John F. Peto

John F. Peto
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martes, 31 de mayo de 2022

EL SÍNDROME DEL LECTOR LLEGA A SUS PANTALLAS


Mis fieles lectores recordarán seguramente mi insistencia en que no hay que dejarse llevar por la novedad, que los libros, si valen la pena, tienen una vida larga y en ocasiones incluso reaparecen cuando unos menos se lo espera. Sabrán asimismo que, hace unos años (cinco nada menos), recogí en un libro los artículos que estimé más interesantes de este blog, una recopilación que Trama Editorial tuvo a bien publicar -en una edición preciosa, por cierto- con el título de El síndrome del lector. El libro ha tenido, como era de esperar -los enfermos de la lectura no somos tantos-, una difusión modesta, pero ha ido haciendo su pequeño camino en el que, quiero imaginar, ha ido encontrando lectores. Prueba de que los libros cobran una vida propia es que hoy, en el telediario de las tres, el de Ana Blanco, en medio de un reportaje sobre la Feria del Libro de Madrid, ha aparecido de repente, en primer plano, mi discreto Síndrome. No sé si el libro se habrá ruborizado, pero su autora sí. Ha sido una maravillosa sorpresa que quería compartir con todos aquellos que pasan por aquí. ¡Larga vida a los libros, y a sus lectores, que son quienes los mantienen con vida!

 


martes, 13 de junio de 2017

LIBROS Y FERIAS



En castellano, el término "feria" tiene un doble sentido. Por un lado, es un lugar donde se exponen productos para vender, generalmente en un día o días señalados; se emplea para mercados de todo tipo, desde ferias de ganado a ferias tecnológicas. Por otro, remite a un evento más festivo. Como dice el diccionario de la RAE, una feria es también un "Conjunto de instalaciones recreativas, como carruseles, circos, casetas de tiro al blanco, etc., y de puestos de venta de dulces y de chucherías, que, con ocasión de determinadas fiestas, se montan en las poblaciones". Algunas veces, las ferias tienen un poco de ambas cosas: los avispados negociantes aprovechan la afluencia de público para ofrecer diversiones, comida y bebida, además de las mercancías que son el objetivo del evento. Por lo que se refiere a los libros, Ferias del Libro hay muchas, repartidas por toda nuestra geografía. En general, se llevan a cabo aprovechando la llegada del buen tiempo, que permite poner tenderetes al aire libre, en lugares de paseo donde la gente, además de tomar el fresco o sentarse en un chiringuito a beber unas cañas, puede detenerse a hojear los libros allí expuestos y, quién sabe, incluso comprarlos.  Por su tamaño y su variedad, la Feria del Libro de Madrid es una de las más notables y representativas, además de una de las más antiguas, ya ha superado los tres cuartos de siglo de existencia. Y por estar ubicada en el Retiro, claro, un lugar maravilloso donde siempre apetece perderse un rato.


Así lucía la Feria del Libro en 1933

En Barcelona, Sant Jordi es un día multitudinario y lleno de vitalidad, donde los libros, lejos de quedarse en un territorio delimitado, invaden todo el centro de la ciudad. Y el público, ese día, deja sus tranquilos barrios para callejear por ese núcleo, donde pronto no cabe un alfiler (si han intentado un 23 de abril bajar por las Ramblas, sabrán lo que es eso). Sin embargo, los tenderetes de Sant Jordi, en su mayoría, tienen todos los mismos libros: el último bestseller, el último engendro de un presentador de televisión o de un político (que ellos no han escrito, por supuesto). Como ese día todo aquel que no pisa una librería en su vida acude al reclamo de la tradición y se siente obligado a adquirir un libro -sin más criterio que "lo que suena"-, los libreros intentan captar a este público tan heterogéneo. "Lo que suena", "lo que se lleva" acaba dominando la selección. La Feria de Madrid, en cambio, tiene varias ventajas. No hay rosas, de acuerdo. (En cierto modo, menos mal, porque el calor de los junios madrileños no les sentaría demasiado bien.) Pero hay casetas de librerías, de editoriales, de distribuidoras. Incluso de organismos de esos que, en la vida cotidiana, uno sabe que existen, pero no se topa nunca con ellos. Como el Boletín Oficial del Estado, o el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (por cierto, no dejen de visitar la caseta de este último: hay verdaderos tesoros, que raramente se encuentran en librerías convencionales). Además -y en eso es casi el reverso de Sant Jordi- los editores aprovechan para traer su fondo. Si llevas todo el año buscando un libro de un pequeño editor que distribuye poco y mal, aquí es el lugar y el momento para encontrarlo. Mucha gente aparece en la Feria con un papel arrugado donde tiene esa lista de libros esquivos que espera hallar por fin. Y aún hay más y mejor: te atenderá personal experto, libreros o editores que conocen a fondo lo que publican, con quienes se puede hablar alegremente de si el último libro de tal autor es mejor que el primero, o pedirles consejo sobre un autor finlandés del que nada sabes, pero cuyo nombre te suena tan bien. No sólo es posible deambular, hojear, leer los textos de contra, pasar de una caseta dedicada al esoterismo a otra especializada en literatura militar o en novelas del XIX, sino que -a menudo- tienes ocasión de conocer a los editores que, el resto del año, están sentados en sus despachos, pero que no quieren perderse esta cita primaveral con sus lectores. También hay, no podía faltar, una nutrida representación de autores, firmando o intentando que les pidan una firmita. Ocasión perfecta para comprobar que los escritores son de carne y hueso, e incluso a veces simpáticos. ¿Puede algún bibliómano resistirse a tantos atractivos juntos? No, rotundamente, no.


En la Feria, tras el mostrador

Este año, esta bloguera ha tenido el honor de estar, por una vez, al otro lado del mostrador, firmando y departiendo con sus lectores. ¡Una experiencia memorable! Mi agradecimiento a mi editor, que se prestó a organizarlo, y a la Librería Pasajes, que me acogió una tarde. La Feria de Madrid ya acabó, pero vuelve el año próximo. Mientras, tenemos las librerías. Para los lectores, comprar libros es una actividad de todo el año.


La caseta de Trama Editorial, con El síndrome del lector bien visible




jueves, 6 de octubre de 2016

LOS LIBROS SALVAJES

Con el otoño, llega una de las citas bibliófilas del año, la "Fira del llibre d'ocasió antic i modern", al Paseo de Gracia de Barcelona. Por más que me haya prometido refrenarme y no añadir aún más libros a las pilas de los que esperan ser leídos, es ineludible que me pase por allí. No es que confíe en encontrar algo concreto -aunque una siempre tiene la esperanza de descubrir inopinadamente aquel libro inencontrable que lleva tanto tiempo persiguiendo-, es más bien un recorrido de orden estético, para deleitarme en volúmenes que seguro no compraría nunca, pero que provocan mi admiración, ya sea por su rareza, por su antigüedad, por su encuadernación; porque rebuscar entre los ejemplares que atestan las paradas me trae continuos recuerdos de libros que he leído, autores tal vez olvidados, temas que despiertan mi curiosidad. Siempre hay gente, jóvenes y viejos, desde estudiantes que buscan una edición barata de los libros que les han recomendado en el instituto, hasta ávidos coleccionistas que, tras alguna presa difícil, husmean y se meten por todas partes, observando con desconfianza a sus posibles rivales. Personajes en los que me parece ver un trasunto de los bibliófilos del XIX, como Charles Nodier, de quien dice Andrew Lang (en un artículo publicado por la revista Texturas):
Charles Nodier
 "...era pobre, pero nunca vacilaba ante un precio que estuviese por encima de sus posibilidades. Se arruinaba literalmente acumulando una biblioteca y luego reconstruía su fortuna vendiendo sus libros. Nodier pasó su vida sin un Virgilio, porque nunca consiguió encontrar el Virgilio ideal de sus sueños: un ejemplar limpio, intonso, de la edición 'buena' de Elzevir, con la errata y los dos pasajes en letras rojas. Tal vez este fracaso fuese un castigo divino por la triquiñuela con la que engatusó a cierto coleccionista de biblias. Se INVENTÓ una edición, y puso al coleccionista sobre su pista, que éste siguió en vano, hasta que murió, enfermo de esperanzas diferidas."  

 No encontrándome, por fortuna, aquejada por esa rara enfermedad que lleva a los hombres a dejarse la vida y la fortuna en la adquisición de libros, mi deambular por esta feria se parece más a la visita de una galería de arte, o de un parque natural. En momentos así, hago mía esta perspicaz reflexión de Virginia Woolf:
"Los libros usados son libros salvajes, sin hogar, han llegado juntos en vastas bandadas de variado plumaje y tienen un encanto del que carecen los libros domesticados en las bibliotecas".
Pues creo que, en gran parte, en eso reside el encanto de las librerías de segunda mano: son libros no domesticados, a los que podemos dar caza, si queremos, o quedarnos simplemente admirando su vuelo y su plumaje. Como los patos salvajes, nos preguntamos de dónde vendrán, que tierras habrán recorrido antes y dónde acabará su periplo. Abrimos uno al azar y vemos un nombre y una fecha: ¿dónde parará este desconocido dueño? Los libros salvajes, a diferencia de los de nuestra biblioteca, tienen cada uno su propio olor. No sólo el familiar olor a libro viejo: si acercamos la nariz, uno huele levemente a humedad (tal vez unas manchas amarillentas los corroboren), otro a tabaco (estuvo en la biblioteca de un gran fumador), otro... quién sabe. Si nos hacemos con ellos y se convierten en libros domesticados, no les quedará otro remedio que adoptar el olor de sus compañeros; es sabido que el ave nueva en un corral debe someterse a los dictados del grupo. Tal vez es mejor dejarlos en libertad, para que sigan yendo de aquí para allá, de tenderte en tenderete, de mano en mano, libros salvajes que nos hacen soñar y que, aunque sea por un momento, nos parecen más atractivos que los que, domesticados, nos esperan en nuestra biblioteca.
 
 
 

martes, 2 de junio de 2015

NOCIONES DE ETIQUETA PARA LECTORES


En estos días se suceden las Ferias del Libro en diversos lugares de nuestra geografía, con lo que ello implica de sesiones de firmas y fiestas literarias. Es muy posible, pues, encontrarse en la comprometida situación de tener que tratar con algún escritor. Parece sencillo, ¿verdad? Error. Si no quieres meter la pata, si no quieres granjearte el odio eterno de tu autor favorito, será mejor que tengas en cuenta ciertas normas de etiqueta.

Para las firmas de libros
  • El libro en cuestión debería ser un ejemplar nuevo y recién comprado, a ser posible en la misma caseta o librería donde se produce el evento. Traer consigo de casa el ejemplar ya ajado de la primera novela del escritor, con la excusa de que "es uno de mis libros favoritos" puede  resultar enternecedor para el autor (aunque, créanme, lo que él quiere de verdad es que le compren su nueva novela), pero el librero te echará miradas de odio, o incluso alguna maldición. Uno de los casos más extremos de esta falta de modales lectores que he podido presenciar fue el de una señora que, un día de Sant Jordi, se presentó en la caseta donde firmaba Eduardo Mendoza con un carrito en el que llevaba la práctica totalidad de sus novelas, que según dijo llevaba años coleccionando. Él es un santo y creo que las firmó, pero deberían haber visto las miradas del librero y los improperios de las personas que estaban detrás en la cola.
  • Lo que nos lleva al punto siguiente: se trata de que el autor estampe su firma y una dedicatoria, no de que escriba páginas y páginas. Resulta de mala educación quejarse de que la dedicatoria que le hizo a Fulanito era más larga.
  • Tampoco es de recibo quejarse de la letra del autor. Preguntas como "¿Aquí qué pone?" al recibir el libro dedicado están de más. Es verdad que quizás este escritor tiene una letra infame, pero afortunadamente sus libros no los escribe a mano.
  • Los autores están muy agradecidos de que les pidas autógrafos y, sobre todo, de que alguien compre su libro (viven o pretenden vivir de ello, no hay que olvidarlo). Eso no quiere decir que tengan intención de convertirse en tu mejor amigo. No aproveches para explicarles tu vida, ni les enseñes fotos de tu gato. Para eso tienes Facebook.



Conversación con autores

Vamos a partir de la base de que, si se da el caso de que entablas conversación con un escritor, sabes con certeza de quién se trata. Porque el ego de los artistas es muy frágil y lo peor que puedes hacer es confundirlos con otro. Que te pases el rato ensalzando las novelas del autor X, para descubrir luego que él no es X, sino Y, puede resultar devastador para ambos. No digamos si el escritor en cuestión detesta la obra de X. Bien, pues suponiendo que has conseguido ponerle el nombre correcto a esa cara, hay algunas cosas que debes evitar:
  • Hablar de la competencia (o sea, cualquier otro escritor que no sea él mismo). Aunque sea mal.
  • Hablarle de una novela que escribiste hace años y tienes en un cajón. Al escritor eso no le interesa nada. Además, si sospecha que sólo te has acercado a él para intentar que él te recomiende a su editor, puedes estar seguro de que te pondrá en su lista negra particular.
  • Decirle acerca de su libro (que no has leído) que es "interesante". Lo siguiente que te preguntará es qué exactamente te pareció interesante y estarás perdido. Marcel Proust solía quejarse de que la gente que le hablaba de sus libros solían cometer continuamente errores que probaban que, o bien los habían olvidado, o nunca los habían leído. Una técnica bastante buena para salir del atolladero es decir que acabas de comprar su novela y la tienes como próxima lectura.
  • Preguntarle qué tal van las ventas. Tanto si van bien como si ha vendido cuatro ejemplares, habrás metido la pata. En este último caso, es evidente por qué. ¿Y si el libro es un éxito? Probablemente no le parezca éxito suficiente. Puedes estar seguro de que guarda algún resentimiento para con el distribuidor o con el encargado de marketing, que procederá a contarte con todo detalle.
Si sigues estas normas con atención, saldrás airoso de casi todas las situaciones. Ahora ya puedes encaminarte a la Feria del Libro más próxima y ¡a triunfar!

domingo, 1 de marzo de 2015

DESCUBRIENDO A RAYMOND CARVER


 
Todos los americanos de determinada edad recuerdan con exactitud dónde estaban cuando supieron la noticia del asesinato de Kennedy. O, si son más jóvenes, qué hacían el 11 de septiembre de 2001. Aquí, cualquiera que tuviera edad de razonar en esa época recuerda lo mismo sobre el asalto al Congreso del 23-F de 1983. Igual que ciertos acontecimientos históricos detienen el tiempo y nos sirven para realizar una foto fija que inmortaliza aquel instante, mientras que el resto de los que le precedieron y le siguieron han caído irremisiblemente en el olvido, existen algunos libros, algunos autores (muy pocos), cuyo descubrimiento nos deslumbra de tal modo que podemos recordar perfectamente en qué momento y en qué circunstancias los leímos por primera vez.
Quizás este tipo de epifanías -como diría James Joyce- sean más frecuentes en la adolescencia, cuando todo es nuevo y todo provoca asombro. También es cuando la mayoría de los lectores suelen acceder a los grandes maestros de la literatura (aunque estas revelaciones no tienen porqué coincidir con grandes nombres). A medida que crecemos como lectores, que conocemos más y más autores y maneras de escribir, la sorpresa y el gozo del descubrimiento pierden su filo. Por eso mismo,  las revelaciones que experimentamos como adultos nos deslumbran aún más. Seguro que cualquier lector puede citar alguna, aunque probablemente no más de dos o tres, porque son raras.
Por mi parte, recuerdo como si fuera hoy el día que descubrí a Raymond Carver. Tengo ahora mismo en la mano la publicación que fue responsable: un número de la revista Granta de 1983, titulado Dirty Realism. New Writing from America.
 
 
 
Lo compré, lo sé aún muy bien, en una Feria del Libro de Madrid, junto con uno o dos números más de la revista; eran todos ellos números atrasados, porque recuerdo que estaban de oferta. Corría el año 1985 o 1986. No sabía yo en aquel momento -tampoco lo debían de saber sus editores- que con el tiempo este número adquiriría dimensiones casi míticas. Si repaso el índice, encuentro lo que parece una nómina de grandes autores americanos de finales del siglo XX: Richard Ford, Jayne Anne Phillips, Raymond Carver, Bobbie Ann Mason, Tobias Wolff... Sé que leí la revista de cabo a rabo, y sin duda todas las ficciones causaron su impresión. Pero Raymond Carver me dejo, casi literalmente, sin aliento. Recuerdo haber pensado "nunca he leído nada igual, nadie escribe así". Y era cierto. Carver. como hacen todos los grandes escritores, me desveló una nueva forma de contemplar la realidad.
En su introducción, dice el editor Bill Buford:
Parece que una nueva ficción está emergiendo de América, y es una ficción de un tipo peculiar y persistente. No sólo no se parece a nada de lo que hoy se escribe en Gran Bretaña, sino que es considerablemente diferente de lo que por regla general se supone que es la ficción americana. No es heroica ni tiene visos de grandeza: la ambiciones épicas de Norman Mailer o de Saul Bellow resultan, por contraste, hinchadas, extrañas, incluso falsas. No es conscientemente experimental, como tantos de los escritos -etiquetados según los casos como "posmodernos", "poscontemporáneos" o "deconstruccionistas"- que se publicaron en la década de los sesenta y los setenta. La obra de John Barth, William Gaddis o Thomas Pynchon parece pretenciosa comparada con ella. No es una ficción que pretenda hacer una vasta afirmación histórica.[...] 
Se trata de un curioso realismo sucio, que refleja la cara oculta de la vida contemporánea, pero es un realismo tan estilizado y particularizado -tan insistentemente informado por una ironía inquietante y a veces elusiva- que hace que las novelas realistas más tradicionales, digamos las de Updike o Styron, parezcan ornamentadas, incluso barrocas comparadas con él. [...] Es, como Frank Kermode ha observado acerca de Raymond Carver en particular, una "ficción tan sobria en sus formas que se necesita un tiempo para darse cuenta de hasta qué punto incluso el esbozo en apariencia más leve representa la totalidad de una cultura y de una condición moral".
Han transcurrido más de treinta años y el "realismo sucio" ha pasado a ser una corriente literaria más de las que informaron los últimos años del siglo XX. Todo el mundo ha podido reconocer la grandeza de Carver, muchos le imitaron y muchos otros, después, intentaron alejarse de su estilo. Pero su magisterio permanece. Hoy, Carver vuelve a estar de moda gracias a una oscarizada película, Birdman, en la que un actor en horas bajas decide poner en escena una obra basada en una de sus inmortales historias. Ojalá que el brillo de Hollywood consiga que mucha gente que tal vez nunca le ha leído descubra de nuevo a Carver y quede de nuevo maravillada por él.
 
Riggan Thompson, el ficticio actor que encarna Michael Keaton,
empeñado en representar una versión teatral de
"De qué hablamos cuando hablamos del amor" de Carver
 
 

martes, 12 de octubre de 2010

HIELO Y FUEGO


La tumba de Borges en Ginebra.
(Foto cedida por Musa Ammar Majad)

Para cerrar esta serie de entradas dedicadas a la Feria de Frankfurt, una anécdota. El país invitado en 2010 ha sido Argentina, y en 2011 será Islandia. Como es costumbre, en el curso de esta feria se llevó a cabo un acto en el que el país invitado de este año cedía el testigo al del próximo. Los programas anunciaban  que la ceremonia giraría en torno a "los lazos literarios que unen a Argentina e Islandia". ¿Lazos literarios? A priori, no resulta fácil imaginar cuáles pudieran ser. Sin embargo, los argentinos lograron hacer la conexión, apelando a ese grande de sus letras, Jorge Luis Borges. Y es que la última gran traducción de Borges fue la del poema islandés del siglo XIII, la Edda de Snorri Sturluson, escrita en un momento en que el islandés era muy similar al anglosajón antiguo. Un lenguaje que Borges estimaba tanto que en su tumba hay grabada una frase -"and ne forthedon ná" (algo así como "y no temerán nada")-, que procede del antiguo poema inglés "La batalla de Maldon".

Veremos qué sorpresas nos depara el protagonismo de Islandia en la Feria de 2011, un país que en estos momentos cuenta sin duda con más escritores policiacos por metro cuadrado que ningún otro. Un fenómeno curioso, si se tiene en cuenta que la tasa de homicidios por año en Islandia es de no más de uno. Y encima, lo más probable es que ese único cadáver no sea consecuencia de un maquiavélico plan cuidadosamente diseñado (como quisieran las novelas), sino de una riña entre borrachos.
Para saber más sobre ese país de hielo y fuego, dos libros imprescindibles: Cartas de Islandia, de W.H. Auden y Louis MacNeice, el singular viaje de dos poetas ingleses en la década de 1930 y -más cercano a nosotros en tiempo y espacio- La isla secreta: un recorrido por Islandia, de Xavier Moret.

domingo, 10 de octubre de 2010

FERIA DE FRANKFURT: FAQ

Es sin lugar a dudas la Feria del Libro con mayúsculas, la más grande y la más importante del sector, donde se dan cita todas las nacionalidades y todos los tipos de edición (literaria, de arte, técnica, religiosa, infantil, cómics, audiolibros, libros electrónicos y un largo etcétera). Las estadísticas por sí solas ya dan un poco de vértigo -7.500 expositores, pertenecientes a más de 100 países, y un total de visitantes que supera los 300.000-, pero para el que no haya estado allí cuesta imaginarse lo gigantesca que resulta. Las distancias, por ejemplo, son enormes: dividida en grandes pabellones, para trasladarse de uno a otro conviene optar por la "via mobile" (como en los aeropuertos) o por los autobuses que hacen de forma incesante la conexión entre ellos, si no se quiere acabar agotado al final de la jornada. Aún así, llegar desde la entrada principal al pabellón más alejado, el 8, supone fácilmente unos veinte o veinticinco minutos a pie. 

Los que sólo oyen hablar de esta Feria en las noticias suelen hacerse una idea un tanto vaga de lo que todo esto representa. Me he permitido por lo tanto elaborar una pequeña lista de FAQ, que confío aclaren algo algunas ideas falsas que la gente suele hacerse.
-¿Se venden muchos libros en la Feria de Frankfurt?
Rotundamente, no. Es más, la venta de libros está prohibida, a excepción del último día de feria (antes estaba prohibida siempre, pero los organizadores tuvieron que rendirse ante la evidencia de que la mayoría de los expositores no deseaban acarrear de vuelta a casa los libros que habían traído y acababan regalándolos o vendiéndolos bajo mano). Aunque los stands están llenos de libros, son sólo de muestra, pues la Feria de Frankfurt es una feria de derechos, en la que lo único que se negocia es la propiedad intelectual sobre las obras. Es una feria para profesionales del sector, no para el público comprador de libros.
-Si soy un escritor, ¿puede ser la Feria una buena oportunidad para encontrar un editor?
No, mejor olvídate de eso. A Frankfurt los editores van a negociar con otros editores (de otros países, habitualmente) y con agentes. Pero no es el momento ni el lugar para presentarles un manuscrito. Los editores que asisten a la Feria suelen tener la agenda llena de citas, y no tienen tiempo material de atender a autores noveles.
-¿Cuál es el papel de los agentes en la Feria?
Podríamos decir que Frankfurt representa uno de los momentos álgidos en la actividad de los agentes literarios. En un inmenso Agent's Center, una sala llena de mesitas ordenadas en filas y numeradas, se sientan cientos de agentes, que durante todo el día va recibiendo a editores de todo el mundo. En una especie de curioso "speed-dating", cada media hora tienen ante sí a un editor distinto, al que intentan convencer de las bondades de los autores a los que representan y conseguir así que adquiera los derechos de edición. Esto, claro, siempre que no estemos hablando de autores de grandes ventas, en cuyo caso se invierten las tornas y son los editores los que tratan de persuadir al agente -por regla general mediante una oferta con muchos ceros- de que ellos son la mejor opción.  
-¿Es posible visitar la Feria si no se es profesional?
En principio, hay que pertenecer a algún estamento relacionado con el negocio del libro para entrar en la Feria (siempre previo pago de entrada, desde luego). Sin embargo, el fin de semana se permite la entrada del público en general. Y no resulta tampoco difícil conseguir una entrada entre semana, ya que las categorías profesionales que tienen cabida son tan amplias (libreros, bibliotecarios, traductores, maestros...) que casi cualquiera puede afirmar pertenecer a alguna. Eso sí, las entradas son caras.


En cualquier caso, la Feria de Frankfurt 2010 cierra hoy sus puertas. Atrás quedan muchos encuentros, muchos descubrimientos, muchas compras y muchas ventas. Sus resultados llegarán seguramente a nuestras librerías en los próximos meses, y entonces se verá si los elogios de tal o cual agente eran justificados, o si las cantidades astronómicas pagadas por determinados autores se traducen en ventas igualmente estratosféricas. Y así, hasta el año que viene.

martes, 5 de octubre de 2010

FERIA DEL LIBRO DE FRANKFURT, 1564

Catálogo de la Feria de Frankfurt de 1573
Está a punto de inaugurarse la Feria del Libro de Frankfurt, la más grande de las Ferias del Libro y también la más antigua. Porque "sólo" han pasado 61 años desde que se reanudara tras los descalabros de la Segunda Guerra Mundial, pero desde el siglo XVI esta ciudad junto al río Main reunió a los editores y comerciantes del libro de toda Europa -ahora el alcance es global- y se convirtió en el centro del comercio del libro impreso (no en vano Gutenberg tenía su taller a pocos kilómetros de allí). A los sufridos editores que estos días se arremolinan en las entradas y corren pasillos arriba y abajo debería servirles de algún consuelo recordar que, en aquellos tiempos, la feria tenía lugar dos veces por año, por Cuaresma y por San Miguel. Frankfurt era entonces una ciudad imperial y estaba por ello libre de las complicadas tasas aduaneras y regulaciones que dificultaban el viaje y el traslado de mercancías desde otras ciudades europeas. La situación de Frankfurt, junto a un río navegable y en una importante encrucijada de caminos, la hacía fácilmente accesible desde diversos puntos de Europa: Italia, Francia, los Países Bajos...Muchos viajaban por carretera hasta Colonia y desde allí por el río hasta Frankfurt, donde se instalaban nada menos que dos semanas; durante la primera, se intercambiaban noticias y se examinaban los libros de unos y otros, mientras que durante la segunda se cerraban tratos y se ajustaban cuentas utilizando como moneda florines renanos, notas de pago o cartas de crédito. Si ahora los editores se quejan de haber de permanecer en la feria de miércoles a domingo, imagínense lo que era en aquellos tiempos.
El volumen de libros también ha aumentado notablemente, por supuesto. El primer catálogo impreso que se conoce de esta Feria data de 1564 y contiene 256 libros impresos en diecinueve ciudades, entre ellas algunas tan alejadas como Coimbra o Budapest. Algo de camino se ha recorrido desde entonces, pues la feria actual expone más de 400.000 títulos. Pero lo que no ha variado es la naturaleza humana: ya en aquellos inicios hizo su aparición la piratería, en forma de imitaciones del catálogo, hasta que el ayuntamiento de Frankfurt tomó cartas en el asunto y produjo en 1598 el primer catálogo oficial de la feria. Nada que ver, seguro, con el actual.
Una (pequeña) parte de los edificios de la Feria de Frankfurt.