John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

viernes, 20 de mayo de 2011

LOS ESCRITORES Y LA PROMOCIÓN

No es pereza, prometo que ya tenía una entrada bastante avanzada para hoy, pero es que me ha salido al paso un artículo publicado en el New York Times sobre los escritores y la promoción tan estupendo que no he podido resistir la tentación de reproducirlo, al menos en parte. Su autor, Tony Perrottet, que es él mismo un escritor a punto de ser publicado, se hace las siguientes reflexiones:
"Como todo autor sabe, hoy en día escribir un libro es la parte más fácil del asunto. El momento de arremangarse y ponerse manos a la obra viene cuando se acerca la fecha de publicación y de una virulenta autopromoción (...) En esta era en que, excepto manejar la máquina de imprimir, se espera de la mayoría de autores que hagamos todo lo demás por nosotros mismos, la autopromoción es algo tan asumido que casi ni pensamos en ello. Y sin embargo, siempre que estoy a punto de publicar un nuevo libro, tengo que sacudirme esa desagradable sensación de que hay algo indecoroso en este clamor mío pidiendo atención. Me parece que andar de puerta en puerta promocionando mi obra cual vendedor de Viagra chirría con la alta vocación de escritor."
Pero un vistazo a la historia de la literatura le tranquiliza: muchos antes que él, y grandes nombres entre ellos pasaron ya  por ese trance. "Allá por el año 440 a.C., un autor novel griego llamado Heródoto se pagó de su bolsillo una gira promocional por el Egeo. Su momento de gloria llegó durante los Juegos Olímpicos, cuando se puso en pie en el templo de Zeus y recitó su "Historia" ante un público rico e influyente. En el siglo XII, un clérigo llamado Gerald of Wales organizó su propia presentación literaria en Oxford, en la esperanza de atraer a un público universitario. Según The Oxford Book of Oxford, editado por Jan Morris, invitó a sus habitaciones a una serie de eruditos y durante tres días les suministró buena comida y cerveza, que iba alternando con largas recitaciones de su esmerada prosa. Pero eso no fue nada comparado con los invitados a la "Cena Funeral" que el bon vivant francés Grimod de la Reynière organizó en el siglo XVIII para promocionar su obra Reflexiones sobre el Placer. La curiosidad de los huéspedes se convirtió en horror cuando se vieron encerrados en una sala iluminada por velas con un catafalco como mesa y unos camareros vestidos de negro procedieron a servirles un interminable banquete mientras Grimod les insultaba y el público les contemplaba desde un balcón. Cuando por fin los comensales fueron liberados a las 7 de la mañana, hicieron correr la voz de que Grimod estaba loco, y su libro conoció rápidamente tres reimpresiones."
Aunque fue durante el siglo XIX cuando los autores perdieron toda vergüenza y se lanzaron decididamente a la promoción: "En Las ilusiones perdidas, Balzac observa que en París era una práctica habitual sobornar a editores y críticos con dinero y opíparas comidas para conseguir una buena crítica, mientras que la ciudad se llenaba de carteles anunciando las nuevas publicaciones. En 1887, Guy de Maupassant contrató un globo aerostático para que volase sobre el Sena con el nombre de su relato "Le Horla" pintado. En 1884, Maurice Barrès contrató a hombres-anuncio para que promocionasen su revista literaria." Quizá la campaña promocional más meritoria de las que menciona Perrottet la protagonizara el gran Georges Simenon, quien -desmesurado en todo- aceptó a cambio de 100.000 francos escribir una novela entera en el término de 72 horas suspendido en una jaula de cristal frente al Moulin Rouge. El público era invitado a escoger los personajes, tema y título de la obra. La propuesta fue un éxito como golpe publicitario, pero no llegó a llevarse a cabo, porque el periódico que la apadrinaba quebró. Simenon se quedó con el dinero del anticipo y, por si fuera poco, durante mucho tiempo los periodistas creyeron que esa hazaña realmente había tenido lugar. Lo dicho, un genio de la promoción. A partir de ahora, prometo no volver a quejarme de las a menudo torpes campañas que acompañan el lanzamiento de algunos libros y premios. Aunque no sé si las firmas en Sant Jordi son una experiencia menos traumática que escribir colgado en una jaula de cristal.

Georges Simenon

3 comentarios:

  1. Leer esta entrada me ha dejado algo más tranquilo. Uno tiene la impresión muchas veces de que, queriendo dar a conocer su obra, irrumpe en vestíbulo ajeno.

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  2. A algunos escritores se les nota mucho que aborrecen esta autopromoción y a otros parece gustarles demasiado. Imagino que cuando el trabajo es del tipo "yo me lo guiso, yo me lo como", salvo unos pocos privilegiados a los que los libros se les venden casi solos ( y aunque tienen que hacer amplias campañas de promoción no es lo mismo) a los demás les toca salir de "gira" cada vez que escriben un libro. No debe ser nada agradable. A veces se les nota casi tanto lo poco que les gusta como a ciertos actores que tienen que promocionar sus películas.

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  3. Juan Manuel, a vecesw no hay otro remedio que llamar a la puerta, o de otro modo te arriesgas a no entrar nunca.

    Oscar, la mayoría de los escritores (salvo algunos muy pagados de sí mismos, que de todo hay) se toman eso de la promoción como un mal necesario. Lo lógico es que prefieran estar escribiendo que estampando firmas y dando entrevistas.

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