimamente me ha ocurrido que, necesitada de consultar ciertas obras por motivos profesionales, decidí que resulta más rápido averiguar en qué biblioteca de mi ciudad se encuentra el volumen en cuestión y plantarme allí que pedir que me lo acerquen a la mía habitual. De este modo, estoy haciéndome una verdadera ruta de bibliotecas, ciertamente interesante, pero también llena de peligros. Porque, tras consultar lo que sea que me ha llevado hasta allí, mis pies -que parecen cobrar vida propia- me conducen siempre a la sección de novelas, donde acabo pasando una cantidad de tiempo desmesurada. Y, cómo no,  salgo de allí inexorablemente con algún libro bajo el brazo. Con el deber cumplido, eso sí, pero sobre todo feliz por haber podido explorar un nuevo laberinto libresco y por la cosecha obtenida.
 
   

martes, 7 de julio de 2015

LEER POR PROCURACIÓN

(Foto: books-cupcakes.tumblr.com)

Siendo como es la lectura una actividad solitaria, puede ser también un importante nexo de unión. Con otros mundos, otras mentalidades, otras épocas, por supuesto. Con el universo interior del autor, cómo no. Y también con otros lectores como nosotros mismos, pues comentar una lectura es el complemento perfecto de haberla leído. Hay gente -hablamos de ello en otra ocasión- que utiliza los libros como gancho para ligar. (Aunque de estos, algunos ni siquiera los han leído.) Hay parejas muy lectoras cuya relación está cimentada sobre las lecturas compartidas, sobre el placer de intercambiar opiniones y pasajes favoritos. Y luego están las lecturas por procuración. ¿En qué consiste este curioso proceso?
Cuando quien te acompaña -ya sea cónyuge, novio/a o amigo/a del alma- es otro lector apasionado, te es dado vivir a través de él (o ella) todas las fases de la lectura: la anticipación de un libro que ansía desde hace tiempo, sus primeras impresiones, el avance más o menos rápido a través de sus páginas -y la pasión o decepción que genera-, así como conocer de primera mano qué le ha parecido el final, cómo se siente después de haber leído esa obra y si ha estado a la altura de sus expectativas. Casi, casi, como si tú mismo hubieses sido el lector. Así, ocurre que hay parejas que tienen gustos lectores distintos -uno es apasionado de la gran novela americana, el otro se inclina por las biografías; uno lee clásicos del XIX, otro novela gráfica o divulgación científica- y casi nunca uno leeré lo que el otro ha leído. Pero el resultado de su puesta en común de la experiencia lectora es que cada uno cree saber a la perfección cómo es lo que el otro ha leído. Por una especie de ósmosis, cada cual absorbe las lecturas del otro.
 
(Ilustración de flapperdoodle)
 
Ahora bien, ¿si he leído por procuración una novela, puedo decir que la he leído? Bueno, Pierre Bayard hacía todo un arte del no-leer libros en su Cómo hablar de los libros que no se han leído, demostrando que incluso la cultura literaria del hombre más letrado no está hecha sólo de lecturas; también de malentendidos, invenciones, libros olvidados, referencias cruzadas, vistazos más o menos eficaces, y reivindicando la importancia de los comentarios críticos escuchados como eco, de la conversación literaria. La lectura por procuración forma parte de este entramado de no-verdaderas-lecturas que, al fin, conforman una suerte de universo lector paralelo.
Está lo que hemos leído y recordamos, lo que leímos alguna vez, pero hemos olvidado, y lo que nunca leímos, pero de lo cual sabemos mucho. Al final, los grandes lectores tenemos a veces problemas para diferenciar una experiencia de lectura de otra.
Eso sí, procuramos no salir nunca con no-lectores. Como decía tan sabiamente John Waters:
“If you go home with somebody, and they don't have books, don't fuck 'em!”
Pues eso.