John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

domingo, 14 de julio de 2013

SUPERCHERÍAS LITERARIAS (I): DICKENS Y DOSTOIEVSKI

La historia que les voy a contar tiene todos los ingredientes para hacer feliz a cualquier fanático de la literatura: dos gigantes literarios, el mundo académico puesto en ridículo, una leyenda imparable que circula por la red, un autor con múltiples identidades e ingeniosas tretas para evitar la detección, que sin embargo no logran desalentar a un investigador pertinaz. En el centro de todo ello, un personaje desconocido (al menos hasta ahora), el escritor A.D. Harvey, que quizás haya logrado por fin saltar a la fama que siempre creyó que le correspondía. Y todo gracias a una sublime superchería literaria. Pero vayamos por orden.
 
 
En 2002, la revista The Dickensian, el órgano de la Sociedad Dickens, publicó un artículo de una tal Stephanie Harvey que, citando a su vez una publicación académica rusa -la Vedmosti Akademii Nauk Kazakskoi (Noticias de la Academia de Ciencias de la República Socialista Soviética de Kazajstán)- revelaba que, con ocasión de una breve visita que Dostoievski hizo a Londres en 1862, se acercó a ver a Dickens en sus oficinas. Según le contó el escritor ruso a un amigo en una carta escrita varios años después de este encuentro, ambos mantuvieron una reveladora conversación. Al parecer, Dickens le confesaría que toda la buena gente que describía en sus novelas, como la pequeña Nell, son lo que él desearía ser, mientras que sus villanos representaban lo que él era (o, más bien, aquello que encontraba en sí mismo), su crueldad, sus ataques de enemistad hacia los que buscaban consuelo en él, su tendencia a mantenerse alejado de los seres que debería amar... Dickens dijo: "Hay dos personas en mí: una que siente como debería y otra que siente lo contrario. De aquella que siente lo contrario saco a mis personajes malvados, mientras que intento vivir mi vida de acuerdo con la que siente como debería hacerlo un hombre." Dostoievski le preguntó: "¿Sólo dos personas?" Naturalmente, que dos autores como Dickens y Dostoievski se conocieran e intercambiasen confidencias es una noticia sensacional, una verdadera perita en dulce para cualquier estudioso. No es extraño pues que tanto la biografía de Dickens que Michael Slater publicó en 2009 como la más reciente de Claire Tomalin se hicieran eco de ello. Pero, en cuanto empezó a circular en círculos amplios, la anécdota empezó a levantar sospechas. Es cierto que Dostoievski estuvo una semana en Londres en 1862, pero ninguna biografía de este escritor menciona la visita a Dickens, ni se encuentra rastro alguno de esa carta en sus obras completas. Por otro lado, dado que ni Dickens hablaba ruso ni Dostoievski inglés, ¿hay que suponer que conversarían en francés? Y es bien sabido que Dostoievski no era precisamente condescendiente con sus colegas escritores: odiaba a Turgéniev y nunca se le ocurrió ir a visitar a la gran figura indiscutible de la época, Tólsoi. ¿Por qué habría debido empeñarse en visitar a Dickens cuando sólo pasó unos pocos días en la capital británica?
 
 
Los académicos reconocieron que podía tratarse de una superchería, pero la red ya estaba llena de artículos que reproducían el encuentro como si hubiese tenido lugar. Los expertos, por su parte, comenzaron a investigar. Y empezaron a salir a la luz algunas revelaciones inquietantes. De entrada, no sólo no existía la famosa revista kazaja, sino que ni siquiera había una Academia de Ciencias con ese nombre. Por supuesto, nadie había oído hablar del autor del artículo, un tal K.K. Shaiakhmetov. Las pesquisas se dirigieron entonces hacia la señora Harvey. El editor de The Dickensian apenas disponía de información sobre ella, que se definía como "escritora freelance". Subsiguientes peticiones de aclaración acerca del controvertido artículo dieron como resultado una carta escrita por la hermana de Stephanie Harvey en la que afirmaba que la escritora había sufrido un accidente que le había producido graves daños cerebrales. No era posible, pues, contar con su memoria ni con su colaboración. Sin embargo, hubo un investigador que no se dio por vencido. Tal como explica Eric Naiman en un largo artículo publicado en el TLS, inició un paciente rastreo no sólo de los (pocos) artículos de la señora Harvey, sino de todos aquellos autores que ella mencionaba como fuentes en ellos. El resultado fueron algunos otros nombres de existencia indemostrable: Ludovico Parra, Leo Bellingham, John Schellenberger, una revista llamada New Beginnings... Pero finalmente, su tenacidad se vio recompensada con un hallazgo que, esta vez sí, se correspondía con alguien real: A. D. Harvey.
Por imposible que parezca, durante treinta años, Harvey ha creado una verdadera comunidad de autores (apócrifos todos ellos) que se han comentado mutuamente sus obras en diversas revistas especializadas. Un auténtico fraude académico que sólo ha saltado a la luz pública a partir de la invención -tan ingeniosa, por otra parte- del encuentro al nos hubiera gustado asistir a todos. Pero ¿quién es realmente este personaje?
Les voy a dejar con la intriga. Continuará, lo prometo.
 

5 comentarios:

  1. Vaya, vaya.

    Excelente post, Elena. Y no nos dejes con la intriga mucho tiempo, por favor...

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  2. Fascinante historia. El fraude bien trabajado también es atractivo.
    Un saludo

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  3. ¡¡Me encanta!! Gran fraude en petit comité...acaba pronto con este misterio, por favor.

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  4. El caso es que yo leí la anécdota en la biografía de Tomalin (que aun tengo por acabar y comentar) y la estuve comentando con unos amigos. No tenía ni idea. Fui uno de los que picó, hasta que tu has venido a revelármelo. La verdad es que aprese demasiado redondo ese encuentro, pero claro, con dos genios de esa altura, lo lógico era pensar que fuera real, que se admiraran e hicieran por conocerse. Nos pusieron la zanahoria delante de los ojos y allá que nos fuimos de tirón....
    Hoy mi humildad lectora ha subido 1 punto.

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    1. No es ningún desdoro haber picado con la superchería, en la que ya cayeron gentes tan versadas en el tema como la propia Tomalin. Lo cierto es que es una idea buenísima, tana tractiva que resulta casi irresistible... Como dicen los ingleses, "Too good to be true".

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