Entre los innumerables artículos, obituarios y homenajes a que ha dado lugar el fallecimiento de Ray Bradbury -el hombre que nos enseñó que los marcianos existen, y son como nosotros-, me ha conmovido especialmente un artículo del propio Bradbury, reproducido en la revista New Yorker, en el que el escritor -supuestamente ante la pregunta de qué es lo que le llevó a interesarse por la ciencia-ficción- rememora su admiración por algunos héroes del cómic como Buck Rogers y otras lecturas tempranas, para acabar recordando cómo una escena de su infancia, compartida con su abuelo, fue la génesis de uno de los relatos de Crónicas marcianas.* Se trata de un texto que refleja tan bien como era el hombre y el escritor, tan lleno del peculiar tono poético y melancólico que impregna su obra, una recreación tan perfecta de una época y un ambiente... que he pensado que traducir ese pasaje y reproducirlo en mi blog podía ser mi mejor homenaje a este gran escritor, que tanto me hizo soñar. Aquí lo tienen.
Aunque continuaba atado a la Tierra, viajaba en el tiempo escuchando a los adultos que, en las calurosas noches de verano, se reunían fuera, en el césped o en el porche, para hablar y recordar. Al final del Cuatro de Julio, una vez que mis tíos se habían fumado sus puros y habían terminado sus charlas filosóficas, y las tías, sobrinos y primos habían dado buena cuenta de sus cucuruchos de helado o sus bebidas gaseosas, cuando se habían agotado todos los fuegos artificiales, llegaba el momento especial, el momento triste, el momento de la belleza. Era el momento de los globos de fuego.
Incluso a aquella edad, yo comenzaba a percibir que las cosas tenían un final, como esa preciosa luz de papel. Para entonces ya había perdido a mi abuelo, que se fue definitivamente cuando yo tenía cinco años. Lo recuerdo muy bien: ambos en el césped frente al porche, con veinte parientes como público, sosteniendo el globo de papel entre los dos por un instante final, lleno de exhalaciones de aire caliente, listo para partir.
Había ayudado a mi abuelo a llevar la caja en la que yacía, como un espíritu sutil. El fantasma de papel de seda de un globo de fuego, que esperaba que lo hinchasen, lo llenasen y lo soltasen sin rumbo hacia el cielo de medianoche. Mi abuelo era el sumo sacerdote y yo el monaguillo. Ayudaba a sacar el papel de seda rojo, blanco y azul de la caja y contemplaba cómo el abuelo prendía una pequeña cazoleta de paja seca que colgaba bajo él. Una vez el fuego estaba encendido, el globo se hinchaba hasta la gordura con el aire caliente que se creaba en su interior.
Pero yo no conseguía dejarlo ir. Era tan hermoso, con esa luz y esas sombras que danzaban en su interior… Sólo cuando el abuelo me miró e hizo una leve señal con la cabeza, dejé por fin que el globo flotase libre, más arriba del porche, iluminando las caras de mi familia. Flotó por encima de los manzanos, por encima de la ciudad ya medio somnolienta, y a través de la noche hacia las estrellas.
Permanecimos mirándolo durante diez minutos como mínimo, hasta que lo perdimos de vista. Para entonces, las lágrimas me corrían por la cara y el abuelo, sin mirarme, se aclaraba la garganta y arrastraba los pies. Los parientes empezaron a entrar en la casa o a atravesar el césped para ir a sus respectivas casas, mientras yo me secaba las lágrimas con unos dedos sulfurosos por los petardos. Esa noche soñé que el globo de fuego volvía y flotaba frente a mi ventana.
Veinticinco años más tarde, escribí “Los globos de fuego”, un cuento en el que un grupo de sacerdotes parten hacia Marte en busca de criaturas de buena voluntad. Es mi tributo a esos veranos en que mi abuelo aún vivía. Uno de los sacerdotes era como mi abuelo, a quien llevé a Marte para que viese los hermosos globos de nuevo, aunque esta vez fueran marcianos, encendidos y brillantes, flotando sobre un mar muerto.
Me gusta pensar que Ray Bradbury está flotando para siempre, como un hermoso globo de fuego, por el espacio infinito.
*Aunque este relato sí figura en la edición americana de Crónicas marcianas, por razones que ignoro no está incluido en la española. Lo pueden encontrar en la versión española de El hombre ilustrado.
Que fragmento tan interesante, Elena. Me lo voy a copiar para releerlo de nuevo con más calma.
ResponderEliminarAbrazo!!
He encontrado la entrada primera sobre "Mi biblioteca", seguiré la serie encantada...
ResponderEliminarAprovecho para decirte que tu cabecera es preciosa...
Emocionante homenaje a uno de los grandes. Gracias, Elena.
ResponderEliminarEmpiezas a leer y te conviertes en un espectador más de esa maravillosa noche y compartes con aquel niño la nostalgia por esos momentos. Precioso.¡Gracias!
ResponderEliminarGracias por tu visita y tus palabras.Magnífico texto para un escritor sin par.
ResponderEliminarUn cordial saludo
Muy curiosa la omisión en la edición española. A este escritor sólo lo conozco de oídas. ¡Yo también sigo encantada la serie de bibliotecas! ¡Muy bonito el cambio de cabecera! Saludos
ResponderEliminarGracias!! Me ha encnatado!
ResponderEliminarHabía visto esos globos elevándose en las celebraciones de algunos países como Tailandia, pero no sabía que se llamaban así...
ResponderEliminarEn mi blog dije algo parecido de Bradbury, sólo que yo lo imaginé como una estrella fugaz -como en otro de sus relatos-.
Tiene gracia porque en ambos casos se suele pedir un deseo. :)
Bradbury es un escritor absolutamente extraordinario en todos los aspectos. Obviamente uso el tiempo presente porque su muerte no resta un ápice de verdad a esa afirmación. Durante 3-4 años perseguí todas sus obras (entonces en castellano) hasta localizar las más raras. Lo devoré varias veces y pocas veces me he sentido tan emocionado. Había (en mi grupo) quien comulgaba más con otros (grandes) autores como Asimov o Arthur C. Clarke en lo tocante a la fantasía/Ciencia ficción, pero yo siempre fui, ante todo, bradburiano.
ResponderEliminarCrónicas marcianas y el hombre ilustrado están entre mis favoritas, pero casi todo lo que le leí me fascina. Tengo que escribir algo sobre él.
Se lo debo.
Louis Pauwels dijo de él:
Eliminar<<...Uno de los más bellos poemas de nuestro tiempo lleva por título "Crónicas Marcianas". Su autor es un americano de unos treinta años, cristiano a la manera de Bernanos, temeroso de una civilización de autómatas. No es, como creen en Francia, un escritor de ciencia ficción, sino un artista religioso, que pinta viajes en el tiempo para mejor plasmar la inquietud del hombre. Es un hombre lleno de cólera y caridad. Se llama Ray Bradbury...>>
Gracias, Douglas, por esta cita que no conocía y que me parece muy adecuada. en efecto, esos viajes imaginarios en que nos embarca Bradbury plasman a la perfección las inquietudes humanas.
Eliminar¡gracias por este bellísimo homenaje! me lo imagino niño viendo subir su globo de aire caliente, a su abuelo conmoviéndose al ver la emoción de ese niño...
ResponderEliminarUno de mis libros favoritos, "Crónicas Marcianas" (libro que pones en tu blog como 'libro recomendado de la semana'). Maravilloso libro, con su transfondo ecologista y ese aire tan evocador sobre las arenas azules...
ResponderEliminarTenías mucha razón, sí que me ha gustado, y la curiosidad de la supresión de ese cuento en la edición española hace que ya esté intentando hacerme con una edición del Hombre ilustrado. Por contra, he encontrado una deliciosa y erudita introducción de Borges a mi edición de Crónicas Marcianas
ResponderEliminarDesde luego todo un poeta de la ciencia ficción.
En cuanto a la influencia de las revistas pulp en la obra de Bradbury, me recuerda que Asimov en sus recopilaciones de "La edad de oro", hace algo similar. Transcribe esos cuentos, ahora ridículamente infantiles, para comentar en unos cuantos párrafos como le influenciaron y le fueron guiando como lector/escritor.
Es verdad que, leídos ahora, muchos de los cuentos publicados por las revistas "pulp" parecen ingenuos, o ridículos, pero tuvieron en su momento un papel de válvula de escape y de abrir caminos diferentes que muchos autores supieron aprovechar.
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