John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 18 de junio de 2012

MI BIBLIOTECA (IV): ANTIGUOS Y MODERNOS

Desde su blog de bibliofilia, Urzay suele mostrarnos auténticos tesoros librescos, ediciones que pondrían verde de envidia a cualquier bibliómano (a mí, desde luego), además de regalarnos con historias del siempre variopinto mundo de la bibliofilia. En esta entrada, nos habla de su biblioteca, pero también del mundo cambiante del libro. La biblioteca como universo. No podía ser de otro modo.
Literatura hispánica
Quizás se podría esperar de alguien que se reconoce bibliófilo una vehemente defensa del libro en papel, una nostálgica apología de las bibliotecas tal como las conocemos. Lo mismo se podría hacer respecto a las librerías, las editoriales, o el proceso de impresión mecánica que arrancó hace más de 500 años y tiene la belleza del maquinismo que solo ciertas vanguardias y algunas películas de Miyazaki han sabido expresar. No siento, sin embargo, la necesidad de hacer esa defensa. Creo que hemos llegado al final, y una nueva forma de acceder a la lectura se abre camino, y todos cuantos tenemos ese hábito participaremos de ella, como de hecho ya lo hacemos, aquí, por ejemplo. Vivir rodeados de numerosos libros no va a convertirse de la noche a la mañana en algo propio de excéntricos. Ya lo es, en realidad. Pero a mí me seguirá gustando encontrar en las estanterías de mi casa la deslucida tela editorial de Dioses, tumbas y sabios, que quizás algo tuvo que ver en que yo acabara en una Facultad de Filosofía y Letras, o los ya precarios libros de Guillermo Brown, los rojos, no los blancos, que aguardan esperanzados en las habitaciones de mis hijas la devastación de una tercera generación de lectores infantiles antes de capitular con la satisfacción del deber cumplido. Lo primero que he de decir de mi biblioteca es que ni la tengo propiamente por biblioteca ni por mía. Crecí en una casa llena de libros, pero no teníamos un espacio expresamente dedicado a ellos, donde refugiarse a leer. Como ahora tampoco lo tengo y me gustan ese tipo de espacios, no pienso nunca en mi biblioteca como tal. Tampoco la tengo propiamente por mía, pues es compartida. Esto tiene la ventaja de que somos dos a comprar y a leer. Gracias a ello tengo en casa libros que jamás hubiera adquirido solo. Esto creo que es recíproco. También he disfrutado leyendo libros que por propia iniciativa jamás hubiera leído. Esto otro me temo que ya no lo es. 
Cuando dejé la casa de mis padres, a los 23 años, lo único que recuerdo haber empaquetado con interés son los libros que por entonces tenía. Esa base ha ido creciendo hasta lo que es hoy. Esto suena como si fuera gran cosa, pero no. Básicamente hay dos temas, por una parte literatura, por otra historia e historia del arte. Lo que queda fuera de esta división languidece por los pasillos en vergonzantes estanterías misceláneas. Organizo los libros, en general, por períodos históricos y literaturas (hispánica, francesa, anglosajona...). Sobre los anaqueles, los acomodo por autores según puedo. Me gusta encontrar un sitio a los nuevos libros que se van incorporando, aún cuando parezca difícil que puedan caber. A la limitación impuesta por los que ya ocuparon el sitio antes se añade que raramente los espacios coinciden con los formatos editoriales. Encontrar una ubicación a cada libro, que se vean todos y que el conjunto mantenga el sentido viene a ser una especie de Tetris tridimensional. Después de bastantes años de practicar este juego, creo poder asegurar que los diseñadores de estanterías no leen.

Escalofríos del XIX
Dentro de la organización general hay un poco de todo, pero como es lógico más títulos de aquello que en algún momento nos ha gustado. También ausencias clamorosas. Hay más libros de historia medieval y moderna que de otros períodos históricos. Hay también más literatura de los siglos XIX y XX que anterior. A veces en cambio una mayor cantidad no se corresponde con un mayor interés. Hay por ejemplo unos cuantos estantes con literatura hispánica reciente, donde la mayoría de los autores están representados por un solo título. Ninguno de ellos despertó el deseo de adquirir un segundo, y sí la voluntad de volver a hacer uso de las bibliotecas públicas, a las que hemos vuelto los últimos años. Por el contrario, no hay demasiada literatura clásica, y sin embargo vuelvo una y otra vez a Horacio, o a los líricos arcaicos, o releo con frecuencia ciertos títulos griegos y latinos.
Suelo saber donde está cada libro, y no sé si atribuirlo a buena memoria o a desequilibrio mental, pues también recuerdo con exactitud donde estaba cada libro de la biblioteca de mis padres o los nombres de los actores secundarios de las películas y las series de televisión más deplorables, pero casi nunca las cosas que resulta útil recordar. Las ediciones modernas están mezcladas con las antiguas, que se van integrando como si encontraran un sitio que ya les estaba destinado. Esta convivencia suele revelar físicamente el rastro de la bibliofilia: una deleznable traducción de Frankenstein adquirida de derribo en una feria del libro dio paso hace tiempo a otra bastante más cuidada, que comparte ahora espacio con la hermosa edición reciente del borrador manuscrito de la Bodleian Library; las amarillentas ediciones de bolsillo de Alicia comparten espacio con la edición anotada por Martin Gardner y con dos ediciones victorianas tempranas de los formatos originales de Macmillan; una edición crítica del Laberinto de fortuna ha acabado junto a una muy bella edición renacentista de las obras de Mena con la glosa del comendador griego. Es como si la biblioteca fuera edificándose ella sola.


Nunca me he parado a pensar cuántos libros hay, pero ahora que intento hacerlo en esta nota para lectores curiosos supongo que serán unos tres o cuatro mil, la gran mayoría ediciones modernas, muy pocas antiguas. Las primeras proceden de muchas horas pasadas en las librerías, una de las formas que adopta la felicidad. Las ediciones antiguas, por el contrario, han sido adquiridas casi siempre a distancia, en librerías anticuarias de todo el mundo, a través de internet. Mientras en el primer caso nunca voy con una idea preconcebida, en el segundo suelo buscar sólo determinados libros. Me gustan las librerías cuyo fondo refleja el criterio personal del librero, donde no te escruten ni te pregunten y se pueda mirar tranquilamente. Contra lo que pueda parecer, las librerías anticuarias o las de lance no suelen cumplir esas condiciones más que en contadas y muy honrosas ocasiones. Sé que hay bibliófilos avezados que no pueden prescindir de la emoción de adentrarse en esa cueva de las maravillas que es una librería anticuaria, donde cualquier descubrimiento es posible. Por timidez, y también porque me resulta mucho más útil la red, renuncio a ese placer con gusto.

Antiguos y modernos

No anoto nunca los libros, ni siquiera a lápiz. Pero sí tengo la costumbre, casi siempre involuntaria, de dejarme dentro todo tipo de objetos usados para recordar la página. Al releer, muchas veces aparecen billetes de tren o de avión, tarjetas, alguna fotografía, hermosos marcadores de páginas adquiridos en museos y rápidamente extraviados... A veces sí que es voluntaria. En la página 24 de algunos libros que me regaló mi madre hay pequeñas hojas secas de un arce bonsái que fue de ella. Desde hace unos años hay también un número creciente de marcapáginas de sesuda elaboración infantil. Algún día despertarán una sonrisa. No creo que los libros en papel vayan a desaparecer, creo que seguirán teniendo una presencia, pequeña, pero jamás masiva en la forma que hemos conocido. Los nuevos formatos convivirán con ellos, del mismo modo que lo hace la coca-cola con el intenso té que los japoneses obtienen de los primeros brotes de sus plantaciones sombreadas. Seguiremos leyendo ese inicio memorable, El universo (que otros llaman la Biblioteca)..., y se seguirá comprendiendo la sutileza de esa metáfora que no lo es, y en la imaginación de quien lo haga en el futuro desde un lector electrónico no dejará de asociarse al recuerdo de grandes bibliotecas institucionales o históricas, que seguirán existiendo. Pero difícilmente de otras, porque formamos parte, probablemente, de la última generación que leyó esas palabras y miró a su alrededor las paredes de sus casas cubiertas de libros y sintió que tenían un significado íntimo, también para ellos, y que no hubieran podido ser escritas por nadie que no hubiese pasado su infancia rodeado del pequeño universo de una biblioteca familiar. 

9 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo en que los constructores de estanterías no almacenan libros. Eso, o directamente saben que los tomos van a terminar en doble fila, cruzados y tumbados unos encima de otros, por lo que dejan hueco de sobra para ello. A mí también me encantaría tener una habitación acondicionada sólo para libros y leer, pero de momento tengo que repartir el alijo por donde queda algún hueco.

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  2. Totalmente de acuerdo con Urzay, no podía der de otra manera. De la misma forma que nos hemos acostumbrado a comprar muchos libros por Internet, nos acostumbraremos a la lectura en formato digital, aunque debo reconocer que a mi me está costando lo mío. Pero es absurdo cerrar los ojos a la realidad. Y lo cierto es que ventajas tiene.
    Un abrazo para ti y otro para Urzay.

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    1. Lo digital es muy cómodo, tiene indudables ventajas, pero el placer -estético, sensorial- que siento al leer un libro en papel no me lo da la pantalla.

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  3. Es cierto, pasar horas en una librería bien surtida es una de las formas que adopta la felicidad. Creo que las bibliotecas particulares dicen mucho de como es su dueño/a, y en esta serie de entradas se ven bibliotecas muy diferentes entre si. Buena iniciativa.

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  4. Me encanta esta serie de entradas, aunque se me escapa comentar en todas.

    En lo puramente visual: fantástica la estantería de Urzay. Esos cajones centrales me parecen un añadido estupendo.

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  5. Me ha gustado mucho esta entrada. Es verdad eso de que las librerías de viejo no son tan acogedoras como las más tradicionales ;)

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  6. Muchas gracias por vuestros comentarios. Llevo veinte minutos delante de la caja de escritura para comentar intentando responder algo ingenioso, pero nada. Debe ser por eso que me gusta Oscar Wilde. Espero con interés las próximas entradas de esta serie. Me está resultando muy curioso ver todas estas bibliotecas tan diversas, lástima que el sistema que ha puesto blogger para visualizar las fotografías no permita escudriñar los títulos.

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  7. Me respondo absurdamente a mí mismo, porque acabo de descubrir que desactivando la opción JavaScript en las opciones/preferencias del navegador se pueden ver las fotografías de cualquier blog en su tamaño original, simplemente pulsando sobre ellas. Según parece, así se invalida el sistema de presentación de imágenes de Blogger. Para volver a ver el blog en su configuración por defecto basta con volver a activar la ventanita de JavaScript. ¡Qué cosas!

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    1. No es absurdo, yo yampoco sabía eso. Gracias por el truquillo.

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