John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

jueves, 15 de septiembre de 2016

LA LITERATURA INFANTIL NO ES SOLO PARA NIÑOS

El rincón de los niños en la Central del Raval
(Barcelona)
 
Aprovechando que celebramos este año el centenario de Roald Dahl, ese escritor original, transgresor y algo malvado que ha hecho la delicia de tantos niños y adultos, vamos a romper una lanza en favor de los libros para niños y jóvenes. Vamos, lo que se conoce como LIJ en círculos especializados, pero que, para el lector de a pie, son esos que en las librerías están en una sección con mesas y sillas bajitas y llena de colorines. Si usted no tiene niños, es muy probable que esa sección ni la pise y, por descontado, ni se le pasará por la cabeza leer alguna de las obras que pertenecen a esta categoría. Pues no sabe lo que se pierde. ¿Por qué -preguntará tal vez- si soy adulto, habría de leer obras pensadas para niños? Principalmente, porque una obra literaria de calidad no "es para" un lector de una edad, sexo, etnia o religión determinados: los buenos libros se dirigen a cualquier lector, a todos los lectores capaces de apreciarlos. Con esto no quiero decir que deba uno aparcar de inmediato a Proust o Dostoeivski para dedicarse a leer todo lo que encuentre en el rincón de los niños de su librería habitual. (Comprobará en ese caso que, tal como sucede con la sección de adultos, igual que se encuentran gemas, hay mucha morralla.) Si es un lector curioso, con ganas de ampliar sus horizontes, hará bien en dejarse aconsejar por su librero o pasarse por algún blog especializado, como el de anatarambana -que, merecidamente, ha recibido este año el Premio Nacional al Fomento de la Lectura-, para ir directo a lo que de verdad vale la pena.
 
 
 
 
Lo que suele suceder -aunque el fenómeno Harry Potter cambió un poco esto- es que, aunque  hayamos leído este tipo de literatura en nuestra infancia, al pasar a la edad adulta la dejamos de lado (reafirmados por ese orgullo estúpido de "ya soy mayor"). Hasta nos da cierta vergüenza incurrir en este tipo de lecturas, no sea que alguien nos vea con un libro para niños entre manos. (Los editores ingleses de Harry Potter llegaron a hacer una versión con cubiertas "de adultos", para estos lectores.) La mayoría de la gente no se vuelve a acordar de ellas hasta que se convierte en padre. Con la excusa de comprar libros para tus retoños, empieza entonces una etapa de exploración y de maravillosos descubrimientos. A mí, al menos, me ocurrió así: empecé a leer todo lo que compraba para ellos, y ya no pude parar. Como dice C.S. Lewis: “Me inclino por establecer como una norma el que un relato para niños que solo les gusta a los niños es un mal relato infantil. Los que son buenos perduran. Un vals que solo te gusta mientras estás bailando el vals es un mal vals”. Leer un buen libro infantil o juvenil produce el mismo placer en un adulto que en un niño. O más, porque el adulto es capaz de admirar en él aspectos técnicos que el niño simplemente disfruta sin ser consciente de ellos. Y porque los buenos libros infantiles -igual que los buenos libros para adultos- no sólo poseen un nivel de lectura, sino muchos. Cuando más perspicaz es el lector,  más partido le saca. Para un niño, el cuento de Maurice Sendak Donde viven los monstruos puede ser tan solo una divertida manera de exorcizar los temores que le asaltan en la noche; el lector adulto percibirá que es un estudio de cómo los niños logran dominar sus sentimientos de ira, miedo, frustración o celos, y una reflexión sobre la fuerza de la imaginación. Aunque ya no tengamos ocho años, como Max, también nos sentimos "salvajes" alguna vez y hacemos (o nos gustaría hacer) cosas que se escapan de lo tolerado.
 
 
Ilustración de Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak
 
De modo que, sin complejos, incluya en su dieta lectora una ración de literatura infantil. Ningún menú lector debería estar completo sin obras como El león, la bruja y el armario, de C.S. Lewis, El libro del cementerio, de Neil Gaiman, Momo, de Michael Ende, El superzorro, de Roald Dahl (y todas las demás obras de este autor),  o los deliciosos álbumes ilustrados de Quentin Blake. Y eso es sólo el aperitivo... Anímense a probarlo.
 
 

6 comentarios:

  1. También esta el asunto de quienes escriben para niños.recuerdo que no se que escritor célebre dijo que el escribir para niños sería rebajarse.y otra persona hizo mención a esto en un suplemento y a una mención de un cuento de Salí, que también he leído.es así: tres chicos van en tren con su tía y esta les cuenta un cuento de una buena niña..pero los chicos alborotan.entonces un hombre sentado cerca les cuenta sobre una nena muy buena que término devorada por un lobo.la tía dice que hizo mal y el hombre dice que al menos se quedaron callados.este se dice pobre tía,por años la seguirán molestando para que les cuenta historias inmorales.me gusta aun Seguir leyendo historias infantiles que no sean para tan chicos,aunque ciertas novelas que cuando son para niños la resumen mucho o por espacio, así me compre Oliver Twist.

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  2. Yo en cuanto me hice adulto supe que ya podía leer cualquier libro infantil. Algo así le decía C.S.Lewis a su sobrina en un libro de Las crónicas de Narnia.
    Saludos.

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  3. Yo sigo leyendo LIJ, creo que nunca lo he dejado. Primero releyendo de vez en cuando mis libros, y ahora buscando cosas nuevas. Y a veces hago unos descubrimientos maravillosos.
    Un abrazo.

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    1. En LIJ suele haber menos elementos para guiarse que en literatura para adultos (menos promoción, menos críticas), y eso tiene su lado bueno, que es que uno se adentra en este mundo muy poco mediatizado. Por eso es posible llevarse esas maravillosas sorpresas.

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  4. Ocurre exactamente igual con las películas. ¿Cuantas personas de nuestro entorno son reticentes a visionar una porque sus personajes son de dibujos animados? La de joyas que se pierden con su cabezonería, porque no está la industria como para dejar pasar esas maravillas. Y me refiero tanto a la cinematográfica como a la editorial.

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    1. Totalmente de acuerdo, Mazcota. Yo a veces echo de menos no tener niños pequeños para usarlos como excusa para ir a ver ciertas películas. Al final acabo yendo igual, porque las buenas historias no importa si les suceden a personajes de carne y hueso o a dibujos animados.

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