John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 28 de febrero de 2022

PERSONAJES RECURRENTES

Balzac fue uno de los primeros autores -me gustaría decir que fue el primero, pero no tengo la certeza- en servirse de los personajes recurrentes, algo que harían después otros escritores ilustres, como Galdós o Trollope, por citar sólo un par. Un recurso francamente útil cuando se crea no una única historia, sino muchas, vinculadas por el hecho de transcurrir en una misma zona geográfica, o dentro de un mismo grupo familiar, y hay que lidiar con decenas de personajes. Como su nombre indica, consiste en hacer que determinados personajes de una novela reaparezcan en otras, no como protagonistas (en ese caso estaríamos más bien ante una serie protagonizada por un mismo personaje), sino en calidad de secundarios. Cómo de secundarios es algo que suele variar, de modo que a menudo quien se ha situado en primer plano en una novela pasa a ser un mero figurante en la siguiente. Pero está ahí, y los lectores agradecen toparse con un nombre y unas características que les resultan familiares. Es, en cierto modo, como volver a una casa que ya conoces. Terreno amigo.

A nada que se hayan leído unos cuantos volúmenes de la Comedia humana -o de las simpáticas Crónicas de Barsetshire, de Angela Thirkell, si uno se decanta por lecturas más ligeras- se acaba por estar muy atento a esta recurrencia de personajes, y tratar de adivinar cuál de ellos hará esta vez su reaparición  casi se convierte en un aliciente adicional. Mucho más raro, y desde luego más sorprendente, es toparse con un personaje conocido en dos libros de autores diferentes y que tratan de temas no relacionados entre sí. Pero esto precisamente es lo que me ha sucedido al leer las deliciosas memorias de Mary Chubb sobre su campaña arqueológica en Egipto en 1930, que llevan el título de Aquí vivió Nefertiti

El libro va precedido por un par de fotografías de la época, una de ellas la realmente impactante imagen del director de la expedición, John Pendlebury, luciendo un collar egipcio (evidentemente, uno de sus hallazgos) sobre el torso desnudo. 


La lectura de las páginas que siguen demuestra que no sólo podía ser un tanto excéntrico, sino que era también una persona dotada de enorme talento y un excelente arqueólogo. Lo que Mary Chubb cuenta acerca de él -unido a muchas otras interesantes anécdotas, capaces de trasladarnos a la polvorienta excavación de Tell El-Amarna- hacen que una acabe tomándole cariño. El caso es que, aparte de la fascinación por este personaje, su nombre me resultaba lejanamente familiar. Pero sólo al llegar a las páginas finales, cuando la autora reseña brevemente qué fue de cada uno de los integrantes de aquella lejana expedición y menciona que Pendlebury, destacado en Creta en 1941 (como responsable de las excavaciones de Cnossos, conocía bien la isla) durante la invasión alemana, tras participar en numerosas acciones con guerrilleros, fue fusilado por los alemanes, todo encajó y supe de qué le conocía. En efecto, sus andanzas con los guerrilleros cretenses, así como su muerte a manos de los alemanes, aparecen mencionadas en la biografía de Patrick Leigh Fermor -otro héroe de la guerra en Creta- escrita por Artemis Cooper. Así, resulta que Pendlebury no sólo fue un sabio, sino también un héroe. Por cierto que las peripecias de nuestro amigo Paddy durante esa misma campaña tampoco fueron desdeñables: entre otras acciones, formó parte del comando inglés responsable de secuestrar a un general alemán. La historia completa de esta hazaña, tan emocionante como cualquier relato de ficción, la cuenta uno de sus compañeros, W. Stanley Moss, en Mal encuentro a la luz de la luna.

En este caso, la recurrencia de personajes vino de la mano de la casualidad histórica y no de la voluntad de un novelista, aunque a mí me causó idéntico efecto de familiaridad. De repente, me vi transportada desde una excavación en el Egipto de 1930 a la Creta en guerra de los años cuarenta y Pendlebury, un personaje del todo secundario en la larga biografía de Patrick Leigh Fermor, se convirtió ante mis ojos en un protagonista por derecho propio. Los libros se llaman unos a otros, estoy convencida.

Y llaman (o deberían) a los lectores: si quieren disfrutar de buenas historias, cualquiera de los libros aquí citados o los del propio Paddy son una excelente lectura. 

4 comentarios:

  1. "Los libros se llaman unos a otros, estoy convencida." (ERius).

    Buena máxima, que podemos completar con esta otra "los lectores se debían llamar unos a otros", incluso más que al propio autor. Porque cada lector es una "versión" del libro y quedaría(n) mega enriquecido(s) por la combinación lineal de tales versiones. El problema sigue siendo la comunicación...

    En fin, me gustó el resalte afectivo del recurrente... te "apega" a seguir leyendo, y mucho más si pasa a ser un secundario que "engrandece" al protagonista... que a su vez , podía ser un secundario anterior (arco dramático)...

    En fin, graciñas por tener un hueco atracable...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, muiño, por tu comentario. Veo que no sólo los libros se llaman unos a otros, sino que también hay una evidente comunicación entre blogs. Te conozco de merodear por el blog de Di. Almas afines, sin duda.

      Eliminar
  2. Hola, Elena:
    El primer personaje recurrente que conocí fue Falstaff, de Shakespeare. Lo conocí en Las alegres comadres de Windsor y sé que aparece en otras obras suyas, que no he leído. Era una adolescente y me pareció tan grandioso que se pudiera hacer eso, fue como si Shakespeare me abriera un mundo nuevo. :D Encontrarme con otros personajes recurrente nunca me ha impactado tanto como saber que Falstaff deambulaba por otras obras de Shakespeare, a pesar de no haberlas leído.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es casi como si los personajes tuviesen vida propia y decidiesen mudarse de libro. ¡Prueba de que esos seres creados sobre el papel tienen entidad propia! ;)

      Eliminar