John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 27 de diciembre de 2010

HISTORIAS DE ALMANAQUES

Página del "Literaturkalender 2011" que publica la editorial Aufbau en Alemania
Pasados los fastos navideños, nos encaminamos a toda prisa al final de este año e inicio del Año Nuevo. Quien más, quien menos, todo el mundo estrena en estas fechas nuevo calendario o agenda. Buen momento, pues, para reflexionar un poco en torno a estos útiles y popularísimos inventos. Primitivamente, la medición del tiempo, ligada a los fenómenos astronómicos, era fundamental ante todo para los trabajos del campo y para la navegación. Los primeros calendarios datan de la era babilónica y eran tablas astronómicas. En el siglo XV, con la invención de la imprenta, empezaron a difundirse los almanaques, o sea, calendarios que incorporaban informaciones diversas como previsiones meteorológicas, noticias, datos sobre precios del ganado o de los productos del campo, refranes y anécdotas. Este tipo de publicaciones se hicieron muy populares en toda Europa y encontramos ejemplos de ellos en todos los países. En Francia e Inglaterra, en vista de que eran un negocio de lo más rentable, pasaron a ser monopolio real, que sólo podían publicar los impresores autorizados a ello. En España tenemos un caso muy especial en los almanaques de Diego de Torres Villarroel (1694-1770). Este personaje singularísimo, que ejerció mil oficios, que fue escritor, poeta, catedrático de matemáticas y  también -al final de su vida- sacerdote, un especialista en astrología y ocultismo que odiaba la superstición,  que conoció tanto la fama como el destierro, se hizo famoso en un principio  por sus Almanaques, que publicó bajo el seudónimo de "El gran Piscator de Salamanca". Acierto o casualidad, en 1724 predijo la muerte del rey Luis I para aquel año "en el rigor del verano". El joven murió, efectivamente, un 31 de agosto, lo que hizo que en adelante los pronósticos de Torres Villarroel se considerasen totalmente fiables y le dio fama de adivino..
En vista de la gran demanda, puesto que muy a menudo constituían la única lectura a la que tenía acceso una gran parte de la población, los almanaques se fueron especializando:  surgieron así almanaques para navegantes, almanaques de la vida rural, almanaques artísticos, almanaques del misionero e incluso un Almanaque del espiritismo. Alcanzaron su mayor difusión en el siglo XIX, momento en que los textos que incluían fueron alargándose cada vez más, hasta el punto de que muchos se convirtieron en verdaderas revistas. Aún hoy subsisten publicaciones periódicas con este nombre. Y el concepto también se ha utilizado en la literatura: Bertolt Brecht, por ejemplo, publicó en 1949 una recopilación de pequeños textos en verso y prosa que tituló Historias de almanaque [Kalendergeschichten]. Los almanaques son asimismo los precedentes de los populares "libros de listas", como el famoso Whitaker's Almanack, que algunos consideran un embrión de lo que luego -mucho más a lo grande y con una enorme flexibilidad- serían sitios de internet como Wikipedia.  


miércoles, 22 de diciembre de 2010

DOS CLASICISTAS

Debe ser la mía de las últimas generaciones que en este país estudiaron latín y griego en el colegio y, contrariamente a lo que los actuales planes de educación pretenden, ambos me han sido muy útiles andando el tiempo. Siempre que entro en una iglesia y me topo con un montón de lápidas escritas en latín me pregunto si es posible que haya licenciados en historia o en arte que no sean capaces de descifrarlas. Me temo que la respuesta, en las actuales circunstancias, es que sí. Confieso pues de entrada mi debilidad por todo lo que hace referencia a la Antigüedad clásica, debilidad que se hace extensiva a los clasicistas. Aquí tenemos la fortuna de contar con algunos clasicistas notables, como Carlos García Gual, que consigue ser sabio, ameno y profundo, al tiempo que una persona encantadora. Sin embargo, el de los estudios clásicos ha sido tradicionalmente -es algo que va cambiando, pero muy poco a poco- un territorio masculino. Por eso, al hilo de la noticia de la desaparición de una insigne helenista francesa, Jacqueline de Romilly, me parece oportuno dedicarles una entrada a dos mujeres que han destacado en este campo y nos han dado obras que no sólo son eruditas, sino que tienen la rara capacidad de llegar a un público muy amplio.
Jacqueline Worms de Romilly, primera mujer en entrar a formar parte del Collège de France y segunda admitida en la Academia francesa (después de Marguerite Yourcenar), murió hace unos días, a los 97 años fecundos y bien vividos. Era especialista en esa época esplendorosa de Atenas, el siglo V a.C. Según confesaba, pasó "más tiempo con Pericles y Esquilo que con ningún otro hombre". Autora de numerosísimas obras sobre la Grecia antigua y su cultura,  reivindicó sin descanso la enseñanza de las lenguas clásicas, que para ella eran la base de la mayoría de las ideas contemporáneas. En agradecimiento por su labor, le fue otorgada la nacionalidad griega, además de numerosos honores y distinciones. Sólo una pequeña parte de su obra está traducida al español, entre ella cabe destacar Los grandes sofistas y Alcibíades.
Mary Beard, por su parte, es la viva demostración de que se puede ser clasicista y marchosa. Profesora de lenguas clásicas en Cambridge y editora responsable de los clásicos en el Times Literary Supplement , ha sido denominada "la clasicista más conocida de Gran Bretaña". Tiene un divertido blog, A don's life, sobre cultura antigua y moderna, donde hace gala de su fina ironía y emite con frecuencia comentarios políticamente incorrectos. Personalmente, lo encuentro una delicia. Su libro más reciente, The Roman Triumph se centra en los homenajes que los romanos otorgaban a sus militares vencedores y no sólo ilustra numerosos aspectos del mundo romano -políticos, sociales, religiosos-, sino que nos obliga a reflexionar sobre cuánto hay en nuestra cultura que deriva de ellos. Los príncipes del Renacimiento recibieron homenajes calcados de los romanos, así como Napoleón o Mussolini. Basta pensar, por otra parte, en los numerosos "arcos de triunfo" que adornan tantas ciudades europeas. Y ¿qué otra cosa sino un remedo de los romanos son esos paseos triunfales de los equipos de fútbol victoriosos encaramados a un autobús? 
Lo dicho, sin conocer la cultura clásica, no es posible desentrañar las claves de nuestra sociedad.
Por suerte, hay personas como Jacqueline de Romilly y Mary Beard para recordárnoslo.

Mary Beard en Pompeya

lunes, 20 de diciembre de 2010

GRANDES BIBLIOTECAS, GRANDES FOTOGRAFÍAS


Biblioteca del monasterio de Saint Gallen (foto Ahmet Ertug)

La pasión por el saber y por los libros ha llevado desde la Antigüedad a custodiarlos en esos edificios -verdaderos cofres del tesoro- llamados bibliotecas. Casi cualquier espacio vale como biblioteca, en caso de necesidad, siempre que reúna unas mínimas condiciones de salubridad. Lo esencial, al fin y al cabo, son los libros que allí se guardan. Sin embargo, lo que le pedimos a una biblioteca es que sea un lugar acogedor, silencioso, con una iluminación adecuada, que invite a la concentración y nos permita sumergirnos en las páginas del libro que hemos elegido. La mayoría de las bibliotecas cumplen esos requisitos. Pero algunas nos dan mucho más. Las hay que son verdaderas joyas arquitectónicas, de todas las épocas y en todos los lugares; en ellas no sólo es un placer poder acceder a su contenido, sino que el solo hecho de contemplarlas resulta un goce estético. En los últimos años, varios fotógrafos se han dedicado a seleccionar y plasmar con su cámara algunos de estos templos del libro. Dos de ellos son Candida Höfer y Ahmet Ertug.
Vi una exposición de fotos de la Höfer hace un par de años en Caixaforum y me impresionó su capacidad para captar los espacios y la luz. Unas fotos que en un primer momento pueden parecer frías, pero que observadas en conjunto resultan hipnóticas. No se ha especializado sólo en fotografiar bibliotecas, sino  todo tipo de interiores de edificio de uso público o semipúblico: museos, iglesias, archivos, palacios o bancos. Son siempre fotos carentes de presencia humana, realizadas cuando ha cesado toda actividad y los edificios se encuentran vacíos. El de Ahmet Ertug es un estilo totalmente distinto, mucho más cálido, pero igualmente espectacular. Ertug, arquitecto de profesión, ha fotografiado arte y arquitectura de Oriente, con especial dedicación a Estambul. Sus fotos de bibliotecas, objeto de una exposición en la Bibliothèque Nationale de Francia en 2009, ilustran un precioso (y carísimo) libro titulado Temples of Knowledge.
Ahí va una muestra de ambos. Aunque aconsejo vivamente, si es posible, degustar las fotos de estos dos artistas a tamaño natural y con la mayor definición posible (lamento que la calidad aquí no sea óptima)
Biblioteca de Trinity College, Dublin, de Candida Höfer

Cubierta del libro de Ahmet Ertug, con su versión de la misma biblioteca

jueves, 16 de diciembre de 2010

LA BIBLIOTECA DE LOS ESCRITORES

La biblioteca del escritor es su oficina y, casi siempre, en ella encuentra parte de su material de trabajo. Esto la saben bien los estudiosos de la literatura que, cuando es posible, se dedican a hurgar en las bibliotecas de los escritores, para examinar con atención desde las obras que las forman hasta el más minimo subrayado o anotación al margen, incluyendo desde luego cualquier papel -ya sea una lista de la compra  o el recorte de algún artículo de diario- guardado entre sus páginas. Muchos darían cualquier cosa por poder reconstruir, y no digamos ya hojear, la biblioteca de Shakespeare o de Cervantes, pero eso ¡ay! no es posible. Está bien pues celebrar aquellos pocos casos en que no sólo se tiene acceso a la biblioteca de un escritor importante, sino que hay alguien que se ha tomado la molestia de revisarla y de sacar conclusiones. Es lo que han hecho dos estudiosos argentinos, Laura Rosato y Germán Álvarez, con los 500 volúmenes que pertenecieron a Borges y que están depositados en la Biblioteca Nacional argentina, una serie de libros que éste usó mientras fue director de dicha biblioteca, entre 1955 y 1973. Estos dos investigadores no sólo revisaron uno por uno los libros, sino que cruzaron las referencias de subrayados y citas con los escritos y conferencias del escritor, de modo que es posible conocer cómo y dónde empleó cada una de las notas y citas que sacó de ellos. Todo esto lo han plasmado en el estudio Borges, libros y lecturas, de cuya reseña en La Nación me he permitido extraer algunos datos curiosos. Así, por ejemplo, casi todos los libros registrados están en alemán o en inglés (Borges llega a firmar un ejemplar de E.T.A. Hoffmann como "Georg Ludwig Borges") y sus anotaciones son especialmente abundantes en La Divina Comedia y en los escritos de Schopenhauer. También se encuentran numerosos volúmenes sobre el budismo, pero eso se explica porque por aquella época escribió, junto con Alicia Jurado, un ensayo titulado "¿Qué es el budismo?". Por cierto, los autores sospechan que pudiera haber tomado el apellido del protagonista del cuento "El Sur" del estudioso del budismo Joseph Dahlmann. Además, queda claro que Borges amaba los libros, pero carecía del impulso bibliófilo por las primeras ediciones o las ediciones limitadas.
Pero, en cuanto a bibliotecas de escritores, más original aún es la iniciativa que ha tenido el Kunstmuseum de Solingen (en Renania-Westfalia, Alemania) de reconstruir en una exposición la biblioteca de Walter Benjamin. Naturalmente, la auténtica  biblioteca de este escritor se perdió en los avatares de la guerra, pero aunque los ejemplares que se muestran no son los que pertenecieron al escritor, sí son de la misma época y lo más parecidos posible a los que él pudo haber manejado. Esta hazaña ha sido posible gracias al infatigable trabajo de el librero de viejo Herbert Blank , que consiguió reconstruirla a través del estudio de su obra, sus notas, su correspondencia y de los los documentos reunidos en el Walter-Benjamin-Archiv en Berlín. Este archivo guarda más de 12.000 documentos que han llegado hasta allí siguiendo caminos casi tan complicados como los que llevaron a Benjamin a acabar con su vida en Portbou en 1940: una parte proviene de la Bibliothèque Nationale de París, donde Georges Bataille los había escondido, otra viene de los papeles que el escritor legó a Theodor W. Adorno, mientras que una tercera fue requisada por la Gestapo del piso donde Benjamin vivía en París y llevada a Berlín; luego, los soviéticos trasladaron esos documentos a Moscú, para más tarde cedérselos a la Biblioteca Nacional de la RDA. Tras tanto ir y venir, es un alivio saber que por fin todo el legado de Benjamin está junto y accesible a los investigadores.
Monumento a Walter Benjamin en Portbou (foto cortesía del blog de Tiermes)

domingo, 12 de diciembre de 2010

SOCORRO, SOY UN MANÍACO DE LOS LIBROS

De nuevo Bookpatrol nos proporciona un divertido enlace sobre libros. Se trata del cómic de Grant Snider en torno a la difícil vida del maníaco de los libros. Una adicción que no resulta fácil superar y que nos expone a innumerables peligros:
El pobre adicto a los libros se ve asaltado por la tentación en cada esquina -bibliotecas, librerías grandes y pequeñas... incluso los contenedores pueden representar un peligro, siempre hay algún desalmado que se ha deshecho de sus libros sin pensar en el riesgo que eso representa-, y encima seguramente nunca tendrás tiempo suficiente para leer todo lo que has acumulado. Sólo algunos privilegiados, como las herederas aburridas, los críticos literarios, los presos o los jubilados que odien el golf pueden entregarse sin cortapisas a la lectura. Lo peor, con todo, son los innumerables accidentes fatales a los que esta adicción te expone. Por si los dibujos no resultan suficientemente explícitos, ahí va la relación de peligros que te acechan si persistes en entregarte a este terrible vicio:
-un accidente al reordenar las estanterías
-un exceso de giros en la trama
-un ataque por parte de polillas
-la explosión de un libro desplegable
-ser atacado por un bibliomaníaco rival
-ser atacado por tu sufrida esposa
-perecer a manos de la mafia de las multas de biblioteca

El que avisa no es traidor. Toma nota y actúa en consecuencia.

jueves, 9 de diciembre de 2010

¿ACABARÁ EL E-BOOK CON EL DISEÑO TIPOGRÁFICO?

 

Diseño de Alex Steinweiss

He encontrado en la web de Bookpatrol un artículo sobre "50 años de tipografía en portadas de discos", que llama la atención sobre un elemento que está a punto de pasar a la historia -si no ha pasado ya- por culpa del mundo digital, las portadas de discos. Alex Steinweiss es considerado el inventor del concepto, en 1938 (antes, los discos llevaban simplemente una funda de papel), que él aplicaría con gran acierto y que se convertiría en un elemento vital del LP, dando lugar a auténticas obras maestras del género. En la actualidad,  sin embargo, la cubierta del disco ha perdido toda su relevancia, al reducirse a una imagen tamaño sello que acompaña al elemento que uno se descarga, sólo como referencia. Cada vez más, la cubierta se limita a una foto del artista, porque en tan reducido espacio no hay tipografía que pueda lucirse. Da que pensar si algo parecido podría ocurrirles a las cubiertas de los libros con la llegada y -se supone, aunque aún está por demostrar- la implantación masiva del e-book. Como en el caso de los discos, las que más sufrirían serían las portadas puramente tipográficas. En España, lamentablemente, no hay mucha tradición en este aspecto: las portadas con imagen copan casi todo el mercado y las pocas que mantienen únicamente tipografía suelen  ser bastante conservadoras. Todo lo contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, donde una sólida tradición tipográfica ha dado lugar -y sigue dando- a verdaderas obras maestras del género. Hace un par de días, el blog Strange Library nos regalaba con una selección de cubiertas tipográficas, donde se pueden ver algunos ejemplos notables. Sería una lástima que este arte se perdiera. Pero, al igual que ha ocurrido con los discos, al pasar al formato electrónico la cubierta deja de ser necesaria. Sólo nos queda pues desearle larga vida al libro en papel.



Algunos ejemplos de las originales e imaginativas cubiertas americana


lunes, 6 de diciembre de 2010

NEGROS Y NEGREROS

La película de Roman Polanski El escritor se ha llevado todos los premios importantes del cine europeo, merecidamente. El título español es muy anodino y no da la clave del argumento, cuando el original, The Ghostwriter (el escritor fantasma) alude directamente a esa figura de la industria editorial que aquí llamamos "negro". La figura del "negro literario", bastante establecida y aceptada en países como Estados Unidos, tiene muy mala prensa en nuestro país, o la tenía hasta hace poco. Cuando se habla de este tema, hay a veces cierta confusión de conceptos. Algunas personas  -incluyendo a algunos escritores, que en general no son los más exitosos ni los más publicados- arrastran un concepto romántico de lo que es un escritor, como si se tratase de una especie de llamada divina, un oficio lleno de nobles ideales que no debe ser ensuciado por ningún afán mercantil. Y no, el escritor -me refiero al que pretende vivir de su pluma- está sujeto a las demandas del mercado y suele ser muy consciente de qué es lo que pide el público (o su editor, en representación del mismo). No es por tanto en absoluto un desdoro escribir una obra por encargo. Lo que sí entra en un terreno más dudoso es escribir por encargo una obra que saldrá publicada con la firma de otro: el verdadero negro literario es el que desaparece como autor y vende su autoría a otro. El caso más conocido es seguramente el de Alejandro Dumas y su factoría de escritores en la sombra, entre los que destacó Auguste Maquet. La maledicencia y el humor popular acuñaron algunas falsas anécdotas a este respecto, como la que cuenta que Dumas se encuentra con un amigo y le pregunta si ha leído su último libro y éste le contesta: "Sí, ¿y tú?". Sin embargo, en ocasiones es absolutamente necesaria la figura del escritor profesional. Me refiero sobre todo a las autobiografías de actores, politicos o celebridades de cualquier tipo que pueden ser los mejores en su terreno, pero que no tienen por qué saber escribir. En esos casos, se recurre a un profesional que  partiendo de los papeles del personaje en cuestión o a través de entrevistas sea capaz de redactar unas "memorias" mínimamente legibles. Este tipo de trabajo -nada fácil, por otra parte- suele estar bien remunerado y el escritor o bien se aviene a que su nombre se omita del todo en los créditos, o se conforma con una mención del tipo "con la colaboración de...". No obstante, cuesta creer que el público se trague que ciertos personajes hayan sido capaces de escribir por sus propios medios esas autobiografías. Aunque algunos de ellos se empecinan en fingirlo. Resulta especialmente gracioso, por ejemplo, leer en las primeras páginas de la de Tony Blair, A Journey -máxime después de haber visto la película de Polanski, que se basa de manera tan descarada en este político- su descripción de cómo ha escrito el libro "en cientos de blocs de notas", absorto en su tarea hasta el punto de "rechazar llamadas " e incluso, al final, de "prescindir hasta de mi Blackberry". Creo que su negro debe haberse divertido un rato escribiendo esto.
De todos modos, el oficio de negro parece estar saliendo de las cavernas. Si alguien necesita uno, en la red encontrará varias interesantes ofertas de negros literarios, como la de Escritores por encargo, que prometen hacer cualquier cosa, desde una novela hasta la historia de una empresa, con la máxima profesionalidad y sin firmar. Así, el que no escribe un libro, es porque no quiere.

Pierce Brosnan y Ewan McGregor en El escritor

viernes, 3 de diciembre de 2010

EL FANTASMA DE SHELLEY

Una página del manuscrito
de Frankenstein
Se acaba de inaugurar en la Bodleian Library de Oxford una exposición perfecta para mitómanos y para esos coleccionistas de autógrafos de los que hablaba hace poco. Lleva por título "Shelley's Ghost" y en ella se hace un recorrido por los manuscritos y objetos que se guardan en esta biblioteca -y en la New York Public Library, que colabora en esta exposición- tanto de Mary Shelley y su esposo Percy como de los padres de Mary, William Godwin y Mary Wollstonecraft, dos grandes figuras por derecho propio. Una familia llena de talento, pero perseguida por el escándalo y la tragedia. Mary Wollstonecraft, escritora y autora del revolucionario (para la época) tratado en pro de las mujeres "A Vindication of the Rights of Women" tuvo una hija fuera del matrimonio con Gilbert Imlay y se casó luego con el filósofo William Godwin, famoso por sus ideas contrarias a la Iglesia y el Estado. Mary murió al poco de dar a luz a su hija (la futura Mary Shelley), a quien Godwin educó en un estricto racionalismo. Percy Bysse Shelley fue uno de los discípulos de Godwin, pero la amistad entre ambo se acabó cuando, en 1814, Percy -que era un hombre casado- raptó a Mary Godwin, que por entonces contaba diecisiete años (luego se casarían y ella adoptaría el nombre de Mary Wollstonecraft Shelley), huyendo a Francia con ella y con su hermanastra Claire. En 1816, la esposa de Percy se suicidó y los dos amantes contrajeron matrimonio. Como en Inglaterra sus relaciones causaron el consiguiente revuelo, se trasladaron primero a Suiza, donde se harían amigos de Lord Byron (otro proscrito de la sociedad británica) y pasarían con este y con su médico, Polidori, un frío y lluvioso verano a orillas del lago Leman, el llamado "año sin verano", para trasladarse luego a Italia. Durante esos meses se gestó el relato que haría inmortal a Mary, Frankenstein. La exposición que ahora se abre incluye entre otros tesoros el manuscrito de esta obra, así como el cuaderno de notas de Shelley, una carta de Keats a Shelley, el diario de William Godwin y el catalejo que se supone llevaba consigo Shelley cuando en 1822 se ahogó en el golfo de La Spezia. Aquí se pueden ver algunas fotos de la exposición. La vida de Mary estuvo llena de pérdidas: además de una hija que nació muerta antes de contraer matrimonio con Shelley, tuvo otros tres hijos, dos de los cuales murieron muy pequeños, antes del accidente que le costó la vida a su marido. Entonces regresó a Inglaterra con el último de ellos, donde se ganaría la vida escribiendo y se esforzaría por publicar la obra de su difunto marido. Paralelamente a esta exposición se ha publicado un libro que lleva el mismo título y que disecciona los destinos de esta curiosa, brillante y tan desgraciada familia.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DESTRIPANDO A DICKENS

Si mi alma bibliófila se retuerce cada vez que ve un libro roto, maltratado o destruido, es fácil imaginarse la desazón que me ha causado la oferta que -sin ningún rubor ni remordimiento aparente- se hace en la web de Wondermark. Al parecer, estos señores se especializan en reutilizar, con diferentes leyendas y en contextos distintos, ilustraciones de libros decimonónicos. De hecho, fue a través de alguno de sus divertidos Christmas "antinavideños" que llegué hasta ellos, y hay que reconocer que sus cómics y las camisetas que ofrecen en su web son estupendos. Sin embargo, se me han puesto los pelos de punta al enterarme de que, para obtener las imágenes que luego manipulan, su procedimiento habitual consiste en destripar hermosos libros antiguos -en general de autores como Dickens, para más inri-, tomar las ilustraciones y descartar el resto (total, sólo es texto). Astutos comerciantes como sin duda son, se les ha ocurrido ofrecer esos cientos y cientos de páginas que les sobran "para proyectos de manualidades, papier-mâché o collage". Tal como su propaganda indica, se trata de páginas procedentes de ediciones hechas entre 1890 y 1900, con una "preciosa tipografía y delicadamente envejecidas, en un papel fino y fuerte". O sea, por unos pócos dólares, puedes recibir en tu casa unos cientos de páginas de una preciosa edición victoriana de Barnaby Rudge, por ejemplo (véase la foto) y emplearlas para hacer cualquier birria de papier-mâché. Se me revuelven las tripas.