"Charles Dickens Last Reading", ilustración de George C. Leighton |
Muy interesante la entrevista con Nicholas Carr que publicaba Babelia este fin de semana. No sólo por lo que dice, sino porque da pie para la reflexión y para ahondar en algunos de los fenómenos que apunta. Todos los expertos parecen coincidir en que la manera en que leemos modifica no sólo nuestra percepción de lo leído, sino también nuestra configuración cerebral. La tesis de Carr de que las nuevas tecnologías, con su rapidez e inmediatez, llevan a la superficialidad, porque no favorecen la concentración que requiere el pensamiento profundo es sólo un paso más en el recorrido que ya señalaba Mcluhan cuando, en su ensayo La galaxia Gutenberg señalaba que el paso del pensamiento mágico de las sociedades primitivas a la abstracción que hizo posible el pensamiento científico se dio gracias a la adopción del alfabeto fonético. Otro hito en este recorrido, no tan lejano éste, es la transformación de una sociedad basada en la oralidad en otra basada en la lectura individual y privada de lo escrito. Hay que disitnguir dos momentos en este proceso: el aprendizaje de la lectura silenciosa -una habilidad que damos por descontada hoy, pero que tardó siglos en generalizarse; recordemos el famoso pasaje de san Agustín, cuando muestra su extrañeza por ver que Ambrosio lee sin despegar los labios- y la alfabetización de la práctica totalidad de la población, una conquista aún más reciente que supuso el fin de las lecturas en voz alta. Una práctica que era muy común -por necesidad, dada la abundancia de analfabetos, pero también como entretenimiento-, cuando no había radio ni televisión. Recordemos aquí las exitosas giras de Dickens, dramatizando como nadie la lectura de sus obras; se dice que algunas personas llegaban a desmayarse de la emoción que les provocaban determinados pasajes. Y es que el poder de la palabra hablada, aunque se limite a reproducir un texto escrito, es muy distinto del de la lectura silenciosa. Por mi parte, lamento que en la actualidad se considere que la lectura en voz alta es algo sólo para niños pequeños o para enfermos, como mucho. España es además de los países más refractarios a la lectura en voz alta: así como en casi toda la Europa del Norte, y en EE.UU, por supuesto, los audiolibros son desde hace años una parte muy considerable del negocio editorial, y los lectores/oidores pueden disfrutar en CD o en MP3 de los últimos éxitos editoriales, como la trilogía de Stieg Larsson, pongamos por caso, esta oferta brilla por su ausencia en nuestro mercado. ¿Por qué? Siempre me lo he preguntado. ¿Será que la palabra hablada tiene menos prestigio entre nosotros? Prestigio o no, a mí me encanta escuchar un texto (bien) leído, y daría cualquier cosa por tener a mi disposición mis novelas favoritas en ese formato. Antes de que, como dice Carr, la multitarea a que nos somete Internet haga inviable mantener la concentración para escucharlas.
La figura del lector siempre ha sido habitual en las fabricas de cigarros de La Habana. De hecho,según cuentan, los puros Montecristo deben su nombre a lo mucho que les gustaba la novela de Dumas a los torcedores, lo que hacia que la pidiesen muy a menudo. Ignoro si hoy en día se sigue haciendo. Este tipo de sanas costumbres están desapareciendo para nuestra desgracia.
ResponderEliminarUn abrazo
No creo que sea cuestión de prestigio, quizás falta de costumbre o quizás que incluso los que leen bien a veces al hacerlo en voz alta ya no suena tan hermoso, lo digo por que a mí me pasa, cuando le leo algún párrafo que me ha gustado a alguien, no sé, parece que no suena igual...
ResponderEliminarPara mi la lectura es una actividad solitaria, no me gusta leer en alto, me distraigo mucho más.
ResponderEliminarA mis hijas si les leo cuentos pero eso es distinto.
Gracias a todos por vuestros comentarios. Quiero insistir en un aspecto que quizá no ha quedado suficientemente claro en mi post: la lectura en voz alta y la lectura silenciosa, para uno mismo, son actividades diferentes y el efecto del mismo texto leído de una u otra manera es igualmente distinto. La neurociencia ha averiguado que estas dos actividades ponen en marcha zonas diferentes de nuestro cerebro, de modo que no experimentamos igual un texto que escuchamos que un texto que leemos. Por eso me parece una lástima que renunciemos a este otro canal de aprehensión de la obra, el auditivo. Naturalmente para mí también es lo esencial la lectura silenciosa, pero me gusta de vez en cuando escuchar un texto que me gusta, precisamente porque eso me da la oportunidad de apreciar otros matices.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con ese aspecto Elena. Suelo leerle a mi mujer en voz alta (además de a mis hijos) y constatamos muchas veces las diferentes impresiones que tenemos de la misma lectura y más cuando es un texto que ya he leído intimamente. De hecho hay personas que necesitan la escucha en voz alta porque asimilan de otra manera (pensemos en los dislexicos, pero no solo). Por cierto, otro gran lector de teatros fue nuestro admirado Mark Twain (me lo imagino como un cachondo monologuista).
ResponderEliminarBuena entrada una vez más. Un abrazo.