J.K. Rowling firmando libros. Quizá a algunos de sus fans se les contagie la magia de Harry Potter. |
Primitivamente, se creía que el contacto con algún gran héroe o guerrero otorgaba una participación de sus cualidades. Es esta una creencia muy arraigada en el género humano, se diría casi parte de nuestra herencia genética, porque en menor o mayor grado ha llegado hasta nuestros días. Las cualidades que se consideran dignas de admiración han ido variando según los momentos históricos y las sociedades, pero el fenómeno es observable en multitud de manifestaciones, desde el culto a las reliquias de los santos hasta el implacable asedio en busca de autógrafos que deben soportar estrellas de cine o futbolistas. La caza de firmas de escritores en ferias del libro o presentaciones es también de algún modo una manifestación de este deseo por poseer algo del personaje admirado. Nos llena de orgullo tener un libro en el que el autor cuya obra nos deslumbra ha escrito unas palabras dirigidas a nosotros, por más manidas que estas sean. Alternativamente, poder contemplar o tocar las páginas que escribió en el pasado algún gran hombre (o mujer) produce una emoción inexplicable, como si, por arte de magia, sus cualidades pudieran transferirse a nosotros a través del tiempo y el espacio. Es este un mecanismo que se puede observar bien en el caso de Stefan Zweig, un proceso que él documentó en sus cartas y en sus memorias. Tal como confiesa en El mundo de ayer, "la vez que, siendo niño, fui presentado a Johannes Brahms y él me dio un golpecito amistoso en el hombro pasé varios días trastornado por el formidable suceso. A mis doce años no tenía una idea exacta de lo que había hecho Brahms, pero su mera fama, su aura de creador, producía un efecto embriagador". Pronto el joven Stefan pasó de perseguir a celebridades por la calle a escribirles solicitando autógrafos y así fue cultivando esa afición que se convertiría en uno de los ejes de su vida. Con el tiempo, se haría con una notabilísima colección de autógrafos, entre los que se contaban verdaderos tesoros, como un dibujo de Goethe, una cantata de Bach, dos páginas de Montesquieu o un discurso de Robespierre y a los que destinaría grandes cantidades de dinero (lamentablemente, gran parte de este colección se dispersaría cuando Zweig tuvo que exiliarse). De hecho, no se trata de una afición moderna, ya en 1890 era algo tan extendido que Henry James la satirizó en su relato The Death of the Lion (1894). Y George Bernard Shaw, en el momento cumbre de su popularidad, se jactaba de que la mayoría de los cheques que extendía no llegaban a cobrarse nunca, porque para el poseedor valía más el pedacito de papel con su firma que el dinero que representaban. ¿Quién dijo que la palabra escrita no es mágica?
Yo me eché a llorar cuando leí "Reader, I married him" del puño y letra de Charlotte Brontë... algo de magia sí que hay.
ResponderEliminarQuizás es que todos somos un poco mitómanos. Yo jamás he ido a que ningún escritor me firme nada, pero reconozco que si algún día tuviera oportunidad no me importaría esperar dos horas de cola entre un montón de niños para que el gran Francisco Ibáñez me firmara alguno de mis viejos tebeos de Mortadelo y Filemón. En efecto, a veces, algo hay.
ResponderEliminarNunca hubiera imaginado que Stefan Zweig coleccionaba autógrafos, qué curioso. Nunca he ido a que me firmaran ningún libro (quizás algún amigo o conocido, sí). Creo que la palabra mágica es la obra en sí, no la firma o las letras del autor (aunque es posible que haga ilusión tenerlas).
ResponderEliminarBonita entrada, Elena.
Un abrazo.
Primero, ahora mismo voy a buscar ese relato de James. Son tantos que los mezclo. Segundo. Yo he pasado fases con esto de las firmas. No puedo evitar como todos, disfrutar el gustazo de tener un volumen firmado por el autor, si ese volumen ha sido importante para mi. No obstante, hace poco escuchaba un curso sobre lectura que afirmaba que siempre hay que separar al "hombre que sufre" (el que paga las facturas de la luz, hace las compras) de "la mente que crea" (la parte del escritor que crea la obra). Se refería a las tremendas desilusiones que había sufrido al conocer a algunos de los autores de sus obras contemporáneas más queridas, como los había visto menospreciar o tratar mal a los que iban a que les firmara los libros (estilo Fernan-Gomez) o no mostrar el más mínimo interés en personas que le idolatraban. Se refiere sin dar nombres a varios autores, pero estoy convencido de que uno podría ser Updike.
ResponderEliminarHay una variante que evita las colas. Las grandes cadenas como Waterstones le dan a firmar varios cientos de ejemplares al autor y luego uno los puede comprar ya firmados (aunque no dedicados, claro).
Por cierto la foto es en una Waterstones y no puedo evitar notar el contraste entre los niños esperando ilusionados que Rowling les firme el enésimo Harry Potter y el cartel de "Please, Pay Here"...
Samedimanche, creo que yo también me hubiese emocionado al leer esa frase escrita por la propia Charlotte. Magia pura.
ResponderEliminarUrzay, yo tampoco he hecho nunca cola para lograr un autógrafo, pero los tebeos de Mortadelo y Filemón son también parte de mi infancia (no puedo llamarles cómics, para mí siempre serán los "tebeos de Bruguera").
Laura, gracias por tu comentarios siempre tan positivos.
Oscar, he experimentado grandes desilusiones al conocer a autores de obras que admiraba. "Nunca confundir el hombre con la obra", es una máxima imprescindible. Ja, ja, yo también había observado la ironía del cartel de "Please, pay here":)
Oye, Elena.
ResponderEliminar¿A cuantos autores has conocido o visto en carne y hueso?
Ya me dejaste sorprendido con lo de Angela Carter el otro días, pero tu comentario de hoy me indica que eres visitadora de eventos literarios de manera habitual y que vives en una ciudad indudablemente que aparece en el mapa de dichos autores. La mia no les suena ni siquiera a sus agentes. Y he de reconocer que de manera merecida.
Me ha encantado la anécdota final de Bernard Shaw.
ResponderEliminarLa palabra escrita es pura magia (sobre todo si gracias a ella no tienes que pagar los chequees que extiendes ;)).
Siguiendo por la línea de Samediamanche: yo he tenido en mis manos un plástico que contenía una carta manuscrita de Charlotte Brontë, incluso con el plastiquillo de separación la experiencia fue impresionante. Y lo mismo, pero sin plástico ni guantes, cuando en Nueva York en 2008 tuve en mis manos el bastón del que Virginia Woolf se había desprendido antes de suicidarse. Tocar lo último que tocó Virginia Woolf...
Lo del bastón de Virginia Woolf sí que es fuerte, Cristina. ¡Da cierto yuyu y todo!
ResponderEliminarÓscar, no es información reservada (está en mi perfil) que vivo en Barcelona. Pero lo de conocer a autores no me viene tanto por mi lugar de residencia (que también) como por mi vinculación de uno u otro modo con el mundillo editorial. Eso sí, hasta cierto punto, es información reservada, pero iré compartiendo desde este blog aquellas anécdotas que se presten a ser reveladas en público. Por cierto, no me parece que Córdoba sea un lugar tan remoto ni tan ignorado, hace tiempo que quiero visitarla.
No, si para venir está muy bien. Es tranquila y bonita, comerás bien, te divertirás probablemente, pero no esperes encontrarte con escritores conocidos, con buenas obras de teatro (ni con un buen teatro), ni con facilidades si te da por comprar un libro a última hora.
ResponderEliminarAyer volvía a casa en metro desde el centro de Madrid y escuchaba a grupos de niñas muy excitadas decir cosas extrañas como: "primero miró para un lado, luego para el otro y luego sonrió" o "creo que esa imagen no se me borrará de la mente en toda mi vida". Otra se quejaba de que a pesar de gritar como la que mas, nunca se había quedado afónica. "Ainssss..yo quiero quedarme afónica", se quejaba la pobre.
ResponderEliminarEn El Corte Inglés, había estando firmando autógrafos Justin nosequé.
Un abrazo