Alan Bennett, foto de Eamonn McCabe |
No es ninguna novedad -y ya he hablado de ello anteriormente- que los recortes que el gobierno de Cameron está impulsando en el Reino Unido están afectando gravemente a las bibliotecas públicas. Numerosas personalidades del mundo de la cultura han salido ya en defensa de estos equipamientos culturales tan necesarios, aunque me temo que la oleada de protestas no ha hecho mucha mella en las intenciones de los políticos. Es más fácil recortar el presupuesto dedicado a las bibliotecas que limitar los sueldos de los banqueros, o sus astronómicos beneficios. Nada nuevo en este aspecto.
El último que ha aportado su granito de arena a esta batalla es Alan Bennett, el escritor y dramaturgo, conocido entre nosotros sobre todo por su estupendo libro Una lectora nada común y por la obra de teatro The History Boys, que hace unos meses se representó en Barcelona bajo la dirección de Josep María Pou. Dejo aquí el enlace al artículo completo en la London Review of Books, para quien quiera leerlo, pero para el que no tenga tiempo (es bastante largo) o no domine el inglés, transcribo algunos pasajes que me parecen especialmente relevantes:
"Una vez hube aprendido a leer, aparte de tebeos no había en mi casa nada más con lo que practicar mi recién adquirida habilidad." De este modo, el Bennett niño -hijo de un humilde carnicero que vende carne de caballo para consumo no humano- empieza a frecuentar la biblioteca de su barrio, en la industrial Leeds. Allí se dirige a la sección infantil, "una sala de techo bajo cuya oscuridad incrementaban los libros que, sin importar cuál fuese su contenido, habían sido encuadernados en pesadas tapas negras, marrones o granates estampadas con el sello de la Biblioteca Pública de Leeds. Este lúgubre envoltorio resultaba desalentador para un niño que acababa de aprender a leer, aunque más desalentador aún era el enorme y malhumorado conserje con bigotes de morsa, miembro de la British Legion, que estaba permanentemente instalado allí. Viva imagen del general Hindenburg, tal como lo representaban los sellos que mi hermano guardaba en su álbum, había perdido alguna de sus extremidades en las trincheras, pero puesto que rara vez se movía de su silla y se limitaba a gritar, era difícil decir cuál de ellas." Más tarde, la familia se muda brevemente a Guildford, donde el joven Alan descubre una pequeña biblioteca que ofrece una colección completa de las aventuras de Guillermo Brown escritas por Richmal Crompton: "Los devoré, a un ritmo de prácticamente uno por día, feliz al saber que siempre habrían más. Años más tarde, cuando leí por primera vez a Evelyn Waugh hice el mismo descubrimiento: tenía ante mí una mina de libros que iban a perdurar. Desearía poder decir que sentí lo mismo respecto a Dickens o Trollope o incluso Proust, pero estos me parecieron más una tarea a cumplir que una perspectiva de goce."
Más adelante, ya en Oxford y preparándose para ser un medievalista, Bennett hace abundante uso de las maravillosas bibliotecas de esa universidad. Es allí donde traba amistad con un curioso personaje, la escritora Cecil Woodham-Smith. Esta era "una frágil mujer con un pequeño cráneo semejante al de un pájaro, más parecida a Isabel I (en su madurez) de lo que Edith Sitwell llegó a ser nunca (y sin sus enormes pendientes metálicos). (...) Procedía de una encopetada familia irlandesa y tendía a ser bastante esnob; hablando de no sé quién dijo : 'Luego se casó con una Mitford... pero eso es una fase por la que todo el mundo pasa.' Le daba incluso al comentario más corriente un giro particular."
Los libros y las bibliotecas suelen hacer aparición en las obras de Bennett. "Esto quiere decir que tienen que ser reproducidas sobre el escenario o en el plató. Algo que no es tan sencillo como parece. Un decorador suele salirte con estanterías forradas de colecciones con lomos estampados en oro, el tipo de libros de club de lectores que se pueden alquilar por metros como decoración, o bien se hace traer algunos libros usados de la librería de viejo más cercana y piensa que basta eso para dar el pego. Otro atajo consiste en encargar un cargamento de libros de saldo, de modo que el resultado es una estantería chillona y carente de personalidad que guarda aproximadamente la misma relación con la literatura que un camping puede guardar con la arquitectura. Una biblioteca es un objeto tan particular de su dueño como lo es la ropa que viste; la personalidad queda grabada en la biblioteca de cada cual del mismo modo que un zapato adopta la forma del pie que lo calza. (...) En varias ocasiones he tenido que llevar mis propios libros al teatro para darles el adecuado aire usado a las estanterías."
Y es que las bibliotecas públicas no son sólo un equipamiento, sino un verdadero artículo de primera necesidad. "Para un niño que vive en un piso pequeño, por ejemplo, donde el espacio es escaso y la paz y el silencio no siempre son fáciles de encontrar, una biblioteca es un refugio. Pero, además, una biblioteca debe estar cerca y a mano; no debería requerir una expedición. Las autoridades municipales de todos los partidos señalan sus espléndidas bibliotecas centrales recién inauguradas o previstas como si eso les exonerase de sus obligaciones. No es así. Para un niño, la biblioteca debe estar a la vuelta de la esquina. Y si perdemos esas bibliotecas de barrio, los que sufrirán serán los niños. De todas la bibliotecas que he mencionado, la más importante para mí fue la primera, la oscura y poco atractiva Armley Junior Library. Acababa de aprender a leer. Necesitaba libros."
Excelente reflexión la de Alan Bennett, compa Elena. El problema es que, en coyuntura de apreturas presupuestarias, ya se sabe, malos tiempos para la lírica (si es que hay alguna coyuntura en que le vengan buenos...), se da primacía a otras cuestiones. Y lo de las bibliotecas no es ninguna cuestión de promoción cultureta al servicio del marketing político de turno, no; es algo mucho más de principios, algo que afecta a un mínimo de salud mental de una sociedad que se tenga un pelo -aunque solo sea un pelo- de respeto a sí misma. Pero no se ve venir "bonito", no...
ResponderEliminarFelicidades por tu blog, por el que procuraré pasar con toda la frecuencia que me sea posible; un abrazo y buen sábado.
Magnífica entrada acerca de Benett. Lo digo así, porque prefiero no pararme a pensar en el tema d elas bibliotecas, que la verdad me tiene muy quemado y bastante sorprendido. No me esperaba esto. No de los ingleses especialmente. Hace poco ya estuve leyendo un artículo de un bibliotecario londinense que me dejó con el alma por los pies.
ResponderEliminarPor cierto hace poco he visto la película de "The History Boys", que tampoco está nada mal.
Saludos.
Manuel, bienvenido a mi blog, espero verte a menudo por aquí. Efectivamente, lo de las bibliotecas da poca rentabilidad política, y de ahí que sea de lo primero a lo que se aplica tijeretazo, pero tienen un valor humano y social enorme. Si nosotros, los lectores, no las reivindicamos, ¿quién lo hará?
ResponderEliminarOscar, desconocía que hubiese una película de "The History Boys". El montaje que se hizo en Barcelona, y que sí vi, tuvo excelentes críticas, pero a mí no me acabó de convencer. Más por los actores y el ritmo de la función que por la obra en sí, creo.
Yo la descubrí en un audiolibro que era una historia de los libros que forman parte del canon literario occidental, en que el autor la recomendaba fervientemente.
ResponderEliminarEs esta
http://www.imdb.com/title/tt0464049/
Si no recuerdo mal, ya trataste el tema de las bibliotecas en otra entrada, y también dejé mi opinión al respecto diciendo que las bibliotecas son una necesidad y que carecer de ellas era como dejar sin alma a las ciudades. Ahora que tengo algo más de tiempo libre para pasear y acercarme a la que tengo cerca de casa, lo que compruebo, no sin bastante asombro, es que los usuarios de la misma no responden al perfil que uno puede imaginarse de lo que debe ser un usuario de biblioteca. Lo que encuentro son personas conectadas a un ordenador portátil y a otras pocas conectadas a los ordenadores propiedad de la biblioteca, y a casi nadie con un libro en las manos. Más que un lugar para la lectura y la búsqueda, tengo la impresión de que se trata de un centro cívico, de un espacio de encuentro o lugar de reposo al que se acude para estar tranquilo, no tanto para acceder al conocimiento y al placer que nos proporciona la literatura, y todo lo que no es literatura. Sé que no viene muy a cuento lo que digo, o sí, pues puede que los políticos hayan dejado de pensar en las bibliotecas como fuente de sabiduría y consideren, en cambio, que para hacer el uso que se hace de ellas ya hay otros centros, o cada cual en su casa.
ResponderEliminarEn fin, que me he despertado un tanto pesimista hoy.
Gracias por el enlace, Oscar, me lo miraré.
ResponderEliminarJosé Manuel, es cierto que en las bibliotecas cada vez se ve más gente enganchada a pantallas, y desde luego las bibliotecas de barrio sirven para todo tipo de funciones, desde leer el periódico del día hasta guarecerse del frío o del calor. Pero es que también eso, la función social, es importante.
Por ejemplo, me consta que en la de mi barrio hay grupos de niños que se reúnen (bajo la supervisión de algún adulto) a hacer deberes juntos. Me dirás que eso es una forma de que las otras madres se ahorren un canguro, pero a mí me parece una función social muy legítima. Los libros son importantes, como lo es el disponer de un entorno donde cada cual pueda abstraerse en lo suyo, ya sea escuchar música (con cascos, claro), leer o navegar por internet. Esto también lo dice Alan Bennett.