Por más que una boda constituya el final feliz de muchos cuentos y de infinidad de novelas románticas, sólo los que no han probado el matrimonio pueden creer que la marcha nupcial abre las puertas a la felicidad eterna. Es sólo el principio de un largo viaje, lleno de curvas, cuyo destino no es posible fijar de antemano. Además de ser raros, los matrimonios felices literariamente no dan mucho juego -como siempre hay excepciones, ahí está la hermosa novela de Rafael Yglesias, Un matrimonio feliz para desmentirlo- mientras que los matrimonios desgraciados han dado auténticas obras maestras.
¿A quién le divierte leer la historia de una pareja de tortolitos cuando puede pasárselo en grande con las trifulcas de un matrimonio mal avenido? A raíz de la reciente boda de la década (Guillermo y Catalina, ustedes ya me entienden), y sin duda para contrarrestar tanta imagen almibarada, algunos medios se han dedicado a rememorar grandes novelas construidas en torno a matrimonios desgraciados. The Guardian, por ejemplo, cita como la primera de ellas Madame Bovary, la historia de una mujer que no se conformó con un marido (extremadamente) aburrido y a cambio consiguió arruinar su vida. Para deleite de sus lectores. La lista que ellos establecen está compuesta fundamentalmente por novelistas ingleses, con el casi obligado añadido eslavo de Ana Karénina. Sin embargo, se me ocurre que en la literatura española hay también bastantes casos de novelas de matrimonios desgraciados que son grandes lecturas. Por empezar con la que me pilla más cerca geográficamente, La Plaza del Diamante, de Mercè Rodoreda; el destino de la Colometa, que llevada por la necesidad acaba atrapada en un matrimonio sin amor, siempre me ha parecido desgarrador. Pero también La Regenta es un ejemplo de matrimonio infeliz, como lo es Fortunata y Jacinta. Historias tristes, desde luego, pero hipnóticas como cualquier catástrofe natural, sólo que en este caso es causada por la torpeza de los humanos para manejar la vida en común. Repasando estas lecturas, salta a la vista que por regla general las más perjudicadas, las que salen perdiendo cuando el amor se escapa o directamente no existe, son las muejeres. Yo diría que sólo a partir de mediados del siglo XX empiezan a aparecer obras en las que este desequilibrio se ve compensado. Como en la tremenda Personajes desesperados de Paula Fox o en la igualmente trágica Revolutionary Road de Richard Yates. No, las bodas de cuento no siempre acaban bien.
Leonardo di Caprio y Kate Winslet estaban magníficos en la adaptación cinematográfica de Revolutionary Road, dirigida por Sam Mendes |
Para colmo, Elena, esn muchas de esas novelas del XIX, cuando las mujeres no aceptan su destino doméstico, y con matrimonio infeliz, el castigo está asegurado. El amor romántico es un tema frecuente en esa literatura y un tema que está más presenta de lo que parece.
ResponderEliminarEs un tema cotidiano y literario.
Un abrazo!!
Leyéndote viene casi necesariamente a la cabeza el arranque de ANA KARENINA, aquello –un poco forzado, porque Tolstoi habla de familias y no de matrimonios- de que “todos los matrimonios felices se parecen, pero los infelices lo son cada uno a su manera”: quizá por eso las historias felices nos suenan todas igual, y las infelices nos resultan novedosas ...
ResponderEliminarMe apunto el libro de Yglesias, que he visto citado en un montón de lugares, y Revolutionary Road, que no he visto.
xG
Laura, en el XIX, era obligado el toque moralizante. Y la moral imperante quería que las mujeres fuesen sumisas y aceptasen su detino sin rechistar. ¿Te imaginas que Emma Bovary se hubiese ido de rositas, libre para llevar la vida que quisiera? Imposible.
ResponderEliminarxGaztelu, yo también pensé que el inicio de Ana Karénina era aplicable a los matrimonios. Es que la felicidad resulta poco literaria. En cuanto a Revolutionary Road, es una película dura, pero muy bien hecha.