Pierre Assouline reseñaba en su blog hace poco nada menos que cuatro libros recién publicados en Francia que glosan los placeres del caminante. Califica a sus autores de "marcheurs à plume", es decir, caminantes-escritores y Assouline, igual que ellos, se reconoce adepto de las caminatas, a las que achaca el único inconveniente de que no permiten leer al mismo tiempo. Algunos lo logran, dice, "pero no garantizamos su estado al llegar". Como formo parte de este club -bastante más nutrido de lo que se pudiera pensar- de lectores/caminantes, quiero hoy recordar el delicioso ensayo de Robert Louis Stevenson, otro gran caminador, "Walking Tours", en que proporciona algunas claves de cómo afrontar este tipo de excursiones. Ante todo, es preciso ir solo: porque lo esencial en estas caminatas es la libertad, que puedas detenerte o continuar a tu antojo; llevar el ritmo que te convenga, y no el de tu compañero; estar abierto a todas las impresiones y dejar que tus pensamientos se formen según lo que vas viendo; y, muy importante, el silencio. Sólo en silencio, sin tener que atender al parloteo de otro, es posible dejar volar la mente, empujada por el ritmo de la marcha, hasta lograr esa especie de beatitud que proviene de la combinación del ejercicio físico con el aire libre y la mente despejada.
Localicé hace unos años un delicioso librito publicado con primor, creo recordar, por una editorial mexicana, que reunía este ensayo de Stevenson con otro de William Hazlitt, "On Going on a Journey", que el propio Stevenson consideraba tan excelente que, dice, "debiera imponerse una tasa a todo aquel que no lo haya leído". Una excelente idea, pues la combinación de ambos textos daría ganas de emprender la marcha hasta al más recalcitrante de los bibliómanos. No sé qué se hizo de él, y lo lamento.
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