El que visite la Biblioteca Nazionale en Florencia podrá contemplar el busto de un hombre bastante feo y desaliñado, que mira al espectador con una extraña mueca en el rostro. Se trata de Antonio Magliabechi (1633-1714) y merece ocupar un lugar destacado allí porque sus más de 30.000 libros -que él legó a su muerte a la ciudad de Florencia a condición de que se pusiesen a disposición de sus ciudadanos- contribuyeron sustancialmente a la creación de dicha Biblioteca. Sin embargo, este gran erudito, bibliómano hasta extremos increíbles y benefactor de su ciudad natal es recordado ante todo por sus rarezas y por una serie de anécdotas -sospecho que algunas inventadas o exageradas- que las ilustran. Magliabechi procedía de una familia de artesanos y era orfebre, oficio que ejerció en su juventud durante varios años nada menos que en un establecimiento situado en el Ponte Vecchio. Pero poseía un don muy especial que pronto le hizo famoso, una memoria prodigiosa que le permitía recordar casi al pie de la letra cualquier libro que leyese. Los conocimientos enciclopédicos que se derivaban de esta capacidad suya llamaron la atención de los Medici, que le ofrecieron trabajar en sus bibliotecas. Magliabechi convirtió lo que había sido hasta entonces un cargo normalmente asignado a un cortesano, más atento a los caprichos del príncipe de turno que a velar por el enriquecimiento de los fondos de la biblioteca, en una factoría de cultura y erudición que atraería la atención de toda Europa. Eruditos de todas partes acudían a él, tanto para consultar las obras que él seleccionaba y adquiría para sus patronos, como para pedirle consejo y beneficiarse de sus conocimientos. Se dice que leía todo lo que adquiría, y que además era capaz de retenerlo en su memoria. No obstante, todas las dotes que poseía en lo intelectual le faltaban en el aspecto social: a un total desaliño y descuido por su confort material unía un completo desprecio por las opiniones ajenas. Es fama que nunca comía caliente y se alimentaba básicamente de huevos duros, cuando recordaba que debía comer. También se dice que sus modestas habitaciones estaban tan invadidas por los libros que incluso dormía encima de ellos, utilizando para taparse la misma capa con que se abrigaba al salir a la calle (consideraba una pérdida de tiempo desvestirse para tener que vestirse de nuevo a la mañana siguiente). Su higiene dejaba mucho que desear, y los testimonios de muchos de sus vecinos le tildan de "sucio", por lo que la mayoría le rehuían. Posiblemente no era el conciudadano ideal, pero gracias a él los florentinos pudieron disfrutar de una vasta biblioteca, que se llamó "Magliabechiana" hasta 1861, año en que fue fusionada con la Nacional. Y allí siguen los libros de este pintoresco personaje, el hombre en cuya cabeza cabía toda una bibllioteca.
Hace muchos años que estuve en Florencia (aunque este año he estado en Italia) y en la Biblioteca, no recuerdo ese busto, claro.
ResponderEliminarComo admiro a las personas con memoria, nunca la he tenido, lo cual siendo historiadora es un poco triste.
Como siempre me encanta leerte.
Un abrazo.
No conocía la historia de Magliabechi. Me gustan mucho tus notas.
ResponderEliminarSaludos
¡¡Es Mendel el de los libros!! El del cuento de Stefan Zweig...se parece en todo. ¿ Lo has leído?
ResponderEliminarNo conocía la historia y me ha encantado. Fascinante. Y qué memoria la del hombre, igualita que la mía (eeeehhh... no, en realidad, no).
ResponderEliminarLaura, es práctico tener memoria, pero tener tanta como Magliabechi raya en el desorden neurológico. Por sus caraterísticas, me recuerda un poco a esos autistas incapaces de relacionarse de manera normal, pero que son un fenómeno en cálculo matemático, por ejemplo (véase la peli "Rain Man"). Mejor tener poquita memoria, pero muchos amigos, ¿no?
ResponderEliminarGolem, gracias a ti por leerme.
Moli, muy bien visto, a mí se me había escapado la semejanza (claro que leí el relato de Zweig hace bastantes años). Sin duda se inspiró en este personaje.
Cristina, te digo lo mismo que a Laura, no creo que este pobre señor fuese muy feliz, aunque desde luego era un pozo de ciencia.