Se celebran en Córdoba unas jornadas poéticas, Cosmopoética, en conmemoración del 450 aniversario del nacimiento de Góngora, a las que, entre otros muchos ilustres nombres del mundo de la poesía, asiste el gran poeta Charles Simic. Sin desmerecer para nada al resto de participantes, se trata de un autor que yo daría cualquier cosa por conocer. Simic nació en Belgrado en 1936 y se pasó los primeros años de su vida escapando de un ejército u otro gracias al lugar y al momento histórico que le tocó en suerte. "Mis agentes de viajes fueron Hitler y Stalin", dijo en una entrevista. Hasta los quince años no consiguieron él y su madre emigrar a Estados Unidos, de modo que Simic es también un escritor exófono, como los que mencionaba en una entrada anterior. Hace un par de años, Antonio Muñoz Molina hizo un espléndido boceto de este personaje, que creo dice mucho más sobre su persona y su poesía de lo que que yo pueda aportar. Pero Simic no es sólo una de las figuras indiscutibles de la poesía norteamericana contemporánea -Premio Pulizter, Poeta Laureado, editor de poesía de la Paris Review, lo que quieran...- sino que es también traductor (gracias a él, muchas obras importantes de la literatura de los Balcanes han podido ser conocidas en EE.UU.), crítico y finísimo ensayista. El blog "Entre nómadas" ha tenido a bien reproducir un brillante y certero artículo suyo sobre lo que es poesía. Me temo que la traducción es mejorable, pero vale la pena leerlo.
Simic tiene además unas memorias muy recomendables, tituladas Una mosca en la sopa y publicadas aquí por Vaso roto. Por ellas desfilan los avatares familiares, la guerra vista por un niño, las colas para obtener permiso de residencia, la aventura americana, además de temas más íntimos, como el descubrimiento del amor, su afición por el jazz y su relación con la poesía. Unas memorias que comienzan diciendo “A estas alturas del siglo la historia de mi vida no parece tener nada de particular” -esto ya da idea de su tono- y de las que reproduzco (via el blog Crisis de papel, gracias) unas sugerentes líneas dedicadas a la lectura: “No sería demasiado exagerado afirmar que no soltaba los libros ni para mear. Leía hasta quedarme dormido y seguí leyendo cuando me despertaba. Leía en el trabajo, con el libro escondido entre los papeles de la mesa o en un cajón entreabierto. Leía de todo, desde Platón a Mickey Spillane. Creo que me enterrarán con un libro en la mano. Puede que el más apropiado sea El libro tibetano de los muertos, pero preferiría cualquier manual de sexualidad o los poemas de Emily Dickinson”.
Aunque se dedique mucho tiempo a leer, y a veces se piense en ello con preocupación, está claro que siempre hay quien está peor. El fragmento que reproduces me recuerda ese documental que han emitido hace poco sobre Bolaño, donde se dice que un escritor mexicano amigo suyo leía hasta en la ducha (y así quedaban los libros, claro, pese al esfuerzo por mantenerlos fuera del alcance del agua).
ResponderEliminarUrzay, yo nunca he llegado a leer en la ducha, pero desde luego sí en la bañera. Y a veces era inevitable que el libro sufriese alguna salpicadura...
ResponderEliminarYo siempre digo de mí mismo que no me considero un escritor (aunque tenga cinco libros publicados), sino un lector que de vez en cuando escribe. Pero no hay que abusar de nada, ni de la lectura. Si alguien no es capaz de levantar de vez en cuando la vista del libro y ver, y disfrutar con la misma hondura, la luz o la vista o la compañía que tiene enfrente, algo esencial no va bien. Nada en exceso, como supieron los clásicos.
ResponderEliminarMarinero, creo que, por mucho que insista en su faceta de voraz lector, Simic es precisamente un ejemplo de alguien que sabe mirar a su alrededor, y mirar muy bien, para plasmarlo luego en sus poemas.
ResponderEliminarYo también creo que es así en el caso de Simic; menos seguro estoy en otros. La biblioadicción también existe, si lo sabré yo. Y es una mala cosa.
ResponderEliminarY, por cierto, hay que saber mirar por mirar, por la mirada misma, y no "para plasmarlo luego en los poemas". Ellos vendrán luego, si vienen: como recompensa, entre otras cosas, por el desinterés de la mirada. Habrá cosas, en esa mirada desinteresada, que no sabremos o podremos poner en los poemas; pero que los enriquecerán, pese a todo, con su gravitación invisible. Lo que no ocurriría, si partiéramos de una mirada tan, digamos, utilitaria. Creo. Es más, estoy convencido.