John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 24 de agosto de 2015

LEER EN PÚBLICO


 
 
Igual que, a salvo  en la intimidad del hogar, uno se permite actos que la educación y el decoro le impiden llevar a cabo en público, también hay libros con los que uno preferiría no ser visto. O no al menos por desconocidos. Y es que leer en público, incluso el mero hecho de llevar bajo el brazo un libro determinado, nos define a ojos de los demás. Lo explica muy bien Alberto Manguel:
"Una prima lejana tenía muy en cuenta que los libros pueden funcionar como emblemas, como signos de alianza, y siempre elegía el libro que llevaba de viaje con el mismo cuidado con que escogía su bolso de mano. No viajaba con Romain Rolland porque pensaba que le hacía parecer demasiado pretenciosa, ni con Agatha Christie porque le hacía parecer demasiado vulgar. Camus era adecuado para un viaje breve, Cronin para los largos; una novela policiaca de Vera Caspary o Ellery Queen estaba bien para un fin de semana en el campo; y una novela de Graham Greene para viajes en barco o en avión."
 
Por supuesto, no es concebible emprender un viaje -sea este largo o corto- sin haberse provisto de alguna lectura. Pero, tal como muestra el delicioso ejemplo de la prima de Manguel, hay que ser prudente al elegirla. Un paso en falso y puede que hayamos de sufrir durante todo el trayecto la mirada de desprecio del hipster que se sienta a nuestro lado, que seguramente considera que leer a Galdós es  de lo más anticuado. (Aunque, por otro lado, entra dentro de lo probable que no sepa quién es este señor.) El mismo impulso que nos lleva a juzgar a los demás por la ropa que llevan, o por su peinado, hace que les encuadremos en determinada categoría de acuerdo con el libro que van leyendo.
Así que a veces los lectores debemos, como la previsora prima, ejercer cierta censura sobre nuestros gustos para no ser tachados de cursis, o de esnobs o de cualquier otro adjetivo del cual no creemos ser merecedores. Recuerdo perfectamente un viaje en avión en compañía de un colega de trabajo que se me hizo eterno porque el libro que llevaba en mi bolso -mi lectura de esos días, que ardía en deseos de reanudar- era la Anábasis de Jenofonte. Durante la hora y media que duró el vuelo, estuve debatiéndome entre las ganas de sacarlo y enfrascarme en su lectura -que, además, me hubiese permitido ahorrarme la anodina conversación de mi compañero- y las pocas ganas de responder las preguntas que anticipaba si lo hacía -¿qué es eso que lees? ¿de qué va? ¿griegos antiguos?-, que además me temía que desembocarían en una mirada de incomprensión. (Sí, ya sé, hubiese debido aclararle que no es más que una apasionante novela de aventuras, el relato de un grupo de mercenarios que, fracasados en su misión y aislados en territorio enemigo, intentan por todos los medios regresar a su casa. Una trama digna de Hollywood.)


 
 
Por otro lado, no hay cosa más entretenida que intentar adivinar algo de las personas que leen en público a través del libro que sostienen entre las manos. A menudo, el personaje y su libro entran dentro de lo previsible. Parafraseando a Manguel, podríamos decir que el emblema responde a lo que son. Pero, de vez en cuando, uno descubre una pieza que no encaja: un señor canoso y trajeado que va leyendo una novela gráfica, una chica rapada y llena de tatuajes que lee a Jane Austen... Rarezas que resultan refrescantes entre el mar de bestsellers de ayer y de hoy que devoran la mayoría. Aunque... tal vez los estemos juzgando mal. ¿Quién dice que esa chica que parece tan interesada en La catedral del mar no es en realidad, en privado, fiel lectora de Jonathan Franzen?

 

19 comentarios:

  1. Hollywood ya ha empleado el Anábasis (con toques de la Odisea) en The Warriors, de Walter Hill - 1979.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Claro, el argumento es de lo más cinematográfico. Lo que me extraña es que no lo hayan explotado más.

      Eliminar
  2. A mi me encanta cotillear lo que la gente lee en el metro (aunque cada vez sea más complicado dada la proliferación de pantallas), y tengo que reconocer que no puedo evitar juzgar al lector según el título de su portada (mal, muy mal por mi parte). Una de las mayores sorpresas me la dio un día un chico de unos 15 o 16 años que subió conmigo en la estación de Saint-Lazare. Me acordaré siempre; se sentó enfrente mía y los dos sacamos nuestros respectivos libros: yo llevaba Martin Eden y el Las ensoñaciones del paseante solitario. Al darme cuenta me dieron ganas hasta de darle un abrazo. Quizá fuera una lectura obligatoria para el Lycée…pero a mi me hizo simplemente feliz. Un abrazo Elena.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues sí, está muy mal eso de juzgar a la gente por lo que leen. Pero me temo que casi todos caemos en la trampa y lo hacemos, sin pensar. Yo también me llevo una alegría cada vez que sorprendo a alguien leyendo un libro que a priori no encaja con el estereotipo.

      Eliminar
  3. http://undergroundnewyorkpubliclibrary.com/

    ResponderEliminar
  4. Me disponía a leer "334", de Thomas M. Disch, una novela de ciencia ficción muy compleja, seria e intelectualmente exigente. El problema era que la editorial Martínez Roca, en su colección de ciencia ficción, partía de la base de que había que poner portadas llamativas. Es decir: ilustraciones futuristas de mujeres en diversos grados de desnudez.
    En la portada de "334" aparecía una tía ciberpunk medio en pelotas, imagen que no tenía absolutamente nada que ver con el contenido de la novela. ¿Cómo iba yo a ir por el mundo mostrando un libro con una portada así? La gente, sin duda, pensaría que soy A) un gilipollas, y B) un salido. La solución: forré el libro, que pasó a convertirse en un objeto anónimo que nada decía de mí (salvo que soy muy cuidadosito).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ja, ja! Pues no sé qué me habría inducido a pensar peor de ti, si la cubierta de la tía en pelotas o el libro forrado... XD

      Eliminar
  5. Curiosamente me encuentro con tantas asociaciones extrañas lector-libro que he aprendido a no juzgar. Y quizás ese es el motivo de que no me avergüence llevar casi nada entre las manos.

    Lo que sí me molesta mucho es que me juzguen cuando me preguntan qué leo. Si respondo el título de un best-seller, de una novela de colección Jazmín o uno de acción sin chicha, será porque en ese momento me lo pide el cuerpo. No todo van a ser señoras Dalloways.

    ResponderEliminar
  6. A mi me encanta ver a la gente leyendo, e intento no cotillear lo que leen. Intento también no prejuzgar, pero no lo consigo. Cuando veo a alguien con cosas como Dan Brown o Paulo Coelho o las Cincuenta sombras de Grey, me invaden mil prejuicios, ¡y eso que yo leo romántica y a saber lo que la gente que no me conoce pensará de mí!
    Siempre viajo con un montón de libros, y desde que existe el kindle, que es de lo más discreto, la gente se queda con las ganas de saber lo que lees.
    La única vez en mi vida -que yo recuerde- que alguien me comentó algo de lo que yo estaba leyendo fue un espontáneo, en la playa, que me vio leyendo 1984 de George Orwell. Todavía estoy alucinando: no sé si es que sólo quería charlar o ligar o si pensaba que eso era demasiado profundo para mí.
    Una queja habitual de las lectoras de romántica son las portadas tan espantosas que les ponen, que no suelen tener relación con lo que hay dentro. Hay que ser muy valiente para ponerse a leer un libro con "eso" en la portada. Ya veo que en ciencia ficción pasan cosas parecidas.
    A mí, debe ser que el borderío se me nota, nunca me ha abordado nadie al respecto. Hay foros enteros con anécdotas al respecto de personas que se sienten legitimadas para reñir a la gente con sus lecturas.
    A la escritora Anna Casanovas le pasó hace poco, y le dedicó un post en su blog.
    Es una pena no atrevernos a leer en público, una de las cosas que más nos gusta, por el "qué dirán". Creo que, a mis cuarenta y muchos, ya he superado el complejo, pero nunca se sabe...

    ResponderEliminar
  7. ¿Reñir a la gente por sus lecturas? Esta sí que es buena... No se me ocurriría hacerlo, por mucho que, inevitable e injustamente, juzgue a la gente por lo que les veo leyendo. ¡Pero reñirles por algo con lo que yo no comulgo me parece el colmo!

    ResponderEliminar
  8. Yo suelo ser cuidadoso con lo que llevo para leer en público, aunque la realidad es que a muy poca gente le importa. Vamos, que un libro nos define, sí, pero a los ojos de cuatro como nosotros. Eso sí ¡cuanta alegría al ver a alguien con un libro interesante, o de tu autor favorito!

    Respecto a lo que comenta César, yo cuando compraba la revista de cómics El Víbora procuraba esconderla para no parecer un vicioso depravado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ja, ja, es verdad que El víbora era de lo más explicito. Como para leerla en el metro y que se te sentase una ancianita al lado...

      Eliminar
  9. Me pasa igual que a Dorotea Hyde, hay asociaciones inesperadas. Y además, vamos a suponer que vemos a fulanito leyendo una basura... ¿cómo sabemos que está disfrutando de la lectura? ¿Y si el libro le parece horrible? (lo digo por experiencia, que soy el típico lector que se auto obliga a terminar los libros que empieza). Y lo mismo si lee un libro que a nosotros nos encanta. Tal vez nos diga "es de lo peor que he leído", y nos llevamos un chasco. Yo he llevado todo tipo de lecturas en el transporte público, de todos los géneros... y de las cuáles he tenido opiniones muy variopintas. No me preocupa nada lo que piensen.
    Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Interesante aspecto, en el que no había reparado: es posible que el lector esté maldiciendo para sus adentros lo que lee, mientras que los observadores le contemplan con mirada llena de censura. A partir de ahora, lo tendré presente y compadeceré al pobre lector :)

      Eliminar
  10. Hola

    Sinceramente no llevo libros en el transporte o cuando viajo a otra ciudad.

    Prefiero llevar periódicos, revistas y/o hacer crucigramas porque el ruido de los celulares u otros aparatos y cachivaches electrónicos y las conversaciones me malogran la concentración.

    Leo libros... en mi casa.

    Si veo a alguien leyendo algo que me desagrada no le digo nada. No soy tan borde.

    Si es de interés lo que lleva puede ser que converse con la persona pero, ojo, tiene que ser con alguien que ya se conoce hace buen tiempo.

    Hay lectores que son pésimos conversadores y de lo más cortantes así que con algunos no digo nada más y sigo con lo mío.

    Encontrar gente que lea libros en el transporte aquí en Perú es raro y con respecto a hallar personas con otros libros que no sean los que sirven para postular o los textos universitarios pues la podría contar con los dedos.

    Conocí a algunos lectores que se empachaban con Agatha Christie o o los bestsellers de moda -algunos de los más indigestos- y les aconsejé variar de lecturas (la he leído a doña Agatha pero no pienso hacerlo con todos sus libros y a muchos esos de moda no los leeré ni regalados).

    Se topa uno con gente que tanto se pavonea de saber idiomas como el inglés y no lee ni el periódico.

    Un gusto el leerla.

    Saludos

    ResponderEliminar
  11. Un forro. Es lo que mi esposa y yo hacemos, cuando llevamos libros en un viaje, o cuando alguno nos atrapa al punto de no querer dejarlo por nada, y lo llevamos con nosotros.

    Y no nos parece un pecado, sino al contrario. Por una parte, lo cuidamos al llevarlo, y por la otra, ¿no es acaso el leer, el adentrarse en un libro, un acto íntimo, privado?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Para nada es un pecado forrar un libro, lo preserva de desgaste y suciedad. También preserva, como bien dices, la privacidad del lector. Aunque a los "voyeurs" de la lectura, a quienes nos encanta husmear en los libros ajenos, nos frustre un poco.

      Eliminar