Christina murió en 1999, seis días después de haber cedido el control de la empresa a su sobrino Christopher, y este no tardó en emprender la operación de lavado de cara y puesta al día que la librería estaba pidiendo a gritos. Desde entonces, los distintos departamentos se han ampliado y reordenado, se ha añadido una sección de música y otra de objetos de escritorio y en 2001 se abrió la tienda online que Foyles precisaba para el siglo XXI. Que no era más que un nuevo medio para un viejo negocio, porque mucho antes de que existiese Internet Foyles ya vendía por correo miles de libros cada mes. Se calcula que durante los años sesenta recibían un promedio de dos mil cartas por día solicitando ejemplares de todo tipo. También ha abierto sucursales en otros lugares de Londres, de modo que Foyles ya no es sólo patrimonio de Charing Cross Road. La mudanza que ahora se anuncia constituye un paso más en la modernización del centenario establecimiento. Prometen que la nueva sede contará con todas las comodidades, y sus tres pisos incluirán cafetería y galería de arte. Hay que felicitar a los siempre emprendedores Foyle, que siguen apostando fuerte por su negocio, en medio de las quiebras y cierres de librerías que proliferan en el Reino Unido. Ojalá que Foyles siga siendo un arcón de los tesoros para los amantes de los libros durante muchos años más.
Comentarios, anécdotas y rarezas varias para todo tipo de bibliófagos y bibliómanos
John F. Peto
jueves, 3 de marzo de 2011
FOYLES: LIBREROS DE RAZA
Hace un par de días, una de las librerías con más solera de Inglaterra, Foyles, anunció que dejará su histórica sede de 113-119 Charing Cross Road para trasladarse un poco más abajo en la misma calle, a un edificio que se construirá expresamente para albergar sus cientos de miles de libros. Si por una parte es un alivio saber que en esa histórica calle -sede antaño de tantas librerías y marco de la deliciosa novela de Helene Hanff, 84, Charing Cross Road- se seguirán vendiendo libros, por otra es imposible no sentir cierta nostalgia por el antiguo y algo destartalado edificio que durante cerca de cien años ha ocupado esta librería. Foyles fue desde sus inicios un negocio familiar y aún hoy -en esta época de multinacionales y conglomerados anónimos- sigue en manos de los descendientes de William y Gilbert Foyle, dos avispados adolescentes que, cuando suspendieron sus exámenes de funcionariado en 1903 decidieron vender los libros de texto que ya no les servían, descubriendo así que con los libros podía hacerse algún dinero. Y no les fue mal, porque ya en 1906 el negocio había crecido lo bastante para instalarse en Charing Cross Road. Para 1929, había prosperado tanto que William Foyle proclamó orgullosamente a su librería "la más grande del mundo", un título que sería ratificado por el Libro Guiness de los Records. Los Foyle se caracterizaron siempre por su talante emprendedor: fundaron clubs de lectura, bibliotecas ambulantes, organizaron exitosas charlas con autores, montaron una agencia de conferenciantes, una tienda de manualidades e incluso una agencia de viajes. Cuando Hitler comenzó sus quemas de libros, William le telegrafió ofreciéndose a comprar los libros que éste pensaba destruir. La respuesta fue que Alemania no tenía libros para vender. Quizás en represalia, cuando empezó el Blitz sobre Londres William anunció que iba a tapizar su tejado con ejemplares de Mein Kampf para mantener alejados a los bombarderos. Seguramente no cumplió la amenaza, pero el hecho es que Foyles salió indemne, aunque por los pelos: el edificio de oficinas situado enfrente resultó destruido por una bomba alemana. Cuando William se retiró en 1945, la librería quedó en manos de su hija Christina, que desde los 17 años había trabajado en ella. El negoció floreció durante las décadas de 1950 y 1960, pero a partir de los setenta inició un lento declive, propiciado en parte por los curiosos métodos de organización que Christina había implantado. Sistemáticamente asignaba a los empleados que eran especialistas en un tema a otras secciones, porque creía que si estaban rodeados de libros que les interesaban, se distraerían más. También era contraria a adoptar sistemas modernos de control de stock, y así la librería se convirtió progresivamente en un laberinto polvoriento y caótico donde, aunque tuvieran lo que uno buscaba, se hacía casi imposible encontrarlo. Por esos años se acuñó la famosa frase "Si Kafka hubiese sido librero, Foyles hubiera sido el resultado". De esa época de decadencia es sin duda la imagen que conservo; pero debo reconocer que tenía mucho encanto y que merodear por sus pasillos era toda una aventura.
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Me alegro de ser el primero en responder aqui. Foyles es para mi, mi particular San Pedro del Vaticano. Ese lugar al que siempre quieres volver. Las excursiones con otro amigo tambien devorador de libros han sido épicas. Entrar en ella a las 10 de la mañana, cuando abría, estar alli sin para hasta las dos, salir y tomar una hamburguesa y un cafe de Starbucks justo al lado o en el Starbucks que hay en la libreria que está justo en frente (creo recordar que una Waterstones) y volver a Foyles hasta que lo cerraban a las 8 ó 9. Una canasta como las del Carrefour y una tarjeta de crédito sin miedo a morir quemada. Descubrir sorpresas increibles y libros que daba por descatalogados en todo el mundo mundial. Pasar horas viendo secciones que ni sabía que me podían interesar.
ResponderEliminarMientras exista Foyles, siempre habrá un sitio al que regresar. Una visita a Londres no sería igual sin ella. Muchos pueden pensar que es demasiado monstruosa (así pensaba Coetzee en sus memorias, recordando la época de juventud en que vivió en Londres), pero yo me tiraría (me los he tirado) días allí dentro. De la sección de ficción a la infantil, de esta a la de medicina, de esta a la de historia, a la de lenguaje, otra vez ficción, el apartado de Shakespeare.
Me va a dar pena que la muevan aunque sea al lado. Pero bueno, habrá que ir a estrenarla¡
¡¿Qué?! Yo no me había enterado de lo de la mudanza. Me has dejado... sin palabras. Precisamente el otro día Manuel y yo comentábamos la catástrofe de Borders (que primero cerró en Inglaterra y ahora se ha declarado en bancarrota en EEUU)) y nos enteramos de que su antigua tienda en Charing Cross ahora es una tienda de ropa tipo TJ Maxx o algo así y nos llevamos las manos a la cabeza pensando en si la competencia empezará a invadir la mítica Charing Cross con tiendas de ropa. Manuel y yo con concluímos que, de ocurrir eso, Foyles serían los únicos que resistirían. ¡Y ahora se mudan! Qué trauma.
ResponderEliminarEn fin, Charing Cross es nuestra primera parada en Londres, así que cuando nos plantemos allí el lunes que viene me aseguraré de saborear y disfrutar de Foyles en su sitio por última vez :(
Óscar: la librería de enfrente de Foyles que tenía Starbucks era Borders (los Waterstones tienen Costa Coffee), que cerró hace un par de años. Ahora ya digo que hay una tienda de ropa tipo TJ Maxx. Atroz.
ResponderEliminarPara mí también unas horas en Foyles han sido siempre felicidad perfecta ("bliss", como dicen los ingleses). Y, por muy estupendo que sea el nuevo edificio, creo que siempre voy a sentir nostalgia del antiguo. Como Cristina, confío en tener oportunidad de visitar la sede actual de Foyles antes de que se trasladen; hay tiempo, porque seguramente no será antes de 2013. Va a ser un adiós muy sentido.
ResponderEliminarInteresantísima entrada sobre la historia de Foyles y la anécdota de Hitler con los bombardeos impagable. Un saludo.
ResponderEliminarEstoy deseando ir, así que como parece que hay tiempo antes del 2013 creo que posiblemente hasta repita. ¡Gracias por avisar!
ResponderEliminarHaber si otras renombradas cadenas nacionales se aplican el cuento, y aprenden algo del buen trato que supongo a esta casa después de leer tu historia.
ResponderEliminarEs demencial que lleve desde Reyes esperando la devolución del importe de un pedido que nunca recibí. Parece que están intentando cubrir sus "gastos" de envío generados a costa de mis llamadas de reclamación a su 902.