John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 29 de junio de 2011

10 REGLAS PARA ESCRIBIR

Naturalmente, reducir el arte de la escritura a una serie de reglas, y pensar que si las cumples ya lo tendrás dominado es una solemne tontería. Sin embargo, si les llamamos "Consejos de escritores para escritores" la cosa ya parece más plausible. En todo caso, Elmore Leonard está a punto de publicar un libro que se titula así, 10 reglas para escribir y, con ese motivo, The Guardian  ha llevado a cabo una encuesta entre varios escritores anglosajones -entre ellos Margaret Atwood, Roddy Doyle, Richard Ford o Jonathan Franzen-, cuyos resultados merece la pena comentar. No todos han respondido, o al menos no han respondido dando 10 reglas. Philip Pullman,  drástico, dice: "Mi regla principal es decir que no a cosas como esta, que me tientan a abandonar lo que es mi trabajo." Helen Simpson, por su parte, responde: "Lo más parecido que tengo a una regla es un post-it en la pared frente a mi escritorio que dice Faire et se taire (Flaubert), que traduzco para mí misma como 'Cállate y a lo tuyo'." Los demás cubren un amplio abanico de respuestas, desde las más largas y detalladas a las más concisas. Entre estas últimas, las de Richard Ford destacan por su laconismo y por su orientación práctica:
-No tengas hijos.
-No leas tus críticas
-No bebas y escribas al mismo tiempo
Y es que no todos se lo han tomado como una invitación a explicar los arcanos de la escritura (cosa imposible, por otra parte). Hilary Mantel recomienda: "¿Te tomas en serio lo de escribir? Entonces, búscate un contable." A menudo, el espíritu del autor se hace patente en sus consejos, como es el caso de la primera regla de Roddy Doyle: "No coloques una foto de tu autor favorito sobre tu escritorio, especialmente si es uno de esos famosos autores que acabaron suicidándose." O de Joyce Carol Oates, que  mezcla realismo e ironía para decir: "No intentes pensar en un 'lector ideal': es posible que exista, pero él/ella estará leyendo a otro." Anne Enright, después de afirmar que "Los primeros doce años son los peores", sigue, implacable, afirmando que : "Sólo los malos escritores creen que su obra es realmente buena". Diana Athill, por su parte, ofrece un consejo fundamental -"Corta (quizás debería ser CORTA). Sólo eliminando todas las palabras que no son esenciales puedes hacer que cada palabra esencial cuente"-, tanto que el mismo aparece de una u otra forma en varias de las respuestas. Igual que el de Esther Freud: "Una historia necesita ritmo. Léela en voz alta para ti mismo. Si no suena bien, le falta algo." La conclusión que se saca de todos ellos es que el mejor consejo para escribir es, sin duda, escribir. Mucho y de manera regular. Y tener una papelera bien cerca.
Elmore Leonard finaliza sus 10 reglas así: "Mi regla más importante es una que resume las otras 10: si suena a algo escrito, lo reescribo."

lunes, 27 de junio de 2011

UN BUEN PARTIDO

Que una novela de 1350 páginas vaya encabezada por dos citas de Voltaire aparentemente contradictorias (sólo aparentemente): "Lo superfluo, esa cosa tan necesaria... " y "El secreto para ser un pelmazo consiste en decirlo todo" puede desorientar al lector, ya bastante agobiado por el peso del mamotreto que tiene entre las manos. Sin embargo, ambas citas son sumamente pertinentes, porque Un buen partido es una novela total, decimonónica, que como la vida lo abarca todo y es a la vez profunda y detallada. Como dice uno de sus críticos, "Nos habla de la reforma agraria, la descentralización, la poesía, la fabricación de calzado, la música, la juventud y el amoir. Intensa, evocativa y primorosamente escrita." Y yo añadiría que todos esos temas, y muchos más que se deja, acaban interesándonos por igual. En esencia, es la historia de una familia en la India de los años posteriores a la Partición, pero no se imaginen grandes masas de refugiados y dramas sin cuento. Lo que les ocurre a su vasto elenco de personajes -unos personajes que pronto se convierten en amigos, y que lamentamos perder de vista al finalizar esas demasiado breves 1350 páginas- lo podríamos haber vivido cualquiera de nosotros, salvando algunas diferencias culturales. Como en las obras de Dickens, todo lo humano está ahí, y nada de ello nos es ajeno. Para mí, es lo mejor que ha escrito Vikram Seth -espero con ansia la prometida continuación de Un buen partido, que se rumorea estará lista para 2013-, un escritor de gran altura, pero que no se prodiga mucho. Poco, pero bueno.
La lectura ideal para las largas tardes de verano. Llevárselo de vacaciones puede significar sacrificar parte del espacio de la maleta, ya de por sí muy llena habitualmente, pero son tantos los ratos agradables que proporciona, que el esfuerzo vale la pena. Aunque si algún libro debiera estar en versión electrónica es este, para acabar de convencer a lectores reticentes a deslomarse acarreándolo. Incomprensiblemente, no está disponible en ese formato, ni en español ni en inglés. Misterios del mundo de la edición.

viernes, 24 de junio de 2011

DOS NOTICIAS SOBRE DARWIN

Charles Darwin es uno de los personajes del siglo XIX que me resultan más simpáticos y cercanos. Más allá de su Origen de las especies, cuya importancia capital en el estudio de la evolución humana queda fuera de toda duda, a mí lo que siempre me ha fascinado es ese larguísimo viaje  que le llevó a circunnavegar el globo durante cinco años. Hay que imaginarse lo que debió ser para un joven naturalista de 22 años recién salido de Cambridge tener la oportunidad de embarcarse como "gentleman companion" -qué bonito concepto; si hubiese vacantes de eso, me apuntaría corriendo- de Robert FitzRoy, capitán del Beagle. De este viaje Darwin diría más tarde, con toda la razón, que fue el acontecimiento más relevante de su vida y que había determinado toda su carrera. Durante esa travesía,
además de observar y coleccionar especímenes de animales, piedras y plantas, Darwin escribió cientos de cartas -a su familia y a algunos colegas científicos, como su profesor de botánica John Stevens Henslow- en las que, mezclando observaciones científicas con reflexiones personales, da cuenta de sus experiencias, algunas tan turbadoras como contemplar cómo un terremoto devasta una ciudad entera, o tan emocionantes como aprender a cazar avestruces a caballo.  
Esas cartas, en las que estoy segura se inspiró Patrick O'Brian para su estupenda serie de novelas de aventuras náuticas -de las que yo ya era fiel seguidora antes de la película Master and Commander-, y en especial para componer el personaje de Stephen Maturin, se pueden consultar ahora online. A su regreso a Inglaterra, Darwin abandonó por completo los viajes -en parte debido a la mala salud que le afligió durante gran parte de su vida- y permaneció la mayor parte del tiempo recluido en su casa de Downe, al sur de Londres, aunque no dejó nunca de investigar y de llevar una vida intelectualmente muy activa. Como es natural, Darwin acumuló una considerable biblioteca científica. Una de las noticias que quería comentar aquí es que, gracias al esfuerzo conjunto de varias entidades (entre ellas la Universidad de Cambridge y el Museo de Historia Natural americano), se ha conseguido digitalizar esta biblioteca, y eso incluye la transcripción de las numerosas anotaciones que Darwin tenía por costumbre hacer en los márgenes de sus libros. Una oportunidad de otro para acceder al pensamiento de una de las mentes científicas más lúcidas de su tiempo.
La otra noticia, más frívola pero indudablemente curiosa, afecta a Darwin de un modo más tangencial. Su encabezado reza así: "Un libro de Darwin, devuelto a la biblioteca con 122 años de retraso". Se trata de una edición original de la obra de Darwin Las plantas insectívoras, que alguien había tomado prestada de la biblioteca de Camden (cerca de Sidney) en 1889.  Al parecer, la obra formó parte durante cincuenta años, de la colección de un veterinario -quien no recuerda cómo llegó a sus manos el ejemplar-, que al jubilarse donó su biblioteca a la Universidad de Sidney. Allí descubrieron que llevaba un sello de la biblioteca de Camden y decidieron devolverla a sus propietarios originales... con 122 años de retraso.

martes, 21 de junio de 2011

RECOMENDACIONES Y FUNÁMBULOS

Philippe Petit, entre las dos torres del World Trade Center
Hace poco más de un año, comencé este blog con una idea bastante clara de lo que quería comentar en él y una noción francamente vaga de cómo funcionaba esto de los blogs. En este tiempo, creo que he aprendido algo, tanto por propia experiencia como a través de mis visitas a otros blogs, sobre cómo manejarme en este mundillo. Y así, poco a poco, he ido incorporando a mi bitácora algunas innovaciones, tanto de aspecto como conceptuales. Una de ellas es "La cita de la semana"; otra, las recomendaciones de libros, que también cambio semanalmente (esta última es un añadido reciente). La verdad es que en un principio me resistía a recomendar libros, por aquello de que ya hay muchos otros blogs que lo hacen, y algunos con mucho criterio y estilo. Sin embargo, igual que la idea que subyace en todas mis entradas es compartir una serie de temas que a mí me interesan, siempre relacionados con los libros, pensé finalmente que era una tontería no compartir también la recomendación de aquellos libros que me han gustado más o que me parecen por algún motivo imprescindibles. Últimamente, puesto que suelo actualizar tanto el apartado de recomendaciones como el de citas el mismo día, me pareció que caía por su propio peso que ambos debían ir de la mano. Es decir, que la cita debía tener algo que ver con la recomendación. Pero, para que la relación entre ellas se entienda un poco mejor -sin duda habrá visitantes que no le vean la conexión, porque no siempre la cita es del autor del libro, ahí está la gracia-, se hace necesario aportar alguna explicación. En fin, todo este preámbulo, amables lectores, para justificar que a partir de ahora a mis entradas habituales se le añadirá semanalmente un breve explicación acerca del libro recomendado.
Esta semana, aprovechando que le acaban de conceder el Premio IMPAC -un premio internacional abierto a obras escritas en todos los idiomas y patrocinado por la ciudad de Dublín y la compañía IMPAC- la elegida ha sido la novela de Colum McCann Que el vasto mundo siga girando. El hilo conductor de la obra, que sigue la vida de una serie de personajes que proceden de ambientes muy distintos y en apariencia no tienen nada en común, es ese día de 1974 en que el funámbulo Philippe Petit realizó la hazaña de pasearse sobre un cable tendido entre las dos Torres Gemelas de Nueva York.  Algunos de ellos la contemplan, otros sólo oyen hablar de ella, otros más podrían haberla visto pero estaban pensando en otra cosa y no se les ocurrió levantar la vista... Lo que hace que la novela brille por encima de otras es su extraordinario retrato de personajes, todos con una fuerza y una vitalidad poco comunes, de esos que cobran forma en la mente del lector hasta llegar a parecer personas de sangre y hueso, y la gran habilidad de su autor para estructurar la narración de manera que todos acaben ligados sin que resulte forzado. Y, cómo no, Philippe Petit y su visionaria  y arriesgadísima empresa, a la que sin embargo él no da mayor importancia. Si alguien quiere saber más sobre esta hazaña -irrepetible porque ni Petit está ya en plena forma ni, sobre todo, existen ya unas Torres Gemelas que atravesar- le recomiendo vivamente el documental Man on Wire, de James Marsh, que ganó el Oscar de esta categoría en 2008.

viernes, 17 de junio de 2011

LOS ESCRITORES Y LA BEBIDA

Fin de semana, al fin. Quien más, quien menos, aprovechará para relajarse, probablemente acompañado de un buen vaso de algo alcohólico, ya sea una simple caña de cerveza, un gin-tónic o un buen whisky de malta. Mientras degustamos estas u otras bebidas e intentamos olvidar las preocupaciones de la semana y las poco estimulantes noticias del diario, dediquemos un pensamiento a esos escritores -y fueron unos cuantos- que hicieron de la bebida casi un modus vivendi. Algunos juraban que sin alcohol eran incapaces de escribir, para otros el alcohol era más importante que la escritura, y los de más allá simplemente no podían vivir sin él. Quizá llevaban razón, o quizá era un modo de engañarse y hubieran producido obras mucho mejores de haberse mantenido sobrios. ¿Quién sabe? No somos nadie para juzgar. Posiblemente el alcohol acortó la vida de unos cuantos, pero ¡menudas juergas se corrieron entretanto! Ya lo dijo Charles Bukowski: "Si te pasa algo malo, bebes para intentar olvidarlo; si pasa algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para ver si pasa algo." Claro que todo está en la mesura, como advirtiera muy juiciosamente Dorothy Parker en su divertido poemita:

I wish I could drink like a lady
I can take one or two at the most
Three and I’m under the table
Four and I’m under the host.

(Quisiera saber beber como una dama/ Mas como mucho puedo tomar uno o dos/Si son tres, acabo debajo de la mesa/ Si son cuatro, debajo del anfitrión.)

Por cierto que ella era aficionada al Whisky Sour, que no es precisamente una bebida floja. Yo, lo confieso, acabaría debajo de la mesa antes de terminar el segundo. En fin, si están con la botella en la mano, prestos a rellanar su vaso, no digan que no se lo advertimos. Incluso Scott Fitzgerald, que acabó prácticamente macerado en alcohol, lo decía: "Primero te bebes una copa, luego la copa se bebe una copa y por fin la bebida se te bebe a ti." Si a estas alturas aún les funciona alguna neurona, ahí va una sencilla pregunta de un test sobre escritores y bebida de Amy Sedaris (que pueden escuchar completo aquí). En América suele decirse que están los grandes bebedores y luego está Jack Kerouac. Este notorio bebedor se emborrachó tanto un día que hizo una de estas tres cosas:

a) Asó, troceó y se comió un neumático de la marca Goodyear
b) Se alistó el mismo día en la Armada, los Guardacostas y la Marina mercante
c) Contrajo matrimonio con una ascensorista de 47 años que no hablaba una palabra de inglés

No es tan fácil adivinar la respuesta, ¿verdad?*

*Bien, pues es la b). Cuando despertó de la borrachera, se encontraba a bordo de un barco de la Marina mercante. Hubiera podido ser peor.

martes, 14 de junio de 2011

BIBLIOPORNO


Lo siento por los visitantes despistados que quizás accedan a esta entrada guiados por su título. Reconozco que es algo engañoso, y ya adelanto que los que busquen pornografía en ella no la encontrarán. Pueden ahorrarse seguir leyendo. Los bibliómanos, en cambio, seguramente saldrán bastante satisfechos. Se trata de una web que lleva el explícito nombre de Bookshelf Porn y que está dedicada a mostrar todo tipo de fotos de libros y librerías: libros amontonados, ordenados, desordenados, en estanterías, a veces en cantidades ingentes, otras sólo unos pocos; nuevos, viejos, abiertos, cerrados; bibliotecas públicas y librerías particulares, elegantes salones y almacenes destartalados... Libros y más libros. Merece la pena hacerle una visita.
Además de los cientos de fotos, algunas de ellas francamente buenas, incluyen de vez en cuando algún breve texto o alguna pregunta dirigida a los lectores. Encuentro particularmente sugestivo el correspondiente al 8 de febrero pasado, que explica por qué las librerías de segunda mano tienen ese olor tan agradable:
"La lignina, la sustancia que proporciona rigidez a los árboles, es un polímero cuyas moléculas están estrechamente relacionadas con la vanillina. Cuando la pulpa de la madera se convierte en papel y se almacena durante años, estas moléculas se rompen y producen un agradable olor. La divina providencia ha hecho que las librerías de viejo huelan como vainilla de la mejor calidad, produciendo así en nosotros subliminalmente el hambre de conocimiento." 
 
O esta frase de John Waters:
"Hay que convertir los libros de nuevo en algo que mola. Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no folles con él." 
 Sabio consejo, nunca te fíes de alguien que no tiene libros en casa.

domingo, 12 de junio de 2011

ADIÓS A PADDY

Ha muerto Patrick Leigh Fermor, ese grandísimo escritor. Difícilmente voy a poder decir sobre él nada mejor que lo que ha plasmado Jacinto Antón en su nota para El País. Léanla, es un bello homenaje a un hombre de cultura y de acción. Un verdadero europeo, un admirador del mundo helenístico, un escritor que es capaz de transportarte a lugares lejanos en el espacio y el tiempo y convencerte de que has estado allí. Hace un tiempo escribí una entrada sobre él. Hoy, sólo tengo ánimos para lamentar su muerte. Paddy, yo te creía inmortal. Ahora ya lo eres.

miércoles, 8 de junio de 2011

INJURIAS LITERARIAS

Que el de los escritores es un gremio en el que florecen los celos y las envidias, en que el éxito de uno tiende a levantar ronchas en los demás, no es nada nuevo. Los escritores -como la mayoría de los artistas por otra parte- tienden a tener un ego desmedido, que tolera mal la competencia. De ahí que los comentarios de un escritor sobre sus colegas vayan a menudo aderezados por algún dardo cáustico, cuando no algo peor. Algo que, desde luego, no es exclusiva del gremio de las letras; otros hay mucho más venenosos, pero no nos extenderemos aquí sobre ello, porque no acabaríamos nunca. La ventaja de estos -digamos- "juicios críticos severos" emitidos por los escritores es que, puesto que dominan el lenguaje, suelen tener una finura y una gracia malévola ausente en otros gremios. Aunque no siempre, que también hay plumíferos que no son capaces de ir más allá del vulgar insulto. Hace poco se ha publicado en Francia un Dictionnaire des injures littéraires (Diccionario de injurias literarias) que, en sus más de 700 páginas, recoge todo tipo de "perlas" de este tipo:
-Vladimir Nabokov sobre Joseph Conrad: "No soporto el estilo tienda de souvenirs de Conrad, los barcos en botella y los collares de conchas de sus tópicos románticos."
-Henry Miller sobre Edgar Allan Poe : "Detesto hasta el sonido de su nombre, Edgar Allan Poe. Es el graznido de un cuervo."
-John Dos Passos sobre Tristan Tzara : "Tzara, un rumano pálido que parecía un experto contable."
-Jules Renard sobre Stéphane Mallarmé: "Intraducible, incluso en francés."
Huelga decir que las críticas (o injurias) no se limitan al aspecto literario, sino que con frecuencia recurren a todo tipo de prejuicios para lanzarlos como proyectiles. Las mujeres, evidentemente, son un blanco fácil, pero no sólo ellas. Sobre George Sand, Flaubert dijo: "Como mujer, produce asco; como hombre, produce risa." Y Jules Renard la llamaba "la vaca bretona de la literatura." A la muerte de André Gide, Paul Claudel anotó : "Muerte de A. G. La moralidad pública gana mucho y la literatura no pierde gran cosa."
Los hermanos Goncourt eran especialmente virulentos en sus comentarios; de Verlaine dicen: "Maldito sea ese Verlaine, ese borrachuzo, ese pederasta, ese asesino, ese acojonado al que le entra de vez en cuando el miedo del infierno y se caga en los pantalones..." Por suerte, a veces -sólo a veces- el tiempo pone las cosas en su sitio y hoy de los Goncourt nadie recuerda otra cosa que el premio literario que lleva su nombre, mientras que Verlaine figura en todos los manuales de literatura.
No me cabe duda de que si alguien se dedicase a compilar un diccionario similar del ámbito hispano, desenterraría perlas de un calibre parecido. Aunque, desde luego, lo que interesa de los escritores no es la opinión que tengan de sus colegas, ni siquiera lo que piensen de ellos mismos (se podría componer otro diccionario bastante sabroso con ello), sino lo que transmiten su obra.

lunes, 6 de junio de 2011

ARRIBA Y ABAJO, EN LIBROS


La servidumbre del 165 de Eaton Place, al completo

Uno de los principales atractivos de la estupenda serie británica Arriba y abajo (Upstairs, Downstairs) -de la que recientemente se ha hecho un remake que, para mi gusto, queda por debajo del original- residía sin duda en el hecho, novedoso en su momento, de que trataba en pie de igualdad los personajes y conflictos de los señores de la casa y los de la numerosa servidumbre. Así, Hudson, el mayordomo, resultaba un personaje igual de fascinante o más que lord Bellamy. ¿Y qué decir de Rose, la criada tan magistralmente interpretada por Jean Marsh? Tan interesantes resultaban unos como otros; yo diría que incluso la visión de "los de abajo" llamaba más la atención, precisamente por lo novedoso del asunto. Pero, ¿y en cuanto a lectura? Tanto en la realidad como en la ficción, la aristocracia disponía no sólo de hermosos salones, sino también de bien provistas bibliotecas, entre ellas algunas muy notables que han llegado hasta nuestros días. Sin embargo, poco se sabe de las lecturas de sus sirvientes, si es que al cabo de las agotadoras jornadas les quedaba tiempo y ganas de abrir un libro. Hay además pocos testimonios que recojan sus aficiones literarias, aunque los estudiosos de la historia de la lectura recogen algunos. Por ejemplo, Margaret Willes, en su ensayo Reading Matters, remite a los archivos de los Clay, libreros los Midlands, que entre 1746 y 1784 recogen adquisiciones de libros por parte de no menos de cincuenta sirvientes. La mayoría eran libros de corte práctico, desde diccionarios a manuales para escribir cartas. Pero las novelas más populares eran adquiridas tanto por criados como por sus señores. Una de ellas fue la fenomenalmente popular Pamela de Richardson, un autor que por cierto comenzó su carrera publicando precisamente un manual para escribir cartas para sirvientes. Excepcional, desde luego, es el caso de Robert Dodsley, un lacayo que, gracias en parte al apoyo de sus señores, amigos de Pope y Swift, publicó un par de libros de poemas -el segundo con el gracioso título de A Muse in Livery (Una musa en librea)-, para abrir luego  una librería en Pall Mall y acabar convertido en un respetado editor. Aunque el interés de los amos por la vida intelectual de su servidumbre podía ser a veces molesto: más de uno decidía qué libros eran adecuados para ellos y controlaba lo que les era permitido leer. Así, el reverendo Watkins publicó en 1816 una lista de obras adecuadas para la biblioteca del servicio, todas ellas de carácter religioso o edificante. No fueran a tener ideas... Sin embargo, no todos los empleadores eran tan estrictos, y existen muchos testimonios de señores que enseñaban a leer a sus criados y les permitían tomar libros prestados de la biblioteca principal (en otra, y más reciente, serie sobre criados y señores, Downton Abbey, se puede ver cómo el señor de la casa le deja libros a uno de sus criados). Sin ir más lejos, el propio H.G. Wells, que era hijo de una sirvienta, relató cómo su madre le facilitó el acceso a la biblioteca de la casa donde trabajaba, lo que para Wells significó su primer y gozoso contacto con los libros.  

jueves, 2 de junio de 2011

LA MEJOR CUBIERTA





Ya hemos hablado otras veces de la importancia de una buena cubierta, y de lo satisfactorio que resulta que esa envoltura exterior del libro acompañe con elegancia y propiedad a su contenido. Una buena cubierta, que reúna una afortunada combinacíón de tipografía, ilustración (o fotografía), colorido y capacidad de síntesis puede ser el mejor embajador de un libro, y un elemento de venta nada desdeñable. Los editores son muy conscientes de ello -aunque a veces cueste creerlo al ver algunas cubiertas que corren por ahí: véase por ejemplo la cubierta de la que se quejaba lammermoor en su blog hace poco-  y por ello el proceso de creación y aprobación final de una cubierta puede llegar a ser largo y complejo. Si el tiempo no apremia (raro), el presupuesto es generoso (más raro aún) y el diseñador se deja (ahí sí que no suele quedarle más remedio), es habitual que se diseñen y descarten sucesivamente varias propuestas de cubierta antes de dar con la definitiva. Que la que resulta finalmente elegida sea en verdad la más adecuada es, sin embargo, discutible. La mejor, ¿a juicio de quién? A menudo, lo que priman son criterios exclusivamente comerciales, del tipo "mejor poner una chica ligera de ropa", o manías ("nada de amarillo"), pensados más para satisfacer los gustos de un "lector tipo" que en función del libro en concreto para el que está diseñada. Por regla general, los diseños descartados se tiran o, como mucho, el diseñador se guarda alguno en su archivo, por si le sirve de algo más adelante. Sin embargo, curioseando por ahí, he podido encontrar, en la web Flavorwire, una interesante comparación entre cubiertas desechadas y definitivas de algunas obras conocidas y recientes. Ahí dejo un par, para que cada cual opine qué hubiera hecho en su caso.

Netherland, diseño de Heads of State.
La de arriba es la descartada.


Eating Animals, diseño de Jon Gray.
La de arriba es la descartada.

(Personalmente, en este segundo caso yo me inclino más por la primera, pero casi puedo oír al director comercial diciendo: "Rojo no, que con el tema del libro, sólo falta recordarle a la gente lo de la sangre...")