John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 6 de junio de 2011

ARRIBA Y ABAJO, EN LIBROS


La servidumbre del 165 de Eaton Place, al completo

Uno de los principales atractivos de la estupenda serie británica Arriba y abajo (Upstairs, Downstairs) -de la que recientemente se ha hecho un remake que, para mi gusto, queda por debajo del original- residía sin duda en el hecho, novedoso en su momento, de que trataba en pie de igualdad los personajes y conflictos de los señores de la casa y los de la numerosa servidumbre. Así, Hudson, el mayordomo, resultaba un personaje igual de fascinante o más que lord Bellamy. ¿Y qué decir de Rose, la criada tan magistralmente interpretada por Jean Marsh? Tan interesantes resultaban unos como otros; yo diría que incluso la visión de "los de abajo" llamaba más la atención, precisamente por lo novedoso del asunto. Pero, ¿y en cuanto a lectura? Tanto en la realidad como en la ficción, la aristocracia disponía no sólo de hermosos salones, sino también de bien provistas bibliotecas, entre ellas algunas muy notables que han llegado hasta nuestros días. Sin embargo, poco se sabe de las lecturas de sus sirvientes, si es que al cabo de las agotadoras jornadas les quedaba tiempo y ganas de abrir un libro. Hay además pocos testimonios que recojan sus aficiones literarias, aunque los estudiosos de la historia de la lectura recogen algunos. Por ejemplo, Margaret Willes, en su ensayo Reading Matters, remite a los archivos de los Clay, libreros los Midlands, que entre 1746 y 1784 recogen adquisiciones de libros por parte de no menos de cincuenta sirvientes. La mayoría eran libros de corte práctico, desde diccionarios a manuales para escribir cartas. Pero las novelas más populares eran adquiridas tanto por criados como por sus señores. Una de ellas fue la fenomenalmente popular Pamela de Richardson, un autor que por cierto comenzó su carrera publicando precisamente un manual para escribir cartas para sirvientes. Excepcional, desde luego, es el caso de Robert Dodsley, un lacayo que, gracias en parte al apoyo de sus señores, amigos de Pope y Swift, publicó un par de libros de poemas -el segundo con el gracioso título de A Muse in Livery (Una musa en librea)-, para abrir luego  una librería en Pall Mall y acabar convertido en un respetado editor. Aunque el interés de los amos por la vida intelectual de su servidumbre podía ser a veces molesto: más de uno decidía qué libros eran adecuados para ellos y controlaba lo que les era permitido leer. Así, el reverendo Watkins publicó en 1816 una lista de obras adecuadas para la biblioteca del servicio, todas ellas de carácter religioso o edificante. No fueran a tener ideas... Sin embargo, no todos los empleadores eran tan estrictos, y existen muchos testimonios de señores que enseñaban a leer a sus criados y les permitían tomar libros prestados de la biblioteca principal (en otra, y más reciente, serie sobre criados y señores, Downton Abbey, se puede ver cómo el señor de la casa le deja libros a uno de sus criados). Sin ir más lejos, el propio H.G. Wells, que era hijo de una sirvienta, relató cómo su madre le facilitó el acceso a la biblioteca de la casa donde trabajaba, lo que para Wells significó su primer y gozoso contacto con los libros.  

4 comentarios:

  1. ¡Por fin estamos viendo Downton Abbey! Oh, qué buena.

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  2. ¡Me alegro de que te guste! Acabo de enterarme de que han retrasado el estreno de la segunda temporara y ahora no será hasta mediados del 2012. ¡Grrr!

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  3. Club de fans de Downton Abbey, ya! Y de los señores apañados que dejaban leer al servicio...a mi siempre me ha extrañado que a Jane Eyre la dejasen disfrutar del libro de pájaros tras la cortina...no sé como esa familia tan antipática no se lo quitó.

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  4. Downton Abbey y Arriba y Abajo... porque tampoco se puede hablar de mucho más....Me pregunto porqué solo duran unos pocos capítulos y hay "tremendos culebrones intragables" que no se terminan nunca.
    Al club de fans de Samedimanche.

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