John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

jueves, 27 de mayo de 2010

BIBLIOFILIA Y VINOS

El mundo de los bibliófilos produce especímenes de lo más curioso. Algunos claramente extravagantes, al menos para los no contagiados por ese virus; otros, como André Simon (1877-1970), francamente simpáticos. Nacido en París, aunque afincado en Inglaterra desde 1902, en su calidad de agente en ese país para la casa de champagne Pommery, Simon fue, además de bibliófilo, experto en vinos -como era de esperar dada su profesión-, gourmet e historiador. Escribió más de 100 libros y folletos diversos sobre vino y gastronomía y durante toda su vida coleccionó libros sobre vino. Llegó a tener una de las mejores colecciones del mundo sobre el tema, una biblioteca que no se limitaba a obras sobre viticultura y elaboración de vinos, sino que comprendía también libros en los que el vino se considerase desde el punto de vista, moral, social, económico o incluso médico. Llevando este criterio al extremo, Simon llegó a comprar un valiosísimo ejemplar de la Biblia de Gutenberg, impreso en Mainz entre 1450 y 1455, porque incluye, en Isaías, la descripción de cómo se planta una viña. Un libro que hoy alcanzaría un precio probablemente superior a los 20 millones de dólares.

Aparte de envidiarle la biblioteca, lo que hace especialmente simpático a Simon es su lema de que "un hombre ha muerto demasiado joven si deja algo de vino en su bodega": pues amaba los vinos ante todo para bebérselos, como debe ser. Parece que a su muerte, a los 93 años, sólo dejó dos botellas de clarete.



(Debo esta semblanza de André Simon al interesante blog para coleccionistas de libros bookride, que amablemente me ha dado permiso para reproducir la foto adjunta.)

lunes, 24 de mayo de 2010

LIBROS INTONSOS

Me preguntaba alguien hace poco acerca de los libros intonsos. Me doy cuenta de que, si para muchos de los nacidos a partir de la segunda mitad del siglo XX eso de los "libros intonsos" suena a chino, para los que ya sólo hayan conocido la era del libro digital va a resultar algo tan lejano como las tablillas de arcilla de los sumerios. Muy brevemente, pues, explicar que los sistemas de impresión y encuadernación que se utilizan desde hace varios siglos -y que se encuentran en un proceso de transformación que no sabemos dónde acabará- implican que una hoja de papel de gran tamaño que contiene el texto de varias páginas se doble formando un pliego. Luego estos pliegos se unen, ya sea mediante cosido o fresado, y se encuadernan. Antiguamente, cuando todo el proceso era artesanal, esos pliegos se dejaban muy a menudo intonsos -literalmente, "sin cortar las barbas"-, es decir, era el propio lector el que debía abrir los bordes unidos de las páginas a medida que avanzaba en la lectura. Hoy en día las máquinas se encargan de esta labor, y sólo en algunos libros exquisitos y de coleccionista se mantiene la costumbre de no cortar las páginas. Para un bibliófilo, esos ejemplares intonsos, que no han sido abiertos ni, por tanto, leídos, tienen un valor superior al del ejemplar "afeitado". Como dice con ironía Víctor Infantes en su Biblia de los bibliófilos: "El bibliófilo no debe caer jamás en la tentación de leer un libro, ¿para qué? [...] Qué mayor honra que adquirir un libro que no tiene la más leve señal de haber sido leído, incólume y virginalmente conservado; y transmitirlo así, para otros afectos, sin el más mínimo testigo de una ignominiosa lectura." Confieso que mi debilidad, cuando husmeo en librerías de viejo o -aún mejor- en bibliotecas de amigos, es dar con uno de esos ejemplares intonsos que sólo fueron abiertos en parte y detectar en qué punto se le acabó al ignoto lector la paciencia o el gusto por la lectura. Voyeurismo puro, sin duda.

jueves, 20 de mayo de 2010

PÁJAROS


Ahora que han regresado las golondrinas, es el momento de hablar de un par de autores que escribieron sobre aves y las dibujaron, creando de paso verdaderas obras de arte, que son también objetos del deseo de los bibliófilos. Ambos pertenecen al ilustrado siglo XVIII, al que tanto debemos. John James Audubon (1785-1851), el más conocido de los dos, es americano, aunque francés de origen. Su obra capital, Birds of America, comprende 435 grabados coloreados a mano de las diferentes especies de aves que pueblan Norteamérica, representadas a tamaño natural y generalmente en su hábitat más común. Su importancia en el campo la bibliofilia es mayor aún que en el de la ornitología; si ya en su época la obra se hizo inmensamente popular y se compraba por suscripción, en la actualidad los 120 ejemplares que se conocen han alcanzado cotizaciones astronómicas. El último ejemplar entero de Birds of America que se subastó en 2000 fue adjudicado por más de ocho millones de dólares, todo un récord. Hoy en día, el nombre de Audubon se ha convertido en sinónimo de la conservación de medio ambiente, gracias en parte a la Audubon Society, que se llamó así como homenaje a su tarea. Sin embargo, me temo que los ecologistas actuales se sentirían un tanto horrorizados por sus métodos: cazaba los pájaros, a menudo más de cien al día, para disecarlos después -era un notable taxidermista, experto en darles una apariencia "viva" a sus especímenes- y dibujarlos. También, en épocas de penuria, complementó sus ingresos vendiendo pieles.

Al segundo de nuestros artistas ornitológicos la fama póstuma le trató peor. Johann Friedrich Naumann (1780-1857), contemporáneo casi exacto de Audubon, nació y vivió siempre en Alemania. Al igual que este último, era un hábil taxidermista y su ingente colección de pájaros disecados -más de 1.000- fue adquirida por el duque Friedrich Ferdinand de Köthen, donde sigue hoy en día en el museo que que lleva su nombre. Fue autor de la magníficamente ilustrada Historia natural de los pájaros de Alemania [Naturgeschichte der Vögel Deutschlands] en doce volúmenes, considerada obra fundacional de la ornitología europea, pero su nombre es casi desconocido para el público no especializado, a pesar de que sus grabados están a la altura de los mejores de su tiempo. Además, Köthen se encuentra en lo que durante buena parte del siglo XX fue la República Democrática Alemana, lo que no ha facilitado la difusión de sus logros. Ahora, la editorial alemana Die andere Bibliothek, especializada en recuperaciones de clásicos, anuncia un volumen que reunirá una selección de la obra de Naumann. Ya era hora.


Los lectores que quieran comprobar los méritos de uno y otro pueden clicar en los enlaces que incluyo en esta entrada. La lámina que la ilustra es de Naumann.

domingo, 16 de mayo de 2010

MATRIMONIO DE BIBLIOTECAS: LA PRUEBA DEFINITIVA

Qué duda cabe de que una de las lecturas más apasionantes para nosotros bibliómanos son los libros que tratan acerca de libros y de las experiencias de aquellos que comparten nuestra manía por la letra impresa. En este apartado, una de mis obras favoritas de todos los tiempos es el pequeño volumen de Anne Fadiman titulado Ex Libris. Confesiones de una lectora, una maravillosa celebración de la bibliofilia en todas sus formas, desde el complicado mundo de las dedicatorias a los placeres de la lectura en voz alta, pasando por facetas como la obsesión correctora (de erratas, se entiende) o la glotonería literaria. Altamente recomendable. De él extraigo además la que es sin duda la prueba definitiva para comprobar si una pareja va a funcionar o no: el matrimonio de bibliotecas. Pues para un verdadero bibliómano, lo esencial al plantearse una relación de convivencia es preguntarse si será posible reunir de manera armoniosa las bibliotecas de uno y otro cónyuge. No es cuestión baladí; si hay ejemplares repetidos de un mismo título ¿quién de los dos renunciará al suyo?; ¿qué criterio de ordenación aplicar?, ¿el del que lo clasifica todo por orden alfabético o el del que separa cuidadosamente los temas y las lenguas?; ¿hay que conservar los libros que llevan dedicatorias de antiguos amantes?; y otras tantas decisiones espinosas que son potenciales fuentes de discusión, y hasta de ruptura. Si se consiguen solventar todas estas cuestiones sin que llegue la sangre al río -y, créanme, para un bibliómano puede resultar más fácil aceptar a una suegra fisgona que desprenderse de alguno de sus libros favoritos- hay bastantes posibilidades de que la pareja dure muchos años. Aunque sólo sea para no tener que deshacer esa biblioteca conjunta que tanto costó unir.

jueves, 13 de mayo de 2010

1816, EL AÑO SIN VERANO

La conjunción de erupción volcánica y una primavera excepcionalmente fría y lluviosa hace inevitable pensar en aquel 1816 apodado por la historia "el año sin verano". Aunque los contemporáneos lo ignoraban, las insólitas variaciones meteorológicas de aquel año -que provocaron la pérdida de las cosechas en gran parte de Europa, con la consiguiente hambruna y miseria en un continente que acababa de salir de las guerras napoleónicas- fueron debidas a la actividad volcánica, en concreto a la gigantesaca erupción del volcán indonesio de Tambora, que fue una de las más violentas registradas en tiempos históricos. (Parece que nuestro actual volcán islandés no le llega ni a la suela del zapato a aquel, aunque con todo sea capaz de desbaratar los planes de cientos de miles de personas.) Sin embargo, no todo fueron consecuencias negativas. En el terreno literario, el frío y las tormentas de aquel mes de agosto de 1816 provocaron que una banda de ingleses expatriados que pasaban una temporada en Villa Diodati, a orillas del lago Leman, se reuniesen -quiero suponer que al amor de la lumbre, pero eso no lo dice la historia- a leer y explicar historias de miedo. Y, comoquiera que entre ellos estaban personajes como Lord Byron, Percy y Mary Shelley y un tal John William Polidori, de estas veladas salieron algunas obras importantes para la historia de la literatura, ante todo el Frankenstein de Mary Shelley. En este último es fácil encontrar rastros de aquel verano tan poco veraniego en que la actividad de los glaciares suizos alcanzó niveles nunca antes registrados.
Aunque sea salirnos un poco del terreno literario, también en el arte quedó patente la huella del volcán: las cenizas que enturbiaban la atmósfera producían unos crepúsculos de un colorido asombroso, una paleta de colores "imposibles" que Turner supo recoger como nadie en sus cuadros.
Así pues, en lugar de maldecir cuando de nuevo amanece un día lluvioso, preguntémonos qué nos traerá el volcán esta vez.
Para terminar, una recomendación: los afortunados que puedan, que visiten la exposición de Henri Cartier-Bresson en el MoMA. El resto, pueden conformarse con el video colgado en el blog de la New York Review of Books. No puedo evitar encontrar muy gracioso el acento de Dominique Nabokov, quien le presta su voz.

lunes, 10 de mayo de 2010

EL HOMBRE QUE CONFUNDIÓ A SU GATA CON SU MUJER

Aunque no trata propiamente sobre libros, no quiero dejar de comentar aquí el divertido y también excéntrico artículo de Jenny Diski en el último número de la London Review of Books. Jenny Diski es una excelente escritora y articulista -lamentablemente poco conocida en España- cuya última novela gira en torno a la relación entre Montaigne y la joven Marie de Gournay, quien se convertiría en la editora de los ensayos del escritor a su muerte. Un tema fascinante para todos los que amamos a Montaigne, pero no va de esto el artículo que nos ocupa, sino sobre la noticia de un ciudadano alemán que ha contraído matrimonio con su gata, de nombre Cecilia. A partir de esta anécdota, Diski hilvana una serie de reflexiones punzantes sobre esta institución -"no es obvio que el acto del matrimonio asegure o garantice el amor en una o en ambas direcciones", "en algunos casos, el matrimonio es un último y desesperado intento de negarse a reconocer que una relación está acabada"-, para concluir que probablemente la gata hubiera apreciado más otra forma de reconocimiento (un ratón, por ejemplo). De ahí pasa a las reflexiones derivadas de la afirmación de Stephen Hawking de que sin duda hay civilizaciones extraterrestres, pero es preferible no intentar entrar en contacto en ellos, ya que sin duda saldríamos perdiendo. Una lógica, dice, basada seguramente más en lo que Hawking conoce de los humanos que en lo que sabe de los extraterrestres. ¿Qué atractivo podríamos tener nosotros para una civilización más avanzada? Quizás, como la pobre Cecilia, convertirnos en sus mascotas.
Y mi agradecimiento a ese gran escritor, Oliver Sacks, autor entre otros muchos textos memorables de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, por facilitarme el título de esta entrada.

jueves, 6 de mayo de 2010

LAS NOTAS COMO FORMA DE NARRACIÓN

Hablaba anteriormente de las notas a pie de página, y citaba a algunos escritores ilustres que las habían empleado de forma creativa, como Gibbon. Su ejemplo cundió, y con el correr de los libros ha dado algunas muestras sublimes de cómo convertir las notas a pie de página en una forma narrativa por sí misma. Nabokov, en Pálido fuego, hace de las notas que va insertando el pretendido editor del texto el argumento propiamente dicho, de modo que hay una inversión de papeles entre texto y notas: el elemento narrativo principal pasan a ser las notas, mientras que el texto tiene una importancia secundaria. David Foster Wallace, otro anotador compulsivo, incluye en su novela Infinite Jest más de 400 notas, algunas con una longitud de diez páginas; es evidente que, con esta abundancia y extensión, las notas se convierten en un texto paralelo. Algunos críticos han sugerido que era conveniente leer esta obra con dos puntos de libro, uno para la parte del texto y otro para las notas. Otro artificio parecido es el que emplea Mauel Puig en su El beso de la mujer araña, una novela de tono ligero, punteada por larguísimas notas de contenido serio y psiconanalítico que sirven de contrapunto a la narración. Sólo algunos ejemplos del inmenso abanico de posibilidades que ofrece un elemento en apariencia tan poco estimulante como la nota al pie.