John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 20 de enero de 2016

MALTRATADORES DE LIBROS

 
 
En el vastísimo mundo lector caben todo tipo de lectores: el lector fetichista, que reverencia por encima de todas las cosas el libro como objeto; el lector animista, que cuida sus libros no tanto por su valor como objeto como por su valor sentimental (no tengo muy claro en qué categoría englobar a los que forran sus libros antes de leerlos); el lector indiferente, que se preocupa más por el contenido que por el continente (le da igual leerlo en una edición bellamente encuadernada que en un edición barata de bolsillo); el lector todoterreno, que acarrea sus lecturas allá donde vaya, sin importarle el resultado (sus libros salen maltrechos de sus estancias en playas, mochilas, o picnics campestres); está también (y me dejo muchas categorías posibles) el lector maltratador. A juzgar por lo que dicen los libreros de segunda mano, que se quejan de que algunos ejemplares les llegan hechos unos zorros, debo creer que este tipo de lector existe. Me refiero a alguien que arranca cubiertas, anota salvajemente las páginas (a menudo notas no pertinentes, es decir, que a falta de un trozo de papel apunta ahí el teléfono de su carnicero), derrama líquidos o grasas sobre sus libros (por desidia, no por accidente) y en general atenta contra su integridad. Sin embargo, no estoy segura de haber conocido nunca a un verdadero maltratador de este género. Sí me ha ocurrido -creo que todos hemos pasado por esa experiencia- prestar un libro y que vuelva con la sobrecubierta medio rota, el lomo arrugado y las páginas dobladas. En casos así, uno preferiría haberle comprado al amigo otro ejemplar del mismo libro, para que hiciese con él lo que quisiera. Pero verdaderos maltratadores... eso es más raro. Para mí que los maltratadores de libros no deben de ser verdaderos lectores. Pues, por más que uno sea consciente de que la inmensa mayoría de los libros que lee y que posee no llegará a releerlos nunca, el mero hecho de que los conserve en sus estanterías y los acarree aquí y allá de mudanza en mudanza implica que cree que tal vez, en alguna ocasión, sí llegará hacerlo. El maltratador, por el contrario, no cree en el futuro del libro, no piensa ni en su valor como objeto ni en el interés de su contenido -que quizás quiera releer o consultar algún día. Practica la política de tierra quemada.
 
Un libro maltratado, en especial si era una buena edición, produce en el bibliómano una honda pena. Si el estado del libro lo sitúa más allá de una posible recuperación, se debate entre la evidencia -hay que deshacerse de él- y el dolor que produce destruir algo que originalmente fue bello en su forma y que tenía un contenido valioso. Hay quien opta por darles otros usos a estos libros desgraciados: convertirlos en lámpara, escultura o mural. Darles una utilidad a estos pobres libros mutilados, sobre todo si se emplean para crear cualquier tipo de arte, es sin duda un noble final para ellos.



Obra de Ekaterina Panikanova

Por último, aunque dudo de que ningún maltratador de libros aterrice en estas páginas (están demasiado ocupados destruyendo libros), una reflexión que tal vez les haga reconsiderar su comportamiento: esos libros que hoy tratan con tan poca consideración podrían revelarse, dentro de unos años, como sustanciosas fuentes de ingresos. Vean por ejemplo la web de Captain Ahab's Rare Books, donde una primera edición de Down and Out in Paris and London de George Orwell alcanza la sabrosa cifra de 6.500 dólares. Suficiente para quitarle a uno las ganas de destrozar libros.

 
 [Atención bibliómanos: la exploración de webs como la antes citada puede ser peligrosa para su imaginación y su bolsillo.]

11 comentarios:

  1. Pues mira...yo soy maltratador con cariño. Mis libros están subrayados, apuntados, asteriscados y llenos de post-it. Los dobleces de las páginas casi siempre son por uso y no por desidia, y cuando algún ejemplar ya está muy echo polvo compro una nueva versión del mismo. No si al final, para algunos, continente y contenido son importantes. Saludos.

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    1. Más que desidia, lo tuyo parece uso (muy) intensivo. Me asalta una curiosidad: ¿también lo haces con las novelas? Yo puedo subrayar un ensayo, pero ¿una novela policiaca? Estoy intrigada...

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    2. Perdona Elena, el no haberte contestado, es que no he marcado la casilla "avisarme" y no sabía que habías respondido. Sí uso intensivo, y me refería precisamente a las novelas, pero eso sí, siempre las propias y jamás las ajenas. Saludos

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  2. Lo pero son los maltratadores de biblioteca, para los que solemos leer libros "prestados" es una verdadera pena ver como la gente deja algunas ediciones.

    Un saludo,

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    1. Pues sí, Eugenia, cada cual que haga lo que quiera con sus libros, pero al menos deberían respetar los que son de todos.

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  3. Sólo he roto voluntariamente un libro en mi vida: "Y al tercer año resucitó", de Vizcaíno Casas. Me lo regalaron cuando se publicó y yo todavía no sabía qué clase de libro era. Comencé a leerlo...y a las pocas páginas lo hice trizas y lo tiré a la basura. El libro se lo merecía.

    Sin embargo, aunque ese libro era el mejor candidato a la hoguera que he visto, me sentí mal al romperlo. Era como pegar a alguien, una clase de violencia que me desagrada visceralmente. No me arrepiento, pero tengo firmemente inscrito en mi código genético que los libros no se rompen.

    En realidad, no creo que haya muchos psicópatas de los libros. Quienes disfrutan destrozando libros no deben de ser ni muy lectores ni muy compradores de libros. Lo que sí hay es mucha gente que considera los libros objetos de usar y tirar. Mi hermano mayor, por ejemplo, lo era. Una vez leídos, se deshacía de ellos. Y, como no eran para él objetos perdurables, los trataba fatal. Entre otras cosas, doblaba las esquinas de las páginas para marcar el punto de lectura.

    ¡Odio eso! ¡Lo odio con toda mi alma! Así que, cuando mi hermano me pedía prestado un libro, compraba un ejemplar y se lo regalaba, porque si le dejaba el mío y me lo devolvía con dobleces... en fin, nuestra relación se habría resentido seriamente.

    Luego están los subrayadores/anotadores. También odio eso. A veces, cuando me estoy documentando para una novela, marco las páginas de un libro con post-it y subrayo los párrafos que me interesan. Pero los subrayo con lápiz, muy débilmente, y luego, una vez usado el dato, borro las marcas.

    ¿Y qué decir de los que escriben comentarios en los márgenes de los libros? El otro día hablaste en el blog de eso y estuve a punto de intervenir, pero no lo hice porque no quería ser, digamos, "poco diplomático". Sólo voy a decir algo al respecto: Cuando encuentro libros anotados por algún lector, en el 99'9 % de los casos esas anotaciones son gilipolleces. Vaya, he sido poco diplomático...

    En fin, supongo que soy un maldito fetichista de los libros.

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    1. ¡Está claro, César, tú entras dentro de la categoría de fetichista de los libros! Yo nunca ha llegado al extremo de destrozar un libro que me pareciera malísimo, pero sí que lo he "olvidado" deliberadamente en algún lugar (nunca me he dejado ningún libro que me haya gustado). Puesto que el mundo es amplio y diverso, pienso que tal vez a otro le guste más que a mí.

      Lo de los comentarios al margen, no puedo estar más de acuerdo. Aunque la gente fantasea con encontrarse libros inteligentemente anotados por alguna lumbrera, la realidad suele ser todo lo contrario: Los comentarios al margen son, por lo general, bastante estúpidos. ¡Resulta aún más molesto que hayan considerado necesario desfigurar un libro para apuntar tales tonterías!

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  4. Yo subrayo (y siempre con lápiz) partes muy concretas de los libros que leo. Pero jamás lo hago con los libros que saco de la biblioteca y ahí me he encontrado desde subrayados de esos que tachan hasta notas en bolígrafo o insultos al autor.
    Por cierto, es mi primera vez comentando en este blog... ¡y volveré!

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    1. Sorprende ver hasta dónde llega el ánimo censor de algunos. Me ha pasado encontrar libros subrayados (muchos), anotados (menos), pero ¿tachar lo que no te gusta? O sea, como a ellos no les gusta, pues que no lo lean los demás... El colmo.
      Gracias por visitarme y por comentar, Estibaliz.

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  5. Creo que soy más bien de las indiferentes. Me da lo mismo el formato (electrónico o papel, edición bolsillo o tapa dura, en español o en inglés). Eso sí, suelo dejarlos impolutos. No doblo páginas ni apunto cosas, salvo alguna rara vez, y más en ensayos, para recordar una idea.
    En casa, sin embargo, algún lector me acompaña que es todoterreno, tanto tanto, que bordea en el maltrato porque los destroza.
    Eso sí, también hay que recordar que hay libros que se autodestruyen en cuanto los abres, de lo mala que es la encuadernación. No sé si recordáis aquella colección de los años 70 Salvat TVE, que tenía cosas excelentes, pero cuyas páginas se iban desprendiendo conforme avanzabas en la lectura.

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    1. Sí, ese es otro tema: hay lectores destrozones, pero también hay libros que se autodestruyen, por más cuidado que lleves. Por fortuna, creo que las técnicas de encuadernación han mejorado bastante en las últimas décadas, ahora no son tan frecuentes aquellos libros que, en cuanto los abrías un poco, empezaban a soltar páginas.

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