John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 6 de abril de 2016

LAS EDADES DE LA LECTURA



¿Son los libros que leímos hace años realmente como creemos que son? Como el libro está ahí, aparentemente inmutable, con sus letras, sus líneas, sus párrafos, sus páginas... los lectores tendemos a creer que siempre es el mismo libro, no importa cuándo lo hayamos leído o lo pensemos leer. Olvidamos, claro, que no hay libro si no hay lector: todas esas letras, líneas, párrafos, etc. no son nada sin la experiencia del lector que los capta, los comprende y los filtra de acuerdo a su entendimiento. No hay un libro, hay tantos libros como lectores. Por si fuera poco, los propios lectores no son siempre el mismo lector, de ahí las inmensas sorpresas que a menudo deparan las relecturas. Créanme, no es lo mismo leer Guerra y paz a los dieciséis que a los cuarenta y seis años.
Recientemente, tuve una experiencia que corroboró este extremo: leyendo la reseña hecha por un bloguero amigo de uno de los libros que marcaron mi juventud, El corazón es un cazador solitario, me di cuenta de que buena parte de lo que contaba no me sonaba en absoluto. Con asombro y cierto horror, descubrí que mi yo lector de entonces sólo había registrado una parte de la historia. Por supuesto, la que a mí en esos momentos de mi vida mi importaba; el resto, se había esfumado de mi recuerdo porque -sospecho- nunca le presté mucha atención.
Esto me ha llevado a reflexionar acerca de cómo en cada etapa de la vida se lee de una manera distinta. Generalizando, diría que puedo distinguir tres grandes etapas lectoras:


 
 1. La niñez. Magia y fascinación.
Como los primeros amores, las primeras lecturas son lo más maravilloso que a uno le puede suceder. En esta etapa de descubrimiento -¡hay otros mundos!- la frontera entre lo real y lo ficticio es tenue. Lo que uno busca es la fascinación de la novedad, la aventura, lo desconocido. Todo es creíble, todo parece posible. No hay barreras entre lector e historia: "somos" alternativamente el Gato con Botas, la Cenicienta o Robinson Crusoe. Seguramente la lectura de la infancia es la que más se ajusta a la idea de "perderse en las páginas de un libro". Lectura inmersiva.



En un orfanato, Lübeck (detalle), de Gotthard Kuehl
 2. Adolescencia y juventud. Modelos y respuestas.
Si en los primeros años leemos olvidándonos de todo, los muchos interrogantes que suscita la adolescencia, esa edad en que todo -empezando por el propio cuerpo- parece volverse extraño y hasta peligroso, incitan a buscar respuestas en la lectura. Los libros, así, se convierten en posibles modelos, claves para entender el mundo y para entenderse a uno mismo, pautas de conducta para tratar con los demás.  Durante esta etapa, leemos sobre todo buscando un reflejo, una imagen que poder aplicar a nuestra vida. No es raro pues que a los adolescentes les gusten los libros que tratan de adolescentes tan desorientados como ellos -véase El guardián entre el centeno-, o el absoluto éxito de la novela romántica entre las jovencitas, que parecen responder -cierto que de manera idealizada y poco realista, como uno comprueba más adelante- al gran interrogante de qué es el amor y cómo conseguirlo. Durante estos años de exploración intelectual y afectiva, la lectura funciona como una especie de mapa en el que vamos buscando pistas.
 

A Good Read, Sally Strand
 3. Madurez. Análisis y disfrute.
Una vez han pasado las turbulencias -cierto que algunas personas nunca las dejan atrás, y por eso quedan varadas en la lectura-búsqueda; tal vez eso explique el tirón de los libros de autoayuda-, una mayor estabilidad nos permite también leer de otro modo. Ya no nos buscamos a nosotros mismos, sino que somos capaces de buscar al otro. Es decir, comprendemos al fin que detrás de la historia que nos cuenta cada libro hay un autor y una intención. Que esa intención puede ser muy simple, pero también muy compleja. Que pueden haber distintos niveles de interpretación. Que uno se puede dejar arrastrar por el encanto de una historia, pero también mirarla desde cierta distancia y analizar cómo está hecha, compararla con otras. Estas operaciones, además, enriquecen nuestra capacidad analítica y nos enseñan a establecer categorías, a disfrutar de la obra bien hecha. Una mayor experiencia de la vida y de las personas hace que nos maravillemos cuando lo que el libro refleja parece ser la vida misma, y resultemos defraudados cuando los personajes parecen estar hechos de cartón piedra. Sabemos qué es lo que nos gusta pero también porqué nos gusta. Podemos ser testigos y cómplices a la vez.

Diría que estas etapas son ineludibles, pero también positivas. Parte del proceso de crecer, de aprender, de vivir. Un adolescente nunca podrá leer Crimen y castigo como un adulto y si a los cuarenta años se te caen de las manos los libros de Enid Blyton que devoraste de joven la culpa no es de ellos: es que tú ya no buscas en ellos un modelo de comportamiento. Por eso los buenos libros, entre ellos los clásicos, lo son porque tienen algo para cualquier edad.
 

8 comentarios:

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  2. Absolutamente de acuerdo, Elena. Somo seres en continua transformación (externa e internamente). Es lógico que lo que refleje ese espejo interior que es todo buen libro sea cada vez diferente, incluso en épocas de nuestra vida que no distan tanto.

    Un saludo.

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  3. Como todo en esta vida. Todo lo que nos ocurre... La edad es un factor fundamental.

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  4. Muy de acuerdo con lo que dices, Elena, pero con una matización: creo que en realidad nunca abandonamos del todo esas fases lectoras. Digamos que es un tema estadístico. Yo, ahora, leo de forma "madura" en, digamos, el 70% de las ocasiones; como un adolescente el 20%, y como un niño el 10%. Y que lea de una forma u otra depende, en gran medida, del libro y del autor, aunque supongo que también de mi estado de ánimo.

    Ahora que eres una adulta ¿nunca has leído un libro con la misma pasión que una niña? Seguro que sí. Voy a cometer una falta de humildad y ponerme a mí mismo como ejemplo. Muchos lectores adultos de mi novela "La isla de Bowen" dijeron que, gracias a ese libro, volvieron a leer como niños. Lo cual, lo reconozco, me enorgullece, porque es lo que pretendía.

    En resumen, lo que quiero decir es que cada una de esas fases lectoras que citas no sustituye a la anterior. Sencillamente, se superponen. Y, llámame inmaduro, pero en mi opinión la forma más maravillosa de leer es como un niño. Pero cuando uno es un dinosaurio resulta tan difícil...

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    1. Cierto que, aunque nuestra forma de leer va evolucionando, nunca dejamos del todo atrás las anteriores. Pero yo confieso que cada vez me cuesta más perderme en la lectura y leer ávidamente, olvidada de todo. A estas alturas, hay muy pocos libros que consigan que me olvide del mundo alrededor, lo que en cierto modo es una lástima. Pero también es cierto que gracias a la capacidad analítica soy capaz de profundizar y disfrutar de aspectos de la lectura que antes ni hubiera sospechado. ¡Una cosa por la otra, supongo!

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    2. Me gusta tu teoría, César. Es cierto que me pasa un poco como a Elena, que cada vez soy más analítica, pero aun en una misma lectura, tengo momentos de cada una de las fases.

      Me ha encantado el artículo.
      Un abrazo.

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  5. Excelente entrada, y muy de acuerdo con esas fases. A grandes rasgos son ciertas, aunque concuerdo con el comentario de arriba que ninguna fase se cierra del todo y hay porcentaje estadístico. Pero lo dicho: ciertas a grandes rasgos.
    Yo por ejemplo, recuerdo que en mi adolescencia buscaba sobre todo identificarme con el personaje. Ya no, ahora busco otros puntos de vista.
    Un saludo.

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  6. Es cierto.
    Tolkien que me maravilló de jovencito ahora es infumable (algunas recopilaciones de cuentos editadas por su hijo Christopher las tengo sin estrenar siquiera, y seguirán seguramente así).
    No obstante, creo que me he estancado en el segundo peldaño, no consigo dar el salto a ese tercero más analítico, culto o inteligente (salvo en raras ocasiones). Sigo tomando notas de mis lecturas de aquellos pasajes con los que me siento identificado o son de mi interés.
    Supongo que los niveles no va con los años y sí con la experiencia o recorrido de cada cual.

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