Georg Grosz, Berlinszene |
Cuando abrir los periódicos da miedo y poner las noticias en viernes, pavor. Cuando tus hijos corren el peligro de quedarse sin cobertura sanitaria si al acabar la carrera no encuentran un trabajo (con un paro juvenil del 50%). Cuando a tu vecino, médico, le han despedido sin más de la privada después de 18 años trabajando en el mismo sitio. Cuando el barrio se llena de carteles de "En venta" y "Se alquila" y de persianas bajadas. Cuando proliferan las tiendas de venta de oro y, lo que es peor, algunas ponen el cartel de "Se hacen empeños sobre joyas"... Es el momento de volver la mirada a aquellos tiempos oscuros. Porque nadie nos garantiza que los actuales no vayan a ser igual.
Christopher Isherwood vivió los primeros años de la década de 1930 en Berlín, una ciudad azotada por la hiperinflación, amenazada por el ascenso del nazismo, donde los valores más sólidos parecían derrumbarse. La gente se limitaba a sobrevivir, porque ya no tenía futuro. Como le ocurre a la patrona de pensión retratada en su Diario berlinés, que pasó de tener criada y veranear en el Báltico a no tener siquiera habitación propia: "Duerme en el cuarto de estar, detrás de un biombo, en un sofá con los muelles rotos (...) Para ir al baño, los huéspedes que viven del lado de la calle tienen que pasar por allí, así que fräulein Schröder se despierta muy a menudo por la noche". Los relatos reunidos en Historias de Berlín se publicaron entre 1935 (Mr Norris cambia de tren) y 1939 (Adiós a Berlín); este último daría lugar a una obra de teatro, I Am a Camera, que a su vez sería llevada al cine en la exitosa Cabaret. ¿Quién no recuerda a Liza Minelli como Sally Bowles? Pero el Berlín de Hollywood, aunque con sus ribetes de sordidez, era jauja comparado con el cuadro que pinta Isherwood. En esta especie de memorias ficcionalizadas -un género con el que se anticipó a su época-, Christopher Isherwood repasa en una serie de relatos interconectados sus relaciones con diversos personajes: su patrona, fräulein Schröder, la excéntrica Sally Bowles, la rica heredera judía Nathalie Landauer, Peter y Otto, una pareja de homosexuales y toda una fauna de tipos mas o menos marginados, más o menos en el límite de lo legal, todos ellos aferrándose con uñas y dientes al convencimiento de que las cosas van a mejorar. Pero no.
Las obras de Grosz retratan como nadie el Berlín de la época |
Cuando la situación se hace insostenible, Isherwood toma la decisión de regresar a Londres. Su patrona está inconsolable y no entiende el motivo de su partida. "No serviría de nada explicárselo, ni hablar de política -dice Isherwood-. Ha empezada a adaptarse al nuevo régimen, lo mismo que siempre se adaptará a cualquier otro. Esta mañana incluso la oí hablar respetuosamente del Führer con la portera. Si alguien le recordase que en las elecciones de noviembre votó comunista lo negaría furiosa, y con perfecta buena fe (...) Miles de personas, como fräulein Schröder, están aclimatándose. Al fin y al cabo, gobierne quien gobierne, están condenados a vivir en esta ciudad."
Va bien releer estas cosas, para no caer en la tentación de aclimatarse.
Cubierta de la edición inglesa, me gusta especialmente la foto y esa combinación de tipografías |
Berlin entre guerras se parece mucho a lo que estamos viviendo ahora. El miedo y la incredulidad entre la clase media...y los ricos cada vez más ricos.
ResponderEliminarSí, muy inquietante, ¿verdad?
EliminarEs sorprendente como la realidad siempre supera a la ficción. Si no hay tienes las elecciones griegas donde el partido pronazi ha conseguido 21 escaños. Saludos.
ResponderEliminarEl asunto de Grecia es preocupante. ¿Ya nadie se acuerda de lo que pasó con Alemania? Me temo que los políticos andan flojillos en historia, y más en lecturas.
EliminarMuy bien traído este autor Elena, para recordarnos lo cíclica que es la historia y los peligros que puede traer en cada momento.
ResponderEliminarEl Berlín de aquella época supuso un renacimiento cultural, pero la miseria estaba tan cerca que un partido populista lo tenía fácil para sembrar su semilla de maldad.
Los buenos clásicos nos ayudan a afrontar el presente.
Un abrazo.
Esperemos que este ciclo no reproduzca el de los años treinta, que todos sabemos cómo acabaron. Leyendo a Isherwood y a otros contemporáneos, casi asusta lo familiares que resultan algunas cosas.
EliminarPrimero: ¿compartimos lista de lectura? Leer tu blog es, en ocasiones, como ojear mi pila de libros pendientes.
ResponderEliminarSegundo: me ha encantado como has recomendado el libro; hace poco me vi la versión de la BBC (que no es muy espléndida pero no está mal) y me llamó la atención lo que comentas, la progresiva aclimatación... Sin duda caerá en breve.
Es curioso lo de las coincidencias lectoras. Supongo que hay temas y autores que están en el aire, o quizás es que los que frecuentamos los mismos blogs acabamos haciendo caso de recomendaciones comunes.
EliminarIgnoraba lo de esa versión de la BBC. Tomo nota, me interesa ver cómo lo han recreado. ¡Gracias!
Dicen que soy una exagerada si afirmo que la situación actual me recuerda cada vez más al Londres victoriano pero será porque todavía no me he puesto con éste.
ResponderEliminarHace ya años que leí algún relato de Isherwood, precisamente de este libro, pero está pidiendo una lectura completa a gritos desde que ayer encontré a Isherwood hojeando la introducción de las Barchester Chronicles. Solo espero que no acabemos igual que el Berlín de los años 30.