John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 25 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.4): TANTOS LIBROS, TAN POCO ESPACIO

La biblioteca invitada de la presente entrega viene de lejos, nada menos que de París. ¡Que no se diga que los bibliófilos no corremos mundo! Se trata de la de Marie, del delicioso y cosmopolita blog A book a day keeps the doctor away. Aparte de dejarnos curiosear en sus muchos tesoros, la biblioteca de Marie es la prueba palpable de que la escasez de espacio no es excusa para un amante de los libros. Vean, vean, los que pueden llegar a caber en un apartamento diminuto.


Cuando Elena me dio la oportunidad de participar en esta nueva temporada de "Mi biblioteca" me sorprendí y emocioné a partes iguales. No podía creer que mis estanterías fuesen a protagonizar una entrada en su exquisito rincón. Claro está, me fue imposible negarme; aunque al ver el tamaño de mi biblioteca de pronto me entró el pánico. Escribí corriendo a Elena para decirle que mi biblioteca era pequeña, muy pequeña, pero como ella no vio impedimento alguno, decidí seguir adelante y aquí me tenéis.

Veréis, vivo en un pequeño estudio de apenas 30m2 situado en París. Si vieseis la factura del alquiler pensaríais que vivo en un ala de Versalles, pero nada más lejos de la realidad. Comparto mi Petit Trianon particular con Jean y con los cachivaches que forman nuestra vida común. Así que, ya podréis imaginar lo justos que andamos de espacio. Cuando me mudé aquí hace cinco años nunca imaginé el problema al que me enfrentaba. Toda mi vida he estado rodeada de libros. Cualquier espacio de mi casa en Alicante estaba abarrotado de ellos: el salón, los dormitorios, la cocina, el huequito al lado de la chimenea, el garaje…en cualquier rincón convivían (y siguen conviviendo) los libros de mis padres y los míos. Lo cierto es que el espacio nunca fue un problema.

Cuando llegué a ParÍs, me obcequé en seguir comprando libros con mi ritmo habitual y, claro está, la situación degeneró rápidamente. Había torres de libros por todas partes. Si estábamos sentados en el sofá teníamos que mover los libros que estaban allí apiñados hasta la cama; a la hora de dormir, vuelta al sofá o a la mesa o a la barra de la cocina...era insostenible. La situación requería de una medida drástica, a saber: solo se quedarían en casa los libros que necesitaba tener conmigo y sin los que no podía vivir. El resto, libros leídos y olvidados o lecturas de una sola vez viajaron en sucesivas maletas hasta Alicante, como hijos desterrados acogidos con cariño por mis padres. Por eso, si es cierto que las estanterías son capaces de mostrar la personalidad de su propietario, en mi caso son mi fiel reflejo.

Mi pequeña colección está dividida en dos estanterías, un carrito de fruta (ya os lo explicaré) y “la torre”. Mis grandes pasiones son los clásicos y los ensayos históricos, en especial los consagrados al siglo XIX, y de eso se compone prácticamente mi colección (apenas tengo libros publicados más allá de 1950). Los libros están separados en ficción y no ficción, y estos últimos ordenados por países y autores. Me gusta agrupar los títulos que tengo de cada autor para tener controlados los que me faltan para completar su obra, sobre todo si se trata de mis autores favoritos.

En la estantería grande (que preside lo que podríamos llamar mi salón) los ensayos, biografías y poemarios ocupan las baldas inferiores. Ahí es donde están mis preciados ejemplares de Hojas de hierba, Walden, Las ensoñaciones del paseante solitario y Las metamorfosis. Las biblias paganas que me acompañan en el camino. A continuación le sigue la balda en la que se agolpan los clásicos franceses, rusos, alemanes, nórdicos e italianos. Me alegra ver que tanta nacionalidad convive en paz, aunque me apena saber que escondida en la segunda fila está mi colección completa de los Rougon-Macquart de Zola y las obras de mi querida George Sand.


 
Por último, en las dos baldas superiores, está la literatura norteamericana. Ahí descansan grandes clásicos como Hawthorne, Fenimore Cooper, Poe y Melville; las heroínas de mi infancia de manos de Alcott y Lucy Maud Montgomery; maestros como Scott Fitzgerald y Willa Cather, y los libros de pioneros del Oeste que tanto me gustan. Mención especial merecen los libros de Wallace Stegner y Jeffrey Eugenides, unos de los pocos autores contemporáneos que se han hecho un huequecito en mi colección.  La otra estantería, cobijada junto al sofá, es sin duda mi pequeño paraíso, mi debilidad; el rincón de la de literatura inglesa.
 


Los clásicos del XVIII y XIX están en la balda superior (aunque algún Hardy anda perdido en “la torre” y otros como Middlemarch y Evelina han viajado a Alicante para que los disfruten mis padres). Jane Austen, Elizabeth Gaskell y las Brontë son las grandes protagonistas y acaparan casi toda la balda. No podría vivir sin ninguna de ellas.

Justo en los cubículos inferiores están los clásicos modernos del siglo XX. Mucha literatura eduardiana con John Galsworthy y E.M. Forster a la cabeza y sobre todo mucho material de escritoras británicas. Frances Hodgson Burnett, Virginia Woolf, Vita Sackville-West, Winifred Holtby, Elizabeth Taylor, Elizabeth Bowen, D.E. Stevenson, Stella Gibbons, Barbara Pym... tantas y tantas que atesorar. Junto a ellas no he podido evitar incluir a Katherine Mansfield a pesar de su origen neozelandés (como ella misma decidió abandonar las antípodas para no regresar, supongo que no le importaría estar en territorio británico).



 
En cuanto a las ediciones, no soy nada fetichista. No hago ascos a las ediciones bonitas, por supuesto, pero el contenido prima sobre el continente. Siempre compro el ejemplar que mejor relación calidad precio tenga, ya sea en francés, inglés o español (este es el orden que privilegio y por eso en mis estanterías abundan las ediciones francesas e inglesas). Soy asidua y adoro las librerías de ocasión; de ellas provienen una gran mayoría de mis libros y, como podéis ver, prefiero las ediciones de bolsillo al cartoné. No solo por motivos de espacio sino por lo manejables que son. Soy una lectora invasora que anota, dobla esquinitas y coloniza sus libros, por eso las ediciones de bolsillo me resultan perfectas.




Las circunstancias me han hecho experta en tetris, en encontrar espacios y en la caza de ediciones pequeñitas de las novelas que busco. Si quedo ciega en el proceso será otra de las cosas que agradezca a París.

Claro que, por mucho que haya inventado hasta la fecha, las estanterías han terminado por llenarse. El desbordamiento de libros ha sido inevitable y ahí está “la torre” que lo atestigua. Crece y decrece conforme voy bajando tomos en las maletas alicantinas. Otros sin embargo han terminando instalándose en el carrito de la fruta de la cocina, una cocina en la que en vez de comida hay libros. Menos mal que no corren el riesgo de oler a boeuf bourguignon ni a pot au feu porque cocinar lo que se dice cocinar… corramos un tupido velo. Y así seguiré, haciendo malabares para seguir encontrado sitio a los nuevos inquilinos. Porque seguirán llegando, todo bibliófilo sabe que nunca llegará el último libro (a menos que se interponga la muerte, claro). Así que, si no me mudo antes y me veo en la tesitura de mandar a alguien al armarito del baño, supongo que llevaré a los pioneros americanos de avanzadilla. Visualizar a Virginia Woolf, a E.M Forster o a Henry James junto al lavabo y la taza del váter me duele en el alma. Supongo que cosas peores habrán visto Mark Twain, Elinore Pruitt Stewart, Francis Bret Harte y Calamity Jane.


martes, 17 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.3): DESBORDAMIENTO Y ENTROPÍA

El siguiente bibliómano invitado es Mariano Hortal (conocido en otras redes como @sigfrido1976) del blog Lectura y locura, un buen lugar para aficionados a la lectura, pero también para entusiastas de la ópera, sobre la que escribe a menudo y con pasión. Aparte de su gran capacidad lectora -diría que su biblioteca es solo una pequeña muestra de ella-, de la que deja huella en el blog, no hay que perderse su siempre ingeniosa sección mensual sobre Fajas y libros.


Gran sorpresa (y al mismo tiempo agradable) me llevé cuando Elena me propuso un post de estas características. Llevo tiempo pensando en hacer una sección en mi blog para mostrar diversas partes de mi nutrida biblioteca y por falta de tiempo no he podido ponerme con ello.
Así que esto se presenta como una pequeña oportunidad de compartir mi espacio con los lectores del blog. 
Tengo la gran suerte de tener una casa grande y  uno de mis sueños de toda la vida era poder disponer de una habitación o buhardilla dedicada enteramente al almacenaje de libros; esto sucede así y os pongo a continuación una muestra de ellos:
 


 
Mi forma de ordenarlos tiene en cuenta las temáticas y luego el orden alfabético, de hecho según veis la foto la estantería de la izquierda recoge novela contemporánea (algún clásico);  la que tenéis enfrente tiene novela negra policíaca y la de la derecha lo más detectivesco dentro de lo policíaco, ciertamente es rara esta división, pero por temas de espacio me venía bien en su momento. Ah, la de la esquina derecha está ocupada por fantasía y ciencia ficción. Hubo un momento en que pensé que todo cabría fácilmente pero ya podéis ver que empiezan a formar segundas filas en la misma estantería y ordenaciones poco ortodoxas con apilaciones diversas. Es lo que todos llamamos desbordamiento.
No son estas las únicas estanterías que tengo en dicha habitación,  si os fijáis en estas:
 


 
Se trata de extensiones de lo policíaco y de la novela contemporánea y, escondidas en el fondo hay novelas de terror que todavía no he leído, las leídas ya están en otros sitios.  No os he puesto otras estanterías que tengo para hispanoamericana o best-sellers porque os quiero llevar a otros rinconcitos literarios.  
Como podíais imaginar, dispongo de más lugares para mis tesoros literarios. Esta esquina que pongo a continuación la tenemos en el salón, no podía imaginar el lugar en el que más tiempo estamos sin la presencia de estos grandes amigos. El criterio en este caso es estético: tapas duras, buenas ediciones, colores vivos y libros que me hayan gustado especialmente tienen su cabida en este precioso espacio. Viendo la foto os podéis imaginar varios de mis gustos más esenciales.

 


También, en el cuarto del ordenador, tengo otro lugar equipado con, en su mayoría, clásicos, ahí están Dickens, Woolf y muchos más ah, y literatura en inglés, que no puede faltar Shakespeare, Austen, las Brönte… es más pequeño pero el número de joyas por centímetro cuadrado es proverbial.
 

 
 
Y todavía me queda espacio para una última habitación, es la habitación de los tebeos (y de la plancha también); hay una buena mezcla pero abundan los superhéroes (tanto de Marvel como DC o Image) aunque tampoco faltan mangas, europeo y los imprescindibles Mortadelo y Filemón. Cuánta diversión contenida que recoge buena parte de mi infancia, espero que a mi chiquitín le gusten tanto como a mí. Estoy esperando el momento en que pueda descubrirlos ya que ahora es todavía muy pequeño.
 

 
 
Espero que os hayan gustado estas muestras de mi vasta y cada vez más entrópica biblioteca. Me planteo ya, desgraciadamente, empezar a liberar espacio, tendré que empezar por los que menos me hayan gustado. Sinceramente, va a ser muy duro. Muchísimo. Tengo mucho cariño a estos queridos libros.

martes, 10 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.2): CUENTOS, BRUJAS Y MUCHO MÁS


Nuestra segunda biblioteca invitada de esta temporada es la de Noemí Risco, traductora especializada en Literatura Juvenil y Fantasía, protoescritora y propietaria del blog Laberinto de ideas. En su biblioteca hay mucho de magia, pero también orden y sistema. Visitarla es casi dar un paseo por el maravilloso país de los cuentos.
 

Mi biblioteca, supongo que como la de casi todos, ha ido cambiando a lo largo de los años; en mi caso, no sólo por el ingreso de nuevos títulos, sino por su ubicación, porque me he mudado unas cuantas veces. En mi infancia apenas tenía un estante de libros en mi cuarto, con algunas lecturas del colegio y el ejemplar que le mangué a mi madre de La historia interminable. Cuando nos trasladamos a Tenerife, en 1990, me compraron muebles nuevos para mi habitación y eso incluía una larga estantería del techo al suelo, que poco a poco fui llenando de tesoros. Han pasado muchos años, por muchas estanterías distintas, han convivido con libros de pareja, a veces hasta se han ido de viaje conmigo, algunos se regalaron, otros se donaron, pero la mayoría de mis libros permanecen a mi lado.
Ahora estamos en el campo, desde hace un par de meses, y lo primero que hice al llegar fue ir a comprarles un par de estanterías con puertas para guardarlos y preservarlos del polvo. Aún no los he colocado como me gustaría, porque lleva su tiempo, pero sí se encuentra cierto orden.
 
 



Tengo un apartado para los libros que yo he traducido, ya que en algún momento puede que deba consultarlos. No los ordeno alfabéticamente, sino por editorial, tamaño y color. La serie de El corredor del laberinto, por supuesto, tengo que tenerla a mano. Luego hay otra sección dedicada a los libros de terror y ciencia ficción para adultos, que mezcla ediciones descatalogadas, como varios títulos de Gran Fantasy de MR o una extensa colección de Tanith Lee en inglés, con nuevas adquisiciones a la espera de su lectura. Por supuesto, tengo juntitas todas las entregas de las Crónicas Vampíricas de Anne Rice, de la que fui gran fan en la adolescencia, y unas cuantas obras de la mejor época de Stephen King.
 
 



La magia de los cuentos tiene un lugar muy especial en mi biblioteca y, como veis, sigo organizándola por colores. En tonos más fríos, azulados, El Palacio de los Cuentos, con un relato del mundo para cada día del año, la estupenda colección El vuelo del dragón, los magníficos cuentos de Cristina Fernández Cubas o El (ineludible) jardín secreto… 
 




En tonos más cálidos, amarillentos, Ana Cristina Herreros y sus brujas, La princesa y los trasgos de George MacDonald, El jardín de medianoche o esa entrañable antología de los Grimm, Andersen y Hoffmann que me leía mi abuela antes de irme a dormir. ¡Oh, y el rincón de Michael Ende! Sí, con el libro robado a mi madre al lado de la versión original que reeditaron el año pasado tal cual la publicaron en 1979.



Por último, tengo un apartado para los libros en versión original, en alemán y en inglés. ¡No solamente vamos a leer traducciones! A veces también me gusta disfrutar del idioma original y también es cierto que algunas de estas adquisiciones se deben a que la edición original me gusta más, es más completa o simplemente no existe en español. Por ejemplo, la edición del 80 aniversario de Mary Poppins, con todos los libros en uno, o una edición especial que sacaron de La princesa prometida, con material extra que no aparece en la versión traducida.
 
 
 


En más de una ocasión me han preguntado si me los he leído todos. La respuesta es no. Todavía no. Me quedan por leer unos cuantos. La siguiente pregunta que hacen algunos es: ¿Y por qué sigues comprando? Tampoco es que compre un libro cada mes, ni siquiera cada dos meses —la mayoría, además, son regalos—, pero sí cae alguno de vez en cuando, y si no lo compro en su momento, en esa edición que es tan bonita, luego quizá ya no lo encuentre. ¿No os ha pasado nunca? Entonces, ¿por qué tomas prestados libros de la biblioteca pública?, suele ser la tercera pregunta. Y es que a veces apetece leer lo que no se tiene en casa, porque ya no se vende en librerías o porque no se está lo bastante segura como para comprarlo.
Lo importante es seguir leyendo y no perder la costumbre allá donde estemos. ¿Adónde nos llevará el destino a mí y mis libros dentro de un tiempo?

martes, 3 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.1): SERENDIPIA EN ESTANTES

Bien, queridos merodeadores de bibliotecas, ya está aquí la tercera temporada de la serie "Mi biblioteca", en la que unos cuantos blogueros invitados tendrán a bien dejarnos husmear en sus estanterías. Agradezco a todos ellos su generosidad y buena disposición. Prepárense pues para asistir a nuevas entregas de este fascinante espectáculo libresco.
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Nuestra primera invitada de esta temporada es la biblioteca de Mónica, del blog Serendipia, gran dinamizadora de retos e iniciativas diversas en la red (y quién sabe si también fuera de ella). Parece que los libros de Mónica, que como es lógico son grandes aficionados a la serendipia, dejan que sea ésta quien gobierne sus encuentros en las estanterías. La suya es una convivencia abigarrada, pero sin duda muy feliz.


Mi piso es pequeño, cuando pasamos el aspirador solo hace falta cambiar de enchufe una sola vez para llegar bien a la totalidad de sus rincones. Es, aspiradoramente hablando, un piso de dos enchufes. Por eso no tengo más remedio que deslocalizar mi siempre creciente biblioteca en varios lugares de la casa. También me obliga de vez en cuando a deshacerme de algunos libros —en concreto de aquellos que sé que no me apetece volver a leer de nuevo—, que suelo donar al servicio de intercambio gratuito que organiza el centro cívico de mi barrio.
No tengo los libros ordenados en ningún sentido, ni por autor, ni por editorial, ni por fechas; conviven aleatoriamente y felices (o eso imagino) en los estantes, en dobles y triples filas a ser posible. Incluso algunos de ellos comparten vecindad con las series de ciencia ficción del Ingeniero. Supongo que a algunos puristas bibliófilos tal promiscuidad les provoca un sarpullido o dos pero a mí me divierte que Homero o Suetonio estén pegaditos a los DVD de las temporadas de Stargate, Batlestar Galactica o Babylon 5. La literatura es universal, es decir, de todo el universo ;-)
Pese a tanto desorden libresco, o quizás precisamente por ello, sé exactamente donde ir a buscar a cada uno de mis libros cuando los necesito. Supongo que puede decirse que tengo una buena memoria visual porque si me pides un libro sé perfectamente donde está. Es un caos (universal) controlado.


 
El grueso de mis libros y las ediciones más estropeadas/viejas/feas están en la triple estantería del despacho. Como podéis ver en la foto, dos terceras partes están protegidas por puertas de cristal esmerilado porque en el diminuto despacho —ese lugar que se ha convertido en zona inhabitable porque en verano hace un calor terrible y en invierno un frío polar— el sol entra a raudales y deja descoloridos los lomos de los libros.
En el comedor es donde tengo los ejemplares más nuevos, las adquisiciones recientes, los libros pendientes de leer y aquellas ediciones tan bonitas que me apetece que los amigos vean cuando se pasan por casa. Algunos están expuestos a la vista pero muchos viven dentro de los armarios, apilados en torres imposibles. Aquí conviven los libros de Impedimenta con los Alba, los Nórdica, los Malpaso, Libros del Asteroide, Galaxia Gutenberg, Alfabia, Acantilado, Ardicia, Nocturna, etc.  hasta los Roca más raritos o el cofre de Alianza editorial con La trilogía de Corfú de Gerald Durrell. Bonitos, estupendos, excéntricos, apasionantes, bellos, heterogéneos...

 

Y como debe ocurrir en las bibliotecas de todos los lectores empedernidos, si separo la primera fila de los estantes del comedor hay detrás una segunda hilera de lomos pertenecientes a las lecturas de mi adolescencia (y no tan adolescencia): toda la saga de Marco Didio Falco, de Lindsay Davis, y los Harry Potter, por supuesto. No se ven —como mi adolescencia— pero esperan ahí detrás protegidos por lecturas más adultas, por si algún día los necesito.


En el dormitorio también hay otra estantería —las Billy de Ikea caben en cualquier rincón— que comparte mi pequeño rincón Tolkien. No recuerdo cómo llegaron a formar ese pequeño comité los libros del profesor J.R.R. Tolkien, pero me gusta. Son el único ejemplo de cierta organización temática libresca inventada por el ser humano  y, aún así, faltan títulos como El señor de los anillos, el Hobbit o el Silmarillion, que como son tan enormes y están tan manoseados siguen escondidos tras las puertas de cristal del despacho.

 
Suelo prestar libros a mis amigos y, sobre todo, a mi madre, quien los cuida con exquisita ternura porque sabe el cariño que les tengo. Y sí, a lo largo de los años, he perdido un par o tres de ejemplares que presté y jamás volvieron porque las personas que se los llevaron también desaparecieron de mi vida. También me han devuelto alguno que otro muy deteriorado. Ambas cosas me molestan, pero sin fanatismos desgarradores.
¿Qué encuentro a faltar en mi biblioteca? Evidentemente muchísima literatura pero en especial añoro ardientemente una buena edición de La guerra del Peloponeso de Tucídides. La biblioteca de la facultad de Historia de la Universitat de Barcelona (UB) tiene un fondo magnífico y como suelo trabajar allí apenas tengo en casa poco más que lo imprescindible (Heródoto, Suetonio, Catulo, Julio César, etc.). Y si la biblioteca de la facultad no me llega no tengo más que andar unos trescientos metros para cruzar el umbral del edificio central de la UB con sus maravillosas bibliotecas de filologías, mitologías, historia antigua, etc. Pero sigo suspirando por Tucídides. Quizás estas navidades...