Hace unos días, el diario inglés The Guardian publicó un estupendo texto de Julian Barnes en torno a su amor por los libros, Julian Barnes: my life as a bibliophile, escrito para celebrar la Independent Booksellers Week, texto que se puede adquirir también en forma de panfleto titulado A Life with Books. Lo que dice Barnes sobre el papel de los libros en su vida, sobre su afán coleccionista, y sobre el libro como objeto, me ha gustado tanto que, aunque soy consciente de que muchos lectores ya lo habrán leído en su versión original, he pensado traer aquí un resumen traducido. Para quienes no dominen el inglés, o no tengan la paciencia de leerse entero el texto íntegro. Ahí va. (Verán que distingo tipográficamente entre los fragmentos que he tomado íntegros de su texto y mis resúmenes del mismo.)
He vivido en los libros, para los libros, por los libros y con los libros. En los últimos años, he tenido la suerte de poder vivir de los libros. A través de los libros me di cuenta por primera vez de que existían otros mundos además del mío propio; imaginé por primera vez lo que supondría ser otra persona; experimenté por primera vez ese vínculo íntimo y profundo que se crea cuando la voz de un escritor se mete dentro de la cabeza de un lector.
Barnes tuvo además la suerte de ser hijo de dos maestros de escuela, que reverenciaban los libros: "No íbamos a la iglesia, sino a la biblioteca", dice. Así, la biblioteca familiar estaba bien nutrida, pero al Barnes niño no le atraían la mayoría de las obras que podía encontrar en sus estanterías. Excepto cuando, en el momento de su despertar sexual, descubrió el enormemente excitante Satiricón de Petronio, que durante algún tiempo le hizo creer que el mundo romano era una orgía continua. Para cuando superóa la adolescencia, Barnes había entrado del todo en la magia de los libros. No sólo de leerlos, sino de poseerlos.
Poseer determinado libro -un libro que habías elegido tú- era definirte a ti mismo. Y esta autodefinición debía ser protegida, físicamente. De modo que forraba mis libros preferidos (inevitablemente, libros de bolsillo, por restricciones monetarias) con plástico transparente. Antes, sin embargo, escribía mi nombre -en una recién adquirida letra itálica, con tinta azul, subrayado en rojo- en la esquina interior de la cubierta.
Más adelante, descubrió otra magia, la de los libros de segunda mano, los que habían tenido otros dueños, algunos de ellos incluso escritores.
Nunca había visto de cerca a un escritor, ni conocía a nadie que hubiese conocido a alguno. Quizás había oído a uno o dos por la radio, o visto a un par de ellos por televisión (...). Pero la conexión más cercana que mi familia tenía con la literatura era el hecho de que mi padre estudiase lenguas modernas en la universidad de Nottigham, donde daba clases Ernest Weekley, cuya esposa se había fugado con D.H. Lawrence. Ah, y mi madre vio una vez a RD Smith, el marido de Olivia Manning, en un andén de la estación de Birmingham.
Durante las siguientes décadas, Barnes se convierte en un ávido coleccionista de libros, en especial de libros usados, y recorre cientos de kilómetros en busca de gangas que valgan la pena. En aquellos tiempos, todas las ciudades medianas poseían alguna tienda de libros de segunda mano, que él recorría infatigable. Contaba también con la ventaja, hoy desaparecida, de que por aquel entonces los libros solían permanecer en las estanterías durante meses, tal vez años, hasta que surgía un comprador. Barnes reconoce que en esa época compraba como un poseso, movido por esa especie de locura que es la bibliomanía.
La compra de libros sin duda consumía más de la mitad de mis ingresos (...) La línea divisoria entre libros que me gustaban, libros que pensaba que podían gustarme, libros que tenía la esperanza de que me gustasen y libros que no me gustaban en ese momento, pero que pensaba que podrían gustarme más adelante nunca estuvo muy bien definida.
Su frecuente contacto con el mundo de la bibliofilia le hace también perder la inocencia: no es oro todo lo que reluce y más de un bibliófilo ha sido engañado por personas sin escrúpulos. Barnes cuenta la anécdota del bibliófilo cuya valiosa primera edición de una obra sustituyó algún visitante desconocido por una reimpresión posterior sin ningún valor. Pero la bibliofilia también tiene sus recompensas, como son las horas pasadas en esas vastas cavernas llenas de potenciales tesoros. La mayoría de ellas, por no decir todas, han desaparecido hoy. Algunas, ademas de libros, contenían otros tesoros: cita una, Lilies, llena de objetos fetichistas, como la máscara mortuoria de John Cowper Powys y "un reloj que perteneció a las personas que pusieron el motor en el barco en que se ahogó Shelley" (reconozcan que hay que ser un verdadero fetichista para valorar algo así).
Cuadro que representa la cremación del cadáver de Shelley |
Me convertí en un poco menos coleccionista de libros (o, quizás, fetichista de libros) después de publicar mi primera novela. Tal vez, en algún nivel subconsciente, decidí que como ahora producía mis propias primeras ediciones, ya no necesitaba tanto las de otros. Incluso comencé a vender mis libros, algo que en otro momento me hubiese parecido inconcebible. Aunque eso no aminoró mi ritmo de adquisiciones: sigo comprando libros más deprisa de lo que puedo leerlos. Pero me parece algo totalmente normal: qué raro sería rodearse sólo del número de libros que te dará tiempo a leer en lo que te queda de vida. Y sigo profundamente vinculado a los libros físicos y a las librerías físicas.
Porque, como dice con mucha razón Barnes -o al menos yo pienso lo mismo que él- la tecnología tiene muchas ventajas, pero cada libro físico tiene una apariencia, un tacto y un olor diferentes, mientras que todos los libros electrónicos son iguales. Y termina el artículo con un hermoso alegato en favor de la lectura:
La vida y la lectura no son actividades separadas. Esa distinción es falsa (es como cuando Yeats imagina que se puede elegir entre "la perfección de la vida o de la obra"). Cuando lees un gran libro, no escapas de la vida, sino que te sumerges más profundamente en ella. Puede haber un escapismo superficial -a países, costumbres, maneras de hablar diferentes- pero lo que haces es en esencia ampliar tu comprensión de las sutilezas, paradojas, alegrías, dolores y verdades de la vida. La lectura y la vida no están separadas, son simbióticas. Y para llevar a cabo esta importante tarea de descubrimiento y autodescubrimiento hay, y sigue habiendo, un símbolo perfecto: el libro impreso.
Barnes dixit.
Apenas si tengo tiempo para mirar noticias y demás por internet estos días, así que, por mi parte, muchiiiiisimas gracias por señalar el artículo!!
ResponderEliminarDe nada, Nit. Me alegro de haberte ayudado a recueprar este excelente artículo (o su extracto, al menos).
EliminarCurioso e interesante, compa Elena. Me gustan mucho los libros, y presumo de disponer de una cantidad decente de ellos, pero lo de este hombre, evidentemente, se mueve en otro nivel; además, sus palabras destilan la pasión que siente de una manera muy particular. En fin...
ResponderEliminarUn abrazo y buena tarde.
Sí, Manuel, un gran bibliófilo y un gran escritor también. Qué envidia, ¿verdad?
EliminarEstupenda entrada. Gracias por compartir este artículo.
ResponderEliminarGracias por la visita, Gww.
EliminarNo he leído nada de Julian Barnes, aunque el descubrir esta faceta suya como bibliófilo me hace que adelante unos puestos en el ranking de autores que tal vez algún día lea.
ResponderEliminarComparto ese sentimiento de descubrir entre pilas de libro en librerías de viejo, alguna joya que permanece oculta y que por el barato precio imaginamos que ni el propio librero se ha dado cuenta de la calidad de ese autor que se escondía entre los demás.
Pero hay otro placer que algún día también espero que llegue, y es cuando la mayoría de los libros de consulta sean pasados a formato electrónico y estén en la red a disponibilidad de la gente, para que estos fácilmente puedan encontrar la información que uno busca a una distancia de unos cuantos clicks. Me da un poco de frustración ver por la red infinidad de libros que me gustaría echar un vistazo y que por precio o imposibilidad de que me lo envíen, no los puedo consultar.
Y todo esto partiendo de la reflexión que se ha de encontrar un sistema sostenible donde los autores de los libros reciban una parte de dinero por dejar sus libros "libres" por la red y que al posible lector esté de acuerdo en la cantidad a desembolsar.
Totalmente de acuerdo, a mí también me resulta muy frustrante ver por la red obras que me interesan y a las que no es posible acceder. Personalmente, no me importaría tener que pagar algún tipo de cuota mensual si lo que me ofreciesen a cambio fuese suficientemente atractivo. Es decir, no los últimos bestsellers, que es en lo que parcen estar pensando muchas empresas.
ResponderEliminarEn cuanto a Barnes, te lo recomiendo. A mí hay un libro de cuentos suyo que me encanta, "La mesa limón".
Lei el artículo cuando lo tuiteaste y me encantó, pero esta entrada tuya es el complemento perfecto.
ResponderEliminarA mi también me encantó La Mesa limón, mucho más que El Loro de Flaubert que es creo su obra más conocida.
Muchas, muchísimas gracias por el texto y sobretodo por haber facilitado la traducción. Soy un admirador incondicional de Julian Barnes desde que me enamoré de él leyendo "El loro de Flaubert" y "La historia del mundo...".
ResponderEliminarGracias a ti, Lluís, por visitarme. Como habrás visto, compartimos la admiración por Barnes. Hay ahora un nuevo volumen de cuentos suyo, que estoy ansiosa por leer...
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