La costumbre de prohibir libros no se limita a épocas remotas y regímenes totalitarios. Aunque cueste creerlo, en un país democrático como Estados Unidos sigue siendo posible poner libros en la "lista negra" e impedir que se encuentren en bibliotecas públicas o escolares. Cualquier ciudadano o grupo puede denunciar un libro si juzga que su contenido es ofensivo, o si considera que resulta inadecuado para su lectura en las escuelas, por ejemplo. Estas denuncias deben ser valoradas por un tribunal formado en general por bibliotecarios, quienes deben decidir si procede o no eliminar el libro en cuestión del préstamo público, aunque en caso de desacuerdo el asunto puede llegar a los tribunales. Hay cientos de denuncias cada año en bibliotecas y escuelas de todo Estados Unidos. Según la ALA (American Library Association), en 2009 se registraron 460 (y estima que muchas otras no llegan a hacerse públicas). Hay que decir que, aunque a menudo las denuncias son desestimadas, existen muchos otros casos en que prosperan. Para luchar contra este tipo de denuncias, que son un ataque directo a la libertad de expresión, se celebra cada año a finales de septiembre (este año, del 25 de septiembre al 2 de octubre) la Semana de los Libros Prohibidos, a fin de concienciar a los ciudadanos de la necesidad de oponerse a esta censura.
Resulta muy curiosa la lectura de algunos de los documentos generados con motivo de esta Semana de los Libros Prohibidos. De ellos pueden extraerse datos tan chocantes como que los libros de Harry Potter fueron denunciados en un condado de Georgia por "inducir a la prática de la brujería" y se propuso que se retirasen de las escuelas. Afortunadamente, un juez dictaminó que no era procedente. A lo largo de los años, los libros más frecuentemente denunciados -y prohibidos en determinados lugares- han incluido clásicos como El guardián entre el centeno, de Salinger, Las uvas de la ira, de John Steinbeck o Matar a un ruiseñor, de Harper Lee. En el mapa que ilustra estas líneas pueden verse los lugares en que se han denunciado libros en el período 2007-2009.
Un buen propósito para esta semana: pon un libro prohibido en tu vida.
Comentarios, anécdotas y rarezas varias para todo tipo de bibliófagos y bibliómanos
John F. Peto
jueves, 30 de septiembre de 2010
lunes, 27 de septiembre de 2010
LIBROS ABANDONADOS
Hay libros que son un bien preciado y otros que son prescindibles, para pasar el rato como mucho. Mientras que los primeros se guardan celosamente, de los segundos es muy fácil prescindir. Tanto, que muchos acaban olvidados, o abandonados, en alguna habitación de hotel. Voluntario o involuntario, el abandono de libros es al parecer algo muy frecuente. Tanto, que la cadena de hoteles británica Travelodge se dedica desde hace un tiempo a llevar un recuento de los que abandonan sus huéspedes y publica anualmente unas curiosas estadísticas al respecto (nada como los británicos para este tipo de cosas). Vaya por delante que las cifras son importantes: más de 7.000 volúmenes recogen al año entre sus 400 establecimientos hoteleros. Suficiente para llenar más de una biblioteca. En cuanto a cantidad, el ganador de este año fue un hotel de Leeds en el que se encontró una maleta entera de novelitas románticas. Pero, como no podía ser de otra manera, el plato fuerte de estas estadísticas es el ranking: los libros más abandonados del año. El de 2010 lo encabeza la -sin duda- poco apasionante biografía de Simon Cowell, presentador de un popular programa de televisión. Curiosamente, en años anteriores también fueron biografías las que se llevaron el título de "libros más abandonados". Este tipo de libros escritos a medida para aprovechar la fama de un actor o político suelen ser tan efímeros -y tan huecos- como la mayoría de sus protagonistas. Otros abandonos pueden deberse al deseo de no acarrear peso en la maleta, una vez leída la novela en cuestión, porque las tres entregas de la trilogía de Stieg Larsson figuran en el palmarés. Más preocupante resulta que -aunque sea en los últimos lugares del top ten- aparezca una novela de categoría literaria y de muy pocas páginas, como En Chesil Beach de Ian McEwan.
Y el detalle gracioso: en una misma habitación de un hotel de Southampton encontraron un ejemplar del Kama Sutra para torpes y un libro de autoayuda titulado How To Be a Gentleman in Seven Days. Imposible saber si su dueño consiguió sus objetivos y por eso los descartó, o simplemente los abandonó por desespero ante la magnitud de la tarea que tenía por delante.
martes, 21 de septiembre de 2010
ROCK'N BOOKS
Sexo, drogas, rock and roll ... y libros. ¡Quién lo hubiera dicho! Keith Richards, el veterano Stone habituado a todos los excesos revela en su autobiografía -que se publicará el próximo octubre en EE.UU- su afición por los libros. Ya de niño, dice, para huir de la austeridad del Londres de los años 50, encontró refugio en los libros, antes de descubrir el blues, por supuesto. Richards es conocido -además de por su música- por su colección de guitarras, que ha llegado a incluir más de 3.000. Pero es menos sabido que es asimismo un ávido coleccionista de libros y que atesora miles de ellos en sus dos mansiones de Sussex y Connecticut. Sus especialidades se centran en la historia del rock americano (una elección bastante lógica) y en obras sobre la Segunda Guerra Mundial. Y confiesa también que su ambición secreta era ser bibliotecario. En la actualidad, ejerce de tal para sus amigos, a los que presta libros con frecuencia. Desde luego, una buena manera de atraer público a las bibliotecas sería la posibilidad de encontrarse a uno de los componentes de Sus Satánicas Majestades tras el mostrador.
¿O asustaría a las viejecitas? |
domingo, 19 de septiembre de 2010
UN AUTÉNTICO REGALO
He pasado los últimos días atrapada por una lectura fascinante, que me ha transportado a una época lejana y a un territorio zarandeado por la Historia. ¡Qué satisfacción cuando un texto reúne amenidad, hondura y altura literaria! No se trata de ninguna novedad editorial, ni siquiera de una recuperación -aunque es un libro que merecería un lugar de honor en todas las bibliotecas-, sino de un clásico de la literatura de viajes que para desgracia mía no había leído hasta ahora: El tiempo de los regalos, de Patrick Leigh Fermor. Lleva como subtítulo "A pie hacia Constantinopla" y es exactamente eso: una crónica del viaje a pie que emprende un joven inglés en el invierno de 1933, con la pretensión de llegar hasta Constantinopla siguiendo el curso de los grandes ríos europeos, el Rin y el Danubio. Con muy poco dinero, equipado sólo con una mochila, un cuaderno de apuntes, las Odas de Horacio y algunos lápices, parte de Londres en pleno invierno para atravesar las tierras nevadas de Holanda, Alemania, Austria y por fin Hungría, donde finaliza este primer volumen. (Hay un segundo, Entre los bosques y el agua, que relata la continuación de su aventura hasta llegar hasta Constantinopla.) En el curso de su viaje conoce a todo tipo de personas, desde humildes campesinos hasta aristócratas; en ocasiones pasa hambre y duerme en establos, en otras es acogido en magníficos palacios cuyos dueños le regalan con sus mejores manjares y licores; es testigo de los inicios de la hegemonía nazi en Alemania -Hitler había subido al poder sólo unos meses antes- y de la revuelta proletaria en Viena en febrero de 1934, así como de la alegre disipación de carnaval vienés y de una sociedad que se aferra a un modo de vida y a unas tradiciones que la Segunda Guerra Mundial borraría con toda crueldad. Pero lo que hace único este relato es sobre todo la personalidad de su autor: en la mejor tradición británica, Patrick Leigh Fermor tuvo una educación un tanto excéntrica, y en gran parte autodidacta, pero que incluyó un buen conocimiento del latín -a Horacio lo leía en el original, desde luego- y amplias lecturas de los clásicos. Aunque por problemas de comportamiento fue expulsado de varias instituciones, era un joven con una gran curiosidad intelectual y una notable facilidad para las lenguas, algo que le sería muy útil en el curso de sus viajes. Es este amplio bagaje intelectual y su incansable sed de saber lo que aporta mayor vitalidad y hondura a sus descripciones. Geografía, historia de las migraciones, arquitectura, poesía... todo tiene cabida en este extraordinario fresco, teñido de melancolía, que hace revivir ante los ojos del lector una Europa hoy desaparecida. Patrick no sólo cumpliría su objetivo a llegar a Constantinopla, sino que no regresaría a Inglaterra hasta el estallido de la guerra, para incorporarse a filas. Su conocimiento de la lengua y del territorio hizo que se convirtiera en un oficial de enlace de ejército británico en Grecia y que más tarde fuese enviado a Creta con la misión de secuestrar al general que mandaba las fuerzas alemanas allí, cosa que realizó con éxito.
Patrick Leigh Fermor con un compañero, en Creta, poco antes de secuestrar al general Kreipe |
Más sobre la fascinante vida de este escritor en este artículo de Revista de libros.
jueves, 16 de septiembre de 2010
EL CURIOSO CASO AGATHA CHRISTIE
Se cumplían ayer 120 años del nacimiento de Agatha Christie, aniversario que los de Google festejaron con un dibujito monísimo (a los que somos adictos a Google nos encanta que vayan variando el logo, hay algunos realmente imaginativos) y los ingleses con festivales y conmemoraciones varias. El de esta señora es un caso curioso, porque -al contrario de lo que ocurre con muchos contemporáneos suyos que cultivaron igualmente la novela policiaca, como Dorothy L. Sayers o Margey Allingham, que han caído casi en el olvido- a medida que pasa el tiempo sus obras se venden más y más, a pesar de que su estilo ha sido objeto de las más feroces críticas. Harper Collins, su editor en Inglaterra, vende cada año un millón de ejemplares de sus obras, y eso sin contar los que se venden en EE.UU., donde tiene otro editor, mientras que figura entre los cinco autores más vendidos en la India. Mis fuentes de información no dicen nada acerca del mercado asiático, pero sospecho que cuando los chinos la descubran, las cifras anteriores se quedarán pequeñas. Es además el autor inglés más traducido, por delante incluso de Shakespeare. Y es que si bien es cierto que el estilo de Agatha Christie es de lo más simple, eso hace que sus libros sean muy fáciles de traducir y que puedan ser leídos por personas con poca cultura literaria. Si a esto se le une una trama por lo general ingeniosa, que va despistando continuamente al lector, hasta llegar a la sorpresa final, no es raro que sus novelas sean una lectura típica de adolescentes. O lo eran hace unos años al menos. Tengo la sospecha de que los vampiros de Stephenie Meyer y otras criaturas paranormales que últimamente invaden con gran éxito las librerías de medio mundo van a acabar destronando a la reina del crimen.
lunes, 13 de septiembre de 2010
LOS TREINTA PRECEPTOS
Onetti, contraviniendo todos los preceptos para usar un libro |
¿Amor por los libros como objeto o amor por los libros por su contenido? En muchos bibliómanos coexisten ambas facetas, en proporción más o menos variable. Sin embargo, a menudo los bibliófilos apasionados llegan a perder de vista la importancia del contenido para centrarse exclusivamente en el libro como objeto de deseo. Resulta para ellos tan importante preservar el libro en condición prístina e impecable, que casi se diría que desaconsejan su lectura, pues puede conducir al deterioro del ejemplar. Actitud muy diferente es la del auténtico bibliófago (no confundir este especimen de bibliómano/bibliófilo con los insectos bibliófagos, por favor), que se rodea de libros en todas las ocasiones y no tiene ningún reparo en leer mientras come, mientras pasea, en la cama, en la bañera... Lugares todos ellos peligrosos para la integridad del ejemplar en cuestión. Los 30 preceptos o prohibiciones a la hora de usar un libro que publicó Harold Klett en 1909, todos ellos de obligado cumplimiento para el bibliófilo, son un buen test para que cada uno de nosotros evalúe en cuál de los dos campos se sitúa. En algunos sin duda estaríamos casi todos de acuerdo, como en el de "No arrancar de los libros los grabados antiguos", "No emplear los libros para asegurar mesas o sillas cojas" o, incluso, en el jocoso "No arrojar los libros contra los gatos, ni contra los niños". Sin embargo, ¿cómo prescindir del placer de leer en la cama? Y ¿qué bibliófago dejaría de llevar consigo algún libro en un viaje por mar?. Posiblemente el precepto que resume mejor la diferencia que hay entre uno y otro bando sea el de "No comprar libros sin valor". Porque ¿qué verdadero biboliómano se resistiría a comprar un libro de su autor favorito sólo porque se tratase de una edición barata?
jueves, 9 de septiembre de 2010
UN CASO DE MALA SUERTE
Entre los escritores cenizos, uno de los que se lleva la palma es Ödön von Horváth. Von Horváth nació en 1901 en el imperio austrohúngaro, en Fiume (una ciudad que hoy se llama Rijeka y pertenece a Croacia, cosas de la Historia), hijo de un diplomático y se educó en Budapest y Viena, pasando luego a vivir entre Berlin y Murnau (un pueblo bávaro donde su padres poseían una casa). Desde muy joven se dedicó a escribir y destacó por sus ideas más bien izquierdistas. En alguna de sus primeras obras, en 1929, ya avisaba del peligro que suponía el Partido Nacionalsocialista y llegó a declarar en un juicio contra un miembro de este partido. Cuando Hitler llegó al poder en 1933, las SA "registraron" (destrozaron, más bien) la villa de sus padres, lo que le llevó a trasladarse a Austria, cerca de Salzburgo. Pero sus obras no se representaban en Alemania -se ganaba la vida sobre todo como dramaturgo- y su situación económica fue deteriorándose, hasta que por fin en 1937 logró publicar (en Amsterdam) la novela Jugend ohne Gott (Juventud sin Dios), que alcanzó un gran éxito. Dado que la novela era muy crítica con el fascismo, fue de inmediato incluida en la lista de "Obras perniciosas" y secuestrada en todo el territorio alemán. Cuando en marzo de 1938 se produjo el Anschluss y también Austria entró a formar parte del Reich, von Hórvath empezó un peregrinaje forzoso que le llevaría a diversas ciudades europeas y a finales de mayo recaló en París. El 1 de junio se encontró con el director de cine Robert Siodmark para hablar de una posible filmación de su novela. Sin embargo, esa misma noche se desató una terrible tormenta que le pilló en la calle; von Horvath se refugió bajo un árbol en los Campos Elíseos, con tan mala fortuna que éste, alcanzado por un rayo (otras versiones apuntan a la violencia de la tormenta), se partió y le cayó encima, causándole la muerte. Un caso de muy mala suerte, realmente.
Claro que cosa de un año después se iniciaba la guerra y los alemanes invadían Francia. Como autor maldito por el regímen nazi, tampoco lo hubiera tenido muy fácil. Placa conmemorativa en el lugar en que cayó muerto Von Hórvath |
lunes, 6 de septiembre de 2010
COSAS DE BIBLIÓMANOS
John Spencer, pintado por Thomas Gainsborough |
Aunque Thomas Frognall Dibdin (1776-1847) no fue el primero en acuñar el término "bibliomanía", sí que es autor de uno de los más extensos tratados sobre el tema. Educado en Oxford, uno de los primeros escritos de Dibdin sobre los clásicos griegos y latinos llamó la atención del Duque de Spencer, un ávido coleccionista de libros, quien le puso al frente de su fabulosa biblioteca en Althorp. En 1809 Dibdin escribió la primera versión de su Bibliomania, en forma de carta a su amigo Richard Heber, con detalles sobre "la Historia, Síntomas y Cura de esta Fatal Enfermedad". El tema le gustó, no cabe duda, porque la obra -que tuvo un gran éxito- se fue ampliando en sucesivas versiones y pasó de las 92 páginas iniciales a 796 páginas en 1811. En ella introduce a una serie de coleccionistas de libros, a cual más pintoresco, como el pobre John Leland, un librero de la época Tudor cuya pasión por el coleccionismo de libros le llevó a la locura. A otros esta pasión les acarreó la ruina, como a Edward Harley, duque de Oxford, que llegó a amasar la friolera de 8.000 manuscritos, 50.000 libros impresos y más de 350.000 panfletos. Su avidez coleccionista le llevó a la bancarrota y a una muerte prematura (confirmando así la aseveración de que la bibliomanía puede ser una enfermedad fatal). Su viuda vendió los volúmenes a un librero por una suma irrisoria, pero los manuscritos fueron adquiridos por el Estado y formaron el embrión de lo que hoy es la British Library. El propio Dibdin no estaba exento de este virus, pero en ocasiones una buena adquisición puede tener efectos benéficos, no letales. Según afirma, cuando logró adquirir para su patrono el primer libro editado en Oxford a precio de ganga, esta compra le curó de un ataque de gota. A la muerte de Spencer, su biblioteca albergaba más de 40.000 volúmenes, alojados en cinco grandes salas. Dada su extensión, Dibdin sugirió que deberían disponer de un pony "para llevar a los visitantes más delicados de un extemo al otro".
Por cierto, este duque de Spencer fue antepasado de lady Diana Spencer, la futura princesa Diana. Hoy en día, la mansión puede visitarse en determinadas fechas y en el mes de junio alberga un festival literario. De la biblioteca, sin embargo, sólo quedan los restos, pues el grueso fue vendido en subasta en 1892 y adquirido por la John Rylands Library.
jueves, 2 de septiembre de 2010
SI MI BIBLIOTECA ARDIERA...
Una consulta me ha llevado estos días a revisitar los ensayos de Aldous Huxley, llenos de cultura e inteligencia. Hace unos meses, Edhasa publicó una útil selección de estos artículos -Huxley escribió un vasto número de ellos, y se agradece que alguien haya tenido la idea no sólo de seleccionarlos, sino de ordenarlos por temas-, que lleva el provocador título de Si mi biblioteca ardiera esta noche. Cualquier bibliómano -por no decir bibliófilo- se estremece al pensarlo. El título en cuestión es el de uno de los ensayos recogidos en este volumen, en el que Huxley lleva a cabo el sano ejercicio de imaginar qué haría al día siguiente de ese hipotético incendio, es decir, con qué libros volvería a llenar su biblioteca, lo que de paso le permite ofrecer un amplio panorama de sus preferencias literarias. Hay que decir que el escritor inglés no se muestra demasiado preocupado por esta posibilidad, pues manifiesta carecer de espíritu coleccionista: "Sólo me preocupa el contenuido del libro, no su forma, ni su fecha, ni el número en sus solapas". El artículo en cuestión fue escrito en 1947 y, por una curiosa jugarreta del destino, casi quince años más tarde, el 12 de mayo de 1961, la ingente biblioteca que el autor tenía en su residencia de Los Angeles fue pasto de las llamas, y en el fuego se perdieron no sólo miles de libros, sino también gran parte de sus manuscritos y su epistolario.
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