(Foto André Zucca) |
De los grandes acontecimientos históricos, más allá de saber cómo se desarrollaron las batallas, qué impulsó los movimentos de masas o cómo se comportaron determinadas figuras centrales, siempre me queda la curiosidad de averiguar qué significaron estos hechos para la gente de la calle, cómo las vidas individuales y la cotidianeidad se vieron afectados por los sucesos que lucen tan solemnes y fríos en los anales de la Historia. Gracias al documentado libro de Alan Riding Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis he pasado unos días muy entretenidos conociendo con detalle cómo transcurrió la vida en los círculos del arte, la música o la literatura en la capital francesa durante aquellos años, y sabiendo -a menudo de primera mano, a través de sus diarios o entrevistas- de las dudas que asaltaron a unos, los compromisos a que debieron llegar otros o la complejidad de la situación social y personal de la mayoría de artistas (y no artistas) que vivieron esos años. Como ocurre en todas las guerras, por otra parte, aunque luego la propaganda -siempre dirigida por el bando vencedor- quiera convencernos de que todo era o blanco o negro. Se agradecen por eso estudios como el de Alan Riding, capaces de pintar un retrato que muestra que el comportamiento de cada cual no sólo viene motivado por la adsripción política o la nacionalidad, sino también por su personalidad, por sus relaciones familiares, o por simplemente su suerte y sus circunstancias. En esta reveladora obra se entera uno de que en las listas de obras prohibidas por los alemanes no sólo figuraban escritores judíos, sino autores franceses como Gide, Mauriac, Aragon e incluso Flaubert, cuyo Madame Bovary recuperó de repente la reputación de inmoral que tuviera cuando se publicó. Gerhard Heller, un culto y francófilo oficial nazi a cargo de la sección de literatura en el Departamento de Propaganda alemán dice en sus memorias que los nazis quemaron en total 2.242 toneladas de libros en París. Al parecer, Heller no pudo resistirse a llevarse algunos de esos ejemplares prohibidos y esconderlos en su oficina que, según decía en broma "se convirtió en un anexo de la Biblioteca Nacional francesa". Para detectar los libros prohibidos, los alemanes realizaban frecuentes redadas en las librerías. La famosa librería americana de Sylvia Beach, Shakespeare & Company, se libró al principio por la nacionalidad de su propietaria, pero una vez Estados Unidos entró en guerra, su propietaria recibió un día la visita de un oficial alemán que la amenazó con que confiscaría sus existencias. Durante toda aquella noche, Beach y sus amigos trasladaron los fondos de la librería al cuarto piso del mismo inmueble -que a la sazón estaba vacío-, de modo que al día siguiente, cuando llegaron los alemanes, no había nada que confiscar. En cuanto a las editoriales, algunas fueron requisadas (sobre todo aquellas cuyos dueños eran de ascendencia judía), pero la mayoría aprendió a sobrevivir en medio de las restricciones de papel y la censura impuesta por las autoridades germanas. Gaston Gallimard, por ejemplo, se avino a dejar la dirección de su emblemática revista NRF en manos de Drieu La Rochelle, notorio fascista y colaboracionista, a cambio de poder editar a otros autores no tan bien vistos por los alemanes en su catálogo. Caso aparte es el de otro ilustre editor, Bernard Grasset, quien no contento con airear sus opiniones racistas y favorables a la ocupación alemana, movió toda suerte de influencias para lograr la traducción de los Diarios de Goebbels, con el argumento de que "debemos asegurarnos de que la magistral obra de Goebbels disponga de la distribución que merece". Como estos, mil y un detalles e historias personales jalonan estas páginas, por las que vemos pasar a los más granado de la cultura francesa, con sus grandezas y sus miserias. Después de leerlo -los buenos ensayos invitan a ahondar en el tema que abordan- me han entrado ganas de hacerme con las memorias de Heller y con otra obra frecuentemente citada por Riding, Mon journal pendant l'occupation, una brillante recopilación de observaciones y anécdotas del periodista Jean Galtier-Boissière. Me hago eco de una de ellas, que me parece una buena manera de terminar esta entrada: "Colaboracionismo quiere decir: dame tu reloj y yo te daré la hora".
Oficiales de la Wehrmacht en un cabaré de París (foto Robert Schall) |
Muy interesante el libro. El período de la ocupación en Francia sigue siendo uno de los temas difíciles que a los franceses les cuesta abordar. Vengo leyendo últimamente la obra de Patrick Modiano, a quien le obsesiona en particular ese período, incluso por razones autobiográficas. En particular hay una pequeña novela que si no has leído te recomiendo, que es "Dora Bruder", sobre el caso real de una adolescente judía desaparecida en el París ocupado. Es apasionante. Tomo nota del libro de Riding.
ResponderEliminarSaludos
Justo hoy lo he visto en La Central del Raval y ya está apuntado en la agenda, que mi cumpleaños se acerca...:D
ResponderEliminarGolem, a mí también me interesa mucho el tema de la ocupación. Durante muchos años, los franceses han fingido que todos fueron resistentes, algo difícil de creer, pero poco a poco se va destapando la verdad, más compleja, como siempre. Patrick Modiano es uno de esos escritores que tengo pendientes; desde luego, emepezaré por Dora Bruder, como recomiendas.
ResponderEliminarSamedimanche, suerte que de vez en cuando hay cumpleaños o Navidades que nos permiten hacernos con unos cuantos libros de esa interminable lista, ¿no?
Puede que ni tanto ni tan poco, yo tengo entendido que las fotografías de Zucca son un pequeño montaje de la propaganada nazi (hace unos años hubo una polémica cuando se expusieron las fotogafías de Zucca en París).
ResponderEliminarQuizás en el libro que nombras se hable de este caso, pero según lo que leí en su momento, me parece más que las fotografías fueron "construidas" para reflejar ese París nazi normalizado, como si de spot publicitario se tratase.
Vigo, la foto de Zucca la he puesto sólo como ilustración, en el libro no se habla de él. Estoy al corriente de la polémica que se creo con la exposición de sus fotos, y es muy posible que en ellas hubiera parte de montaje, al fin y al cabo Zucca trabajaba por encargo de las autoridades alemanas. Sin embargo, otros muchos testimonios recogidos en el libro demuestran que a los parisinos no les desagradó tanto como suelen decir la ocupación alemana. O, al menos, no se opusieron a ella ferozmente, a excepción a una minoría.
ResponderEliminarUna vez leí que el detonante que desencadenó finalmente el cierre de Shakespeare and Co. fue que Sylvia Beach se negó a venderle un ejemplar de "Finnegans Wake" de Joyce a un oficial alemán. Entonces (1941) la sede de la librería no era la que ahora ocupa, sino la calle de L´Odeon.
ResponderEliminarCoincido en que los franceses no fueron un ejemplo de resistencia aunque han sido ejemplo de maestría en el arte de tratar de convencer a los demás de que si que lo fueron. Y doy mi palabra de que no pretendo en absoluto juzgarlos. No me tengo por ningún héroe. Pero el concepto de "La Resistance" se ha estirado hasta límites insospechados.
A mi siempre me recordará ese episodio de la maravillosa serie "Alo¡ Alo¡" en que los franceses de la resistencia está cantando La marsellesa y cuando entran los oficiales alemanes automaticamente cambian la melodía al himno alemán... Este:
http://www.youtube.com/watch?v=4aHaSbrf2n4
Saludos.
Oscar, esa anécdota que citas se relata también en el libro de Riding, imagino que fue la propia Sylvia Beach quien la contó. Estupenda la serie "Alo! Alo!", recuerdo haber visto algunos episodios hace tiempo. Coincido en que los franceses han estado viviendo del mito de la Resistencia, era hora de que se pusieran las cosas un poco en su sitio.
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