John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 4 de noviembre de 2014

APRENDIENDO DE LOS LIBROS


Libros = cultura.
Toda la sabiduría está en los libros.
Leer es siempre provechoso.
Para aprender algo, nada hay como un buen libro...
Podría seguir citando frases en apoyo de la idea de que leer es aprender. Muy ciertas todas ellas, sin duda. Pero, ¿verdad que tanta sabiduría y tanta solemnidad producen un cierto sarpullido? Pues claro que todos los libros enseñan algo. Incluso los que no lo pretenden. Es más, a veces los que no tienen ninguna intención didáctica son los que resultan más informativos. En realidad, la idea de que sólo se aprende de las obras "sesudas", morales o didácticas es del todo errónea. Hay temas por los que yo nunca me interesaría, es decir, nunca se me ocurriría coger un tratado que hablase de ellos y que, sin embargo, si me los suministran bien envueltos en una historia bien contada, llegan a fascinarme. O, en el peor de los casos, a no molestarme en absoluto.
Para que lo entiendan, nada mejor que un par de ejemplos.
 


Los caballos y el mundo de las carreras
Verán, creo que sólo he montado dos veces en mi vida en uno de estos animales, y la segunda de ellas fue medio por obligación, por acompañar a mis hijos. En ambos casos se trataba de animales mansísimos que no iban más que al paso; en ambos casos, me pareció que eran unos bichos muy altos y la experiencia me hizo sentir de lo más insegura. Vaya, que el mundo de los equinos no está hecho para mí. Sin embargo, resulta que sé mucho de jockeys, de carreras y de purasangres. Y todo gracias Dick Francis, un señor inglés que escribe (escribía, ya murió) unos espléndidos thrillers que transcurren en ese entorno. Francis tiene además una historia personal digna de una novela. Sirvió en la RAF durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió luego en jockey profesional, ganó numerosas carreras y llegó a ser jockey para la Reina Madre durante varios años; en 1956, cuando montaba uno de sus caballos en el Grand National, el animal cayó inexplicablemente cuando Francis estaba a punto de ganar la carrera. Tras este fracaso, dejó la profesión para dedicarse a escribir. Y, casi de entrada, se convirtió en escritor de éxito. Durante 38 años, produjo una novela por año, unos thrillers llenos de acción y de detalles interesantes sobre la profesión de sus protagonistas (a menudo jockeys, pero también fotógrafos, expertos en gemología u otras especialidades). Por supuesto, no todos son igual de buenos, y todos responden a una fórmula bastante simple y previsible. Pero son invariablemente entretenidos y dinámicos. A lo largo de los años, he leído una buena parte de su obra y he aprendido de paso cosas que, encima, han tenido una utilidad inesperada. Como mis conocimientos acerca de los whiskies y su destilado, perfectos para ciertas reuniones sociales en que no hay mucho que decir. Todos ellos sacados íntegramente de una de las novelas de Francis, claro, pues no bebo whisky y en mi vida he visitado una destilería. Y, por supuesto, los caballos y su mundo no tienen secretos para mí.
 



La navegación a vela en la época de las guerras napoleónicas
Imagínense un título así. ¿Lo verían interesante? Si son apasionados de los veleros, quizás sí. Si, como yo, sólo han navegado de pasajero, ocasionalmente, y en barquitos de recreo, probablemente no. Hasta que descubrí a Patrick O'Brian, mi conocimiento de los veleros era de lo más rudimentario. Pero leí el primero -creo recordar que el "gancho" fue una crítica que decía que sus diálogos recordaban a los de Jane Austen- y quedé fascinada, aun cuando la mitad de lo que se decía (estaba, como todos, plagado de términos náuticos) me resultó incomprensible. Ahora, gracias a la portentosa serie de Aubrey y Maturin -al contrario de lo que suele ocurrir, la película es sorprendentemente buena, pero créanme si les digo que las novelas son mejores aún- he ampliado mucho mis horizontes náuticos. Sigo sin saber navegar, pero soy muy consciente de la importancia del trinquete, sé lo que es navegar de bolina o fachear y que la cangreja no es un animal marino, sino una vela que se iza en el palo de mesana. Esto y muchas cosas más, como que en un combate naval de la época, la mayor parte de las heridas se producían no a consecuencia de las balas de plomo, sino de las astillas que volaban por todas partes cuando estas impactaban en el barco. Leer a O'Brian, además de un goce literario, equivale a leer ese tratado de navegación del que hablábamos. Pasándolo, desde luego, mucho mejor.
 
Es necesario desechar la idea de que el aprendizaje sólo es válido si implica esfuerzo y aburrimiento. Cualquier buena novela nos hace aprender más sobre la naturaleza humana, la vida o la historia que muchas enciclopedias. Y, encima, es un placer. ¿Se puede pedir más?
 



8 comentarios:

  1. Muy clarito y muy cierto. Igual que los niños aprenden mejor jugando, aprendemos mejor si a la vez nos entretenemos.


    Me ha encantado tu entrada.

    Un beso.

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  2. No digo yo que no, pero prefiero creer que leo para soñar en otros mundos, o evadirme,... tan difícil de explicar como innecesario, pues es un sentimiento. Supongo que por eso me gusta leer desde la más tierna infancia porque por aquel entonces no tenía yo aspiraciones sesudas.

    Saludos y gracias por la entrada, que descubro siguiendo la pista de Zazou.

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    1. Gracias por pasarte por aquí, Rubén. En este blog creemos fundamentalmente en la lectura por el simple placer de leer y de vivir otras vidas, lo verás si lees alguna otra de mis entradas. Pero me interesaba señalar que, además de eso, leer constituye una increíble fuente de aprendizaje.
      Saludos.

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    2. De hecho, si el escritor lo hace bien, aprendes y sueñas a la vez. Esa es la clave. Y hasta puede picarte el gusanillo de investigar más sobre un determinado tema. Son las novelas que parecen enciclopedias las que producen rechazo, igual que una película moralizante.

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    3. Totalmente de acuerdo: esas novelas que quieren "culturizarte" son insufribles. Consiguen todo lo contrario.

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  3. Estoy de acuerdo y es casi una obviedad que cuanto más lees más cosas aprendes, pero en un sentido más amplio de la vida, la puesta en práctica de los conocimientos también enseña a quien llega a un equilibrio entre teoría y práctica. Muchas veces aprendemos cometiendo errores. Me gusta mucho leer pero también hacer.
    Besos

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  4. Elena estoy totalmente de acuerdo contigo. He aprendido cosas de los libros más insospechados. Incluso de algunos de esos que la "crítica erudita" no cogería ni con pinzas.
    Una de las cosas que más sufrí en la carrera y todavía sufro hoy con el doctorado es el menosprecio y la condena tajante que, bastantes profesores y colegas, hacen sobre los libros de divulgación (hombre algún que otro divulgador o pseudo historiador bien podría callar para siempre y no digo nombres) Pero me repatea que expresiones como "escrito de forma amena" y "con un aire literario" sean como la peste bubónica llamando a la puerta de los departamentos de Historia.
    Es una pena que muchos todavía piensen que en un ensayo, rigurosidad y valor científico deban estar reñidos con escritura agradable y entretenido descubrimiento.
    Bueno allá ellos, no saben lo que se pierden; o si, pero no quieren reconocerlo :)
    Un beso y gracias por el testimonio de Orwell de tu última entrada. La verdad es que a veces me da miedo conseguir mis objetivos y que luego no resulten tan deslumbrantes como esperaba.

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    1. Te comprendo bien, Marie. Oyendo a algunos, se diría que si no sufres aprendiendo, es que se trataba de algo poco valioso. Gran error.

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