John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 27 de diciembre de 2010

HISTORIAS DE ALMANAQUES

Página del "Literaturkalender 2011" que publica la editorial Aufbau en Alemania
Pasados los fastos navideños, nos encaminamos a toda prisa al final de este año e inicio del Año Nuevo. Quien más, quien menos, todo el mundo estrena en estas fechas nuevo calendario o agenda. Buen momento, pues, para reflexionar un poco en torno a estos útiles y popularísimos inventos. Primitivamente, la medición del tiempo, ligada a los fenómenos astronómicos, era fundamental ante todo para los trabajos del campo y para la navegación. Los primeros calendarios datan de la era babilónica y eran tablas astronómicas. En el siglo XV, con la invención de la imprenta, empezaron a difundirse los almanaques, o sea, calendarios que incorporaban informaciones diversas como previsiones meteorológicas, noticias, datos sobre precios del ganado o de los productos del campo, refranes y anécdotas. Este tipo de publicaciones se hicieron muy populares en toda Europa y encontramos ejemplos de ellos en todos los países. En Francia e Inglaterra, en vista de que eran un negocio de lo más rentable, pasaron a ser monopolio real, que sólo podían publicar los impresores autorizados a ello. En España tenemos un caso muy especial en los almanaques de Diego de Torres Villarroel (1694-1770). Este personaje singularísimo, que ejerció mil oficios, que fue escritor, poeta, catedrático de matemáticas y  también -al final de su vida- sacerdote, un especialista en astrología y ocultismo que odiaba la superstición,  que conoció tanto la fama como el destierro, se hizo famoso en un principio  por sus Almanaques, que publicó bajo el seudónimo de "El gran Piscator de Salamanca". Acierto o casualidad, en 1724 predijo la muerte del rey Luis I para aquel año "en el rigor del verano". El joven murió, efectivamente, un 31 de agosto, lo que hizo que en adelante los pronósticos de Torres Villarroel se considerasen totalmente fiables y le dio fama de adivino..
En vista de la gran demanda, puesto que muy a menudo constituían la única lectura a la que tenía acceso una gran parte de la población, los almanaques se fueron especializando:  surgieron así almanaques para navegantes, almanaques de la vida rural, almanaques artísticos, almanaques del misionero e incluso un Almanaque del espiritismo. Alcanzaron su mayor difusión en el siglo XIX, momento en que los textos que incluían fueron alargándose cada vez más, hasta el punto de que muchos se convirtieron en verdaderas revistas. Aún hoy subsisten publicaciones periódicas con este nombre. Y el concepto también se ha utilizado en la literatura: Bertolt Brecht, por ejemplo, publicó en 1949 una recopilación de pequeños textos en verso y prosa que tituló Historias de almanaque [Kalendergeschichten]. Los almanaques son asimismo los precedentes de los populares "libros de listas", como el famoso Whitaker's Almanack, que algunos consideran un embrión de lo que luego -mucho más a lo grande y con una enorme flexibilidad- serían sitios de internet como Wikipedia.  


miércoles, 22 de diciembre de 2010

DOS CLASICISTAS

Debe ser la mía de las últimas generaciones que en este país estudiaron latín y griego en el colegio y, contrariamente a lo que los actuales planes de educación pretenden, ambos me han sido muy útiles andando el tiempo. Siempre que entro en una iglesia y me topo con un montón de lápidas escritas en latín me pregunto si es posible que haya licenciados en historia o en arte que no sean capaces de descifrarlas. Me temo que la respuesta, en las actuales circunstancias, es que sí. Confieso pues de entrada mi debilidad por todo lo que hace referencia a la Antigüedad clásica, debilidad que se hace extensiva a los clasicistas. Aquí tenemos la fortuna de contar con algunos clasicistas notables, como Carlos García Gual, que consigue ser sabio, ameno y profundo, al tiempo que una persona encantadora. Sin embargo, el de los estudios clásicos ha sido tradicionalmente -es algo que va cambiando, pero muy poco a poco- un territorio masculino. Por eso, al hilo de la noticia de la desaparición de una insigne helenista francesa, Jacqueline de Romilly, me parece oportuno dedicarles una entrada a dos mujeres que han destacado en este campo y nos han dado obras que no sólo son eruditas, sino que tienen la rara capacidad de llegar a un público muy amplio.
Jacqueline Worms de Romilly, primera mujer en entrar a formar parte del Collège de France y segunda admitida en la Academia francesa (después de Marguerite Yourcenar), murió hace unos días, a los 97 años fecundos y bien vividos. Era especialista en esa época esplendorosa de Atenas, el siglo V a.C. Según confesaba, pasó "más tiempo con Pericles y Esquilo que con ningún otro hombre". Autora de numerosísimas obras sobre la Grecia antigua y su cultura,  reivindicó sin descanso la enseñanza de las lenguas clásicas, que para ella eran la base de la mayoría de las ideas contemporáneas. En agradecimiento por su labor, le fue otorgada la nacionalidad griega, además de numerosos honores y distinciones. Sólo una pequeña parte de su obra está traducida al español, entre ella cabe destacar Los grandes sofistas y Alcibíades.
Mary Beard, por su parte, es la viva demostración de que se puede ser clasicista y marchosa. Profesora de lenguas clásicas en Cambridge y editora responsable de los clásicos en el Times Literary Supplement , ha sido denominada "la clasicista más conocida de Gran Bretaña". Tiene un divertido blog, A don's life, sobre cultura antigua y moderna, donde hace gala de su fina ironía y emite con frecuencia comentarios políticamente incorrectos. Personalmente, lo encuentro una delicia. Su libro más reciente, The Roman Triumph se centra en los homenajes que los romanos otorgaban a sus militares vencedores y no sólo ilustra numerosos aspectos del mundo romano -políticos, sociales, religiosos-, sino que nos obliga a reflexionar sobre cuánto hay en nuestra cultura que deriva de ellos. Los príncipes del Renacimiento recibieron homenajes calcados de los romanos, así como Napoleón o Mussolini. Basta pensar, por otra parte, en los numerosos "arcos de triunfo" que adornan tantas ciudades europeas. Y ¿qué otra cosa sino un remedo de los romanos son esos paseos triunfales de los equipos de fútbol victoriosos encaramados a un autobús? 
Lo dicho, sin conocer la cultura clásica, no es posible desentrañar las claves de nuestra sociedad.
Por suerte, hay personas como Jacqueline de Romilly y Mary Beard para recordárnoslo.

Mary Beard en Pompeya

lunes, 20 de diciembre de 2010

GRANDES BIBLIOTECAS, GRANDES FOTOGRAFÍAS


Biblioteca del monasterio de Saint Gallen (foto Ahmet Ertug)

La pasión por el saber y por los libros ha llevado desde la Antigüedad a custodiarlos en esos edificios -verdaderos cofres del tesoro- llamados bibliotecas. Casi cualquier espacio vale como biblioteca, en caso de necesidad, siempre que reúna unas mínimas condiciones de salubridad. Lo esencial, al fin y al cabo, son los libros que allí se guardan. Sin embargo, lo que le pedimos a una biblioteca es que sea un lugar acogedor, silencioso, con una iluminación adecuada, que invite a la concentración y nos permita sumergirnos en las páginas del libro que hemos elegido. La mayoría de las bibliotecas cumplen esos requisitos. Pero algunas nos dan mucho más. Las hay que son verdaderas joyas arquitectónicas, de todas las épocas y en todos los lugares; en ellas no sólo es un placer poder acceder a su contenido, sino que el solo hecho de contemplarlas resulta un goce estético. En los últimos años, varios fotógrafos se han dedicado a seleccionar y plasmar con su cámara algunos de estos templos del libro. Dos de ellos son Candida Höfer y Ahmet Ertug.
Vi una exposición de fotos de la Höfer hace un par de años en Caixaforum y me impresionó su capacidad para captar los espacios y la luz. Unas fotos que en un primer momento pueden parecer frías, pero que observadas en conjunto resultan hipnóticas. No se ha especializado sólo en fotografiar bibliotecas, sino  todo tipo de interiores de edificio de uso público o semipúblico: museos, iglesias, archivos, palacios o bancos. Son siempre fotos carentes de presencia humana, realizadas cuando ha cesado toda actividad y los edificios se encuentran vacíos. El de Ahmet Ertug es un estilo totalmente distinto, mucho más cálido, pero igualmente espectacular. Ertug, arquitecto de profesión, ha fotografiado arte y arquitectura de Oriente, con especial dedicación a Estambul. Sus fotos de bibliotecas, objeto de una exposición en la Bibliothèque Nationale de Francia en 2009, ilustran un precioso (y carísimo) libro titulado Temples of Knowledge.
Ahí va una muestra de ambos. Aunque aconsejo vivamente, si es posible, degustar las fotos de estos dos artistas a tamaño natural y con la mayor definición posible (lamento que la calidad aquí no sea óptima)
Biblioteca de Trinity College, Dublin, de Candida Höfer

Cubierta del libro de Ahmet Ertug, con su versión de la misma biblioteca

jueves, 16 de diciembre de 2010

LA BIBLIOTECA DE LOS ESCRITORES

La biblioteca del escritor es su oficina y, casi siempre, en ella encuentra parte de su material de trabajo. Esto la saben bien los estudiosos de la literatura que, cuando es posible, se dedican a hurgar en las bibliotecas de los escritores, para examinar con atención desde las obras que las forman hasta el más minimo subrayado o anotación al margen, incluyendo desde luego cualquier papel -ya sea una lista de la compra  o el recorte de algún artículo de diario- guardado entre sus páginas. Muchos darían cualquier cosa por poder reconstruir, y no digamos ya hojear, la biblioteca de Shakespeare o de Cervantes, pero eso ¡ay! no es posible. Está bien pues celebrar aquellos pocos casos en que no sólo se tiene acceso a la biblioteca de un escritor importante, sino que hay alguien que se ha tomado la molestia de revisarla y de sacar conclusiones. Es lo que han hecho dos estudiosos argentinos, Laura Rosato y Germán Álvarez, con los 500 volúmenes que pertenecieron a Borges y que están depositados en la Biblioteca Nacional argentina, una serie de libros que éste usó mientras fue director de dicha biblioteca, entre 1955 y 1973. Estos dos investigadores no sólo revisaron uno por uno los libros, sino que cruzaron las referencias de subrayados y citas con los escritos y conferencias del escritor, de modo que es posible conocer cómo y dónde empleó cada una de las notas y citas que sacó de ellos. Todo esto lo han plasmado en el estudio Borges, libros y lecturas, de cuya reseña en La Nación me he permitido extraer algunos datos curiosos. Así, por ejemplo, casi todos los libros registrados están en alemán o en inglés (Borges llega a firmar un ejemplar de E.T.A. Hoffmann como "Georg Ludwig Borges") y sus anotaciones son especialmente abundantes en La Divina Comedia y en los escritos de Schopenhauer. También se encuentran numerosos volúmenes sobre el budismo, pero eso se explica porque por aquella época escribió, junto con Alicia Jurado, un ensayo titulado "¿Qué es el budismo?". Por cierto, los autores sospechan que pudiera haber tomado el apellido del protagonista del cuento "El Sur" del estudioso del budismo Joseph Dahlmann. Además, queda claro que Borges amaba los libros, pero carecía del impulso bibliófilo por las primeras ediciones o las ediciones limitadas.
Pero, en cuanto a bibliotecas de escritores, más original aún es la iniciativa que ha tenido el Kunstmuseum de Solingen (en Renania-Westfalia, Alemania) de reconstruir en una exposición la biblioteca de Walter Benjamin. Naturalmente, la auténtica  biblioteca de este escritor se perdió en los avatares de la guerra, pero aunque los ejemplares que se muestran no son los que pertenecieron al escritor, sí son de la misma época y lo más parecidos posible a los que él pudo haber manejado. Esta hazaña ha sido posible gracias al infatigable trabajo de el librero de viejo Herbert Blank , que consiguió reconstruirla a través del estudio de su obra, sus notas, su correspondencia y de los los documentos reunidos en el Walter-Benjamin-Archiv en Berlín. Este archivo guarda más de 12.000 documentos que han llegado hasta allí siguiendo caminos casi tan complicados como los que llevaron a Benjamin a acabar con su vida en Portbou en 1940: una parte proviene de la Bibliothèque Nationale de París, donde Georges Bataille los había escondido, otra viene de los papeles que el escritor legó a Theodor W. Adorno, mientras que una tercera fue requisada por la Gestapo del piso donde Benjamin vivía en París y llevada a Berlín; luego, los soviéticos trasladaron esos documentos a Moscú, para más tarde cedérselos a la Biblioteca Nacional de la RDA. Tras tanto ir y venir, es un alivio saber que por fin todo el legado de Benjamin está junto y accesible a los investigadores.
Monumento a Walter Benjamin en Portbou (foto cortesía del blog de Tiermes)

domingo, 12 de diciembre de 2010

SOCORRO, SOY UN MANÍACO DE LOS LIBROS

De nuevo Bookpatrol nos proporciona un divertido enlace sobre libros. Se trata del cómic de Grant Snider en torno a la difícil vida del maníaco de los libros. Una adicción que no resulta fácil superar y que nos expone a innumerables peligros:
El pobre adicto a los libros se ve asaltado por la tentación en cada esquina -bibliotecas, librerías grandes y pequeñas... incluso los contenedores pueden representar un peligro, siempre hay algún desalmado que se ha deshecho de sus libros sin pensar en el riesgo que eso representa-, y encima seguramente nunca tendrás tiempo suficiente para leer todo lo que has acumulado. Sólo algunos privilegiados, como las herederas aburridas, los críticos literarios, los presos o los jubilados que odien el golf pueden entregarse sin cortapisas a la lectura. Lo peor, con todo, son los innumerables accidentes fatales a los que esta adicción te expone. Por si los dibujos no resultan suficientemente explícitos, ahí va la relación de peligros que te acechan si persistes en entregarte a este terrible vicio:
-un accidente al reordenar las estanterías
-un exceso de giros en la trama
-un ataque por parte de polillas
-la explosión de un libro desplegable
-ser atacado por un bibliomaníaco rival
-ser atacado por tu sufrida esposa
-perecer a manos de la mafia de las multas de biblioteca

El que avisa no es traidor. Toma nota y actúa en consecuencia.

jueves, 9 de diciembre de 2010

¿ACABARÁ EL E-BOOK CON EL DISEÑO TIPOGRÁFICO?

 

Diseño de Alex Steinweiss

He encontrado en la web de Bookpatrol un artículo sobre "50 años de tipografía en portadas de discos", que llama la atención sobre un elemento que está a punto de pasar a la historia -si no ha pasado ya- por culpa del mundo digital, las portadas de discos. Alex Steinweiss es considerado el inventor del concepto, en 1938 (antes, los discos llevaban simplemente una funda de papel), que él aplicaría con gran acierto y que se convertiría en un elemento vital del LP, dando lugar a auténticas obras maestras del género. En la actualidad,  sin embargo, la cubierta del disco ha perdido toda su relevancia, al reducirse a una imagen tamaño sello que acompaña al elemento que uno se descarga, sólo como referencia. Cada vez más, la cubierta se limita a una foto del artista, porque en tan reducido espacio no hay tipografía que pueda lucirse. Da que pensar si algo parecido podría ocurrirles a las cubiertas de los libros con la llegada y -se supone, aunque aún está por demostrar- la implantación masiva del e-book. Como en el caso de los discos, las que más sufrirían serían las portadas puramente tipográficas. En España, lamentablemente, no hay mucha tradición en este aspecto: las portadas con imagen copan casi todo el mercado y las pocas que mantienen únicamente tipografía suelen  ser bastante conservadoras. Todo lo contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, donde una sólida tradición tipográfica ha dado lugar -y sigue dando- a verdaderas obras maestras del género. Hace un par de días, el blog Strange Library nos regalaba con una selección de cubiertas tipográficas, donde se pueden ver algunos ejemplos notables. Sería una lástima que este arte se perdiera. Pero, al igual que ha ocurrido con los discos, al pasar al formato electrónico la cubierta deja de ser necesaria. Sólo nos queda pues desearle larga vida al libro en papel.



Algunos ejemplos de las originales e imaginativas cubiertas americana


lunes, 6 de diciembre de 2010

NEGROS Y NEGREROS

La película de Roman Polanski El escritor se ha llevado todos los premios importantes del cine europeo, merecidamente. El título español es muy anodino y no da la clave del argumento, cuando el original, The Ghostwriter (el escritor fantasma) alude directamente a esa figura de la industria editorial que aquí llamamos "negro". La figura del "negro literario", bastante establecida y aceptada en países como Estados Unidos, tiene muy mala prensa en nuestro país, o la tenía hasta hace poco. Cuando se habla de este tema, hay a veces cierta confusión de conceptos. Algunas personas  -incluyendo a algunos escritores, que en general no son los más exitosos ni los más publicados- arrastran un concepto romántico de lo que es un escritor, como si se tratase de una especie de llamada divina, un oficio lleno de nobles ideales que no debe ser ensuciado por ningún afán mercantil. Y no, el escritor -me refiero al que pretende vivir de su pluma- está sujeto a las demandas del mercado y suele ser muy consciente de qué es lo que pide el público (o su editor, en representación del mismo). No es por tanto en absoluto un desdoro escribir una obra por encargo. Lo que sí entra en un terreno más dudoso es escribir por encargo una obra que saldrá publicada con la firma de otro: el verdadero negro literario es el que desaparece como autor y vende su autoría a otro. El caso más conocido es seguramente el de Alejandro Dumas y su factoría de escritores en la sombra, entre los que destacó Auguste Maquet. La maledicencia y el humor popular acuñaron algunas falsas anécdotas a este respecto, como la que cuenta que Dumas se encuentra con un amigo y le pregunta si ha leído su último libro y éste le contesta: "Sí, ¿y tú?". Sin embargo, en ocasiones es absolutamente necesaria la figura del escritor profesional. Me refiero sobre todo a las autobiografías de actores, politicos o celebridades de cualquier tipo que pueden ser los mejores en su terreno, pero que no tienen por qué saber escribir. En esos casos, se recurre a un profesional que  partiendo de los papeles del personaje en cuestión o a través de entrevistas sea capaz de redactar unas "memorias" mínimamente legibles. Este tipo de trabajo -nada fácil, por otra parte- suele estar bien remunerado y el escritor o bien se aviene a que su nombre se omita del todo en los créditos, o se conforma con una mención del tipo "con la colaboración de...". No obstante, cuesta creer que el público se trague que ciertos personajes hayan sido capaces de escribir por sus propios medios esas autobiografías. Aunque algunos de ellos se empecinan en fingirlo. Resulta especialmente gracioso, por ejemplo, leer en las primeras páginas de la de Tony Blair, A Journey -máxime después de haber visto la película de Polanski, que se basa de manera tan descarada en este político- su descripción de cómo ha escrito el libro "en cientos de blocs de notas", absorto en su tarea hasta el punto de "rechazar llamadas " e incluso, al final, de "prescindir hasta de mi Blackberry". Creo que su negro debe haberse divertido un rato escribiendo esto.
De todos modos, el oficio de negro parece estar saliendo de las cavernas. Si alguien necesita uno, en la red encontrará varias interesantes ofertas de negros literarios, como la de Escritores por encargo, que prometen hacer cualquier cosa, desde una novela hasta la historia de una empresa, con la máxima profesionalidad y sin firmar. Así, el que no escribe un libro, es porque no quiere.

Pierce Brosnan y Ewan McGregor en El escritor

viernes, 3 de diciembre de 2010

EL FANTASMA DE SHELLEY

Una página del manuscrito
de Frankenstein
Se acaba de inaugurar en la Bodleian Library de Oxford una exposición perfecta para mitómanos y para esos coleccionistas de autógrafos de los que hablaba hace poco. Lleva por título "Shelley's Ghost" y en ella se hace un recorrido por los manuscritos y objetos que se guardan en esta biblioteca -y en la New York Public Library, que colabora en esta exposición- tanto de Mary Shelley y su esposo Percy como de los padres de Mary, William Godwin y Mary Wollstonecraft, dos grandes figuras por derecho propio. Una familia llena de talento, pero perseguida por el escándalo y la tragedia. Mary Wollstonecraft, escritora y autora del revolucionario (para la época) tratado en pro de las mujeres "A Vindication of the Rights of Women" tuvo una hija fuera del matrimonio con Gilbert Imlay y se casó luego con el filósofo William Godwin, famoso por sus ideas contrarias a la Iglesia y el Estado. Mary murió al poco de dar a luz a su hija (la futura Mary Shelley), a quien Godwin educó en un estricto racionalismo. Percy Bysse Shelley fue uno de los discípulos de Godwin, pero la amistad entre ambo se acabó cuando, en 1814, Percy -que era un hombre casado- raptó a Mary Godwin, que por entonces contaba diecisiete años (luego se casarían y ella adoptaría el nombre de Mary Wollstonecraft Shelley), huyendo a Francia con ella y con su hermanastra Claire. En 1816, la esposa de Percy se suicidó y los dos amantes contrajeron matrimonio. Como en Inglaterra sus relaciones causaron el consiguiente revuelo, se trasladaron primero a Suiza, donde se harían amigos de Lord Byron (otro proscrito de la sociedad británica) y pasarían con este y con su médico, Polidori, un frío y lluvioso verano a orillas del lago Leman, el llamado "año sin verano", para trasladarse luego a Italia. Durante esos meses se gestó el relato que haría inmortal a Mary, Frankenstein. La exposición que ahora se abre incluye entre otros tesoros el manuscrito de esta obra, así como el cuaderno de notas de Shelley, una carta de Keats a Shelley, el diario de William Godwin y el catalejo que se supone llevaba consigo Shelley cuando en 1822 se ahogó en el golfo de La Spezia. Aquí se pueden ver algunas fotos de la exposición. La vida de Mary estuvo llena de pérdidas: además de una hija que nació muerta antes de contraer matrimonio con Shelley, tuvo otros tres hijos, dos de los cuales murieron muy pequeños, antes del accidente que le costó la vida a su marido. Entonces regresó a Inglaterra con el último de ellos, donde se ganaría la vida escribiendo y se esforzaría por publicar la obra de su difunto marido. Paralelamente a esta exposición se ha publicado un libro que lleva el mismo título y que disecciona los destinos de esta curiosa, brillante y tan desgraciada familia.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DESTRIPANDO A DICKENS

Si mi alma bibliófila se retuerce cada vez que ve un libro roto, maltratado o destruido, es fácil imaginarse la desazón que me ha causado la oferta que -sin ningún rubor ni remordimiento aparente- se hace en la web de Wondermark. Al parecer, estos señores se especializan en reutilizar, con diferentes leyendas y en contextos distintos, ilustraciones de libros decimonónicos. De hecho, fue a través de alguno de sus divertidos Christmas "antinavideños" que llegué hasta ellos, y hay que reconocer que sus cómics y las camisetas que ofrecen en su web son estupendos. Sin embargo, se me han puesto los pelos de punta al enterarme de que, para obtener las imágenes que luego manipulan, su procedimiento habitual consiste en destripar hermosos libros antiguos -en general de autores como Dickens, para más inri-, tomar las ilustraciones y descartar el resto (total, sólo es texto). Astutos comerciantes como sin duda son, se les ha ocurrido ofrecer esos cientos y cientos de páginas que les sobran "para proyectos de manualidades, papier-mâché o collage". Tal como su propaganda indica, se trata de páginas procedentes de ediciones hechas entre 1890 y 1900, con una "preciosa tipografía y delicadamente envejecidas, en un papel fino y fuerte". O sea, por unos pócos dólares, puedes recibir en tu casa unos cientos de páginas de una preciosa edición victoriana de Barnaby Rudge, por ejemplo (véase la foto) y emplearlas para hacer cualquier birria de papier-mâché. Se me revuelven las tripas.

martes, 30 de noviembre de 2010

VARGAS LLOSA Y FLAUBERT

Boda campestre, un lienzo que se expone en el Museo de Bellas Artes de Rouen.


La concesión del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa ha hecho correr ríos de tinta, y es del todo innecesario que abunde ahora en sus sobrados méritos. Sin embargo, entre tantos artículos sobre el escritor y su obra, he echado de menos que se hablase con cierta profundidad de su faceta de crítico literario. Porque Vargas Llosa es un buenísimo lector y, en tanto que practicante del oficio, sabe también diseccionar con gran finura e inteligencia los mimbres que componen la obra literaria. Como apasionada de Madame Bovary -es de las pocas obras que he releído varias veces, aunque no tantas como él, y cada una de ellas con el mismo placer que la primera-, uno de mis ensayos preferidos del autor de La ciudad y los perros es el que le dedica a esta novela, La orgía perpetua. Contiene no sólo un lúcido análisis de la novela flaubertiana, sino también muchos aspectos del escritor y de la persona de Vargas Llosa. Es como el encuentro de dos grandes de la literatura, frente a frente. Lo publicó en 1975, cuando ya había escrito algunas de sus obras mayores, como Conversación en la Catedral, pero cuando aún tenía por delante algunas de sus novelas y ensayos más importantes. Para celebrar de algún modo el Nobel y recordar de paso mi visita a Normandía, lo he retomado ahora y me he sentido de nuevo deslumbrada por algunas de sus observaciones. Da la impresión de que, mientras disecciona la obra del francés, va aclarando consigo mismo qué quiere hacer él mismo y cómo ha de hacerlo. Por eso, me gusta en especial su primera parte, la más personal, aquella en que deja un poco de lado la metodología crítica para mostrarse como un lector más -un lector con muchas horas de vuelo-, enamorado de Emma y de su destino:

"Un libro se convierte en parte de la vida de una persona por una suma de razones que tienen que ver simultáneamente con el libro y la persona. Me gustaría averiguar cuáles son en mi caso algunas de estas razones, por qué Madame Bovary removió estratos tan hondos de mi ser, qué me dio que otras historias no pudieron darme."

Y, más adelante:

"Pero no es sólo el hecho de que Emma sea capaz de enfrentarse a su medio -familia, clase, sociedad-, sino las causas de su enfrentamiento lo que fuerza mi admiración por su inapresable figurilla. Esas causas son muy simples y tienen que ver con algo que ella y yo compartimos estrechamente: nuestro incurable materialismo, nuestra predilección por los placeres del cuerpo sobre los del alma, nuestro respeto por los sentidos y el instinto, nuestra preferencia por esta vida terrenal a cualquier otra."

Todo un credo vital y artístico.


viernes, 26 de noviembre de 2010

PROPIEDADES MÁGICAS DE LA PALABRA ESCRITA

J.K. Rowling firmando libros.
Quizá a algunos de sus fans se les contagie la magia de Harry Potter.
 Primitivamente, se creía que el contacto con algún gran héroe o guerrero otorgaba una participación de sus cualidades. Es esta una creencia muy arraigada en el género humano, se diría casi parte de nuestra herencia genética, porque en menor o mayor grado ha llegado hasta nuestros días. Las cualidades que se consideran dignas de admiración han ido variando según los momentos históricos y las sociedades, pero el fenómeno es observable en multitud de manifestaciones, desde el culto a las reliquias de los santos hasta el implacable asedio en busca de autógrafos que deben soportar estrellas de cine o futbolistas. La caza de firmas de escritores en ferias del libro o presentaciones es también de algún modo una manifestación de este deseo por poseer algo del personaje admirado. Nos llena de orgullo tener un libro en el que el autor cuya obra nos deslumbra ha escrito unas palabras dirigidas a nosotros, por más manidas que estas sean. Alternativamente, poder contemplar o tocar las páginas que escribió en el pasado algún gran hombre (o mujer) produce una emoción inexplicable, como si, por arte de magia, sus cualidades pudieran transferirse a nosotros a través del tiempo y el espacio. Es este un mecanismo que se puede observar bien en el caso de Stefan Zweig, un proceso que él documentó en sus cartas y en sus memorias. Tal como confiesa en El mundo de ayer, "la vez que, siendo niño, fui presentado a Johannes Brahms y él me dio un golpecito amistoso en el hombro pasé varios días trastornado por el formidable suceso. A mis doce años no tenía una idea exacta de lo que había hecho Brahms, pero su mera fama, su aura de creador, producía un efecto embriagador". Pronto el joven Stefan pasó de perseguir a celebridades por la calle a escribirles solicitando autógrafos y así fue cultivando esa afición que se convertiría en uno de los ejes de su vida. Con el tiempo, se haría con una notabilísima colección de autógrafos, entre los que se contaban verdaderos tesoros, como un dibujo de Goethe, una cantata de Bach, dos páginas de Montesquieu o un discurso de Robespierre y a los que destinaría grandes cantidades de dinero (lamentablemente, gran parte de este colección se dispersaría cuando Zweig tuvo que exiliarse). De hecho, no se trata de una afición moderna, ya en 1890 era algo tan extendido que Henry James la satirizó en su relato The Death of the Lion (1894). Y George Bernard Shaw, en el momento cumbre de su popularidad, se jactaba de que la mayoría de los cheques que extendía no llegaban a cobrarse nunca, porque para el poseedor valía más el pedacito de papel con su firma que el dinero que representaban. ¿Quién dijo que la palabra escrita no es mágica?

martes, 23 de noviembre de 2010

LOS LIBROS DEL MURO

Las revoluciones, las guerras y los tiempos de grandes trastornos políticos suelen afectar de manera negativa a los libros. Generalmente, suponen la disgregación de muchas bibliotecas y la destrucción de millares de libros. En esos momentos de caos en que los libros se destruyen, arden o son utilizados para los menesteres más diversos, algunos colaboran en su aniquilación, mientras que otros procuran su rescate. Ya comenté que, tras la Revolución Francesa, muchos bibliófilos ingleses y americanos se beneficiaron de la diáspora de las grandes bibliotecas de la nobleza para comprar a buen precio y enriquecer sus colecciones. Mucho más cercano a nosotros en el tiempo, hace apenas veinte años, otro gran cambio político significó la destrucción de cientos de miles de ejemplares. Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín , y con él la República Democrática Alemana, se produjo una oleada de entusiasmo por lo occidental que hizo que todo lo que recordase esos "años de plomo" fuese eliminado de raíz. Lo mismo que ocurrió con los primitivos coches Trabant, con los muebles, la ropa y con el propio muro  -hoy muchos síenten nostalgia y se ha creado incluso un "Museo de la RDA" junto a la catedral de Berlín- pasó con los libros editados en la RDA que guardaban sus cerca de 16.000 bibliotecas: unas fueron disueltas, otras tiraron sus fondos al contenedor para hacerle sitio a las publicaciones de la República Federal. Allí, en el vertedero, acabaron no sólo los opúsculos del régimen comunista, sino ediciones de clásicos como Goethe, libros de cuentos infantiles, enciclopedias de animales... ¿Todos? Parece que no todos. En un acto bastante quijotesco, el actor Peter Sodann (muy conocido en Alemania por haber protagonizado una popular serie policiaca) emprendió la tarea de rescatar todos los posibles y salvarlos para la posteridad, como testimonio de una etapa de la historia de su país. Sin respaldo oficial y ayudado únicamente por voluntarios, llegó a reunir más de 200.000 libros, que a falta de mejor lugar se guardaban en cajas de plátanos en un polideportivo en desuso de Merseburg (Sajonia). Durante varios años, sus peticiones de un alojamiento más digno cayeron en saco roto y se temió por la continuidad de esta curiosa biblioteca. Finalmente, hace pocas semanas el ayuntamiento de una localidad cercana, Stauchitz, accedió a albergarlos en una biblioteca que llevará su nombre.


Peter Sodann, ante algunas de sus cajas llenas de libros


sábado, 20 de noviembre de 2010

LAS MEJORES LIBRERÍAS DEL MUNDO


La librería El Ateneo, en Buenos Aires, ubicada en un antiguo teatro

Los editores de las famosas guías Lonely Planet han elaborado una lista de "Las mejores librerías del mundo". A su modo de ver, las librerías son el mejor amigo del viajero porque "proporcionan refugio y entretenimiento cuando hace mal tiempo y son una fuente fiable de mapas y guías de viaje". Sólo en último lugar mencionan que pueden resultar también una tabla de salvación si has devorado ya toda la lectura que habías llevado contigo y necesitas con urgencia reponer tus reservas lectoras. Así, no es extraño que en su selección primen las librerías grandes, a menudo arquitectónicamente espectaculares, y desde luego con café o restaurante incorporado. Como los responsables de la selección no deben ser grandes lectores -sí, sin duda, grandes viajeros- no parece importarles tanto la diversidad y riqueza de la oferta en cuanto a libros, que es a lo primero que atiende el verdadero bibliómano. Aún así, hay que reconocer que algunas de las que mencionan en su artículo tienen una pinta estupenda. Las hay históricas y tradicionales, como City Lights Books en San Francisco, El Ateneo en Buenos Aires o Shakespeare & Co. en París, sin olvidar la que algunos denominan "la más bella librería del mundo", la Livraria Lello en Oporto (vale la pena ver la panorámica de 360º). Predomina la óptica anglocéntrica y así se entiende que, por ejemplo, entre las muchas excelentes librerías que ofrece Berlín hayan seleccionado Another Country, que no es ni de lejos la más grande ni bonita, pero que tiene una extensa oferta de libros en inglés. Y bueno, también cuenta con un maravilloso sistema que alguien debería importar aquí: compras el libro, lo lees y, si quieres, lo devuelves y recibes lo que pagaste menos 1,50 €.
No dudo de que todas las mencionadas en esa relación sean unos  establecimientos estupendos, pero para enamorarme de una librería yo no necesito que tenga butacas cómodas, café y pasteles o una bonita bóveda (aun siendo todos estos elementos muy apreciables); lo que me atrae es la posibilidad casi mágica de dar con libros cuya existencia de otro modo hubiera ignorado, esos que no se sabe por qué atraen tu atención desde la estantería cuando lo que andas buscando es un manual de horticultura o una novela policiaca para tu primo, y te descubren un autor desconocido, abriéndote la puerta a un universo nuevo. Estas librerías son la auténtica sal de la vida del amante de los libros. La compra por internet tiene muchas ventajas, pero dudo que pueda sustituir a esos ratos pasados deambulando de estantería en estantería, con la seguridad de que en algún lugar hay un libro que te está esperando.

jueves, 18 de noviembre de 2010

WODEHOUSE EN BERLÍN

"An internee does not demand much in the way of bedding - give him a wisp or two of straw and he is satisfied - but at Huy it looked for a while as if there would not even be straw. However, they eventually dug us out enough to form a thin covering on the floors, but that was as far as they were able to go. Of blankets there were enough for twenty men. I was not one of the twenty. I don't know why it is, but I never am one of the twenty men who get anything. For the first three weeks, all I had over me at night was a raincoat, and one of these days I am hoping to meet Admiral Byrd and compare notes with him." (*)

El párrafo anterior pertenece a uno de los cinco programas de radio de P.G. Wodehouse que se transmitieron desde Berlín en 1942, cuando el autor acababa de ser liberado después de casi un año de internamiento en campos de prisioneros alemanes, pues la invasión de Francia le pilló en Le Touquet, donde poseía una casa. Estas retransmisiones, en las que no se puede decir que hablase precisamente a favor de sus carceleros -como se puede comprobar leyendo las transcripciones, a pesar de que el autor utiliza su habitual ironía, la experiencia debió ser bastante desagradable-, causaron verdadera conmoción en el Reino Unido y una virulenta campaña de desprestigio en su contra. Una vez finalizada la guerra hubo una investigación oficial que le declaró totalmente inocente, pero este episodio le marcó durante el resto de su vida. A partir de 1947, Wodehouse trasladó su residencia a Estados Unidos, donde viviría hasta su muerte. Las obras de Wodehouse son una de mis lecturas preferidas, un verdadero antídoto para los momentos bajos y una de las pocas que consiguen arrancarme carcajadas espontáneas e irreprimibles (no es muy recomendable leerlo en lugares como el transporte público, porque inevitablemente recibes miradas un tanto alarmadas de tus compañeros de viaje, lo digo por propia experiencia). Gran creador de tipos humanos -lores excéntricos, jóvenes descerebrados, tías severísimas, mayordomos imperturbables- y de diálogos desternillantes, el mundo de Wodehouse, anclado en algún lugar del primer tercio del siglo XX, es en realidad intemporal e inmortal, porque sus mecanismos para crear situaciones humorísticas son siempre perfectos. Hasta ahora, siempre me había preguntado qué habría de cierto en el episodio de los programas emitidos desde Berlín. Ahora, gracias a la web de la P.G. Wodehouse Society (que recomiendo vivamente a todos sus fans), sé a qué atenerme. Y este nuevo baño de ironía "wodehousiana" no ha hecho más que abrirme el apetito para revisar una vez más su obra. Por cierto, he descubierto de paso que es posible descargarse de Stanza muchos de los relatos que escribió para Punch y otras revistas, algunos de los cuales yo al menos no había visto recogidos en forma de libro. ¡Right Ho, Jeeves!

(*) "Un interno no pide mucho por lo que se refiere a ropa de cama -le das una brizna o dos de paja y ya está satisfecho- pero en Huy pareció al principio que ni siquiera habría paja. No obstante, finalmente consiguieron exhumar la suficiente para formar una fina cubierta sobre el suelo, pero eso fue todo. Mantas había suficientes para veinte hombres. Yo no fui uno de esos veinte. No sé por qué, pero nunca soy uno de los veinte hombres que reciben nada. Durante las primeras tres semanas, todo lo que tuve sobre mí fue una gabardina ligera, y un día de estos espero encontrarme con el almirante Byrd y comparar experiencias con él."

lunes, 15 de noviembre de 2010

UNA BIBLIOTECA EN LA CABEZA

El que visite la Biblioteca Nazionale en Florencia podrá contemplar el busto de un hombre bastante feo y desaliñado, que mira al espectador con una extraña mueca en el rostro. Se trata de Antonio Magliabechi (1633-1714) y merece ocupar un lugar destacado allí porque sus más de 30.000 libros -que él legó a su muerte a la ciudad de Florencia a condición de que se pusiesen a disposición de sus ciudadanos- contribuyeron sustancialmente a la creación de dicha Biblioteca. Sin embargo, este gran erudito, bibliómano hasta extremos increíbles y benefactor de su ciudad natal es recordado ante todo por sus rarezas y por una serie de anécdotas -sospecho que algunas inventadas o exageradas- que las ilustran. Magliabechi procedía de una familia de artesanos y era orfebre, oficio que ejerció en su juventud durante varios años nada menos que en un establecimiento situado en el Ponte Vecchio. Pero poseía un don muy especial que pronto le hizo famoso, una memoria prodigiosa que le permitía recordar casi al pie de la letra cualquier libro que leyese. Los conocimientos enciclopédicos que se derivaban de esta capacidad suya llamaron la atención de los Medici, que le ofrecieron trabajar en sus bibliotecas. Magliabechi convirtió lo que había sido hasta entonces un cargo normalmente asignado a un cortesano, más atento a los caprichos del príncipe de turno que a velar por el enriquecimiento de los fondos de la biblioteca, en una factoría de cultura y erudición que atraería la atención de toda Europa. Eruditos de todas partes acudían a él, tanto para consultar las obras que él seleccionaba y adquiría para sus patronos, como para pedirle consejo y beneficiarse de sus conocimientos. Se dice que leía todo lo que adquiría, y que además era capaz de retenerlo en su memoria. No obstante, todas las dotes que poseía en lo intelectual le faltaban en el aspecto social: a un total desaliño y descuido por su confort material unía un completo desprecio por las opiniones ajenas. Es fama que nunca comía caliente y se alimentaba básicamente de huevos duros, cuando recordaba que debía comer. También se dice que sus modestas habitaciones estaban tan invadidas por los libros que incluso dormía encima de ellos, utilizando para taparse la misma capa con que se abrigaba al salir a la calle (consideraba una pérdida de tiempo desvestirse para tener que vestirse de nuevo a la mañana siguiente). Su higiene dejaba mucho que desear, y los testimonios de muchos de sus vecinos le tildan de "sucio", por lo que la mayoría le rehuían. Posiblemente no era el conciudadano ideal, pero gracias a él los florentinos pudieron disfrutar de una vasta biblioteca, que se llamó "Magliabechiana" hasta 1861, año en que fue fusionada con la Nacional. Y allí siguen los libros de este pintoresco personaje, el hombre en cuya cabeza cabía toda una bibllioteca.

viernes, 12 de noviembre de 2010

ÍNTIMO Y PERSONAL


Ilustración de Anne Julie Aubry

En torno a la comida -una actividad ineludible si queremos mantenernos con vida, pero también un momento de relación social- se han escrito miles de volúmenes. En cambio, su consecuencia igualmente necesaria, la eliminación de los desechos resultantes, se mantiene en la más estricta intimidad y se elude hablar o escribir sobre ella. Sin embargo, es un hecho que todos le dedicamos bastantes minutos al día. Para ser exactos, según la World Toilet Organisation (sí, eso existe), como promedio cada uno de nosotros empleará tres años de su vida en estos menesteres. Por lo tanto, es bastante comprensible que algunas personas intenten amenizar esos ratos con la lectura, aunque a muchos les dé reparo confesarlo. ¿Qué se suele leer en estos momentos tan personales? De todo, como es natural, pero una somera investigación parece indicar cierta preferencia por lecturas "ligeras": periódicos, revistas, cómics, etc. Por si falla la inspiración, existen blogs donde se recomiendan lecturas adecuadas para estas circunstancias -fundamentalmente, recopilaciones de citas, anécdotas o textos breves, no es cuestión de cargar con Guerra y Paz- e incluso algunos editores avispados han publicado libros que se dirigen de manera expresa e inequívoca a este mercado: véase por ejemplo Passing Time in the Loo (Pasando el rato en el váter), que recoge datos curiosos, resúmenes de obras clásicas y biografías de autores famosos. Una manera de salir del excusado sabiendo algo más que cuando se entró. Por cierto, el mismo autor ha dado a la imprenta una versión de Passing Time in the Loo que se centra en Shakespeare y sus obras, para los que no se conformen con cualquier cosa. No sé si Shakespeare hubiera aprobado este uso de su obra, pero el pobre no está en condiciones de quejarse. Y si, ya que uno está haciendo uso de las facilidades sanitarias modernas, siente curiosidad por saber cuál es su historia, nada mejor que La mayor necesidad. Un paseo por las cloacas del mundo, donde podrá darse cuenta de cuánto hemos avanzado en este aspecto.
Aunque nada supera, creo yo, el celo de Luke Barclay, quien se pasó dos años recorriendo el mundo en busca del váter perfecto, lo que él -parafraseando a E.M. Foster- denomina "una letrina con vistas". Regresó de sus viajes con una relación de 40 lugares que cumplían sus criterios, situados en los rincones más inesperados, desde una plantación de arroz en Bali hasta un lugar junto a la Interestatal 15 en Las Vegas.  Sin duda el libro resultante no debería faltar en ninguna biblioteca de lavabo que se precie.

martes, 9 de noviembre de 2010

CÓMO ESCRIBIR UNA NOVELA (O QUIZÁS NO)

¿Se puede enseñar a escribir? (Entiéndase que hablamos de escribir, no de redactar; esto último es algo que debería aprenderse en la escuela.) ¿Sirven de algo los talleres literarios? Las respuestas a estos interrogantes van  desde un "sí" entusiasta hasta el "no" más escéptico, por no hablar de los que opinan que los talleres de escritura no hacen otra cosa que "estropear" el estilo y la frescura del aspirante a escritor. Sin duda es posible aprender determinadas técnicas literarias, otra cosa es que luego se sepa qué hacer con ellas. Sea como fuere, lo cierto es que, a imagen y semejanza de lo que ya venía ocurriendo en otros países, en estos últimos años han proliferado en el nuestro los cursos para aprender a escribir y también los manuales que enseñan a hacerlo. Estos últimos abarcan una gama de lo más variada: algunos se centran en las técnicas literarias, otros adoptan un sesgo new age y reivindican la escritura como fuente de bienestar, una especie de yoga mental que libera energías y espanta bloqueos internos. A pesar de que sus autores son en su mayoría escritores bastante anónimos, hay también autores famosísimos que no han tenido empacho en desvelar los secretos de su oficio, como Stephen King o Ray Bradbury. Ahora bien, habría que ver cuál de sus lectores es capaz de emularlos. Por fin, existen también los que lo abordan con un toque de humor y explican Cómo no escribir una novela. El libro de Howard Mittelmark y Sandra Newman pretende enseñar a escribir a través de la ironía y el humor. En lugar de aconsejar qué hay que hacer para conseguir que tu novela sea publicable, señalan todos aquellos errores que harán que tu novela sea rechazada de inmediato por todos los editores. La obra es en realidad un catálogo de los errores más frecuentes en los escritores novatos (e incluso ¡ay! en los que ya llevan muchas páginas escritas). Cada error va precedido de un breve texto que lo ejemplifica, y de un título alusivo, a menudo bastante gracioso: "Buenas, soy la momia" es el del apartado sobre personajes que informan al lector acerca de cómo son (una variante de este error es el que se produce tan a menudo en la novela histórica, cuando por ejemplo un grupo de vikingos pasan largos ratos explicándose unos a otros sus costumbres). Ignoro si estos anti-consejos tendrán alguna utilidad real para el aspirante a novelista, pero apuesto a que harán soltar más de una carcajada al sufrido lector que haya tenido que abrirse paso entre los cientos de (generalmente muy malos) originales que inundan las editoriales.
Por mi parte, yo sólo recomendaría leer, leer y leer. Nada como la lectura de buenas novelas para aprender a escribir una.

viernes, 5 de noviembre de 2010

CURIOSIDADES DE LA LITERATURA

Hablé en otra entrada de Thomas Dibdin, autor de un exitoso tratado sobre Bibliomania. Pero la época debía ser fecunda en bibliómanos, porque otro contemporáneo suyo, Isaac D'Israeli (1766-1848), alcanzó también notoriedad con varios volúmenes dedicados a las Curiosidades de la Literatura, una auténtica mina de anécdotas en torno a los libros. Quizás eso se deba a que era un momento especialmente oportuno para dar con manuscritos y libros antiguos: la supresión de los jesuitas en 1760 y la Revolución francesa habían provocado la dispersión de muchas bibliotecas notables y los británicos y americanos en especial se lanzaron a comprar. Isaac D'Israeli es hoy conocido más que nada por haber sido el padre de Benjamin D'Israeli, el político y Primer Ministro inglés. Sin embargo, fue un personaje muy interesante en sí mismo. Aunque nació en Inglaterra, descendía de una familia judía que, expulsada de España por la Inquisición, se había afincado en Italia. Isaac manifestó desde muy joven su afición por las letras, para gran disgusto de su padre, rico comerciante, que deseaba que siguiera sus pasos. Para ello, le envió durante cuatro años a Amsterdam, tiempo que Isaac aprovechó para estudiar a Voltaire y a Rousseau y para escribir un largo y ardiente poema contra el comercio. Poeta, ensayista, biógrafo y reputado bibliófilo, su obra más conocida fue la colección de ensayos titulada Curiosities of Literature, que versaban en torno a libros raros, personajes y costumbres de los bibliómanos. Fue inmensamente popular durante el siglo XIX y siguió imprimiéndose hasta bien entrado el siglo XX, aunque dudo de que existiese versión española. Por suerte, hoy es posible consultarla en el archivo de Project Gutenberg y doy fe de que es una lectura deliciosa, que combina erudición e ingenio. Posiblemente me referiré más de una vez a ella, pero por hoy citaré sólo el capítulo dedicado a la recuperación de manuscritos antiguos. Nos cuenta D'Israeli que sólo el más ciego azar ha hecho que algunos, pocos, de los autores de la Antigüedad llegasen hasta nosotros. Tras la conquista de Egipto por los sarracenos, que significó el fin del acceso a un soporte de escritura barato como el papiro, el único recurso que quedó en Europa era el pergamino. Su escasez llevó a que se reutilizasen los antiguos manuscritos, y de este modo Tito Livio o Tácito fueron sustituidos por breviarios o vidas de santos: "verdades inmortales se vieron convertidas en torpes ficciones", en palabras de D'Israeli. Que los monjes no sentían gran aprecio por estos autores "profanos" parece demostrarlo el que, cuando en un scriptorium uno de ellos requería una obra de un autor pagano, a los signos habituales (las reglas les impedían hablar) añadía uno particular: se rascaba detrás de la oreja, a modo de perro con pulgas. No es raro, pues, que tan pocos de los autores clásicos nos hayan llegado íntegros. Sólo en el Renacimiento se empezaron a valorar estas obras, y entonces se desató un verdadero frenesí por recuperarlas. Algunos de estos hallazgos se hicieron en los lugares más insólitos, como la obra de Quintiliano, encontrada en el monasterio de St. Gallen, pero no en la biblioteca, sino en un cofre olvidado en un rincón, bajo un montón de basura. Otros habían sido utilizados para los menesteres más diversos; nos cuenta D'Israeli que un hombre de letras encontró una hoja de Tito Livio en el relleno de su "battledore" (especie de raqueta para el juego del volante). Salió corriendo para preguntarle al artesano que lo había fabricado si tenía más, pero ¡demasiado tarde!, éste había agotado su existencia de hojas de Livio una semana antes. Con estas y muchas otras anécdotas, D'Israeli logra convertir la búsqueda de manuscritos en una aventura digna de Indiana Jones. Un festín para bibliómanos.

martes, 2 de noviembre de 2010

AUTOBOMBO

Los textos de contraportada que los editores incluyen en la mayoría de los libros tienen como misión explicarle al futuro lector de qué va la obra y, casi más importante que eso, persuadirle de que debe comprar precisamente ese libro y no otro. Por lo tanto, suelen exagerar las virtudes del escritor y el interés de la obra. Sabedor de ello, el lector avezado ha aprendido a tomarse esas afirmaciones con cierto escepticismo. Para dar mayor credibilidad a sus alabanzas, los editores procuran siempre que es posible complementarlas con algún comentario favorable procedente de fuentes más imparciales (digamos). Así, cuando el libro ha tenido una buena acogida y se hace una reimpresión, se recurre a menudo a las fajas que reproducen el elogio de algún medio de comunicación más o menos prestigioso. Frases que -todo hay que decirlo- a veces están arbitrariamente recortadas y sacadas de contexto, de modo que consigan que una tibia recomendación parezca una alabanza entusiasta. Pero esto no es posible para la primera edición -que es la que más apoyos necesita para abrirse camino entre el alud de novedades-, por lo que se ha ido extendiendo la costumbre de mandarle galeradas a algún escritor ya consagrado y pedirle que facilite alguna frase elogiosa. Esta práctica, que en España no es aún demasiado frecuente, se ha convertido en Estados Unidos en casi imprescindible y, en consecuencia ha degenerado hasta extremos ridículos, ya que los escritores realmente importantes no se prestan a menudo a ello (o sólo para amigos o compromisos muy determinados), de modo que las editoriales han acabado echando mano de casi cualquiera que haya publicado un libro alguna vez. Como este recurso, por repetido y poco creíble, también da síntomas de agotamiento, el siguiente paso ha sido citar ya no a autores, sino a lectores: por ejemplo, frases de algún blog, o incluso de reseñas procedentes de Amazon. Todo vale, supongo, para convencer al lector de que compre tu libro. Últimamente, sin embargo, he visto con estupor que algunos editores han conseguido rizar el rizo: la publicidad de un libro recién publicado de John Katzenbach lleva como reclamo una frase del propio autor que dice "la novela más fantástica que he escrito jamás". ¡Pues claro! ¿Qué otra cosa iba a decir, si es el autor?

sábado, 30 de octubre de 2010

POR ENTREGAS

Muchas de las novelas del XIX se escribieron por entregas y nadie duda hoy en día de que Grandes esperanzas, La prima Bette o Madame Bovary son grandes obras literarias. Es más, la mayoría de los lectores actuales desconocen que esos libros vieron la luz ante todo como folletines, para un público que aguardaba ansioso su entrega semanal para saber qué sería de los personajes que habían capturado su atención. Hoy ya no hay novelas por entregas, pero en cierto modo las series de televisión han recogido el testigo y cumplen una función muy similar. Al igual que entre los folletines había de todo tipo -digamos que había una mayoría francamente mediocre o muy mala, llenos de lugares comunes, giros descabellados de la trama, personajes delineados con brocha gorda y diálogos poco plausibles-, entre las series hay también un amplio abanico donde escoger, desde la "sitcom" más tópica y banal (se me ocurren muchos candidatos) hasta exquisitas recreaciones de época, como Retorno a Brideshead, u obras maestras del guión, como The Wire. Y, emulando de nuevo lo que ya ocurrió con las novelas, cuando una serie alcanza un nivel de popularidad suficiente, su influencia se  irradia a otros campos: la moda, el lenguaje cotidiano, etc.  Antes o después se acaba publicando un libro que retoma sus temas o sus protagonistas, suponiendo que la serie no se inspirase de entrada en una obra literaria. Pero lo que ha pasado con Mad Men -sin duda la serie de calidad más en boga últimamente- es un tanto especial: ¡Roger Sterling ha escrito un libro! Para quien no lo sepa, Roger Sterling es uno de los personajes principales de esta serie, interpretado por el actor John Slattery. Lo curioso es que el libro sale bajo la autoría de Sterling, es decir, del personaje de ficción. El libro se titula Sterling's Gold: Wit and Wisdom of an Ad Man [El oro de Sterling: Ingenio y Sabiduría de un Publicista] y recoge algunas de sus frases memorables en la serie -como "Cuando Dios cierra una puerta, abre un vestido", Sterling es un mujeriego impenitente-, pero también lo que podrían ser sus ideas sobre cómo llevar adelante los negocios y la vida. Como es habitual, incluye una biografía de su autor y el texto de contra indica que "Los comentarios y observaciones de Roger Sterling constituyen una visión privilegiada del mundo de la publicidad, al tiempo que una crónica sobre la vida en Nueva York a mediados del siglo XX." Uno de los periodistas que se hacía eco de esta noticia se preguntaba: "¿Para cuándo un libro escrito por Peggy?". Por mi parte, yo estoy más ansiosa por ver la cuarta temporada de Mad Men, que ya se ha estrenado.

Roger Sterling, el autor




jueves, 28 de octubre de 2010

BIBLIOTECAS DISPERSAS

Nuestra biblioteca personal dice mucho sobre cada uno de nosotros: cuántos libros hay, de qué autores, en qué idiomas, qué ediciones, las anotaciones o subrayados que eventualmente hayamos podido hacer... Se puede elaborar todo un perfil basándose en ella. Esta información es especialmente valiosa en el caso de los escritores, pues sus bibliotecas permiten reconstruir sus lecturas y rastrear sus influencias e incluso sus opiniones.¿Qué pasa con las bibliotecas de los escritores cuando estos mueren? Pues me temo que, salvo casos puntuales de autores archiconocidos en que alguna institución se queda con ella -previo pago, generalmente, de una sustanciosa cantidad- la mayoría acaba dispersándose. Los libros se reparten entre los familiares (si hay suerte) o pasan a engrosar los depósitos de alguna librería de viejo, en espera de nuevo propietario. A veces, ni siquiera la donación a alguna biblioteca logra evitar la dispersión. Mark Twain, por ejemplo, donó gran parte de sus libros a la biblioteca que había ayudado a fundar en Redding, Connecticut. La biblioteca puso esos libros -la mayoría llenos de notas, pues Twain era un gran anotador- en préstamo público y pronto los buscadores de recuerdos se dedicaron a cortar cualquier página garabateada por el autor. Por si fuera poco, en la década de los cincuenta la biblioteca decidió hacer limpieza y uno de los libreros que adquirió esos fondos desechados se encontró con la grata sorpresa de tener en su poder varias decenas de títulos anotados por Mark Twain. Pero no todas las historias acaban así. Gracias a las redes sociales, parte de la biblioteca de un autor americano de culto, David Markson, se está volviendo a reunir. Markson murió hace unos meses y sus libros fueron a parar a una famosa librería de Nueva York, The Strand. Por casualidad, alguno de sus admiradores adquirió alguno y al darse cuenta de que había pertenecido a Markson, y de que estaba lleno de notas -al parecer muy divertidas- de este autor, comunicó este hallazgo a sus amigos. La noticia se difundió rápidamente por las redes sociales y pronto la librería se llenó de fans Markson que rastreaban sus vastas estanterías en busca de más ejemplares que procediesen de la librería de éste. Los fans se coordinaron entre ellos, elaboraron listas e incluso crearon un grupo de Facebook dedicado a reconstruir el catálogo de esa biblioteca dispersa. Seguramente todo esto no sirve más que para dar algo de fama póstuma a un autor minoritario, pero es una curiosa muestra de cómo una biblioteca dispersa puede llegar a reunirse de nuevo. Por cierto, el grupo está abierto a todo aquel en cuyas manos caiga alguna vez un libro que haya pertenecido a Markson. Estad atentos, pues.

lunes, 25 de octubre de 2010

BASKERVILLE

Siguiendo con mi proyectada serie sobre tipografía, hoy le toca el turno a John Baskerville (1706-1775). Nada que ver con el perro del famoso relato de Arthur Conan Doyle, ni tampoco con Guillermo de Baskerville, el personaje de El nombre de la rosa. Aunque quizás Eco pensó también en este tipógrafo -o, al menos, en el tipo de letra que él diseñó- cuando dio con ese nombre.
John Baskerville fue el protipo de ilustrado. Contemporáneo de Voltaire y de Franklin (este último le conoció y se hizo gran admirador de su obra), su interés por las formas escritas proviene de sus inicios como grabador en piedra. Luego, el éxito de un negocio de lacado de muebles -por aquella época hacían furor las "chinoiseries"- le permitió construirse una hermosa mansión en Birmingham, donde residía, y dedicarse a su afición por todo lo relacionado con la tipografía y la imprenta. Su campo de experimentación abarcaba todo el proceso de impresión, hasta el punto de que llegó a fabricar su propio papel y su propia tinta. Entre 1757 y 1774 imprimió 53 obras (la mayoría clásicos, entre ellos autores como Virgilio y Milton), que llamaron la atención por lo armonioso de su composición, por su novedoso tipo de letra y por la nitidez de la impresión. Una de las características distintivas de sus portadas eran los títulos en caja alta, con letras ampliamente espaciadas. En 1763, la Universidad de Cambridge le encargó la que sería su obra más importante, una Biblia en folio. Sin embargo, los desvelos de Baskerville no encontraron mucho eco entre sus contemporáneos y, a su muerte en 1775, su viuda tuvo que poner a la venta todo el material dejado por su marido, que fue adquirido por Pierre Beaumarchais para imprimir las obras completas de Voltaire. Esto último hubiera llenado de orgullo a Baskerville, quien como buen ilustrado era un ateo militante, hasta el punto de que a su muerte encargó que le enterrasen en el jardín de su casa, de pie en una urna, y redactó el siguiente epitafio para su tumba:

Stranger,
Beneath this cone, in unconsecrated ground,
A friend to the liberties of mankind directed his body to be inurned.
May the example contribute to emancipate thy mind
From the idle fears of Superstition,
And the wicked Act of Priesthood!

[Forastero,
Bajo este cono, en tierra no consagrada,
Dictó que se enterrase en una urna su cuerpo un amigo de las libertades del hombre.
¡Quiera este ejemplo contribuir a emancipar tu mente
De los miedos ociosos de la Superstición.
Y de los viles Actos del Clero!]

Durante muchos años, los tipos de Baskerville quedaron olvidados, hasta que en 1917 el diseñador americano Bruce Rogers los recuperó y adaptó en Estados Unidos; poco después Stanley Morison haría lo mismo en Inglaterra. Hoy en día, la Baskerville es una fuente ampliamente utilizada, con numerosos derivados y variantes.