Los marginalia o notas al margen vienen a ser, en el ámbito privado de la página de un libro, lo que los grafiti en el ámbito público de las paredes. Esencialmente, y para los responsables de la conservación tanto de libros como de muros y lugares públicos, un atentado y una prueba de mal gusto. Eso, suponiendo que las anotaciones se hagan en libros ajenos. Porque en los propios, aunque se trate de una actividad que la mayoría de bibliófilos miran con desagrado -los mismos que venderían a su madre por unos marginalia de Cervantes o de Quevedo-, hay cierta permisividad. Incluso es bien sabido que algunos escritores famosos han sido furiosos anotadores de libros. Una de mis fuentes para estos asuntos, el entretenido ensayo de Kevin Jackson sobre curiosidades literarias me informa de que uno de los más pertinaces fue Samuel Taylor Coleridge. Y su afán anotador no se reducía a su propia biblioteca, sino que incluía también los libros de sus amistades. Así, Charles Lamb, en su ensayo sobre el préstamo -Two Races of Men-, reconoce que aquellos ejemplares que le ha prestado a Coleridge han vuelto siempre "enriquecidos con anotaciones que triplican su valor". Muy fácil, pues, la clave está en sólo prestar los libros a anotadores famosos, en la esperanza de hacer un buen negocio.
Incluso si han sido trazados por manos anónimas, el paso del tiempo contribuye enormemente a darle valor a este género de escritos. Igual que una burda inscripción en una pared ("Fulanito estuvo aquí", "Loli, te quiero") gana enormemente si en lugar de haber sido hecha hace tres días lo fue hace quinientos años -en ese caso, la estudian y la protegen como resto arqueológico-, los marginalia también son más apreciados cuanto más antiguos son. Por ejemplo, los marginalia que los copistas medievales hacían en sus manuscritos. Lo de copiar manuscritos todo el día no debía ser un trabajo muy distraído -además, siempre me imagino que en esos scriptorium debía hacer un frío tremendo- y en su mayoría estos marginalia son quejas: "Pergamino nuevo; tinta mala; no diré más."; "San Patricio de Armagh, libérame de esta escritura."; "Mientras escribía me helaba, y lo que no pude escribir bajo los rayos del sol lo terminé a la luz de la vela."; "Gracias a Dios, pronto será oscuro." (parece que en este monasterio no les llegaba para velas). Con la distancia de los siglos, es imposible no sentir una gran ternura por aquellos monjes encadenados de por vida a la pluma y el pergamino. Por suerte, no todos los marginalia medievales eran de este cariz: no olvidemos que las primeras palabras escritas en castellano -las famosas glosas emilianenses- no son otra cosa que unas notas al margen. Unas notas realmente valiosas.*
Página del Códice Emilianense que se conserva en San Millán de la Cogolla |
*Por cierto, vale la pena la visita al monasterio de San Millán. Situado en un lugar maravilloso (estando allí es fácil considerar, ni que sea por unos instantes, la posibilidad de hacerse monje), conserva una biblioteca muy notable. Y no hay que perderse tampoco el monasterio de arriba, Suso: ¡esos sarcófagos tan pequeños que albergaron los restos de los siete infantes dce Lara! Me pareció emocionante.
Bonita entrada, tiernas esas anotaciones de los monjes. Como riojano que soy he ido muchas veces a ambos monasterios, en el de Suso cuando niños nos asustaban con las calaveras.
ResponderEliminarMis libros (los que me pertenecen) estan acribillados de subrayados, asteristis, paréntesis, exclamaciones, anotaciones... Tantas que a veces los árboles casi no dejan ver el bosque. En realidad mis libros no tienen tanto valor económico jamás como para que no me dé el gusto de hacerlo. No creo que mis hijos lleguen a heredar tantos de ellos , con las calidades de papel que hoy se estilan. Muchas veces hago anotaciones en los márgenes, en la página del título, en la del índice, en papeles que meto dentro. Por supuesto, cuando un año después cojo otra vez el libro, ni yo mismo entiendo que quise decir con esa nota o porque puse ese asterisco en ese pasaje tan anodino. A cambio aseguro al qu pueda interesar que los libros prestados de los demás jamás los mancillo, los cuido más aun que los míos.
ResponderEliminarPor cierto, y si mencionas a los infantes de Lara, no olvidemos que en mi ciudad en la calle de los Arquillos o de los siete arcos, estuvieron colgadas las siete cabezas de los pobres infelices. Toda ciudad tiene su leyenda negra...
Palimp, ¡qué suerte la tuya tener tan a amano esos encantadores lugares!
ResponderEliminarOscar, gracias por la referencia histórica. Me fijaré. Precisamente mañana salgo rumbo a tu ciudad (armada con tus recomendaciones, desde luego). Ya te contaré.
Sí, también me ha resultado muy, muy, interesante este post (¡y eso que aún tengo que meterme en los links).
ResponderEliminarCuando se anota en los márgenes de un libro suele indicar que uno establece una relación de igual a igual con el escritor. Creo que al menos es un muestra de una relación mucho más participativa por parte del lector sobre el libro.
Cortázar cuando creo que leía Paradiso de Lezama Lima estaba fascinado por el libro, pero en una página anotó: "Lezama, gordo cósmico, ¿Cómo te equivocaste en esto?"
Fantástico, no??
Y leí que no se quien -me da rabia no recordar su nombre- cuando le dejaban un libro, buscaba alguna frase muy complicada y casi incomprensible, la subrayaba y luego devolvía el libro, para que el que se lo había dejado se comiera la cabeza intentando luego interpretarla. :)
Buena idea eso de dejar subrayados para desconcertar. ¡Los hay retorcidos! ;)
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