Una librería romana |
"Plus ça change, plus c'est la même chose" (Cuanto más cambia algo, más se parece a lo mismo), dice un proverbio francés. Se podría aplicar de maravilla a los usos y costumbres del mercado literario, que a pesar de los siglos transcurridos, sigue en muchos aspectos igualito que en tiempos de los romanos. Lo demuestra un interesante artículo de Mary Beard -ilustre clasicista cuyo blog, una verdadera delicia además de un pozo de ciencia, recomiendo vivamente- que expone cuál era la situación de escritores y lectores en aquellos tiempos remotos. Al menos los ejemplos que cita suenan muy actuales.
Así, Marcial, el poeta del siglo I, se quejaba amargamente de que "Mi libro lo hojean los soldados en sus destinos de ultramar, e incluso en Gran Bretaña la gente cita mis palabras. ¿De qué me sirve? Con ello no gano ni un centavo." La piratería, esa lacra, también se daba en tiempos de los romanos. Claro que era más trabajosa, ya que todo había de copiarse a mano, pero para eso estaban los batallones de copistas. Añádase que el concepto de propiedad intelectual no existía y que el autor que no disponía de fortuna propia o de un mecenas que subvencionase sus gastos debía conformarse con la suma que el librero le ofrecía por el copiado de su obra. Pero, como ocurre hoy con Internet, una vez esas obras salían de casa del librero, resultaba imposible controlar cuántas copias se hacían de esas copias. Cierto que el "libro" de aquella época era muy distinto del actual: se leía en "rollos", largas tiras de papiro enrolladas alrededor de dos varillas de madera, una en cada extremo. Para leer la obra en cuestión, se desenrollaba el papiro de la varilla izquierda hacia la derecha, dejando una "página" extendida entre las dos. Se consideraba el colmo de la mala educación dejar el texto enrollado en la varilla derecha una vez leído, ya que el siguiente lector debía rebobinarlo hasta el comienzo para encontrar la página que llevaba el título. A mí esto me recuerda a lo que pasaba con las casetes, o con los videos VHS, y lo enojoso que era cuando el usuario anterior no se había tomado la molestia de rebobinar la cinta. En estos rollos, desde luego, era mucho más difícil buscar la página donde se encontraba determinada referencia, al contrario de los libros, donde hojear hacia adelante o hacia atrás es rápido y sencillo. Claro que lo mismo ocurre con el Kindle, por ejemplo (una de las cosas que más me irritan es que tengo que darle no sé cuantas veces al dichoso botoncito para repasar algo que me llamó la atención unas páginas antes).
Pero, salvando estas diferencias, la vida literaria se parecía mucho a la actual. En Roma, las librerías se agrupaban en determinadas calles y solían tener sus puertas (no dice si existía algo parecido a un escaparate) empapeladas con avisos, elogios y citas de las obras que vendían. Es obvio que ya habían inventado el marketing. Los precios variaban según la calidad de la copia, y el peligro que se corría con las gangas era que podían estar plagadas de errores e, incluso, parecerse bastante poco al original.
También existían las presentaciones de libros, una actividad al parecer casi tan común como en nuestros días, ya que Plinio se quejaba de que en Roma "casi no había un día de abril en que alguien no ofreciera una lectura" y de que los pobres autores tenían que soportar que su público fuera exiguo y en su mayor parte se escapara antes del final. Sospecho pues que las presentaciones ya entonces sólo servían, como ahora, para contentar al autor, que podía invitar a parientes y amigos y pavonearse ante ellos de sus dotes literarias.
Pero, como bien argumenta Mary Beard en la conclusión de su artículo, aunque esos autores de la Antigüedad no se hiciesen ricos con sus obras, tienen la virtud de haber escrito algunos de los bestsellers más duraderos de la historia. Platón, dice, es el filósofo que más ha vendido en el mundo, mientras que Horacio y Virgilio pueden rivalizar tranquilamente con cualquiera de los autores mejor situados en el ranking de Amazon, por ejemplo.Tienen en fama y gloria todo lo que no consiguieron en derechos de autor. ¿Qué podrán decir Stieg Larson o J.F. Rowling dentro de dos mil años?
Que entrada más curiosa!
ResponderEliminarY si es verdad, que a medida que iba leyendo como se enrollaba el papiro, de izquierda a derecha, me vino el recuerdo de los videos VHS.
Un saludo ^^
No deja de tener su gracia que una tecnología supuestamente avanzada, como la de los VHS, echase mano de un sistema que ya se usaba dos mil años antes. :)
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EliminarYa se ve que, como todos los "vicios", este nuestro viene ya de antiguo.
ResponderEliminarSaludos.
"Nada nuevo bajo el sol", ya lo decían los clásicos...
EliminarComo siempre tema curioso e interesante. Haber si dentro de unos años alguién se acuerda de los más vendidos de hoy, es lo que tiene la cultura de usar y tirar.Saludos.
ResponderEliminarAl leerlo, además de las ganas que me han entrado de lanzarme de cabeza a mi mini biblioteca de clásicos, he pensado en los bestsellers actuales que se quedarán en el camino. Y no hace falta irse tan lejos como al año 4000, me quedaría ya en el 2100. ¿Cuántos libros que ahora, solo por ser bestsellers, se dice que serán clásicos, lo serán realmente?
ResponderEliminarPilar y littleEmily, para saber lo que perdurará y lo que no, no hace falta irse muy lejos. Basta con darse una vuelta por las listas de más vendidos de hace treinta o cuarenta años. Al menos un 80% no nos suenan de nada hoy día. ¡A saber lo que quedará dentro de sólo cien años!
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